Juan David Correa: “No vine a favorecer a algunos o a lucirme con unas cifras”
Tras un año de haberse posesionado en el cargo, Juan David Correa, ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes, habló sobre lo que han sido estos 365 días al frente de la cartera: reflexiones sobre los aciertos, los errores y los anhelos.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Samuel Sosa Velandia
No tenía experiencia como funcionario público, pero, a pesar de eso, hay cierto consenso en que se ha ganado el respeto de sus compañeros en el interior de la institución... Comencemos a hablar de su día a día trabajando en esto.
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No tenía experiencia como funcionario público, pero, a pesar de eso, hay cierto consenso en que se ha ganado el respeto de sus compañeros en el interior de la institución... Comencemos a hablar de su día a día trabajando en esto.
Es verdad, no tengo experiencia. Solo había trabajado un año en el sector público como coordinador cultural de la Biblioteca Nacional, y fue una experiencia extraña, porque era un contratista. Lo que sí puedo decir es que cuando hemos sido periodistas o hemos trabajado en el mundo cultural concebimos la acción política de un ministro de Cultura de una forma distinta, más que simplemente administrar. El mensaje que mandó el presidente al escoger un gestor o a un editor, con el que no tenía mayor relación que haber construido un diálogo sobre un libro que edité, es de confianza, y eso es lo que he venido a honrar. Para mí ha sido importante tener respeto por esto y un agradecimiento por un reconocimiento que no busqué, pero para el que tengo que estar a la altura. No tenía experiencia en la administración pública, pero sí me había preparado, sin saberlo, en un trabajo político a favor de un sector que necesita unas condiciones distintas, representación y dignificación, porque estuve de ese lado.
Suponemos que su visión sobre lo que implica ser un funcionario público ha cambiado...
La cultura del servidor público debe cambiar. No me preparé para esto, es verdad, pero eso me ha hecho pensar que, quizá, ni la gente de mi generación o alguien del sector cultural se preparó para hacerlo, porque despreciamos lo público, que se convirtió en un entramado imposible de comportamientos, como el clientelismo y la falta de transparencia. Por eso mi actitud ha sido la de honrar todas mis críticas e intentar hacer lo contrario.
Hace unos meses hablamos de que quería mejorar las condiciones de los trabajadores del Ministerio. Se refirió, incluso, hasta de un cambio de computadores y algunas herramientas. ¿Cómo ha sido trabajar y enfrentarse a un sistema que lo conflictúa por sus métodos y procesos que podrían demorar los resultados? ¿Ha logrado cambiar algo?
Lo he enfrentado gracias a lo que aprendí del periodismo: nosotros sabemos trabajar con cierres de edición; no hay tiempo para dilatar las entregas que tenemos. En ese sentido, nuestra profesión nos ha exigido profesionalismo y compromiso, algo que me ha servido para estar acá. Para hacer el símil con el periodismo y la edición, estoy en cierres constantes y mi propósito ha sido pedirle a la gente que asumamos una actitud mucho más ejecutiva. Si se pueden hacer periódicos, libros y obras todos los días, también se pueden ejecutar presupuestos, se puede ser más decidido y audaz en la función pública, que se tiene que reinventar y vencer a la burocracia.
Uno de los momentos que marcaron su año de gestión no tiene que ver con su papel en el Ministerio de las Culturas, sino en el de Educación. ¿Cómo fue asumir el cargo de ministro ad hoc en un momento tan crucial para la Universidad Nacional de Colombia?
Evidentemente, es un acto de confianza por parte del presidente: a uno no lo llaman si no hay certeza. Yo me sentí honrado y tomé las decisiones que debía, en conjunto con el equipo jurídico que me asesoró. Mi prioridad fue el bienestar de los estudiantes y las personas, y eso es lo que tenemos que recuperar quienes llegamos al sector público. Evidentemente, mi decisión al recomendar que se nombrara un rector encargado era que los estudiantes pudieran regresar a clase. Al día siguiente de emitir mi resolución, se celebraban los 40 años de un hecho ominoso que ocurrió en la Universidad Nacional y que aún tiene investigaciones por desapariciones dentro de la institución, así que quería apaciguar los ánimos. Creo que, en el fondo, la cultura tiene que ver con eso: lanzar preguntas que nos permitan discutir antes de acudir a la violencia. Cuando tomamos decisiones complejas de manera pacífica y organizada, se previene que se produzcan hechos violentos, porque la gente empieza a hablar.
Después de un año como líder en el sector público y de la cultura, ¿qué piensa ahora sobre el liderazgo? Y se lo preguntamos porque antes dijo que no podíamos seguir en esa actitud de pensar que desde el Estado no se “podía hacer nada”…
Esta pregunta se refiere a este momento de la humanidad en el que nos preguntamos si algo de lo que estamos haciendo va a servir para este mundo tan convulso. Yo diría que si no lo creyera no estaría aquí sentado. A mí lo que menos me interesa es venir a una oficina, montarme en un carro y cumplir con un rol. Eso nunca me ha interesado en la vida. Del periodismo aprendí que uno produce siempre y que lo hace para aprender de uno mismo, para equivocarse, levantarse y producir cosas en esta sociedad. Eso es lo que he intentado en mi acción cotidiana, pero también ha implicado enfrentarse a la impotencia de no lograr cosas. Pero esto es lo que tienes que aprender para ser un líder. Hay que enfrentarse a las propias limitaciones y dejar de lado la ambición desmedida por las promesas que no se pueden cumplir. No hay que seguir mintiendo, ni decir cosas grandilocuentes que uno no va a hacer. Por eso también es importan tener un equipo que te ayude a cumplir.
Hablemos de uno de sus grandes proyectos: la Ley General de Cultura. Una de las novedades es que incluirán a otros actores del sector que no hacían parte de los beneficios de la legislación, como el periodismo y los medios. ¿Por qué ese interés?
No quería proponer leyes para lucirme: no me interesan si no son realmente necesarias. No es una cosa que a mí me quite el sueño, pero la legislación cultural en Colombia merece romper esa idea de la gobernanza programática, que aborda todo de manera aislada. Cuando tú vas a un territorio y ves una cultura ves que todo convive en un mismo espacio Está reunido. Y por eso nos estamos metiendo en temas en donde se supone, para muchos exministros y críticos, que no deberíamos meternos. Pero bueno, yo llevo en esto 25 años y me moría de las ganas por hablar de esto: los editores y periodistas somos incómodos. Yo no vine a favorecer a algunos y a lucirme con unas cifras.
Otra de las banderas de este gobierno y su ministerio es la del patrimonio, al que han dotado de un valor político y comunicativo. ¿Qué se propone en esta ley más allá de lo discursivo?
Yo creo que el patrimonio debe tener una conversación en este país lo suficientemente amplia, porque nos estamos quejando como sociedad todo el tiempo de que nuestro patrimonio se está perdiendo, pero muy pocos lo cuidamos. No somos conscientes de lo que significa. Con esto quiero decir que cuando pintan de negro una Piedra del Sol en Soacha, o cuando se cae una biblioteca, ahí sí todo el mundo se escandaliza. Pero de resto no nos importa. Nos empieza a importar cuando somos adultos y creemos que son unas murallas, tres casas viejas, pero resulta que está hecho de muchas ideas que tenemos que replantearlos, porque, además, y esto tiene que ver con lo del feminismo, el patrimonio es una idea patriarcal y eso también hay que discutirlo. Por eso, desde el ministerio lo que proponemos es que nos cuestionemos sobre nuestra relación con el patrimonio, por eso estamos conversando con la gente y tendremos que plantear una serie de discusiones políticas para aprovisionar recursos.
Hablemos de sus equivocaciones a lo largo de este año de gestión...
Comenzaría por la excesiva idea de que se podía hacer mucho en tan poco tiempo. Esa especie de ansiedad produjo algunos momentos de tensión en la gente y el Estado, porque la construcción institucional no permite actuar de manera tan rápida. Yo lamento la incapacidad para invertir en los territorios excluidos, que no hayamos logrado aún que la contratación pública para ciertas comunidades o grupos sea de manera directa, más no a través de terceros o convocatorias. Pero por eso nos esforzamos en crear proyectos con la gente. Los territorios necesitan otra actitud de los funcionarios públicos, por eso yo me he esforzado en viajar, escuchar y entender que las culturas colombianas son distintas. Hubo un error también en considerar que todas las convocatorias tenían que abrirse al país y quitar muchas cosas que beneficiaban a ciertos sectores urbanos. Eso lo vamos a corregir este año. Escuché a quienes se quejaron al respecto y vamos a recuperar las convocatorias también para la gente de la urbe. Yo me muero por crear soluciones para los artistas y los gestores culturales en Colombia.
Y sobre la gestión cultural, ¿qué piensa ahora? Ese campo sí es conocido para usted...
Yo tengo que reconocer que la gestión cultural en Colombia tiene un camino y ha tenido miles de personas, gracias a las cuales yo puedo hacer lo que hago hoy. Yo no soy Adán, no me he inventado el mundo, ni estoy haciendo esto porque soy mejor que los demás, sino porque he aprovechado una historia construida en este ministerio y en lo que era Colcultura. Yo diría que nos falta mucho trabajo con la diáspora. La idea de trabajar con la gente es todavía muy frágil, no la hemos podido armonizar. La cultura y los funcionarios culturales somos muy tímidos y poco ambiciosos en lanzarle retos a otras instituciones.
¿Cuál es la misión del sector cultural en un país como Colombia?
Yo creo que la misión del sector cultural en Colombia es pensarse como un sector de largo aliento. Quienes vamos llegando no podemos trabajar para que nuestros egos crezcan, sino para crear las condiciones que expandan al sector. Esa ha sido mi lucha. Evidentemente faltan muchas cosas. Yo creo que en un año no se soluciona todo, pero insisto, todos los días hago un autoexamen crítico y no me creo el cuento de que soy el mejor.