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“El texto tiene que estar hecho no solamente para seducir, sino para convencer”

Una entrevista con Juan Carlos Botero sobre la reedición de su libro “Las ventanas y las voces”.

Isabel López Giraldo
19 de octubre de 2024 - 05:27 p. m.
Juan Carlos Botero es autor de "Las semillas del tiempo" (1992), "Virgilio Barco y los medios de comunicación" (1994), "Las ventanas y las voces" (1998, 2024), "La fiesta y otros cuentos" (2002), "La sentencia" (2002), "El arrecife" (2006), "El idioma de las nubes" (2007), "El arte de Fernando Botero" (2010) y "Los hechos casuales" (2022).
Juan Carlos Botero es autor de "Las semillas del tiempo" (1992), "Virgilio Barco y los medios de comunicación" (1994), "Las ventanas y las voces" (1998, 2024), "La fiesta y otros cuentos" (2002), "La sentencia" (2002), "El arrecife" (2006), "El idioma de las nubes" (2007), "El arte de Fernando Botero" (2010) y "Los hechos casuales" (2022).
Foto: Óscar Pérez

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Juan Carlos Botero es un escritor y periodista colombiano nacido en Bogotá en 1960. Egresado de la Universidad de los Andes, de la Javeriana y de Harvard. Ha sido columnista de La Prensa, El Tiempo y, actualmente, cuenta con un espacio de Opinión en el periódico El Espectador. También es conferencista. Ha publicado nueve libros, sus cuentos han integrado antologías internacionales y con ellos ha ganado concursos como el Internacional de Cuento Juan Rulfo (París, 1986) y el Concurso Latinoamericano de Cuento (México, 1990).

En esta entrevista habló sobre el oficio de la escritura, su perfeccionismo y la reedición de su libro.

Para usted, qué significa rescatar la memoria o recuperar instantes de vida para transformarlos o hacerlos más intensos o darles otro ritmo, otra tesitura, otra dimensión...

Desde que escribí por primera vez este libro de cuentos, tuve la intención de responder a un epígrafe que aparece en él, se trata de una frase tomada de Shakespeare en la que habla de las siete edades o etapas en la vida de toda persona. De esta forma quise que el libro tuviera siete relatos con un mismo personaje: Alejandro, quien aparece con y sin nombre. También quise que retratara siete momentos fundamentales en su existencia, los más formativos, los más importantes, los más instructivos. Aquellas experiencias que lo llevan a tomar conciencia de los aspectos más relevantes de su vida, como el amor, el desamor, la violencia, la traición. Busqué que se pudiera leer como un libro de cuentos con un orden arbitrario, así pues, el lector puede iniciarlo donde quiera. Pero a la vez, se puede leer como una novela con siete capítulos. Cada cuento está basado en experiencias reales vividas por mí. Resulta valioso utilizar esa materia prima para contar ficción porque, al estar basados en hechos que definitivamente ocurrieron, en sufrimiento y en gozo, permite crear una historia con gran veracidad. La verosimilitud ayuda mucho a la ficción. Tiendo a pensar que el lector es una persona muy aguda y perspicaz, quien apenas siente que lo que se le está contando es una patraña, un engaño, una mentira, el libro se le cae de las manos. El texto tiene que estar hecho no solamente para seducir, sino para convencer.

Hablemos de lo que usted llamó en el epílogo “carpintería de escribir”. Cuando usted escribe, ¿visualiza los escenarios, imaginarios o reales, y a los personajes como una pintura que va naciendo?

Mi manera de escribir está basada en una convicción: en la vida existen momentos especiales que son muy elocuentes, que alumbran y dicen cosas de la vida, del individuo y de la condición humana. Momentos que son muy fugaces. Momentos que son el resultado de una combinación, frutos del azar, de detalles absolutamente indispensables para la historia. Una anécdota está en la película de Woody Allen, en la cual el personaje principal es víctima de un atentado. Su vida se le está resbalando entre los dedos, siente que se va a morir. Cuando es ingresado al quirófano tiene un recuerdo, aparentemente banal, pero que surge con una gran intensidad. Se trata de una mujer que él amó profundamente, tendida en una alfombra, hojeando una revista ilustrada de moda en una tarde muy agradable de inicios de verano. Las ventanas abiertas del apartamento permiten la entrada de una brisa muy agradable, al tiempo que se escucha la trompeta de Louis Armstrong. Algo en su interior surge con una intensidad tan grande que le permite rescatar las ganas de vivir y luchar por salir adelante. Es precisamente esa combinación de detalles, unidos por el azar, lo que produce ese momento tan especial y definitivo. Si hubiera sido otra música no hubiera sido tan importante el momento, si no fuera ella sino otra persona, si en vez de estar hojeando una revista y hubieran estado discutiendo, todo hubiera sido distinto. La azarosa combinación de detalles especiales producen un impacto definitivo en las personas. Precisamente, la tarea del escritor consiste en identificar esos momentos y tratar de capturarlos en prosa.

¿Podríamos decir que el papel en blanco es su lienzo, las letras sus pinceladas y la energía que transmite el color de los óleos?

Vuelvo al comienzo, mi gran convicción es captar el detalle. Este no es un descubrimiento mío, se lo debo a uno de mis grandes maestros de cabecera, uno de los escritores más elocuentes sobre el oficio: Hemingway. La suya es una instrucción absolutamente prodigiosa.

Rescato su libro Muerte en la tarde, sobre el mundo taurino. En él cuenta dónde nace su obsesión con el detalle. Alguna vez estando en una corrida de toros, el novillero estaba apenas comenzando y no era muy bueno en su oficio, y lo embistió el toro haciéndole un daño terrible. Hemingway se preguntaba por qué habiendo asistido a innumerables corridas de toros, por qué habiendo visto tantas cornadas, esta, en particular, no le permitía dormir. Se preguntaba que había ahí, que le intrigaba tanto.

Hizo memoria, repasó una y otra vez lo sucedido hasta dar con la respuesta. Cuando el toro embistió, el novillero no logró quitarse y el cuerno penetró su muslo, alzándolo a él por el aire para caer al suelo y levantarse totalmente aturdido. En ese instante se dio cuenta de que el cuerno le había abierto el muslo a tal grado que le dejó el hueso del fémur expuesto. El contraste visual entre la blancura del fémur, la sangre y la suciedad de la arena, hicieron que esa cornada sobresaliera en la memoria de Hemingway por encima de muchas otras. Haber captado ese detalle fue muy importante, hizo de ese momento algo imposible de olvidar y sintió la necesidad de rescatarlo en prosa.

Esta fue una enseñanza de una gran profundidad y de inmensa utilidad para mí como escritor. Entonces, en mis textos, especialmente en este libro de cuentos, hay una fijación en los detalles porque creo que al recrearlos artísticamente, de manera convincente y persuasiva, se logra transmitir la vivencia que uno está tratando de comunicar. Que la persona no solo lea el texto, sino que viva la experiencia. De eso se trata.

¿Cómo saber cuando una obra está concluida? ¿Cuál es el momento para entregarla?

Esta es una pregunta fundamental, cómo saber que un texto está terminado. García Márquez decía que es una experiencia que obedecía más a los instintos que a la razón, de la misma manera que la cocinera sabía cuándo estaba lista la sopa. Creo que es un misterio del oficio. Este es el segundo libro que escribí y publiqué por primera vez en 1998. Desde entonces he escrito varios cuentos y novelas que toman lugar en el mar. Al revisarlos, lo primero que me impactó fue ver que no estaban del todo mal, pero que, ante todo, había una oportunidad para mejorarlos, para corregir una cantidad de errores que me parecían imperdonables, fruto de la ignorancia, de la juventud. Cuando me propusieron volver a publicar el libro, acepté con la condición de que me permitieran reescribirlo. Como soy perfeccionista y pienso que las cosas se pueden mejorar, esto me recuerda algo que cuento en el epílogo sobre un pintor francés: Pierre Bonnard, gran maestro, posterior a los impresionistas, generación de Matisse, decía que era “el último de los grandes de nosotros”. Se sentía insatisfecho con lo que pintaba.

Una anécdota muy famosa está en un cuadro que no solo había salido de su estudio, sino que estaba expuesto en el museo Luxemburgo de París, y le pidió a su amigo Édouard Vuillard que entretuviera al guarda de seguridad mientras él se acercaba al cuadro con su paleta improvisada para hacerle retoques con los que corregir la pintura, pues le parecía imperdonable que estuviera expuesta de esta manera ante el público.

Entiendo esa obsesión de volver a retomar el cuento, la obra de arte, buscando mejorarlos. Uno escribe para la posteridad, no lograrlo por factores que se escapan del manejo es distinto, pero la intención es esa, por lo mismo, el texto debe quedar lo mejor posible. Como aceptaron mi condición, reescribí los cuentos en su totalidad para esta narración definitiva. Aunque quedé contento, si en diez años tengo la oportunidad, los volveré a revisar.

Por Isabel López Giraldo

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gustavo(92461)Hace 2 horas
Ahí está mucho mejor que en sus tendeciosos "análisis" sobre el gobierno.
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