Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Hace 25 años llegó a la oficina del Miguel Urrutia Montoya, entonces director del Banco de la República, un sobre sellado firmado por un seudónimo. “El Conde de Cuchicute”, se leía en una de las caras del documento. El interior del sobre contenía la propuesta que el pintor y dibujante payanés, Juan Cárdenas, le presentaba a la junta directiva del banco para el diseño del billete de $5.000.
Contrario al alias que había elegido para participar en el concurso, Cárdenas era (y es) un tipo más bien tranquilo, mesurado y paciente; José María De Rueda, nombre de pila de Cuchicute, en cambio tuvo una vida marcada por la locura y los excesos. La Bogotá de los años 30 es testigo de ello.
Tal vez por eso el maestro Juan Cárdenas eligió ese apodo. Su billete, que nunca más fue solo suyo, tenía un diseño que, enmarcado en el concepto del arte que para la época se aplicaba en los billetes, tenía un concepto revolucionario. El Art Nouveau, una corriente artística y cultural que buscaba romper con las tendencias dominantes del momento y que surgió a finales del siglo XIX, fue el motor para el diseño que se aplicó en ese papel moneda y que, por primera vez, después de muchas décadas, no tenía a un político como protagonista.
Puede leer: Juan Cárdenas: en contra de todo
“El Banco pedía a quienes participáramos en el concurso, que el billete contemplara un concepto realmente nuevo. Diferente a los billetes que se venían imprimiendo hasta el momento y que, además, se incluyera a un personaje de la vida cultural colombiana. No a un político”.
En menos de un mes Juan Cárdenas tuvo que repasar la obra del poeta José Asunción Silva. En menos de un mes el pintor se internó en la tristeza del escritor, en su timidez, en su introspección, en sus crisis económicas, en su forma de entender el amor, en sus gustos, en sus peculiaridades, en sus virtudes, en sus defectos, en sus demonios y en las razones que lo llevaron a pegarse un tiro en el corazón. De todo eso, aunque no lo sepamos, habla en el billete verde de $5.000.
En su investigación, Cárdenas leyó la biografía que escribió Enrique Santos Molano: “José Asunción Silva armó detrás del mostrador (trabajó en un almacén familiar) un laboratorio imponderable de observación social y psicológica. Examinaba con penetración rigurosa las personas que entraban de compras, de mirones o de visitantes. Espiaba sus gestos, estudiaba sus gustos, procesaba sus opiniones, acechaba sus peculiaridades, sus virtudes, sus defectos, y los anotaba en su memoria de ordenador y en un cuaderno. Detrás del mostrador acrecentó sus conocimientos, devoró cantidades de libros y procuró mantenerse informado de los movimientos literarios, artísticos y políticos de Europa”, escribió Santos.
“Fue un mes muy intenso porque, aunque me metí de lleno a diseñar el billete, tenía que cumplir con los pedidos de la galería y con las clases de pintura que daba en una Universidad de Nueva York”.
Ese mes de trabajo tuvo dos momentos tensos. El primero de ellos se registró el 17 de octubre de 1994, día que se perpetró el asalto al Banco de la República en Valledupar. Los asaltantes se llevaron $24.000.072 de la época y unos US$ 33.000.000. Los perpetradores del llamado ‘Robo del Siglo’ se llevaron billetes con denominaciones de $2.000, $5.000 y $10.000. El Banco de la República, en un intento por evitar que el dinero hurtado perdiera su valor, decidió sacar a circulación una nueva familia de billetes.
“Lo del robo alteró un poco los planes. El diseño que ya tenía y que originalmente era para el billete de $20.000, tuve que adaptarlo para el nuevo billete de $5.000”. Allí hubo que hacer cambios en la numeración y lectura”.
Ese, si acaso, fue el menor de los problemas. Como Juan Cárdenas estaba tan concentrado en el diseño de la rana, el grillo, los árboles, la luna, la alameda de la carrera séptima que se ven en una de las caras del billete, la fuente en la que posteriormente se incluyó un aparte de un poema de Silva (Nocturno III), o en la pose de Elvira, la hermana del poeta, con quien tuvo un amorío, no se percató de que el tiempo para enviar el diseño se estaba agotando. Quedaba un día y Juan Cárdenas estaba en Nueva York.
“Llamé a Miguel (Urrutía) y le dije que, aunque ya tenía listo el diseño, este no iba a alcanzar a llegar porque solo me quedaba un día. Me dijo que no me preocupara. Que lo importante es que el sobre tuviera el sello de correo, que en el banco iban a respetar, que, si ese sello se había puesto en las fechas programadas, el diseño entraba a concurso”, recuerda Cárdenas.
Nadie estudia para aprender a diseñar billetes. Es un arte que se aprende. Que se vive. “Las mayores exigencias fueron de la firma Thomas de la Rue, encargada del montaje de los billetes. Ellos ejecutan técnicas muy sofisticadas para evitar las falsificaciones, entonces el diseño tuvo que adaptarse a todas las medidas de seguridad. Por ejemplo, pocos saben que los billetes se imprimen en unos pliegos; el diseño que hice estuvo pensado para que cuando en esos pliegos un billete se junta con el otro, se forme una figura que se vea linda. No es una cosa espontánea”, explica el pintor.
Cárdenas recuerda que, aunque se siente conforme con el resultado final, el diseño original del billete dista mucho del que salió. “Era más colorido y la cara de Silva tenía un diseño mucho más preciso, pero no hubo tiempo porque todo lo querían para ayer”.