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Orígenes
Mi abuela paterna fue una mujer maravillosa, muy culta, a ella le debo la mayor influencia de mi amor por los libros, por la escritura y por la literatura.
Durante buena parte de mi niñez supuse que los abuelos de todos los niños tenían nombres para el abuelo en versión masculina y para la abuela en versión femenina: los míos por parte de mi mamá, más que marido y mujer, parecían homónimos pues se llamaban Florio y Floriana. Cuando descubrí que eso no era así, me pareció muy extraño y me costó entenderlo.
Cuentan que mi nonno Florio, músico graduado del conservatorio de Nápoles, alguna vez tuvo que tocar en una misa, pero el cura de su pueblo le dijo: “Yo no te dejo tocar porque sé que eres masón. Solo podrás hacerlo si traes un permiso del Papa”. Tuvo entonces que ir hasta Roma desde Fresagrandinaria, su pueblo ubicado en la Costa Adriática Provincia de Chieti - Abruzzo. Viajó con mi nonna, a quien he sido muy cercano, a la audiencia con Pío XII para que le firmara el permiso.
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Al salir de esa reunión mi abuelo se encontró con un amigo que le dijo: “Mucho gusto de verte, Florio. Estoy acá con esta mujer que viene de Colombia a reclutar músicos italianos que quieran trabajar en conservatorios de su país o a abrir nuevos. Y qué coincidencia, te estaba buscando precisamente para hablarte de eso”. Fue mi abuela quien tomó la decisión de embarcarse. Mi nonno se fue adelante y luego mi nonna viajó con sus tres hijos, entre ellos mi mamá, su mamá, una máquina de coser Singer y dos camas de resortes metálicos pues le parecía que iban a ser una rareza, solo resultó que al llegar encontró que las había por doquier.
Mi nonno terminó enseñando música y dirección de orquesta en el Conservatorio de Popayán y por esa circunstancia es que se conocen mis papás.
Infancia
Si bien los primeros recuerdos que conservan las personas corresponden a la edad de seis o siete años, los míos son de mis tres años cuando ocurrió el terremoto de Popayán en la mañana de un jueves Santo de 1983. Estaba en el edificio en el que vivíamos en compañía de mi papá y de una niñera que me preparaba mi leche. Sentí un rugido muy parecido al de un avión grande despegando y a través de la ventana vi que todo se movía. Me pareció tan normal como tener una abuela que se llamara Floriana y un abuelo que se llamara Florio. Mi papá me cargó con determinación para sacarme del edificio y en mí está muy presente la imagen de un mundo arruinado, totalmente arrasado y donde solo había escombros. Mi hermana mayor se había ido a dormir donde mi nonna con un primo y su tía Amparo, quienes acababan de llegar de Cali. Amparo estrenaba un baby doll y del susto salió corriendo a montarse en hombros de un motociclista quien la llevó de regreso a su ciudad, así, tal cual estaba.
El terremoto significó una ruptura social y cultural muy fuerte para Popayán. Dejó a su viejo imaginario colonial en tránsito de desaparecer porque se proclamaron leyes para estimular la inversión y para reconstruirla, lo que hizo que llegara una gran cantidad de gente de afuera a instalarse. Esa fue la Revolución francesa que la ciudad nunca había tenido.
Viví en Popayán hasta los ocho años, cuando nos trasladamos a Bogotá por razones familiares. El cambio fue muy impactante por tratarse de ciudades muy distintas en tantos aspectos. Por su parte, Popayán es muy particular, tuvo un peso político enorme en la vida colonial, con una herencia muy jerárquica y excluyente; así como refleja muchas de las virtudes de la tradición española, por las que hay un apego por la lengua, por los libros, por la cultura, por el saber, también está afectada por muchas de sus peores lacras y muchos de sus mayores defectos, pues hay injusticia y marginación social que están asentadas en la estructura genética de la población.
Suele considerarse que la gente de Popayán es muy conservadora, pero más que eso, creo que hace parte de una ciudad típicamente colonial en el sentido de que tiene una moral muy hipócrita porque en las noches, de manera oculta, se despiertan todos sus demonios. Contrario a lo que se piensa es muy liberada, truculenta y medio bucólica.
De otro lado, recuerdo que nosotros vivíamos cerca del campo. Al lado de nuestra urbanización pasaba un río, por lo mismo pescar sardinas y renacuajos era parte de mi vida cotidiana.
Considero que para un niño la vida en Bogotá es gris, pues la gente permanece encerrada en los conjuntos al estar siempre en un edificio. La figura del celador, tan sociológicamente determinante de la cultura bogotana, no existía en mi ciudad.
Actor
A mis ocho años quería ser futbolista, entonces le pedí a mi mamá que me matriculara en la academia de Alejandro Brand, la única que había, pero no quiso porque pensó que el futbol era un vicio y un oficio de mala vida. Para evitar mi perdición me inscribió en la academia de arte de María Angélica Mallarino donde recibí clases de teatro, actuación y música. Así fue como mi mamá me cambió los guayos por tutus y trusas, lo que me marcó como con un hierro candente más que el terremoto mismo y me alejó del futbol para meterme de bruces a ese otro mundo que considero muchísimo más pesado. Vivir esta experiencia forjó mi carácter de manera importante, porque, además de María Angélica quien es un ser hermoso, conocí a su mamá, Asita Madariaga de Mallarino, uno de los grandes personajes en mi vida.
Tengo una gran pasión por los ancianos y en particular por las ancianas, y esto tiene que ver con que mis abuelas fueron grandes protagonistas en mi vida. Desde niño descubrí la fascinación y la felicidad de compartir con un viejo, algo que me ha quedado hasta hoy, así que siempre que puedo vincularme con uno lo hago encantado por considerarlo un plan mejor que cualquier otro. Y es que una de esas viejas de mi vida fue Asita, quien tenía una historia maravillosa y estremecedora. Era sobrina de Salvador de Madariaga, gran intelectual español de familia republicana, cuando se dio la guerra civil tuvo que salir de España para venir al exilio con toda su familia. Su mundo era increíble, casi de novela.
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Asita había sido la niña del grupo de teatro de Federico García Lorca. Contaba cómo iba de pueblo en pueblo por Andalucía con él. También había sido amiga íntima de Alejandro Casona, no sé si novia, pero sí muy amiga. Entre otras, alguna vez que conté esto y traté de eludir a lo que pudo haber sido un romance entre ellos, Daniel Samper Pizano me dijo: “Menos mal no tuvieron una hija porque si no todo el mundo le habría dicho: Casona De Citas”. Lo bueno de todo esto y, una de las cosas más importantes que me han pasado en la vida, fue conocerla cual revelación. Y es que mi dicha era capar clase de danza o de música para oírla todo el tiempo.
En esa época también tuve una incursión muy barroca en la actuación como actor profesional de la novela Calamar. Su primer director fue Víctor Mallarino hijo de Asita. Como ella me recomendó, me dieron el papel. Fue el intento más audaz de llevar a la pantalla chica el realismo mágico de manos de Bernardo Romero Pereiro, gran libretista sin límites para el ridículo y para contar historias. Calamar hoy es muy recordada y famosa, fue la única novela de la televisión colombiana que incluyó un muñeco llamado Guri Guri. Todas las novelas tienen siempre un niño actor y yo era el de Calamar, entonces tuve mi aparición estelar como el niño que descubría y sacaba de un baúl al muñeco. Moisés Angulo hizo la voz de Guri Guri durante varios capítulos y lo fabricó en Estados Unidos el mismo paisa que hizo a Alf, en fibra de vidrio, peludo, con pies de hule grandísimos y en su interior se metía un enano sesentón, otoñal, con quien yo me entendía muy bien.
Ocurrió un episodio surreal cuando nos sacaron a exteriores en la Costa Caribe Colombiana. En un pueblo de esos ardorosos, a cuarenta grados, salieron todos a saludar a Guri Guri y el enano vestido del personaje salió a saludar a su público. En un momento dado se quedó con la mano quieta. Dentro de la cabeza del muñeco había un sistema de control remoto para que hablara con el máster, entonces le preguntaron qué pasaba, pero el enano no respondió pues se había desmayado por el calor. Quedó desgonzado dentro de los pies y el muñeco estático. Fue aterrador, pero lo peor fue que sobrevivió.
Esta fue mi primera y única experiencia como actor. Tengo recuerdos maravillosos y muy gratos de personajes como Teresa Gutiérrez, Carlos Muñoz, Humberto Dorado, Salvo Basile, entre otros. Me trataron como el niño que era, pero a mis doce o trece años ya parecía incontrolable. Lo curioso es que, para decirte en términos concretos, exploré muchas cosas, pero no me entregué a nada porque nada me gustaba. Para darte un ejemplo, a mí me hubiera encantado ser marihuanero y traté, pero no pude pues la marihuana no hizo ningún efecto en mí. Te confieso que les tengo envidia profunda, pues me parece que es un vicio inofensivo y muy estimulante, creo que lo que producen las alucinaciones, por la placidez que uno ve en ellos, tiene que ser una cosa deliciosa. Como para mí no fue algo prohibido ni problemático, no me interesó ahondar en eso. Yo siempre preferí un libro a un bareto.
Fui muy precoz en casi todo. En una época fui buen lector, empecé a los quince años leyendo los libros de historia colombiana que tenía mi abuela. Luego me dediqué a tocar guitarra, al rock, al baile, al futbol, a las novias y a salir con mis amigos. Viví con intensidad muchas cosas muy temprano, entonces agoté una cantidad de exploraciones de tal forma que a los diez y seis años los comportamientos adolescentes me aburrían. Esto me llevó a descubrir el amor por la lectura como un vicio y como una pasión de todos los días.
Tuve una familia muy liberal que me permitió hacer todo lo que quise sin problema: esa debe ser la razón por la que muy temprano me volví conservador. A los diez y siete años descubrí mi gusto por el conservatismo, pero, obviamente, no como una postura de partido sino como una postura casi estética y filosófica frente a muchas cosas, frente a la vida, al poder y a la historia.
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Músico
Al terminar mi colegio tenía claro lo que quería para mi vida: ser rockero y guitarrista de blues. Así que viajé al Reino Unido para dedicarme de manera consagrada. Estando allá descubrí que la música que me gustaba era la que correspondía a la generación de nuestros papás, inclusive de nuestros abuelos, y no a la de mis contemporáneos o a la de la gente con quien me relacionaba. Me arriesgué a tocar con compañeros de la Universidad, ellos querían Nirvana, por ejemplo, por lo que no hubo sintonía entre nosotros. Fue un golpe duro porque me sentí fuera de época, pero con orgullo. Aún hoy me siento así y hace parte de lo que soy, aunque hay ciertos casos en los que pesa. Decidí cambiarme a historia e hice la transición lo más breve que pude.
Columnista
Descubrí que me gustaba estar con un pie en Europa y otro en América y como no quise quedarme a vivir, me devolví ya graduado. Llegué a Cali, donde vivían mis papás en ese momento. Estando ahí entrevisté para el periódico Diario Occidente, en el que ya escribía columnas, al escritor Enrique Serrano. Enrique escribió un libro que para mí es quizás uno de los cinco mejores que se han escrito en Colombia, La Marca de España. Ese libro me deslumbró, me cambió la vida y la forma de ver la literatura. Son quince relatos históricos sobre la herencia española. Y yo pensé: “Entonces se puede hacer literatura con la historia en un tono tan contemporáneo y conmovedor”.
Enrique se volvió mi maestro y por cuenta de él conocí a un gran personaje de mi vida, Eduardo Barajas, decano y fundador de la Facultad de Ciencia Política y de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario. Por cuenta de él vine a Bogotá como profesor de historia de esa facultad por doce años, teniendo yo veintiuno y con alumnos de mi edad. El camino de la persuasión, el discurso con contenido, mi amor por el conocimiento, mi inquietud por descubrirlo todo y el carácter reflexivo, fueron factores claves para ganarme el respeto de todos.
Académico
Al principio pensé que lo mío era la academia. Esa facultad era un remanso de paz, un espacio de gran libertad intelectual de la mano sabia de Eduardo, un tipo muy inteligente con un talento impresionante que logra sacar lo mejor de cada uno.
Escritor
En alguna Semana Santa en Popayán empecé a escribir relatos que aún conservo. Son cuentos con anécdotas que había leído en las biografías de escritores, de episodios que parecían sacados de la ficción. Recuerdo de manera muy especial el que hice sobre el Vizconde de Chateaubriand, francés de finales del siglo XVIII, sobre Joseph Conrad uno de mis escritores más queridos y uno de mis ídolos, y sobre Shield El Poeta Romántico.
Alguna vez María Clara Guillen, directora del Archivo Histórico de la Universidad del Rosario y esposa de Gabriel Iriarte, quien fue editor de la Pinguin Random House y en ese entonces de Planeta, me preguntó si yo escribía literatura, lo que no me hizo ningún sentido. Le pasé mis relatos y ella a su vez se los entregó a su esposo quien le dijo: “¡Yo no dispongo de tiempo para leer a un muchachito! Mejor que los vea Leonel Giraldo, editor de ficción”. Un día cualquiera recibí una llamada:
- Soy Gabriel Iriarte, esposo de María Clara. En Planeta nos gustaron mucho sus textos y queremos publicarlos. ¿Usted tiene más?
- ¡Claro! Yo tengo ya un libro hecho.
Eso no era cierto en cambio sí tenía veintitrés años. Así que, en unas vacaciones, estando en Cali y en un gesto de irresponsabilidad y de arrojo juvenil, escribí diez o quince más. Ese es mi primer libro, Los Mártires, producto de una iluminación. El lanzamiento se hizo el 14 de diciembre de 2004.
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Con la puerta abierta de la ficción y de la literatura descubrí que quizás me interesaba más que la academia. Empecé lentamente a deslizarme en el infinito mundo literario. Al comienzo no lo tenía tan claro, pues no era fácil tomar la decisión de volverme escritor, además tenía que ganar plata porque justo en ese año concebí a María quien nació en el 2005, me casé y en el 2007 nació Manuela cuando publiqué mi primera novela. María y Manuela, son el amor de mi vida.
Mi segunda novela Napoleónica fue sobre una anécdota que me encontré en un libro viejo en el que se habla de unos criollos neogranadinos que iban a Santa Elena, donde estaba encarcelado Napoleón en medio del Atlántico y en medio de la nada. Debían sacarlo de allá y traerlo a gobernar, lo que nunca se cumplió por suerte para él.
En el 2008 viajamos en familia a Venecia, donde permanecimos por año y medio, tiempo en el que adelanté becado una maestría en Historia del Mediterráneo. Luego me divorcié de mi esposa, una mujer a la que aprecio y que actualmente vive en Berlín con su esposo colombo-alemán, lo que me obliga a viajar con frecuencia. Pensé que al autorizar la salida del país a mis hijas estaba dándoles una gran oportunidad de vida, y resulta que la oportunidad me la dieron ellas a mí, porque ahora vivo la mitad del año allá con ellas.
En el año 2010 escribí Calcio, una novela sobre la historia del futbol que ha tenido mucho reconocimiento y éxito en ventas y fue traducida a otros idiomas. Y es que mi gusto por el fútbol es irracional. Sí, algunos académicos lo condenan, como Borges que era ciego y por lo mismo tuvo toda la razón en odiarlo, hay otros amargados que lo consideran el opio del pueblo, un espectáculo masivo, vulgar y bochornoso, pero grandes intelectuales se han ocupado de este deporte y ven en él una representación perfecta de la vida humana en todos sus niveles, aristas y dimensiones. El fútbol es mezquindad, creatividad, talento y suerte. Es la suma de todo. Es protagonismo, pero también abnegación, pues unos están condenados a que la gloria se la lleven otros. Hay poesía, armonía, caos, azar, orden, desorden, barbarie, arte, belleza, música y pintura. El fútbol es una de las justificaciones de que el ser humano exista.
El mundo de la literatura dejó de ser una distracción de sábado y domingo y se convirtió en lo más importante. En el año 2012 cerré el capítulo académico para hacer el tránsito de lleno a la escritura, comencé mis columnas y encontré un esquema de vida factible y probable sin tener ataduras de tipo burocrático con instituciones. Y es que hay una relación muy profunda con mis estudiantes, de mucha nostalgia y cariño. Pero debo confesar que los últimos tres años de mi vida como profesor fueron muy esforzados porque ya tenía mi alma y mi cabeza en la literatura y en la libertad que esta me daba.
Si bien tejí un vínculo muy profundo con el proyecto de Eduardo Barajas, razón por la que no había decidido hacer el tránsito, la academia en sí me aburrió mucho y me pareció un escenario lleno de vanidad, de dogmas, carcomido por un fanatismo y un burocratismo que la hacen estéril y engorrosa.
La perspectiva de dedicarme a la academia como un destino y como una forma de vida no está en mí, debo decirlo con tristeza. Fui muy feliz siendo profesor, pero hoy en día también lo soy con los viajes y con la libertad que mi trabajo me brinda. No creo haber dejado en absoluto un vacío porque me volví escritor muy rápido, por lo mismo no fui representativo, aunque sí tuve un ascendiente con los estudiantes, la relación carismática con ellos era para mí un espacio muy fértil y un diálogo maravilloso.
Conferencista
En ocasiones doy charlas y conferencias bajo la premisa que debo hacerlo con libertad, placidez y sin llenar cuadros. Porque otra maldición de la academia es que se volvió un espacio en manos de los gerentes y no de los maestros. La visión gerencial del mundo es necesaria e inevitable pues se rige por esa lógica en la que no hay otro camino para que muchas cosas funcionen: es una visión muy cerrada, obtusa, fanática, dogmática, precaria.
Entiendo que esa lógica se cumpla del todo en el mundo empresarial, pero creo que la ruina de la academia está en que se la tomaron tecnócratas que están pensando todo el tiempo en trasladarle el lenguaje corporativo y la cultura organizacional, lo que me parece un infierno. Los estudiantes son clientes y los profesores somos funcionarios y eso ya distorsionó todo. Por lo mismo, cuando hablo en público lo hago siempre con mentalidad de libre pensador.
Esposa
A lo que sí volví fue a la vida matrimonial. Estoy muy bien casado con una mujer que fue mi amiga en la adolescencia. A mí me fascinaba y ya en esa época me parecía un milagro porque fue siempre un modelo de lo que es una gran mujer. Cuando me divorcié, después de estar un tiempo solo, a la deriva y recuperando los bríos propios de un hombre soltero, lo que también tiene cierto encanto, aunque agota, hice todos los esfuerzos por reencontrarme con ella. Fui a Popayán a buscarla, pedí que me hicieran el milagro y por suerte me prestaron atención. Nos casamos y resultó mejor de lo que yo pensaba. Ya la había idealizado, solo que en la realidad es mejor. Este sueño cuenta más de una década y es como para escribir un libro. Ahora somos padres de Miranda.
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Sus libros
Entre mis libros está el de Los Mártires, El Naufragio del Imperio, Calcio, El Hombre que no fue jueves, El Tiempo por Cárcel, este último en conversación con Roberto Pombo para revelar la vida colombiana en los últimos treinta años. Yo siempre le decía: “Usted tiene que publicar todo lo que ha visto y todo lo que sabe, porque aquí nunca nadie cuenta nada”. Él era reacio a eso, pero un día Gabriel Iriarte me dijo: “Voy a hacer una serie de conversaciones con periodistas. ¿Quién se le ocurre que pueda estar ahí?” Invité a Roberto y estuvo de acuerdo siempre que yo lo entrevistara. Luego escribí Ningún Tiempo es Pasado, que reúne varios ensayos sobre temas diversos desde la Primera Guerra Mundial hasta Syd Barrett. Los más recientes son la biografía de Álvaro Gómez Hurtado y Cartas Abiertas.
Reflexiones
Leo por las noches hasta muy tarde, un solo libro a la vez, aunque reviso cosas cuando estoy investigando. El mundo de hoy tiene muchas distracciones, sobre todo YouTube que ha sido el bazuco que me lleva a ver conciertos y boberías.
Por las mañanas escribo mis novelas y los miércoles mi columna. La guitarra sigue ahí, lo mejor es que ahora no tengo el problema que hace unos años, porque con Internet no necesito compañeros reales, aunque no sea lo mismo. El ocio ocupa buena parte de mi tiempo que dedico a lo que me gusta, a lo que me interesa.
Soy nervioso para unas cosas, muy tranquilo para otras y un convencido de que mis vivencias tienen un significado muy profundo en mi memoria inconsciente y en mi recuerdo. En lo que tiene que ver con mi producción, lo que yo sí querría es generar en el lector un gran disfrute y una gran placidez, que leer lo que escribo les produzca alegría.
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