Jotamario Arbeláez y José Luis Díaz-Granados: un diálogo entre poetas
Juntamos a Jotamario Arbeláez y José Luis Díaz-Granados para que conversaran sobre sus respectivos grupos, pero también para que hablaran sobre temas transversales de la condición humana y de los tiempos actuales.
Andrés Osorio Guillott
¿Cómo recuerdan ustedes a sus respectivos grupos de amigos: a los nadaistas y a los que hicieron parte de la Generación sin nombre?
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
¿Cómo recuerdan ustedes a sus respectivos grupos de amigos: a los nadaistas y a los que hicieron parte de la Generación sin nombre?
Jotamario Arbeláez: Era 1959, estaba comenzando el año, cuando oí por la radio que en Medellín se había creado un grupo de jóvenes anarquistas que fumaban pipa, las mujeres andaban con medias negras y minifalda, y entraban en los bares de hombres donde antes solo entraban las coperas. Prometían que iban a cambiar el mundo, y su nombre era los Nadaístas. Quedé bastante intrigado. Estaba terminando el bachillerato en el Colegio de Santa Librada y dije: “Este Gonzalo Arango es mi superhombre”. Estaba leyendo también a Nietzsche, Así hablaba Zaratustra, y pensé: “Por aquí me enfilo, aunque sea un desfiladero”.
Se anunció que Gonzalo Arango daría una conferencia en La Tertulia, presentando los principios del movimiento a través de su primer manifiesto, y asistí. Esa misma noche hubo una reunión, y entre los asistentes quedamos como seis señalados o designados. Entre ellos estaban Jaime Jaramillo Escobar, que había sido compañero de Gonzalo Arango en el Liceo Juan de Dios Uribe en Andes, Antioquia, además de León Giraldo, Alfredo Sánchez y otros. Posteriormente, se unirían Armando Romero, Pedro Alcántara, Jan Arp y otros del grupo de Cali propiamente dicho. Nos especializamos en el escándalo y, desde luego, perdí el bachillerato por no asistir a los exámenes finales. Fui el único en la historia del Colegio de Santa Librada que no recibió el diploma.
Sin embargo, para “curarme de esa afrenta”, escribí un poema vengativo que fue mi primer poema nadaísta: “Santa Librada College”, que pronto tuvo una gran repercusión en los medios y revistas de vanguardia latinoamericanas. Con base en ese poema, organicé un libro más amplio, y con él, Mi reino por este mundo, gané el premio de La Oveja Negra y Golpe de Dados —la editorial de García Márquez y la revista de Mario Rivero— en 1980. Fue el Premio Nacional de Poesía. Muy contento con ello.
Gracias a ese libro y otros premios que obtuve posteriormente, los profesores del Colegio de Santa Librada se reunieron y dijeron: “¿Qué hacemos con este Jotamario? Cada vez que gana un premio, nos hace quedar mal porque dice que es el único bachiller en la historia que no ganó el diploma”. Decidieron concederme el diploma honoris causa, hacerme una gran fiesta de desagravio, una misa de desagravio a mi madre y un ramo de flores. Cambiaron mis calificaciones: donde tenía tres me pusieron cuatro con cinco. En este momento tengo la medalla de ilustre egresado y, hace un año, bautizaron el salón de actos Aula Máxima Jotamario Arbeláez. Con la mala suerte de que, quince días después, ese segundo piso se desplomó y, desde entonces, como la casa Usher, el colegio ha comenzado a derrumbarse.
José Luis Díaz-Granados: En 1959, yo tendría como unos 14 años, y me estaba acordando de que tenía un primo hermano llamado Pepe Stevenson, que era un gran lector, tenía una biblioteca enorme en su casa y era un discípulo amado de Estanislao Zuleta. En la calle 18 con carrera séptima se reunía una serie de intelectuales. Ahí estaba García Márquez, quien no era aún conocido, sino como periodista, trabajaba en Prensa Latina, cerca de la 18. Pepe me influenció mucho. Me decía: “Léete estos libros”, y me recomendaba a Sartre, Albert Camus, Simone de Beauvoir, y en narrativa, a Hemingway y Faulkner.
Seguí cultivando mi vocación literaria. No era como ahora, que existen talleres y departamentos de literatura. No, el poeta era un chiflado, un ser marginal, maldito, loco, alguien sin futuro. No había muchos poetas aquí en Bogotá. Claro, con los años nos fuimos reuniendo, pero muy atentos a lo que pasaba con el nadaísmo. Realmente, fue un respiro que oxigenó la literatura colombiana cuando vimos el primer Manifiesto de Gonzalo Arango con Amílcar U, por Dios: sin mayúsculas, sin ortografía, sin puntuación, diciendo que “Dios no se afeita hace 15 días”, en un país tan conservador como el nuestro, donde todo venía de los institutos de cultura hispánica y las academias de la lengua; eso fue un respiro.
Después nos conocimos por razones del oficio. A mediados de los años 60, pensamos que el nadaísmo se estaba yendo más hacia el show, al escándalo. Nosotros, una generación un poco más joven, éramos más aficionados al rigor. Y así fue como nos reunimos. María Mercedes Carranza, hija del maestro Eduardo Carranza, tenía una página en El Siglo, periódico conservador, donde publicaba poemas al Che y poemas a Mónica Vitti en El desierto rojo, y nos invitó a colaborar. Recuerdo a Juan Gustavo Cobo Borda, que era el menor de todos, pero era nuestro líder. Nos decía: “Vamos a hacer algo literario con mucho rigor”, como una especie de literatura contraria al nadaísmo.
Nosotros formamos la Generación llamada Sin nombre, porque Aurelio Arturo nos dijo: “No le pongan nombre, que ya estamos hartos de nombres y generaciones”. Y Eduardo Mendoza Varela nos publicó una página en las Lecturas Dominicales de El Tiempo, donde Héctor Rojas Herazo nos presentaba. Después, la revista Lámpara nos pidió poemas y nos tomó una foto, la única que existe de la Generación sin nombre: Juan Gustavo Cobo Borda, Álvaro Miranda, Darío Jaramillo Agudelo, David Bonells Rovira, Henry Luque Muñoz y Augusto Pinilla. Con el tiempo, se sumaron nombres como Jaime García Mafla, Miguel Méndez Camacho, Marta Canfield, Elkin Restrepo y Manuel Hernández Benavides, así se fue conformando la Generación sin nombre. Con los años, hicimos una gran amistad con los poetas nadaístas, y me enorgullece ser uno de los mejores amigos de Jotamario Arbeláez.
Jotamario Arbeláez: La amistad que nos une ha sido muy linda, porque, a pesar de que pertenecemos a dos generaciones no simultáneas, sino sucesivas, siempre hubo entre algunos cierta bronca por cuestiones estéticas y, a veces, políticas. Pero, en realidad, hemos tenido una bella complicidad. Y así como enumeraste a los integrantes de la Generación sin nombre, también se puede hacer con los nadaístas, especialmente los de Medellín. Porque el nadaísmo prácticamente tuvo dos sedes iniciales: Medellín y Cali, que después otros locos nos copiaron.
El segundo en plantear los fundamentos del movimiento junto a Gonzalo era Amílcar Osorio, o Amílcar U. A ellos se unieron Darío Lemos, Eduardo Escobar, Alberto Escobar, Jaime Espinel y Humberto Navarro, principalmente. Y después en el Manifiesto, que era bastante atrevido, ya que Gonzalo lo escribió en Cali porque había tenido que huir de Medellín por temor a ser linchado cuando cayó Rojas Pinilla, dado que en algún momento mostró simpatía por él y aspiraba a entrar a la Asamblea Nacional Constituyente. Primero estuvo en el Chocó, luego llegó a Cali, donde lo acogió un amigo publicista, a quien llamaban el Profeta. Él le daba alojamiento de 7 de la noche a 7 de la mañana en su oficina, mientras no había empleados. En ese horario, Gonzalo escribió su Manifiesto, pero decidió no lanzarlo en Cali, una ciudad rumbera y difícil de escandalizar, sino regresar a Medellín. Porque todo el que sale de Medellín debe volver con algo: dinero, un carro, una gran mujer o, al menos, un manifiesto. Lo único que Gonzalo tenía era un libro de nihilismo. Entonces, pensó: “Si nihil significa nada, entonces aquí estoy”, y regresó a Medellín para pervertir a la juventud, como especie de revancha contra los paisas. Y como el Manifiesto era en contra del Estado, Dios, la religión, la moral, la academia y el trabajo, tuvo una repercusión tremenda allí, la capital del trabajo.
Trabajaba hasta las 6 de la tarde, y de ahí nos íbamos al bar, donde nos reuníamos en lo que hoy llamarían un taller literario, compartiendo lecturas, firmando manifiestos, mostrando hallazgos de librerías, desde poetas como Mayakovsky o Rilke, hasta Vallejo y García Lorca. Hacíamos ruido para salir del statu quo y protestar contra lo establecido. Incluso llegamos a pedir que quitaran la estatua de María en Cali para poner una de Brigitte Bardot desnuda, o si no, la dinamitaríamos. Pusieron todo el batallón Pichincha a cuidar esa cosa.
Hablemos de los referentes. No solo de cada generación, sino de ustedes también. José Luis, ¿cuáles poetas o escritores fueron sus influencias? Sé que admira a Luis Vidales, por ejemplo…
Díaz-Granados: Claro, los años 60 fueron tiempos de revolución: la revolución cubana, la guerra de Vietnam y la derrota de los norteamericanos. Vimos que el imperio nunca ganaba una guerra. Ni Corea del Norte ni Castro en Cuba cayeron, entonces dijimos: esto es una pantomima. Fue una década muy politizada. Aquí en Colombia hubo un fraude el 19 de abril de 1970 y no hubo grandes protestas. Así nos surgieron muchas reflexiones. Nos inclinamos por poetas que los nadaístas no querían, como Jorge Zalamea. Recuerdo que Gonzalo, en una polémica, me llamó el “chupamedias del burundú” por mi admiración por Zalamea. También Luis Vidales, que decía que era el primer nadaísta con Suenan timbres, su libro vanguardista, y que decía en la década de los 20 que Cristo crucificado era un policía de tráfico. Eso era un pecado mortal.
Arbeláez: Cuando le robaron las elecciones al general Rojas Pinilla, Elmo Valencia y yo nos vinimos a Bogotá y escribimos un libro documental sobre el fraude. Lo llamamos El libro rojo de Rojas, con la esperanza de que corriera la misma suerte que El libro rojo de Mao, pero no calculamos que muchos de los de la ANAPO eran analfabetas y apenas vendimos unos pocos ejemplares. Lo malo es que el editor lo publicó con una letra muy chiquita, así que tuvimos que ponerle una leyenda: “Un libro para leer con Lupita”, y Lupita era Lupita Ferrer, una actriz muy famosa por ese entonces. Hace cinco años, decidí regresar a Villa de Leyva, donde el general había convocado a sus seguidores en 1971.
Tengo mi casa en la montaña, a la que llamo “La Montaña Mágica”. La construí con los premios literarios que gané, como el Rómulo Gallegos, que me permitió comprar un apartamento que luego se valorizó y me permitió hacer mi refugio en Villa de Leyva, al pie de la montaña sagrada de Bachué, que fue donde bajó a poblar el mundo, de manera que eso es como un paraíso y ahí tengo todos mis cuadros, mis libros, y mis botellas, y el bar se llama Qué Thomas Mann, como el autor de La montaña mágica.
¿Qué son los amigos para ustedes?
Díaz-Granados: Los amigos... con ellos uno aprende a vivir. Uno empieza ese curso para el cual no hay profesores, ni los habrá nunca: el curso de la trayectoria vital. Los amigos son quienes nos acompañan mutuamente en ese viaje. Con los años, uno se vuelve selectivo; unos amigos vienen, otros se van, algunos mueren, pero todo permanece, todo deja su huella. La amistad es uno de los dones más grandes que tiene el ser humano. Yo, por ejemplo, tengo un poema dedicado a mi mejor amiga: Teresa Fayad Nafa, hermana de Luis Fayad, con quien me formé en la literatura. A Tere le dediqué un poema en el que expreso que la amistad que sentí por ella es un amor más grande que el amor mismo.
Arbeláez: Siempre he dicho que los amigos son hermanos que nacieron en otra casa. Creo que el Creador cometió un error en el paraíso al darle a Adán una compañera, pero no un amigo. Quizás el demonio en forma de serpiente intentó ser su amigo, pero como Adán no le prestó atención, vino la tragedia de la expulsión del Paraíso. Los amigos son una belleza, sobre todo cuando uno ha logrado mantener grupos de amistad sólidos. Los amigos que tengo desde hace 66 años siguen siendo los mismos, aunque la mayoría ya están en el otro lado. Es un júbilo contar con amistades tan duraderas. Uno siente las glorias de los amigos como propias. Por ejemplo, Patricia Ariza, esa gran nadaísta, estuvo al pie del teatro La Candelaria durante más de 50 años junto a su esposo, Santiago García. Fue una luchadora incansable por los derechos humanos, y aunque fue ministra de Cultura en el gobierno actual, una zorrería interna provocó su salida. Sin embargo, recientemente ganó dos premios de teatro, uno de ellos otorgado por el mismo ministerio del que salió. Así, la vida da sus vueltas.
Díaz-Granados: Los nadaístas también tuvieron un candidato presidencial…
Arbeláez: Hubo un momento en que las FARC, una lucha que venía desde 1964, firmaron la paz gracias a un presidente Nobel de la Paz y al trabajo de Humberto de la Calle, un discípulo del nadaísmo. Pensamos que él debería haber llegado a la presidencia, pero la paz aún enfrenta resistencia. Patricia Ariza ha sido reconocida en lugares como Cádiz y La Habana, mientras que Armando Romero, poco conocido en Colombia, es célebre en el extranjero; ha publicado en varios idiomas y su obra es traducida en Italia y Grecia. La alegría de los triunfos de estos amigos es casi mayor que la de los éxitos propios.
Díaz-Granados: Un poeta de la Generación sin nombre, un gran amigo y paisano, tenía una teoría interesante sobre ustedes. Decía que ustedes, los nadaístas, se hicieron grandes escritores después de la muerte de Gonzalo Arango. ¿Qué piensas? ¿Es un capricho de su parte?
Arbeláez: Cuando Gonzalo murió ya había abandonado el nadaísmo 15 años atrás. Encontró el amor primero que todo cuando estaba en la isla de Providencia, que es como estar en el Paraíso, y allá un amigo le dio un LSD, que es como estar en el Paraíso al cuadrado, y llegó una inglesa como de 20 años caminando por allí y se enamoró de ella de súbito, mejor dicho, el Paraíso al cubo. Entonces quedó fascinado.
Ella, con su tradición luterana, le dijo que el nadaísmo era un movimiento demoníaco. En esa mezcla de amor y experiencias, Gonzalo cambió su vida: dejó de fumar, de consumir marihuana y de escribir en prosa, y comenzó a hacer poemas breves para que ella los entendiera. Al dejar el nadaísmo, sentimos que debíamos mantenerlo vivo. Yo, por ejemplo, rescaté toda la obra de Gonzalo en un tomo llamado Obra negra, publicado por Carlos Lole.
Díaz-Granados: Recuerdo que tú siempre vestías muy elegante. A veces por gusto, otras por excentricidad. Una vez, en mi casa, estabas vestido de blanco, con un corbatín. Cuando llegó don Carlos Lole, el editor argentino más prestigioso, vio tu porte y se arrodilló para besarte la mano. ¿Recuerdas eso? Nuestra generación estaba influenciada por autores como Lawrence Durrell y Henry Miller. Aunque hoy en día no se puede mencionar a Miller sin escandalizar, él nos dio libertad. Tú también eras hijo de sastre, como él.
Arbeláez: Un compañero me recomendó Trópico de Cáncer, de Miller, y desde ahí leí sus otras obras: Trópico de Capricornio, La crucifixión rosa. Su estilo rompía con todo; era como una patada a la moral. Con el tiempo, descubrí su lado místico. Otro autor con un estilo audaz fue Vladimir Nabokov. Aunque Lolita escandalizaba por su tema, a mí me impactaba más por su fantasía y estilo literario.
Alguna vez vi a José Luis con los ojos lagrimosos recitando el comienzo de “La vorágine”, novela cuyo centenario se celebra este año. Lo menciono para preguntarles por su opinión frente a la violencia y la forma en que se ha narrado en la literatura colombiana
Díaz-Granados: Yo tengo el concepto de que la democracia colombiana es una caricatura. No hay democracia. No puede haber una democracia con patriarcas, con supuestos demócratas, cuando hubo un hombre que cerró el Congreso el 9 de noviembre de 1949. Estuvimos sin Congreso hasta el 58, con censura de prensa y los llamados “pájaros” —los paramilitares de aquella época—. En lo personal, veo una diferencia con Jotamario, que es del Valle del Cauca. Yo nací en Santa Marta, en la costa Atlántica, donde la violencia bipartidista no fue tan fuerte. Por ejemplo, en obras como El coronel no tiene quien le escriba o La mala hora esa violencia está presente, pero no es tan intensa como en Cóndores no entierran todos los días, de Álvarez Gardeazábal. Tampoco fue tan fuerte como en los poemas de Carlos Castro Saavedra, a quien debemos recordar en su centenario. En la costa Atlántica, la violencia política no fue tan intensa como en el interior del país: el Valle del Cauca, Antioquia, Tolima o el Meta. Mi abuelo conservador era el primogénito de Nicolás Márquez, y mi padre, liberal de izquierda, era abogado. Y, a pesar de las diferencias, las relaciones eran perfectas.
Yo viví un exilio en Cuba debido a amenazas, pero no fue algo de la violencia de los años 50. Es el único país del mundo que lleva 75 años en una guerra que no termina. Aunque soy consciente de ello, como te digo, no es un tema recurrente en mis obras literarias.
Es curioso, porque, a pesar de haber tenido que padecer el exilio, la violencia ha sido mencionada, pero no tan central en su obra…
Díaz-Granados: Es que es otro tipo de violencia. En mis poemas sí tengo poemas del exilio, duros. Decían los griegos que el exilio es peor que la muerte: uno se va obligado de su país. Mi madre comenzaba con el alzhéimer, dejamos la casa abandonada, mi esposa y yo tuvimos que dejar los empleos estables con los que vivíamos y con una niña pequeña. Fue muy duro y, como nosotros, cientos o miles de colombianos. Muchos se quedaron en Europa: en París o en Suiza. Recuerdo que el conductor del taxi que nos llevó al aeropuerto de regreso era un colombiano que hacía teatro y fue acusado de un crimen político.
Lo que más duele es que Colombia es el único país democrático que tiene exiliados en su propia democracia.
Arbeláez: Sí, antes de la guerrilla como tal, me tocó la violencia muy joven, a los ocho años. Viví el 9 de abril en Cali. Salimos con las turbas, vimos dónde repartían machetes y cómo tomaron el edificio del gobernador del Valle. Cómo incendiaban una emisora y perseguían a los conservadores (los godos).
Mi padre y el esposo de mi tía desafiaron a los “chulavitas” y a los “pájaros” —criminales conservadores y derechistas, laboristas en su mayoría—. En la medianoche, los carros fantasmas disparaban a las casas. Nos avisaban en el colegio de matanzas en municipios cercanos y llegamos a ver 10 o 15 campesinos asesinados. Esto marcó en mí la necesidad de protestar y denunciar. Sí tengo referentes de esto en mis libros, aunque también abarco temas de viajes, lecturas, el sexo…, pero nunca olvido el terror de la violencia partidista.
¿Qué opinan del Gobierno actual y de la sensación de frustración o decepción por los anhelos de cambio?
Díaz-Granados: Claro, estamos hablando de personas, y hay quienes no estaban preparados para manejar el poder o administrar. Mucha gente nunca pensó que un gobierno alternativo llegaría, y los delitos de gobiernos anteriores no se exponían como se exponen ahora. Antes no se magnificaban tanto. Hoy, cualquier cosa que haga un funcionario menor del gobierno de Petro se magnifica, tergiversan la noticia, faltan al profesionalismo y a la ética periodística.
Yo recuerdo cuando el papa Juan Pablo, a sus 89 años, salía de gira, ¡todo era maravilla! Pero cuando Fidel Castro, con sus 84, aparecía, los titulares le recalcaban la edad. Detalles así son manipulados por periodistas controlados por grandes empresarios, quienes moldean la noticia a su favor. Hace falta una gran independencia y ética.
¿Creen que lo políticamente correcto está limitando la creación artística?
Díaz-Granados: Es posible, pero yo creo que es una fiebre, como una revolución o una etapa de amor. Todo pasa y eventualmente llega la serenidad. Tengo una obra teatral, un monólogo de una prostituta de los bajos fondos, sacado de mi novela Las puertas del Infierno, en el que ella habla de su oficio.
Hablé sobre las putas en un conversatorio, y se levantaron algunas personas diciendo que eran “trabajadoras sexuales”. Pero la libertad del creador es esencial; el día que un escritor, pintor, músico, deje de expresar lo que lleva dentro, será mejor que no publique. Sin esa libertad, el arte no puede evolucionar, sino que involuciona.
Arbeláez: Sí, y creo que lo que llamamos lo “eróticamente correcto” ha ganado más peso que lo políticamente correcto. Revisando algunos textos para editar, me encuentro eliminando referencias eróticas, por temor a la censura. Esto puede ser una etapa de transición, y espero que el escritor pueda recuperar esa libertad. Como Bukowski, por ejemplo, quien manifestaba sus extremos sin restricciones.
¿Cómo es la relación de ustedes con la noción de la muerte?
Díaz-Granados: Lo que llaman alma es materia en movimiento. Creo que hay una transfiguración, otra dimensión. Aunque nada está científicamente comprobado, la religión nos da esperanza. Algunos filósofos afirman que las religiones surgieron por miedo a la muerte. En mi juventud, esto me preocupaba más, pero ahora vivo cada momento con la mayor espontaneidad.
Arbeláez: Pensando en este tema, me puse a escribir algunas líneas: “Siempre estuve enamorado de la vida como de una mujer que me hace su enamorado. Nunca pensé vivir más allá de los 60, y ahora, a mis 84, me siento más fuerte que nunca”. La poesía me pide que me quede para no caer en el olvido.
Hace dos años, hubo una falsa noticia de mi muerte, y cuando Julio, de La W, llamó a la clínica para disculparse, le dije: “No me cuelgue, Julito”. Me ofrecieron incluso un homenaje. Diego Garzón, de Editorial Planeta, me pidió un libro sobre el tema de la muerte, y gracias a ello, la gente que celebró mi vida ahora tendrá algo para recordar.
¿Qué opinan ustedes de Dios?
Díaz-Granados: Bueno, es el ser superior; uno siente que hay algo que creó la naturaleza. Los que no creen en Dios lo llaman azar. Hay muchas formas de entenderlo. Luis Vidal decía que el machismo empezó cuando inventaron que Dios era hombre. Entonces, ahora dicen que Dios era hombre, o que es negro, aceitunado, chino.
Arbeláez: Es decir, podemos hacer mil fantasías sobre Dios. Posiblemente sí, hay una fuerza superior; hasta ahí me atrevo a comentar. En algún momento, los nadaístas fuimos considerados profanadores de las sagradas hostias, como cuando Gonzalo Arango, en Medellín, tentado por el demonio, decía que este inspiraba sus escritos. Yo también lo seguí en ese camino.
¿Y qué opinan ustedes del amor?
Díaz-Granados: Es lo opuesto a Tánatos, ¿no? Eros y Tánatos. Lo único que puede vencer a la muerte es el amor. Y el amor lo convierte uno en arte. Yo digo que la vida es imperfecta, y el arte es el rompecabezas que le da sentido. Sin arte, la vida no tendría significado. No puedo creer que haya personas a quienes no les interese el arte, que nunca hayan leído un libro. Todo eso viene del amor. Es algo que no se define, que simplemente llega, ya sea por azar o por Dios. El amor es la mayor alegría, la emoción más profunda que puede sentir alguien.
Arbeláez: Yo siempre he me he sentido, como tú dices, condenado al amor.
Ya hablaron de la muerte, pero ¿cómo viven la vejez?
Díaz-Granados: Acostarse a dormir se asume distinto, igual que tomarse un trago o incluso renunciar a cosas como las fiestas. Estoy en una etapa muy tranquila y feliz. Estoy cumpliendo sueños de toda la vida, como compilar mi obra. Les sugiero a mis colegas que, si pueden, también compilen sus cuentos, poemas y periodismo en vida, para no dejarles esa tarea a los hijos o nietos. Hay momentos en los que me despierto con miedo a lo desconocido, pero, aparte de eso, estoy tranquilo.
Arbeláez: Un amigo me decía: “Si hubiera sabido lo buena que es la vejez, me habría apresurado a llegar a ella”. Ahora, más de 20 años después, estoy viviendo lo mismo. He recopilado mi obra, organizándola bien, viviendo en Villa de Leyva, en medio de mis libros, cuadros, botellas, y con mi esposa y dos perritos. Tengo una gran plenitud. Me cuido mucho, especialmente desde que me encontraron unos trombos en los pulmones y creyeron que había muerto.
Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖