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Ediciones Uniandes fue fundada en 1980 y se ha centrado en la edición y divulgación de la investigación que se produce en la Universidad de los Andes. ¿Por qué es importante que el conocimiento traspase las aulas?
En estos días estaba leyendo un libro de Robert Darnton que habla precisamente de eso. Esto es algo que viene desde la Ilustración y, de hecho, uno de los pensadores que cita el autor sostenía que la divulgación del conocimiento era la fuerza más grande de la historia, porque su poder no es solo tener recursos para investigar o contar con grandes hallazgos, sino su influencia. Una de las misiones de la Universidad de los Andes ha sido la necesidad de llevar el conocimiento que nace en ella a las personas, porque acá hay gente que ha estudiado toda la vida, lleva escribiendo muchos años, tiene recursos para investigar y está moviéndose también en círculos de ciencia. Ese creo que es uno de los principales retos que considero tiene todo conocimiento o saber, pero particularmente una universidad, porque en ella se escribe e investiga sobre muchas áreas del conocimiento. Esta es la gran época para divulgar, para comunicar el conocimiento. Las redes, internet y los libros electrónicos nos están permitiendo llegar a ese ideal.
Aunque internet ha permitido la democratización del conocimiento, también nos encontramos en una época saturada de información. ¿Cómo nos afecta esto?
El problema no es la cantidad de contenido que existe, sino saber dónde ir a encontrar los buenos contenidos. Es un problema de discernimiento, de saber buscar. Entonces, el sello de la Universidad de los Andes da la garantía de que el conocimiento que está ahí está curado, ha tenido muchas miradas antes de llegar al lector final. No es como ir al Rincón del Vago, en donde puedes encontrar muchas cosas. Lo mismo pasa con los medios: uno va al The New York Times y El Espectador porque sabe qué se va a encontrar; hay una garantía detrás de eso y una confianza de que ese contenido que está ahí está trabajado. Entonces, yo creo que el asunto no es que las cosas estén ahí, porque la tecnología nos ha dado esa posibilidad; la cuestión es el uso que le des. Uno puede dedicarse a buscar cosas frívolas en TikTok o cosas enriquecedoras en esta o en cualquier red social. Lo que estamos tratando de hacer también en Ediciones Uniandes es que los libros puedan leerse bien, sean atractivos y cuenten con un lenguaje accesible para todos; solo de esa manera vamos a poder influir sobre el conocimiento y la gente.
¿Qué impacto tiene para el país que los libros no estén centrados en un nicho específico?
Todos los editores de alguna manera también sueñan con una comunidad de lectores, con gente informada y con capacidad crítica. Los libros conservan nuestra memoria y la historia de nuestras civilizaciones. Tienen la capacidad de llegar a muchos y hacer que la gente tenga capacidad crítica, que esté informada y le guste ilustrarse. Yo creo, en verdad, que la gente que lee puede elegir mejor, así que hay un gran impacto sobre la democracia. Pienso que los lectores, al final, lo que encuentran es la belleza. Hay una dimensión de formación de ciudadanía en todo esto. Muchas de las políticas públicas que se han hecho sobre lectura aspiran a esa formación. Por eso, buscan hacer llegar esos libros a más gente. Todo el tema de acceso abierto en el que están metido las universidades —en donde la gente pueda acceder gratuitamente a los libros por medio de los repositorios— tiene relación con el ideal de la Ilustración: que el conocimiento lleve a una mejor sociedad y a un mundo mejor. Entonces, creo que la lectura afecta a las personas, forma ciudadanos e influye en la realidad.
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Con respectos a los repositorios que mencionaba, ¿cómo lograr que la gente en realidad acceda a ellos?
Este autor del que te hablaba, Robert Darnton, estudió en Harvard. Él hizo una caracterización física de esta universidad y se dio cuenta, como pasa en muchas universidades, de que la biblioteca está en el centro de eso. También, se percató de que la biblioteca, a pesar de que quiere ser un lugar abierto para todos, en realidad tiene unos muros que no permiten que todos puedan llegar allí. El primero de ellos es que si no eres de la comunidad universitaria no puedes ingresar ahí. Estas son cosas que de todas maneras están cambiando. Recientemente, estuve en la Biblioteca Central de la Universidad Nacional Autónoma de México y me di cuenta de que hay un libre acceso: yo entré y no me preguntaron nada; es decir, no hay ninguna barrera. Pienso que, de hecho, una de las barreras del acceso abierto es que muy pocas personas saben de la existencia de los repositorios o de la forma cómo ingresar a ellos, pero hay proyectos de grandísimo alcance que de verdad son gratuitos.
Volviendo a labor que desarrollan desde Ediciones Uniandes, ustedes también se centran en la coedición y traducción de algunas obras. ¿Qué criterios tienen en cuenta para estos fines?
Pues, como te digo, aquí el proceso editorial empieza con un manuscrito que llega a una de las facultades. Allí hay unos comités que definen si ese libro es pertinente e interesante; un título que la universidad considere valga la pena vea la luz en una publicación. Cuando se define eso, se envía una evaluación de pares. Entonces, con las traducciones pasa lo mismo. Las traducciones son muy costosas, por eso son pocas las editoriales comerciales que se animan a hacerlas. Traducir un libro es entrar al mercado con pérdidas. Esa es una misión que hemos encarado más desde la edición universitaria, y afortunadamente existen universidades que lo hacen, sino realmente nos hubiésemos quedado sin muchas traducciones importantes. En la universidad hay una edición que tenemos en coedición con Planeta, que se llama Colombia Global, en donde lo que hacemos en conjunto con la Facultad de Ciencias Sociales es identificar esos grandes textos de gente colombiana que ha hecho sus doctorados por fuera, pero que nunca vieron la luz en español. Entonces, nosotros los identificamos y los traducimos. Ponemos los recursos y se los pasamos a Planeta, para que hagan todo el proceso editorial.
Hace poco conversaba con el cofundador de una editorial sobre la traducción como ejercicio traicionero. ¿Qué piensa al respecto?
Yo creo que de pronto te lo decían por el libro Empatía con el traidor de Mark Polizzott, que es sobre la traducción. Curiosamente esta obra se tradujo en Ediciones Uniandes. Pero sí, hay algo de cierto: hay traición en la traducción. De hecho, es curioso como la historia influye en todo esto: ahora traducir ruso tiene una connotación políticamente incorrecta. La traducción es un ejercicio interesante al que me he acercado algunas veces; por ejemplo, tuve la oportunidad de traducir Bolívar de Marie Arana, Frontera rojas de Annette Idle; una de las directoras de Oxford del centro de estudios sobre conflicto armado en el mundo, quien también vivió en Colombia. Incluso, cuando aprendes una lengua tú sientes que se te abre un universo, porque hablarla es como encontrar una forma de pensar y sentir, y una traducción es también eso; es abrir un libro que se abre a un mundo de lectores. En estos momentos estamos tratando de traducir del árabe, estamos empezando a ver los textos en este idioma para traducirlos, es un proyecto que tenemos y que ojalá se logre realizar.
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¿Qué le llama la atención de traducir textos árabes?
Tenemos vínculos históricos muy fuertes con los árabes. Nuestra lengua tiene muchas palabras que vienen de este idioma; por ejemplo, ajedrez y álgebra son de origen árabe. Muchos de los españoles que tuvieron contacto con las personas que vivían aquí en el siglo XVI, ya habían pasado por un proceso previo de mestizaje con el mundo árabe; los árabes ya habían estado siete siglos en España. También, está el libro Sidi de Pérez-Reverte, que es sobre el Cid Campeador, yo lo recomiendo mucho, porque allí uno entiende la influencia de los árabes en España. De manera más reciente tenemos las migraciones libanesas. Todo esto forma parte de lo que nos ha tocado vivir en la cultura colombiana, y, sin embargo, sabemos muy poco del mundo árabe y no tenemos ni idea de libros contemporáneos de esta cultura. Hay autores que se han referido permanentemente al mundo árabe; por ejemplo, Borges estaba permanentemente hablando de ellos, porque encontraba una cultura tan exquisita como la griega o la romana, etc. Entonces, yo pienso que es también una buena oportunidad para empezar a saldar ese vacío histórico literario con los árabes.
Cambiando un poco de tema, ¿qué tanto se interesan los colombianos por los títulos científicos?
Lo que he visto es que la gente de un tiempo para acá ha empezado a creer más en la ciencia y eso ocurrió gracias a la pandemia. Cuando estábamos en la pandemia, a los primeros que entrevistaban eran a los epidemiólogos; ellos empezaron a volverse personajes mediáticos e importantes. Nosotros recurrimos a la ciencia para poder explicar lo que nos estaba pasando y además pusimos toda nuestra esperanza en ella, creíamos que nos iba a salvar, que en fondo fue así. De un momento a otro todo el mundo empezó a tener un lenguaje científico. Yo creo que los libros de superación personal, lo que se llama “bienestar” hoy en día, le arrebataron a la ciencia y a la filosofía una de sus principales funciones: que la gente encuentre ahí respuestas, respuestas a su vida, a sus problemas. Entonces, en vez de ver cosas extraordinarias o fantasiosas, por qué no leer un libro que me explique cómo es mi psique, cómo funciona mi cerebro, o sobre filosofía de la mente o aprender de la mano de Lucrecio, uno de los filósofos del epicureísmo.
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