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Juan González Román, el colombiano que ha trabajado de la mano con Joe Biden

En esta nueva entrega de Historias de Vida, serie producida por Isabel López Giraldo para El Espectador, Juan González Román habla de su vocación por el servicio público y de su experiencia trabajando para los últimos gobiernos de Estados Unidos. Su admiración por Joe Biden lo sigue atando al ese país, sin olvidar sus raíces latinas y colombianas.

Isabel López Giraldo
22 de octubre de 2020 - 06:56 p. m.
Juan González Román quiso trabajar con Joe Biden desde que este último fue senador. Su meta la cumplió cuando Biden fue vicepresidente.
Juan González Román quiso trabajar con Joe Biden desde que este último fue senador. Su meta la cumplió cuando Biden fue vicepresidente.
Foto: Archivo Particular
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Soy alguien muy comprometido con el servicio público. Cartagenero nacionalizado en los Estados Unidos. Activo en el Partido Demócrata y especialista en la política exterior del país. El Plan Colombia impactó mi vida y le dio origen a mi carrera. También soy un hombre de familia y padre de dos hijos, la menor está por nacer. Siento un amor profundo por mi país y por el vallenato, lo escucho a diario.

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Orígenes- Rama paterna

Mi abuelo, Carlos González Bernal, fue alcalde militar de Miraflores, Boyacá. Se vio obligado a huir durante la violencia y llegó con su familia a la capital del país, donde fue tesorero general de la Federación Nacional de Cafeteros. Nunca lo conocí, pues murió cuando yo era muy niño. Mi abuela, Georgina, es una santa de corazón muy grande. Fue quien me enseñó a rezar el Rosario. Conservo sus fotos y las miro con una devoción muy especial.

Mi papá, Sixto León Abelardo de Jesús González Soler, nació en Boyacá, fue seminarista en el Seminario Menor de San Benito, Bogotá, pero se retiró para estudiar ingeniería mecánica en la Universidad de los Andes. Se vinculó a Ecopetrol y trabajó en la Refinería de Cartagena, donde conoció a mi mamá. Luego adelantó su MBA en Thunderbird, Arizona. Fue así como se estableció con la familia en los Estados Unidos, ya vinculado a General Motors.

Mi padre es un hombre que aplica la lógica en todo, ha sido muy trabajador, pero ahora está dedicado a disfrutar su rol de abuelo.

Rama materna

Mi abuelo fue Gustavo Román y mi abuela Ninfa Vega. Mi mamá, Vilma Román, creció con su tía abuela, Ana Elvira Román, dueña de la Escuela Montessori en Manga. Es una mujer muy bella, rubia, de ojos verdes. Estudió psicología hasta antes de casarse, pero con los años se convirtió en una gran chef, cuando estudió en el Instituto Culinario de las Américas, en Nueva York. Trabajó en varios restaurantes durante su carrera y abrió uno propio llamado Mixtos, en Palm Beach. En México se hizo tan famosa su paella, que una vez Gabriel García Márquez y Gustavo de Greiff, el entonces embajador en dicho país, visitaron nuestra casa para probarla.

Ahora que mi mamá está retirada solo cocina para nosotros. A todo lo que hace le imprime el corazón porque es una mujer muy amorosa y dulce.

Casa materna

Mis papás se conocieron en Cartagena cuando mi papá alquiló una casa junto a la de mi tía abuela Ana Elvira y fue a pedir prestada su guitarra. La familia, originalmente, cuestionó esta relación, pues mi papá no era cartagenero. Sin embargo se enamoraron y la rebeldía de mi mamá se impuso.

Somos tres hermanos: Paola, Juan Sebastián y Esteban. Hacemos parte de una familia católica que practica su fe.

Infancia

Nací en Cartagena, Colombia, donde viví hasta mis siete años. Conservo unos recuerdos muy hermosos con mis primos Román y con los González Soler, que son muchos. Crecí jugando fútbol en la playa de Castillo Grande, cuando no era tan visitada por los turistas.

En algún momento mi mamá animó a mi papá para que nos mudáramos a los Estados Unidos, pues quería brindarnos una experiencia de vida mucho más internacional. Y, aunque mi papá inicialmente prefería quedarse trabajando en Ecopetrol, donde adelantaba una muy buena carrera, tomaron el riesgo, vendieron todo y viajamos en 1983.

Cuando llegué solo sabía tres palabras en inglés: shower, dog and Disneyland. Como éramos tan niños aprendimos muy rápidamente a hablarlo.

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Una vez mi papá se vinculó a General Motors, nos mudamos para Rochester a experimentar el frío de Nueva York. Allí vivimos varios años en medio de una comunidad de colombianos bastante pequeña.

Estudié en una escuela de jesuitas. Fui deportista, practiqué el cross country, ciclismo de montaña. Pero también se despertó en mí una pasión muy profunda por el teatro. Fue así como representé diferentes personajes en grandes obras y fui el actor principal en The Glass Menagerie, de Tennessee Williams, y en West Side Story. Estudié en la escuela jesuita McQuaid Jesuit High Schooll.

No es fácil ser latino en una ciudad como Rochester, que no es diversa. Fui uno de los pocos latinos en mi escuela, pese a que tuvimos nuestro grupo de colombianos. Es natural buscar a sus iguales, y yo lo hice.

Tuve mis excentricidades, por lo menos así era como se me veía en los Estados Unidos, pero no en los países latinos, pues la energía, la pasión propia de nuestra gente, salió a relucir y se expresó actuando en obras de teatro y en la pintura. Porque mi mamá pintó en acuarela y óleo. La imité y produje mis propios trabajos. En algún momento pensé que el arte era mi destino.

Mi mamá siempre nos decía: “Cuando entras a esta casa estás en Colombia. Cuando sales, estás en los Estados Unidos”.

Mi papá me dio mi primera guitarra en 1987, cuando tenía once anos. Tenía una conferencia en la sede de General Motors, en Michigan, y tomamos la carretera por Canadá como atajo. Nos quedamos varados porque trajo el pasaporte equivocado para mí. Entonces fue cuando me compró una guitarra con el fin de mantenernos entretenidos, para no desesperar, porque estábamos muy niños y encerrados en un hotel, mientras esperábamos dos días a que mi hermana nos alcanzara.

La primera canción que aprendí fue Guantanamera. Desde entonces interpreto la guitarra, canto y comparto con mis amigos, pero muy especialmente con la familia de mi papá, que es de músicos.

Durante mi tiempo en Rochester construí la más estrecha amistad con Paul Carreo, con quien a través de los años he compartido y hasta se convirtió en mi padrino de boda. Estudiamos juntos y hemos coincidido en diferentes escenarios.

México

En 1994, cuando se dio el Acuerdo de Nafta entre los Estados Unidos y México, le ofrecieron a mi papá tomar la opción de mudarse a Ciudad de México. Nuevamente, mi mamá fue la de la idea de aceptar la oferta, pues quería que recuperáramos el idioma y que nos conectáramos con nuestras raíces latinoamericanas.

Si bien al comienzo protesté porque no quería dejar a mis amigos, a mi novia y a mis actividades, luego entendí que fue lo mejor que pudo ocurrir, pues me estaba asimilando tanto a la cultura americana que, incluso, llegué a pedir que me llamaran John y no Juan. No quería ser ni sentirme diferente.

México se sembró en mi corazón, me ayudó a rescatar mi identidad latina. Me di cuenta de que no era una persona excéntrica ni rara, sino latina en una comunidad cerrada. Me enamoré de su arte, de su comida, de su paisaje, de su cultura colorida y volví a ser Juan.

Nos recibió el movimiento zapatista. México pasaba por un tiempo político muy importante: entró en vigor el Tratado de Libre Comercio – TLC con los Estados Unidos, asesinaron a Luis Donaldo Colosio, así como a otros funcionarios públicos, y el Partido Revolucionario Institucional (PRI) implementaba cambios fundamentales. Así pues, fue una introducción a la historia social y política de este país que me interesó muchísimo. Pero también hizo que me fijara en la de mi país, pues quise entender lo que vivió mi abuelo y las causas que motivaron su desplazamiento.

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Estudié en The American School Foundation, donde se educan los hijos de los millonarios. Allí pude ver las grandes desigualdades sociales, pues tuve amigos que llegaban en carros blindados contra granadas seguidos por camionetas a reventar de guardaespaldas y que vivían en mansiones, mientras otros dormían en andenes o pedían limosna en las luces de tráfico (semáforos), sobreviviendo en las calles y muriéndose de hambre.

El hijo del asesinado secretario general del PRI estudiaba en nuestra escuela cuando ocurrieron los hechos, lo que nos acercó a sentir la violencia de primera mano. Ya no era solo una noticia, sino que le dio un contexto de realidad impresionante a todo cuanto ocurría.

Haber crecido en los Estados Unidos y llegar a ver esta falta de equidad, las desigualdades sociales, la violencia, la injusticia de la pobreza, despertó en mí una cantidad de inquietudes, de preguntas, sin obtener respuestas.

Me concentré en el estudio de la historia de movimientos sociales y políticos de Latinoamérica. Este es el origen de mis intereses y del despertar de mi vocación a la que he dedicado mi vida.

Universidad

Comencé a estudiar Historia del Arte, buscaba mi doctorado en esta área. Pero, cuando en 1997 mis padres regresaron a los Estados Unidos para establecerse en Michigan, donde queda la sede de la General Motors, decidí irme a Buffalo, en Nueva York, donde estaba mi hermana. Ingresé a la Universidad de Nueva York, donde estudié Historia del Arte, Biología y Ciencias Ambientales.

En la familia de mi papá, además de músicos son ingenieros industriales, entonces se esperaba que yo siguiera la línea, pero la ingeniería nunca llamó mi atención. Esta es una carrera técnica sin que me motivara lo suficiente, pues con ella solo cumplí una expectativa familiar.

Cuerpos de paz

Para esa época me nacionalicé. Lo primero que hice para ejercer mi derecho fue votar por Al Gore en las elecciones del 2000. Lo segundo fue inscribirme en los Cuerpos de Paz (Peace Corps), agencia federal independiente de los Estados Unidos, fundada en los años 60 por el presidente John F. Kennedy.

Su misión está enfocada en generar conciencia sobre la verdadera dimensión de los americanos, pero también en obrar el bien, en brindar soluciones a las comunidades y en ser un embajador de ellas. En síntesis, el propósito de los Cuerpos de Paz es el de ayudar a la comunidad para que cuando nos vayamos, gracias a la capacitación y a la gestión que se adelanta, no nos necesiten.

Resulta que mi tía, Marité García, se casó con un voluntario del Cuerpo de Paz que trabajaba en los puertos en Cartagena. A mí me fascinaba tanto lo que hacía, que cuando me volví ciudadano decidí inscribirme para seguir sus pasos.

Apliqué mi licenciatura trabajando con una ONG local en manejo de bosques y, en general, en temas ambientales.

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Me dieron la opción de viajar a Jordania, en el Medio Oriente, pero yo quería un destino diferente, prefería llegar a un país en el que pudiera hablar español y conocer de manera profunda mis raíces. Fue así como me enviaron a Guatemala donde permanecí por dos años y medio. Tenía viaje programado para el 16 de septiembre del 2001, pero los hechos del 11 de septiembre alteraron la agenda.

En octubre de ese mismo año llegué al altiplano de Guatemala a experimentar crudas realidades. Estar en Cartagena o en México permite que uno vea la pobreza, pero no la sufre de la misma manera, pues era requisito vivir con las familias locales.

Por un tiempo viví solo en el altiplano, a 3.100 metros de altura y sin calefacción. Me salvó la ruana que me había regalado mi abuela. Lloré con amargura y supe que era un privilegiado. Pero también me di cuenta de que estaba compartiendo con una familia feliz, a la que le encantaba la vida; una familia que me acogió muy bien y me brindó su afecto. Para mi fue realmente un shock ver lo poco que tenían y lo felices que eran.

El noreste de Guatemala es el origen de mucha de la migración que va hacia los Estados Unidos. Viví en una comunidad que tiene veinticuatro grupos indígenas. Aprendí de ella, de sus costumbres, de su filosofía de vida, incluso de su dialecto, el MAM que es bastante difícil. La pobreza del lugar es extrema, de allí la migración. Pero también mataron a toda una generación de hombres en cualquier número de aldeas, un grupo de la población que quedó borrado.

El altiplano ha influido mi vida hasta hoy con el trabajo que he desempeñado en la Casa Blanca y en la campaña de Joe Biden por la Presidencia de los Estados Unidos.

Departamento de Estado de los Estados Unidos – Oficina Colombia

Cuando terminé mi servicio en el 2004 decidí que quería trabajar en el gobierno de los Estados Unidos. Adelanté una maestría en Georgetown University.

Al mismo tiempo trabajé en el Departamento de Estado en la oficina de Colombia, pero me tomó tres meses lograrlo. Apliqué a cientos de trabajos y cuando me iba a vincular a Agencia de Protección Ambiental (USEPA), dada mi formación académica, en ese momento recibí una llamada de la oficina de Colombia.

Inicié en una posición súper junior mientras estudiaba en Georgetown. Llegaba lo más temprano posible, cuando permitían el ingreso a primera hora de cada día, y apenas terminaba mis funciones corría a la universidad. Luego de las clases nocturnas me quedaba estudiando en la biblioteca. Así fueron casi tres años de trabajo y estudio dedicado.

Quise hacer parte de algo grande, jugar un rol que me permitiera no solo destacar y resaltar lo bello que Latinoamérica ofrece, sino también ayudar a rescatar a la población de las injusticias e inequidades, así como aportar a la solución de la situación criminal y de corrupción que se vive. Porque se trata de celebrar lo bueno y de resolver problemas.

Desde la Oficina Colombia seguía los temas económicos y todo lo referido a las FARC. Conté con jefes magníficos. Manejé las reuniones anuales que tenía Estados Unidos con la comunidad internacional en Nueva York.

Viví una anécdota muy simpática cuando Álvaro Uribe era presidente y Luis Alberto Moreno embajador. Debía viajar a Nueva York y tenía presupuestado hacerlo en tren, pero el embajador Moreno me invitó a que los acompañara en el avión presidencial. Allí tuve ocasión de sostener diálogos con el presidente Uribe y otros altos funcionarios. Pero mis maletas nunca llegaron a su destino porque siguieron viajando. Mi estadía era de una semana y no tenía qué ponerme. Tuve que conseguir ropa prestada e improvisar.

Si bien mi rol era de bajo nivel, el hecho de ser colombo-americano fue lo que permitió que se generaran estas empatías. La canciller Carolina Barco me recordaba cada vez que coincidíamos y se excusaba por la pérdida de las maletas. El asistente militar del presidente me dijo al año siguiente: "Yo me acuerdo de ti, ¿tu eres el de las maletas?

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Administración Bush

Comencé trabajando con los republicanos para la administración George W. Bush. Tuve la responsabilidad de organizar su viaje a Cartagena y allí se reconoció mi potencial. Entonces me nombraron asesor junior del subsecretario Thomas Shannon, una oportunidad increíble de la que aprendí muchísimo.

Cuando cambió el gobierno en el 2009, Arturo Valenzuela, uno de mis profesores y un académico muy reputado, me pidió que fuera su jefe de gabinete cuando lo nombraron subsecretario. Manejé su agenda, viajamos con frecuencia. Hicimos especialmente un viaje a Paraguay, cuando asistió al Congreso para evitar un golpe de Estado.

Consejo de Seguridad Nacional

Cuando Arturo regresó a Georgetown, habló con Dan Restrepo, otro colombo- americano, que entonces era el asesor para Latinoamérica del presidente Barack Obama. Le comentó que yo quería trabajar en la Casa Blanca y me vincularon al Consejo de Seguridad Nacional para manejar la Región Andina, por ende, Colombia.

Ayudé a Dan Restrepo a planear el viaje del presidente Obama a Cartagena en 2012. Aclaro, no tuve nada que ver con el escándalo que se generó. Trabajamos en temas como ayudar al ingreso de Colombia a la OCDE, a extender la vigencia de visas para los colombianos y al Acuerdo de Comercio entre los dos países.

Como cartagenero fue un orgullo poder trabajar en esto.

Joseph Robinette Biden– Joe Biden

Cuando terminaba mis funciones en el Consejo de Seguridad Nacional, me llamó el vicepresidente Joe Biden a decirme: “En el segundo período de Obama, del 2012 al 2016, estaré más involucrado con Latinoamérica y necesito un asesor. Te quisiera entrevistar”.

Así ocurrió, me ofreció el trabajo y he estado con él desde entonces. Viajamos a la región siete u ocho veces, dos de ellas a Colombia, pero también a México, Brasil, Chile, y República Dominicana. También le preparé un viaje a Guatemala cuando trabajamos el tema migratorio. Biden ha sido de los primeros que ha apoyado el Plan Colombia.

Esta relación para mí ha sido muy importante. Desde que estaba en Georgetown dije que quería trabajar para él en el Congreso, cuando era senador, pero terminé haciéndolo cuando salió como vicepresidente.

Desde mi posición he conocido a varios de los presidentes de Colombia, como Andrés Pastrana, Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos e Iván Duque. Si bien soy un representante del gobierno estadounidense, siento honor por mi Colombia nativa.

Ahora como asesor de Biden, Colombia vuelve a ser protagónica, así como toda Latinoamérica. Es motivación para mí, es motor para apoyarlo.

Me ha dicho que cree en una Latinoamérica segura, de clase media y democrática, y que este debe ser el foco de la política pública de los Estados Unidos con relación a nuestros países.

Familia

Siempre fui el primero en llegar a la oficina y el último en salir. Les daba alcance a las reuniones de mis amigos, pero tarde, pues mi prioridad estaba clara. No dejaba tiempo para ninguna otra cosa.

Esto fue así hasta que conocí a Sara, quien me dijo: “No me voy a casar con una persona que solo trabaja. Quiero a un hombre que sea esposo y padre, y para eso debe estar presente”. Sus palabras me invitaron a la reflexión y, pese a que me ha costado, he ido dándole balance a mi vida. Insisto en que las mujeres son multifacéticas y por lo mismo más inteligentes que los hombres. En mi caso solo he hecho una cosa bien hecha, pero estoy aprendiendo.

Gracias a Sara no me he perdido de compartir con mi hijo Sebastián y mi papá ha disfrutado su rol de abuelo. Me comprometí con su cuidado aportando como corresponde, desde cambiar sus pañales hasta recogerlo o dejarlo en el jardín. Así hemos tejido un vínculo muy fuerte que para mí es muy motivador. Porque si alguna vez mi prioridad fue mi carrera profesional, ahora lo es mi familia. En febrero nacerá Emma, nuestra niña que esperamos con ansias.

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Sara Platts nació en California, de padre británico y mamá americana. Estudió en la Universidad de California en Irvine, es aficionada al baile moderno, habla español con acento rolo y su carácter es costeño. Luego estudió en London School of Economics y actualmente trabaja en Deloitte, lugar en el que tuvo como cliente al Ministerio de Defensa de Colombia, en el inicio de su carrera. Cuando se haga socia de la compañía yo podré retirarme (risas).

Definitivamente soy un mejor hombre gracias a Sara.

Sueño americano

No es fácil ser latino en los Estados Unidos. Ahora pasamos por una situación muy difícil. Existe el racismo, la xenofobia, y yo quiero que mis hijos crezcan en un país en el que se sientan orgullosos de sus raíces y cultiven su cultura nativa. Para eso debemos elegir bien.

Proyección

Mi interés está concentrado en mi participación en la política pública de los Estados Unidos hacia Latinoamérica. Este es un trabajo ya de por sí difícil en los mejores tiempos, aún más en los actuales. Los retos de mi región necesitan del compromiso serio de los Estados Unidos.

Si bien no se trata de hacer campaña, sí quiero destacar las calidades humanas de Joe Biden, diplomático y político norteamericano que aspira a la Presidencia de los Estados Unidos, con quien he venido trabajando y con quien quiero seguir haciéndolo una vez alcance la Presidencia.

Biden es alguien que le da toda la prioridad a su familia. No le importa en qué reunión se encuentre ni con quién esté conversando, si entra a su celular la llamada de su esposa, de sus hijos o nietos, interrumpe para contestar. A su equipo le recuerda que: “Si durante los días feriados no están con sus familias, ustedes no están haciendo su trabajo”.

También tiene pequeños detalles que significan muchísimo. Es un hombre de fe que carga un rosario y otro de anillo en su billetera, que le regala a quien se encuentre en su camino y a quien percibe su dolor.

Ama profundamente a su familia. Tiene una historia personal muy fuerte, pues cuando era muy joven su esposa y su hija sufrieron un accidente automovilístico, justo cuando ganó las elecciones al Senado. No quería tomar posesión del cargo, pero lo convencieron de que lo hiciera. Así viajaba todas las noches tres horas en tren para acompañar el sueño de sus hijos. Se iba a postular a la presidencia en el 2016 y se marginó cuando su hijo murió de cáncer. Por estas experiencias y por su naturaleza, Biden es muy empático y sensible. Es un referente para mi vida.

Reflexiones

¿Qué consejo le da a los jóvenes que quieran cumplir el sueño americano?

Que trabajen muy fuertemente porque más importante que la escuela a la que se asista, o las calificaciones que se obtengan, lo importante es cómo los ve la gente. Si es una persona simpática, la gente va a querer trabajar con él.

Pero deben entender que no lo pueden hacer todo, sino que deben identificar sus prioridades desde muy temprano y qué sacrificios están dispuestos a hacer. También que cuiden sus relaciones interpersonales, que revisen qué tipo de comunidad están construyendo en su entorno.

¿Cuál es el mejor consejo que ha recibido?

El mejor consejo lo recibí de Thom Shannon: “Solo porque alguien tiene más de treinta años de experiencia que tú, no quiere decir que sabe más. Comunica tu opinión, aunque estés equivocado. Pero reconoce cuando debes permanecer en silencio”.

¿Cuál es su mayor virtud?

La capacidad de encontrar felicidad en cualquier situación en la que me encuentre. Imprimir alegría es algo básico.

¿Cuáles son sus pilares fundamentales?

Un pilar fundamental es ser honesto, decir la verdad, aunque sea difícil; y tratar a todo el mundo con respeto.

¿Cómo supera la frustración?

Escalando roca. Entreno cuatro o cinco veces a la semana. Es la forma en la que me relajo.

¿Quiénes han sido sus mayores referentes?

Mi familia. Recuerdo muy especialmente a mi abuelita que nos transmitió tanto amor. Como lo mencioné, también lo es Biden. Asimismo, Frida Kahlo que hace parte de mi historia con México y de mi amor por el arte. En la familia Román existe un matriarcado y esta es una mujer de carácter fuerte que inspira.

¿Qué le gusta dejar en las personas que se acercan a usted?

Alegría.

¿Cómo le gustaría ser recordado?

Como alguien que vivió sus principios y amó a sus hijos.

¿Cuál debería ser su epitafio?

Fue feliz y dejó más amor del que tomó.

#HISTORIASDEVIDA #ISALOPEZGIRALDO

Por Isabel López Giraldo

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