“Vivimos en una sociedad que castiga a quienes viven fuera de una ‘norma’”
“Soy Cris de Tierra Bomba”, documental colombiano de Josephine Landertinger que sigue por siete años la historia de un joven que quiere ser actor, se estrena hoy en diferentes ciudades del país y en junio en el metaverso. La película cuenta con una campaña de impacto, a través de la venta de tokens no-fungibles (NFTs), para llevarla a lugares con difícil acceso a salas de cine.
Danelys Vega Cardozo
Hace nueve años, Josephine Landertinger viajó a Tierra Bomba, una isla situada al sur de Cartagena. Quedó impactada con lo que vio allí, con la desigualdad que pavimentaban sus calles: un hotel de lujo de la cadena Hilton y a escasos metros una población a la que se le estaba siendo negada, entre otras tantas cosas, un sistema de acueducto y alcantarillado, y una alternativa ante la destrucción de sus casas producto de la erosión de las playas. Ella, una colombo- austríaca que había pasado sus primeros años de vida en el continente africano, entre Losoto y Sudáfrica, pensó que en aquel lugar había una historia por contar. Decidió que haría una película enfocada en temas ambientales. Cuando su idea se puso en marcha, la comunidad la recibió con los brazos abiertos. Un día, quiso reunirse con una de las lideresas de la región, pero ella le dijo que sería su hijo quien la recibiría. Aquel encuentro cambió su película.
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Hace nueve años, Josephine Landertinger viajó a Tierra Bomba, una isla situada al sur de Cartagena. Quedó impactada con lo que vio allí, con la desigualdad que pavimentaban sus calles: un hotel de lujo de la cadena Hilton y a escasos metros una población a la que se le estaba siendo negada, entre otras tantas cosas, un sistema de acueducto y alcantarillado, y una alternativa ante la destrucción de sus casas producto de la erosión de las playas. Ella, una colombo- austríaca que había pasado sus primeros años de vida en el continente africano, entre Losoto y Sudáfrica, pensó que en aquel lugar había una historia por contar. Decidió que haría una película enfocada en temas ambientales. Cuando su idea se puso en marcha, la comunidad la recibió con los brazos abiertos. Un día, quiso reunirse con una de las lideresas de la región, pero ella le dijo que sería su hijo quien la recibiría. Aquel encuentro cambió su película.
De nuevo, el asombro la invadió. Frente a ella, se encontraba un joven alto, de tez negra y cabello afro. “Más allá de su apariencia física, fue como una vibración, como que sentía que detrás de ese personaje había algo”, recuerda Josephine Landertinger. Aquel chico, llamado Cristián Aarón Freite, le contó que estudiaba Biología, pero que su verdadero sueño era ser actor.
—¿Qué tal si yo te acompaño en la realización de este sueño? —le propuso—. Él aceptó.
— Entonces esto será por un buen período de tiempo, porque me interesaría filmarte hasta que te gradúes—. También accedió.
No lo filmó hasta ese acontecimiento porque, durante el rodaje, la vida de Cristián se transformó. En el transcurso de siete años, el tiempo que duró la grabación de la cinta, aquel chico dejó Biología, como antes ya lo había hecho con Arquitectura y Administración de empresas, pero esta vez con un firme propósito: empezar a cumplir su sueño. Entonces, comenzó a estudiar Artes escénicas. Pese a su emoción, a veces faltaba a clases, lo que le ocasionó una pérdida del semestre y una matrícula condicional. En ese momento, ya había tomado la determinación de trasladarse a Bogotá, pues creía que allá tendría más oportunidades en cuanto a la actuación. Se encontró con una realidad distinta a la que pensaba: audiciones por montones y pocas contrataciones. Su pequeño alivio terminó siendo el modelaje. No le bastó.
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Un día, conoció a un hombre, quien le propuso que se fuera con él a México. Aceptó. Luego, de México se trasladó a España y de allí a Alemania y Viena. La cámara de Josephine Landertinger fue testigo de todo eso. “Ya no había una línea clara de separación y eso también me pareció interesante, porque empecé a cuestionarme sobre qué es el documental”.
— ¿Las personas que estamos detrás de las cámaras tenemos que ser invisibles, hacer de cuenta que no estamos, cuando en realidad no es así? —se preguntaba.
Le pareció que lo mejor era hacer explícito que había alguien siguiendo al personaje. Por eso, en el documental se escucha su voz, la voz de quien cuestiona las decisiones de Cristián, pero de quien también lo aconseja. Hay registro de los mensajes que sostenían y fotos de los sucesos en los que él estuvo presente. “De parte de él nunca hubo un momento, en los siete años que lo filmé, que me dijera: ‘Mira, Josephine, estoy cansado, ya no quiero ver esa cámara’. Siempre se abrió conmigo y es un regalo esa generosidad”. Ni siquiera Cristián le dijo que ‘no’ ante una propuesta que terminó alargando el tiempo de rodaje.
Para 2020, tras cinco años de filmación, Josephine Landertinger se sentía exhausta. “Ya no más. Ya móntalo como está y sigue con la siguiente película”, se repetía. Decidió darle un corte final al documental. Sin embargo, se sentía incómoda con esa versión. “Sentía que estaba dejando a un personaje en la perspectiva que no quería; yo quería dejar un personaje empoderado. Como cineasta me interesa proponer narrativas que sean distintas, personajes diferentes, así que creía que no había logrado todavía eso”. Empezó a enviar la película a festivales, pero “nadie la quiso”. Tiempo después, se animó a llamar a Cristián.
— Yo siento que la peli no está lista. Yo sé que tú también estás cansado, porque no es fácil dejarse filmar durante tanto tiempo. Si tú me dices que no, pues lo acepto, pero quería proponerte: ¿puedo volver a filmarte porque siento que hay temas que aún no se han hablado? —le dijo.
— Sí, es verdad. Hay algo con lo que hasta ahora no he podido abrirme.
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Volvieron a grabar durante dos años más. “Es en ese momento cuando logra ser honesto con él, cambia y se vuelve más maduro”. En la última parte del documental hablan de la verdadera orientación sexual de Cristián, de lo costoso que fue para su familia aceptar que a él le gustaban los hombres. “Yo me autoveía como malo”, comenta en la película. También sostienen una conversación sobre los abusos sexuales que recibió entre los 10 a los 12 años. “No me gustan las etiquetas. A la gente le digo: ‘No me llames bisexual, no me llames homosexual, no me llames eso, porque eso no soy yo. Yo soy todo los demás también’”.
Con el segundo corte, Landertinger pensó que la película había dado un giro de 360°, que ahora sí se sentía cómoda con que estuviera firmada con su nombre, “porque habla de identidad, de la búsqueda de quién soy yo, algo con lo que me conecté”. Y en esa búsqueda, la fama dejó de ser lo central para Cristián y se produjo una transformación en el uso de sus redes sociales. “Cuando te das cuenta de que también tienes identidades, que te pones máscaras, que complaces a tus padres, a la sociedad, o a quien sea, entiendes al personaje y empiezas a crear empatía y a dejar de juzgar”.
De esa empatía fue testigo durante el estreno mundial de la cinta en el Festival Internacional de Cine de Cartagena 2023 (FICCI). Ese día, un chico se subió a la tarima. De sus ojos emergieron lágrimas. “Yo me veo ahí, me siento representado en la pantalla”, dijo. “Creo que eso no pasa tan frecuentemente como debería ser, creo que esa es la gran fortaleza de esta película: logra conectar como con un espíritu humano”, comenta Josephine Landertinger. Y pudo nunca lograrlo, no por el resultado, sino por su presupuesto.
El documental se hizo prácticamente sin fondos. La salvación de Landertinger fueron quienes creyeron en su proyecto y la apoyaron a través de un crowfunding, de donaciones en línea, para poder montar y editar la película. Los vuelos a Cartagena y Europa, y las visitas a Bogotá se los costeó ella. “Josephine puso lo que tenía que poner”. A veces se ahorraba el hospedaje, porque algunas personas se lo regalaban. “Yo tuve una idea, creí en ella y luché hasta el final para que se hiciera realidad. Espero de esta manera poder abrirle una puerta a otras mujeres para que vean que sí es posible contar otro tipo de historias”.
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Josephine Landertinger aún sostiene una comunicación diaria con Cristián. “Mi sueño se hizo realidad”, le manifiesta al ver las fotos que le envía relacionadas con el estreno de la cinta en las salas de cine nacionales. “Al final sí logra su objetivo: que la gente hable de Tierra Bomba, que el nombre de la isla sea conocido, que él impacte de manera positiva a su entorno”. Quizá de la misma manera que la impactó a ella dedicar siete años de su vida a filmarlo y dos a editar su película. “Entendí que el cine es como la vida, que hay cambios y que vas aprendiendo a navegar con ellos, también a ser flexible y no aferrarme a una idea; de que, si no es así, la peli no va a funcionar”. Y en particular la historia de Cristián le mostró que “vivimos en una sociedad que castiga a quienes viven fuera de una “norma”. Lamentablemente hay mucha violencia por prejuicios en Colombia, por el simple hecho de una persona ser LGTB Q+, por su identidad de género; esto no debería afectar tu vida, deberías poder ser quién eres o quieres llegar a ser”.