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El 8 de octubre de 1998, el escritor portugués José Saramago se preparaba para salir de Alemania, luego de asistir a la Feria del Libro de Frankfurt. Saramago, que en ese momento tenía 76 años, estaba a punto de abordar el avión que lo sacaría del territorio germano hacia Madrid al medio día, cuando lo detuvieron con una noticia: había ganado el Premio Nobel de Literatura. Regresó a la feria y los asistentes enloquecieron al verlo.
“El Premio Nobel de Literatura me hace muy feliz y al mismo tiempo siento una gran responsabilidad por ser el primer escritor en lengua portuguesa que lo recibe”, fueron las primeras palabras apenas audibles que dijo el portugués frente a su victoria. El suspenso que acompañaba la decisión de la Academia Sueca estuvo presente en la mente del varias veces candidato al premio durante su estadía en la ciudad alemana. “No esperaba el premio. La esperanza de conseguir el Nobel disminuyó a medida que se los iban dando a otros autores. ¡Imagínense que me hubiera quedado en Frankfurt y se lo hubieran dado a otro escritor! No solo habría perdido el billete de avión, sino que me habría sentido humillado”.
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Afirmó que tuvo que ponerse “una coraza o habría llorado de emoción”. Una rueda de prensa improvisada fue organizada en el stand portugués y Saramago batalló para conseguir la calma de periodistas y admiradores a su alrededor. “Escritores, autores, colegas, tengo que deciros que el premio es vuestro, soy uno de los vuestros. Lo dedico no solo a los portugueses sino a todos los que escriben en portugués”. El escritor recién laureado llevaba varios años viviendo en Lanzarote, Islas Canarias, y dedicó ese premio a España, que “también lo recibe como suyo”. El portugués aseguró en ese momento que en 1992 se había exiliado de su país porque tuvo “un conflicto con el Ministerio de Educación y Cultura de mi país: me censuró para que no entrara en una terna para el Premio Europa de Literatura porque mi libro (El Evangelio según Jesucristo, 1991) era un atentado contra los sentimientos religiosos portugueses”.
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Cuando emitieron el comunicado, mes y medio antes de que el escritor cumpliera 76 años, la Academia Sueca argumentó que otorgaba el premio al portugués debido a que “con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía, vuelve constantemente comprensible una realidad huidiza”.
“El desarrollo idiosincrásico de Saramago de su propio estilo resonante de ficción le otorga una gran reputación. Con toda su independencia, Saramago invoca la tradición de una manera que en el estado actual de las cosas puede calificarse de radical. Su obra se asemeja a una serie de proyectos, cada uno de los cuales más o menos niega a los demás, pero todos implican un nuevo intento de enfrentarse a una realidad elusiva”, escribió la Academia sobre su decisión de hacerlo, finalmente, acreedor del galardón.
José Saramago estuvo varios años entre la lista de favoritos para recibir el premio, como usualmente sucede. El portugués no recibió el Nobel por un libro en particular, de hecho, esta duda es más común de lo normal: qué libro le entrega el Nobel a los escritores. No fue ni “Manual de pintura y caligrafía” de 1977, tampoco “Historia del cerco de Lisboa” de 1989 o “El año de la muerte de Ricardo Reis” de 1984, ni siquiera “El Evangelio según Jesucristo” de 1991. No fue solo una de estas novelas, fueron todas. Su obra entera fue la que el comité del Nobel pasó meses leyendo en su idioma original y deliberando, antes de tomar su decisión final.
“La Academia hace una revisión analítica de las obras del escritor portugués, y sostiene que su arte narrativo, desarrollado con obstinación y profundidades insospechadas, le confiere un lugar de alto nivel en el concierto de la literatura universal. Considera que su obra invoca una tradición que, de alguna manera, en el contexto actual, puede ser catalogada de radical”, escribieron para El País de España Ricardo Moreno y Rosa Mora, el día en que Saramago se enteró de su victoria.
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En su biografía publicada en la página del Premio Nobel, Saramago cuenta que él no debería tener ese apellido. Debería tener el de su padre, de Sousa, pero “el Registrador, por iniciativa propia, añadió el apodo con el que se conocía en el pueblo a la familia de mi padre: Saramago. Debo añadir que el Saramago es una planta herbácea silvestre, cuyas hojas en aquellos tiempos servían en la necesidad de alimento de los pobres. No fue sino hasta los siete años, cuando tuve que presentar un documento de identidad en la escuela primaria, que me di cuenta de que mi nombre completo era José de Sousa Saramago…”.
Antes de ser escritor fue mecánico y trabajaba con metal. No fue sino hasta que tuvo 50 años que se dedicó de lleno a la escritura, pues a los 25 publicó su primera novela y tuvo que esperar otros diez años para que su cuarta obra comenzara a ganar el reconocimiento que tuvo hasta su muerte, 27 años más tarde, en 2010.
“Al pintar a mis padres y a mis abuelos con tintas de literatura, transformándolos de las simples personas de carne y hueso que habían sido, en personajes nuevamente y de otro modo constructores de mi vida, estaba, sin darme cuenta, trazando el camino por donde los personajes que habría de inventar, los otros, los efectivamente literarios, fabricarían y traerían los materiales y las herramientas que, finalmente, en lo bueno y en lo menos bueno, en lo bastante y en lo insuficiente, en lo ganado y en lo perdido, en aquello que es defecto, pero también en aquello que es exceso, acabarían haciendo de mí la persona en que hoy me reconozco: creador de esos personajes y al mismo tiempo criatura de ellos. En cierto sentido, se podría decir que, letra a letra, palabra a palabra, página a página, libro a libro, he venido, sucesivamente, implantando en el hombre que fui los personajes que creé. Considero que sin ellos no sería la persona que hoy soy, sin ellos tal vez mi vida no hubiese logrado ser más que un esbozo impreciso, una promesa como tantas otras que de promesa no consiguieron pasar, la existencia de alguien que tal vez pudiese haber sido y no llegó a ser”, dijo el autor en su discurso de recepción del galardón.
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