El nuevo archivista
Presentamos un ensayo sobre Juan Gabriel Vásquez, que hace un paralelismo entre el autor y el método de escritura de Gabriel García Márquez.
Juan Camilo Parra
La primera vez que lo vi fue en la presentación de su libro La forma de las ruinas en el Museo Nacional. En aquella ocasión, mientras Juan Gabriel Vásquez me firmaba el libro, dije de forma imprudente algo que debe ser común para los escritores: quiero ser escritor. Pero me repuse de inmediato para evitar un momento de incomodidad, así que pregunté sobre la importancia de la elección de los temas que finalizan en ficción. Conclusión breve y azarosa: los temas son un azar. La respuesta no me dejó conforme. No porque lo dijera él, sino porque había algo más detrás de ese azar, de esa suerte con la que un individuo se topa con un tema y lo convierte en un relato digno del reconocimiento de un grupo de personas. De camino a casa recordé la famosa entrevista a Gabriel García Márquez, La escritura embrujada, que no es otra cosa que una lección fantástica de escritura desde el testimonio y el archivo.
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La primera vez que lo vi fue en la presentación de su libro La forma de las ruinas en el Museo Nacional. En aquella ocasión, mientras Juan Gabriel Vásquez me firmaba el libro, dije de forma imprudente algo que debe ser común para los escritores: quiero ser escritor. Pero me repuse de inmediato para evitar un momento de incomodidad, así que pregunté sobre la importancia de la elección de los temas que finalizan en ficción. Conclusión breve y azarosa: los temas son un azar. La respuesta no me dejó conforme. No porque lo dijera él, sino porque había algo más detrás de ese azar, de esa suerte con la que un individuo se topa con un tema y lo convierte en un relato digno del reconocimiento de un grupo de personas. De camino a casa recordé la famosa entrevista a Gabriel García Márquez, La escritura embrujada, que no es otra cosa que una lección fantástica de escritura desde el testimonio y el archivo.
Después del premio Nobel de literatura, muchos intentos de escritor empezaron a copiar y casi a plagiar de forma descarada el tono, la estructura y hasta los temas de García Márquez. Claramente el intento fue fallido, porque les faltó algo importante: sumergirse no como un buzo que lleva cuanta protección le es posible, sino como un nadador de río, como un hombre de mar curtido al sol y que teme a las aguas, pero no lo suficiente para no entrar y conocer sus profundidades, sus misterios y su propio cuerpo capaz de soportar un poco más que cualquier marino entrenado. No comprendieron completamente que escribir no es un asunto de “realismo mágico” ni de una musa inspiradora. Sino de una disciplina inquebrantable a la hora de investigar los pormenores que sean de utilidad para poder narrar. Antes de sentarse frente a la hoja en blanco, debe existir una cartografía para navegar. Muchos desconocen, por ejemplo, que para escribir Noticia de un secuestro, García Márquez investigó y solicitó investigar el tiempo atmosférico preciso del día en que fue secuestrada Maruja y Beatriz. Sus descripciones no eran un ejercicio de imaginación, sino el fiel recuerdo – testimonio – de una experiencia propia o de otros investigada con la rigurosidad de un archivista.
En 1996 cuando se publicó Noticia de un secuestro, un joven bogotano se embarcaba en un avión rumbo a París para alejarse del derecho y construir su camino como escritor. En ese momento mientras el avión despegaba, Juan Gabriel Vásquez leía La tía Julia y el escribidor de Mario Vargas Llosa. ¿Qué relación hay entre estos dos sucesos tan lejanos? Por un lado estaba el camino trazado para el cierre literario de García Márquez. Y lo digo de tal forma porque sus siguientes libros: Vivir para contarla – proyecto que sería de varios tomos y solo conocimos uno – y Memoria de mis putas tristes llegaron como culminación a un proceso que se gestó mucho antes de que las enfermedades empezaran a dominarlo. En su afán por una vida alejada de los medios y cualquier exposición pública, para esa primera década del milenio ya se instauraban los problemas de memoria, los vestigios del cáncer y la curiosidad por leer a un tipo que había escrito sobre un pueblo llamado Macondo que tenía piedras como huevos prehistóricos. Luego se asustaba al ver su rostro en la contraportada.
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Mientras tanto Vásquez escribió dos novelas de mucho impacto literario: Los informantes e Historia Secreta de Costaguana. La fuerza de su narrativa está resumida en dos puntos fundamentales. Desde su primer momento lo cuestionó – y lo sigue haciendo – las formas de narrar, es decir, ¿Cómo poder narrar esto, desde qué puntos es posible comprender una ficción con la información que se tiene? Esto simplemente es un afán por querer comprender el quehacer. El siguiente no se desliga del primero, sino que invita a trabajar con un destornillador de mil puntas: ¿Cómo se lee este libro, cuáles son los engranajes que permiten que esta historia funcione en la ficción? Aunque puede ser algo evidente, hay formas de hacerlo, fórmulas que permiten entender el arte, la forma de embrujar.
Parece entonces, que ese suceso tan lejano era más bien muy cercano, ya que, Juan Gabriel Vásquez heredó de García Márquez el arte de leer, de distorsionar y de escribir. Nunca se cruzaron ni se encontraron. Pero de seguro el premio Nobel se enteró por amigos y los medios de comunicación, que Colombia tenía otro escritor galardonado con el Premio Alfaguara de novela.
Giorgio Agamben escribió alguna vez que “…el archivo es lo no dicho o lo decible que está inscrito en todo lo dicho por el simple hecho de haber sido enunciado…”. Es decir, que ese objeto – archivo – con el que se encuentra un individuo es una caja secreta que debe ser descubierta desde todas la ópticas posibles. El misterio del objeto tal vez no sea el objeto mismo, sino el cómo se estudia. Una carta, un gallo de pelea, un panfleto, un libro, unos pergaminos escritos en sánscrito por un gitano; un barco mercante, el cráneo de Rafael Uribe Uribe, una vértebra de Gaitán. La muerte del padre de Sergio Cabrera o una caricatura en el periódico. Todo es objeto de análisis como un arqueólogo, como un forense, como un relojero que ensambla pieza a pieza el instrumento que ordenará el tiempo del individuo.
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Siguiendo con Agamben:
“En oposición al archivo, que designa el sistema de las relaciones entre lo dicho y no dicho, llamamos testimonio al sistema de las relaciones entre el adentro y el afuera de la lengua, entre lo decible y lo no decible en toda lengua; entre una potencia de decir y su existencia, entre una posibilidad y una imposibilidad de decir”.
La meticulosidad con la que el objeto es tratado comprende la forma en cómo utilizo el lenguaje, pues no hay nada fuera de este, pero tampoco todo está dicho. Y aquí es donde viene el maravilloso juego del pasado y el presente. La importancia de la historia humana y sus múltiples formas de poder ser interpretada lejos del canon que propone el historiador.
La pregunta clave es: ¿Qué hubiera pasado si…? Y nace la ficción, pero todo, como dijo Cortázar alguna vez, puede ser una historia, se basa, claramente, en la forma en cómo cuento y esto más allá de ser enseñado, debe ser descubierto no por azar, sino por la persistencia y rigurosidad con la que los grandes escritores han hecho su trabajo.
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El tema del objeto no es solo de Márquez, sino de Borges, Piglia, Vargas Llosa y otros tantos, que como dice el mismo Vásquez en su último libro La traducción del mundo: no se puede escribir sin entender la tradición, no se puede hacer lo mismo que hizo el famoso personaje del ensayo de Borges La muralla y los libros. Aquel emperador que eliminó toda la historia de su pueblo para obligar a que la historia de los mismos comenzaba con él.
Juan Gabriel Vásquez es el heredero directo del método de García Márquez. No del realismo mágico, que no es propio del autor de Aracataca, ni mucho menos de su forma, sino del método, del paso a paso que nunca reveló, pero que está impregnado en cada relato que hizo desde su primer cuento publicado en El Espectador.
“La lectura de ficción es una droga: el lector de ficciones un adicto”. Sentenció Vásquez en su primer libro de ensayos: El arte de la distorsión. En el texto que le da el nombre a este libro, Juan Gabriel Vásquez exhibe el método de García Márquez. Pero no lo expone para los demás, sino que dialoga consigo mismo e intenta comprender hasta donde ha llegado con las dos novelas publicadas y con el cierre de la primera década de este milenio. Años después comenta: “…la historia es un monstruo temible y los documentos son una manera de aliviar el miedo: los documentos nos dan la ilusión de control”. La preocupación por reflexionar sobre el ejercicio de leer y escribir se volvieron nuevamente ensayos-conferencias en el libro: Viajes con un mapa en blanco y me atrevo a afirmar – así mismo se lo dije cuando nos vimos en el Gimnasio Moderno – que se fortalecen y quizás se cierran con La traducción del mundo que funciona como un alto en el camino, a la reflexiones sociales y literarias para decir: ¿la novela declara su crisis cuando la sociedad está en crisis? Una defensa sobre la novela.
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