Juan Lozano: Entre el periodismo y la política

Presentamos a Juan Lozano, recientemente nombrado director de noticias de RCN, en la serie "Historias de vida". Esta secuencia, creada y escrita por Isabel López Giraldo, es publicada semanalmente por El Espectador.

Isabel López Giraldo
29 de mayo de 2019 - 05:12 p. m.
Juan Lozano, para quien el periodismo, el derecho y la política "influyen en una comunidad y sus actuaciones tienen que estar orientadas por el empeño de lograr que esa influencia sea positiva". / Cortesía
Juan Lozano, para quien el periodismo, el derecho y la política "influyen en una comunidad y sus actuaciones tienen que estar orientadas por el empeño de lograr que esa influencia sea positiva". / Cortesía
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Soy un convencido de que en el periodismo, en el derecho y en la política, hay un elemento absolutamente común que es la búsqueda del bienestar colectivo, si se hace bien. El sistema jurídico, la actividad política y el periodismo, se explican en función de la sociedad, de lo colectivo, de lo que es público y si eso que es público tiene una carga, un imperativo sobre la búsqueda de bienestar, encuentras que son distintas herramientas que confluyen en una misma búsqueda.

El periodista, así como el que piensa en el sistema jurídico, en lo público, o en la política, influyen en una comunidad y sus actuaciones tienen que estar orientadas por el empeño de lograr que esa influencia sea positiva, que las cosas sean mejores después de su actuación, de su intervención, de su acción. 

Juan Lozano.

***

Nací en Bogotá en una zona casi rural en lo que es hoy la localidad de Suba. Vivíamos en una finca que tenía dos casas, una muy grande que pertenecía a mis abuelos y otra muy pequeñita donde permanecíamos nosotros y que había sido el establo de la finca y se había adecuado y ampliado con dos cuartos, una sala, un comedor y una cocina. De hecho se llamaba “El Establo”. Este entorno me permitió una infancia muy feliz. Era el campo en su más pura expresión: sol, prado, jardines y vacas.

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Todo cuanto te describo contaba con una especie de blindaje que me habían impuesto, por una convicción de mi abuelo, quien consideraba que la televisión era dañina para los niños. Para que no la viéramos, nos decía que en la finca no entraba este servicio, así que, en medio de toda la naturaleza había mucha lectura. El sustituto de la televisión era un plan de lectura que yo particularmente disfrutaba mucho.

A mí siempre me gustó leer. Leí toda la literatura infantil y juvenil posible, y fui inmensamente feliz. Sacaba los libros y corría por el prado. Mis hermanas a quienes he adorado -también lectoras- jugaban a las muñecas, mientras yo me divertía con el jardinero y los trabajadores del campo.

Tuvimos una época en extremo difícil en la que se ahondaron las tristezas. Mi padre se fue de la casa y la situación de mi mamá fue dificilísima tratando de sacarnos adelante a mis hermanas y a mí, pues le tocó hacer esfuerzos sobre humanos por nosotros, prácticamente sola y movida por el infinito amor de madre y con un coraje monumental daba clases hasta media noche. Destaco una presencia muy fuerte de mis dos abuelos en mi formación en ese momento de la vida pues la de mis padres fue una separaron en circunstancias muy difíciles, se dio de manera muy estrepitosa, dolorosa y triste, por lo que yo me acerqué mucho a ellos, particularmente a mis abuelos maternos, Pachoeladio Ramírez y a mi adorada Mima.

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Mis abuelos, Pachoeladio y Juan, habían ejercido el periodismo y la política; cuando ya estaban mayores uno de ellos se había quedado definitivamente en el periodismo y el otro se había quedado definitivamente en la política.

Conocí esos dos rostros desde mi primera infancia pues llegaba a la casa de Juan y lo encontraba leyendo, escribiendo, enviando su columna “Jardín de Cándido” al diario El Tiempo como hizo hasta prácticamente el día de su muerte. Y cuando llegaba a la casa de Pachoeladio, estaba en medio de una discusión política, porque había sido un dirigente muy fogoso, jefe popular, senador por casi cuarenta años en el Valle del Cauca y gobernador del departamento.

Me gustaba estar con ellos y disfrutaba mucho sus actividades al punto de que cuando pensaba en mi futuro, yo soñaba con las dos cosas, la política y el periodismo, pues se complementaban muy bien.

Entendí tempranamente lo que es pasar por el desierto, lo que es una situación de dificultad real al interior de una familia, también que las situaciones adversas se pueden superar, que cuando falta el dinero en una familia se consolidan los lazos de amor y solidaridad, y se tonifica el alma para superar la tormenta.

Mientras eso sucedía, yo era un alumno muy juicioso en el colegio, siempre sacaba buenas notas (las mejores), y pensaba cómo ir avanzando. Escribí desde niño en los anuarios, fundaba revistas como la entrañable Zífrago (zipi zape fraternalmente gozoso) con Kiko Lloreda, sus primas, Catalina Botero, Diego Córdoba, Salua Karim y Martín Carrizosa, entre otros; mandaba artículos a El Tiempo y a El Espectador que por supuesto no publicaban nunca, hasta que Lucy Nieto de Samper (la decana de todos los columnistas de Colombia), escribió un hermoso texto en el que por primera vez aparecía mi nombre en letras de molde. Siempre tuve la ilusión de decir cosas y publicarlas.

Admiraba mucho a Pachoeladio y lo adoré con el alma. Era un hombre de un mérito infinito. Con él aprendí que uno en la vida no debe esperar ni herencias, ni apellidos, ni posesiones sino tener el coraje para defender las ideas en las que uno cree y abrirse camino en la vida.

Mi abuelo venía de una cuna muy humilde, nació a la orilla del río Cauca en Roldanillo y, a fuerza de disciplina y de trabajo, logró terminar su colegio. Llegó literalmente sin un centavo a Bogotá, se le presentó al doctor Hinestrosa que era el rector del Externado y le pidió una beca comprometiéndose a que si no sacaba las más altas calificaciones de promedio, se la quitara. Y lo logró durante toda su carrera aunque le tocara dormir en uno de los cuartos de servicio de la Universidad, como en efecto ocurrió. Hizo su vida y construyó un espacio muy importante, desde cero, a punta de pasión.

Fue seguidor y amigo de Jorge Eliécer Gaitán y se convirtió en el jefe gaitanista en el Valle del Cauca. Cuando asesinaron a Gaitán lo llamaron para que evitara en el Valle del Cauca un segundo Bogotazo.

El Presidente de la República, Mariano Ospina Pérez, lo llamó a ofrecerle la Gobernación del Valle, siendo él su contradictor porque Ospina era conservador y mi abuelo liberal, y le dijo:

— Si aquí no hay un gaitanista el Valle se incendia y tenemos un bogotazo.

A lo que mi abuelo contestó:

— A mí no me gusta su gobierno conservador, yo no voy a aceptar eso.

La conversación continuó:

— ¡Si usted no acepta, Cali se incendia! Será su culpa.

Así pues que mi abuelo puso una condición:

— Acepto por un año, ni un día más ni un día menos, para que yo no me le quede después y usted no me saque antes y podamos hacer unas cosas que se necesitan.

Ese pacto se cumplió al pie de la letra, Cali no se incendió y mi abuelo se fue de la gobernación un año después con la satisfacción del deber cumplido. Luego estuvo en el Congreso mucho tiempo.

Era un hombre muy bueno, muy noble, pero sobre todo muy valiente. Cuando tuvimos esa situación de dificultad familiar, su compañía, su consejo y sus enseñanzas para mí fueron muy importantes. Con él aprendí que el viento puede soplar en contra pero las convicciones y los sueños dan fuerza para luchar y salir adelante.

Así pues que tu inquietud acerca de cómo se complementan el periodismo y la política, te la respondo con mi experiencia de vida.

Luis Carlos Galán Sarmiento

Cuando entré a la recta final del Colegio Anglo Colombiano en 1979 cursando quinto de bachillerato, invitaron a mi mamá a oír a un candidato al Concejo de Bogotá (un político relativamente desconocido), en la casa de mis primos Albornoz. Ella por cortesía asistió y me llevó porque sabía que me encantaba la política.

— Yo te acompaño mamá, quiero oír a ese señor pues dicen los primos que es muy inteligente.

Ese señor se llamaba Luis Carlos Galán y cuando lo escuché hablar, quedé absolutamente fascinado por su talento, su carisma y su claridad. Al finalizar su discurso le dije:

— En parte perdió el tiempo conmigo porque yo no puedo votar pero sí le quiero ayudar.

Me dijo que fuera a su sede de Usaquén y los oficios que me dieron desde el comienzo fueron muy importantes: me encargaron mezclar engrudo, pegar afiches y hacer perifoneo. Como había desarrollado esa fascinación por él, para mí era como si me hubieran dado la responsabilidad de hacer el presupuesto nacional o escribir el documento del plan de desarrollo. ¡Lo máximo!

Ahí comencé en el Nuevo Liberalismo y mi sexto de bachillerato y toda mi universidad los viví como activista de Galán.

Entre quinto y sexto de bachillerato opté por unos programas de verano en la Universidad de Harvard, gracias a que mi papá buscó con ellos recuperar nuestra relación que se había deteriorado completamente, pero también al apoyo de mi tía Amparo (que ha sido como mi segunda madre para mí).

Tomé el curso de economía que tenía un componente fuerte de matemáticas y me fue muy bien (mis notas en esta área en el colegio fueron siempre las mejores). La Universidad de Los Andes me homologó el curso y me aceptaron el doble programa de derecho y economía, una estructura que se complementa muy bien.

Mis años de universidad fueron fantásticos, muy frenéticos, mantuve un activismo intenso en las juventudes del Nuevo Liberalismo con Galán y entré a trabajar a la oficina de Bogotá de Baker Mckenzie (la firma de abogados más grande del mundo).

Jimmy Raisbeck, Roberto Raisbeck y Jaime González (mi jefe directo y un mexicano fenomenal), me apoyaron mucho en la carrera y me pidieron que acelerara mi grado de derecho porque me iban a asociar a la firma y a enviar a un entrenamiento en Chicago. Tenía yo apenas 21 años. Pero pocos días más tarde, Luis Carlos Galán me llamó para decirme que íbamos a entrar al Gobierno Departamental de Cundinamarca.

En el año 1986, yo ya hacía parte de la Dirección Nacional de las Juventudes, pertenecía al Centro de Pensamiento y había comenzado a hacer un trabajo político más fuerte.

Me dijo Galán que Bojacá era uno de los municipios en los que iba a tener alcalde. El líder del Galanismo era mi amigo Germán Vargas Lleras y resultó determinante para este propósito. Con Germán como concejal de Bojacá, y con mi querido primo Carlos Enrique Cavelier, concejal galanista de Cajicá, organizamos un trio dinámico de jóvenes entusiastas abriendo muchos espacios políticos.

Después de estas conversaciones con Germán Vargas, me dijo el doctor Galán:

— Vamos a pasar su nombre para la Alcaldía de Bojacá.

Voy donde Jimmy Raisbeck y le digo:

— Voy a ser alcalde.

Él se tomaba la cabeza diciendo:

— ¿En serio vas a hacer eso? ¿Sabes la oportunidad que tienes aquí? Ya eres asociado, piénsalo muy bien.

Mi trabajo en Baker Mckenzie era maravilloso y les agradeceré eternamente a Jimmy, a Jaime y a Roberto, pero sentía que debía luchar al lado de Galán por este país.

— Yo creo que mi país me necesita y quiero trabajar muy fuerte al lado de Galán para lograr que sea presidente. Le dije a Jimmy.

Al año siguiente Galán se acercó al gobierno de Barco y designaron a Gabriel Rosas como ministro de agricultura. Se acordó que en Cundinamarca entraran los galanistas al Gabinete. El gobernador de entonces, Jaime Posada (a quien quiero, respeto y admiro), me nombró Secretario de Desarrollo de Cundinamarca.

Después de una muy exitosa alcaldía, mi maestro y por el resto de la vida mi amigo y consejero, Álvaro Camacho, fue nombrado por el Fondo de Garantías como Presidente del Banco Tequendama (GNB Sudameris) para sacarlo de la quiebra. Una vez al frente de esa responsabilidad, me ofreció trabajar a la cabeza del departamento jurídico y de la Secretaria General. Ese fue un trabajo espectacular y un caso de éxito en el salvamento bancario de Colombia.

Focine fue una entidad muy interesante como fondo de promoción y apoyo al cine nacional que gozaba de gran prestigio y recuerdo que María Emma Mejía había sido su directora y había hecho unas películas muy recordadas y aplaudidas. El ministro de Comunicaciones, Carlos Lemos Simmonds (quien luego sería vicepresidente e incluso Presidente de la República por enfermedad del titular), me ofreció la dirección, teniendo yo menos de 25 años, lo que significaba un salto enorme en mi carrera profesional y pública.

Fui donde Galán para consultarle con el deseo interno de que me dijera que sí. Me preguntó si a mí me gustaba el ofrecimiento y le dije:

— Sí pero mi pase es suyo.

Galán entonces me indicó:

— Si quieres aceptar, hazlo, pero yo tenía otros planes para ti.

Me devolví para la Secretaría de Desarrollo y decliné el nuevo cargo.

Pocas semanas después me llamó Galán para decirme:

— Vamos a empezar la campaña con la que ganaremos la Presidencia y quiero que seas mi secretario privado.

Acepté sin dudarlo.

Era mi máxima dicha profesional pues imagínate que a los 24 años, el hombre en el que crees, que es tu ídolo, tu maestro y quien interpreta todos tus ideales, te diga esto. Es lo que cualquier joven galanista se había soñado.

Quería empezar inmediatamente pero se requería hacer una adecuación dados los graves problemas de seguridad que afrontaba en ese momento. Recuerdo que estaba alquilando un apartaestudio en su mismo edificio de residencia donde estuvimos prácticamente encerrados los siguientes meses.

La campaña era vertiginosa, emocionante y escalofriante. A medida que aumentaban nuestras posibilidades de triunfo, lo hacía también el calibre de las amenazas y el odio de los enemigos. Muchos de los rivales de Galán estaban empeñados en minimizarlas y hacerle creer a los medios y a la opinión pública que eran exageraciones suyas. A sus seguidores también nos amenazaban, trataban de intimidarnos o nos ridiculizaban cuando decían: “a punta de voto de opinión nadie gana la Presidencia”.

Galán sabía que eso era cierto, que con el viejo sistema de papeletas las maquinarias políticas secuestraban el sistema electoral, eran repartidas por los mismos candidatos y partidos. Además, la Registraduría no ponía en las mesas a disposición de los votantes material electoral, ni papeletas, ni tarjetones.

La apuesta de Galán era clara y tenía que ser muy fuerte en las encuestas para que a los senadores y representantes (los de buenos antecedentes y buen perfil) les resultará atractivo apoyar su candidatura. De esta manera se esperaba que pusieran sus organizaciones al servicio del galanismo con un beneficio recíproco: ellos aumentaban su base popular de seguidores y activistas animados por el imán de Galán y Galán lograba estructurar una red nacional de distribución de sus papeletas electorales (que eran los mismos votos), para poder cosechar en las urnas lo que había ganado en la opinión.

La instancia de elección del candidato del partido liberal a la Presidencia no podía ser una convención cerrada integrada solo por parlamentarios pues se requería una consulta popular abierta.

Con esa convicción nos dedicamos a ambientar en la opinión pública las bondades de la Consulta Popular que el propio Galán había negociado como condición de ingreso al Partido Liberal, sin embargo, todavía se requería que fuera validada por la Convención Nacional para lo que desplegamos una audaz estrategia publicitaria.

Aprobada la consulta se fueron consolidando respaldos para Luis Carlos Galán en toda Colombia. Cabalgaba con fortaleza en las encuestas pero no había logrado resolver satisfactoriamente la integración de sus cuadros políticos en Cundinamarca y Bogotá, donde había perdido a su principal aliado: el influyente ex alcalde y ex gobernador Julio César Sánchez.

En esas circunstancias comenzó a aproximarse al Nuevo Liberalismo el senador Diego Uribe Vargas (veterano político de Cundinamarca, ex gobernador y ex canciller, muy cercano a la casa Turbay).

Finalmente, después de un largo proceso de negociación, se definió la alianza de Galán con Uribe Vargas y se acordó que el acto de protocolización de esa nueva llave política habría de efectuarse en la Plaza Central del municipio de Soacha (fortín electoral de Uribe Vargas) y se definió la fecha fatídica del 18 de agosto de 1989 para celebrar ese acto.

La muerte de Galán

Las dudas en cuestiones de seguridad eran inmensas. Pocos días antes de esa fecha, Galán había sobrevivido milagrosamente a un atentado en Medellín y se asombraba por la falta de solidaridad de los dirigentes políticos ante un hecho tan grave.

Tras una sucesión de inquietantes episodios, el entonces director del DAS, General Miguel Maza Márquez (quien había removido al jefe de seguridad de Galán designando en su lugar un extraño personaje), se había comprometido a proteger con plena y total diligencia la vida del candidato.

Con esa garantía de protección, finalmente Galán aceptó asistir por lo que alrededor de las dos de la tarde, Consuelo Lleras y yo, decidimos irnos para Soacha inquietos por lo riesgoso del evento. Sin embargo, surgieron temas de trabajo de la campaña y solo pudimos salir a las cuatro cuando el trancón era gigantesco.

Al llegar era evidente que a Galán le iban a hacer un atentado: no había policía, ni barrera de contención, la plaza estaba abarrotada de gente a la que no le habían hecho ni siquiera una requisa de porte de armas, se vivía un carnaval de licor y voladores, y por supuesto, había mucha fiesta.

Todas las promesas de protección resultaron una absoluta ¡mentira! Al hombre más amenazado en Colombia lo soltaron indefenso en una plaza donde el peligro se sentía en el ambiente y donde todo estaba pensado para matarlo.

Consuelo entonces me dijo:

— Luis Carlos no puede venir. Debemos avisarle.

La alcaldía estaba cerrada y no se conseguían ni un teléfono (para la época las comunicaciones con celular no existían), ni un policía.

Corrí en medio de la multitud y ya estaba llegando cuando ocurrió algo inaudito. A Galán lo hicieron bajar de su carro blindado y, contra toda recomendación de seguridad, lo subieron a un camión de estacas en el que venían, entre muchas otras personas, los sicarios.

Ya no hubo forma de hacer nada.

Cuando el camión pasó por mi lado, uno de los escoltas me alcanzó a ver y me subió, y justo en ese momento se me cayeron las gafas por lo que le moví el pie al hombre que estaba al lado para que no las pisara. Luego supe que era uno de los sicarios (dos tipos de sombrero que llevaban un pasacalle al revés).

Había tanta gente que no logré acercarme a Galán. Se trataba de una multitud frenética y alicorada. Cuando el camión llegó a la plaza, los primeros en bajarse fueron los asesinos para ubicarse al frente de la tarima. A pesar de que yo era el último que había subido, traté de aguantar buscando llegar a Galán pero fue imposible.

Después de que subimos a la primera tarima se oyeron los disparos y un grito:

— ¡Le pegaron a Galán, le pegaron a Galán!

Me levanté pero mi amigo Hernando Aguilera me tumbó y me dijo:

— Lo van a matar también a usted. No se levante.

A lo que respondí:

— Galán está ahí herido y no hay quien lo saque de esta Plaza. Solo lo podemos llevar en mi carro.

Recuerdo muy vívidamente el sonido de las balas rebotando en el asfalto mientras corría hacia mi carro. Lo encendí y cuando estaba arrancando para ponerlo al lado de la tarima, el carro de Galán se puso delante del mío, Patricio Samper lo subió, pero regresó para atender a Germán Vargas Lleras. Galán estaba muy mal herido pero vivo, según el mismo Patricio Samper.

Me fui solo en mi carro, bomper con bomper con el de Galán. Cuando llegamos al hospital de Bosa encontramos que no había personal paramédico. Yo mismo, con ayuda del conductor y otra persona, lo entré y ayudé a quitarle la ropa para que fuera atendido. Hablamos con el médico y ya era evidente que no había nada qué hacer. Luego llegó una ambulancia para intentar un milagro y llevarlo al hospital de Kennedy pero era demasiado tarde…

La autopsia vino a demostrar que estaba casi muerto en el momento que lo subieron al carro por la cantidad de sangre que había perdido tras un disparo absolutamente certero en la ingle (disparo que seguramente habían ensayado mil veces con la altura de la tarima).

Me fui al hospital de Kennedy y dejé mi carro botado en el de Bosa. Muchas horas después, Carlos Enrique Cavelier con su esposa Tita, me llevaron a recoger mi carro y sentí la mayor desolación de la vida. Estaba solo a las tres de la mañana en Bosa, con Galán asesinado y un país derrumbado. Si bien tenía la vida entera por delante, mi sentimiento era de un profundo abandono. Sentí miedo de que nos mataran a los que habíamos sido testigos de lo ocurrido pero a pesar de ello, yo tenía que contar que a Galán lo habían dejado desprotegido.

Me fui para la casa de mi mamá, donde yo vivía, pero esa noche no pude dormir. Muy de madrugada salí para la Catedral, le pedí mucho a Dios y me hice el juramento de procurar y honrar, desde donde yo estuviera, las luchas de Galán.

Todos cometemos errores, nos equivocamos, muchas veces no sabemos los caminos correctos, pero tenía claro que lo que había pasado debía marcar mi rumbo desde el Derecho, desde el periodismo, desde la política y desde cualquier espacio que la vida me deparara.

Tristemente después del asesinato de Galán, el galanismo se dispersó pues la mayoría de los dirigentes creyeron que habían heredado votos cuando en realidad lo que habían heredado era compromisos de patria.

 Después de Galán

Comenzó una crisis inmensa en mi vida pues había apostado todo lo que tenía para acompañar a Galán: había dejado mi trabajo y había entregado todo porque creía ciegamente en él. Así como el día que me ofreció ser su secretario privado fue el más feliz de mi vida profesional, el de su muerte fue el más horrible.

En las siguientes semanas se dio la elección de Gaviria como sucesor de Luis Carlos Galán en la candidatura. Galán fue quien lo escogió unos meses antes de que lo mataran cuando le notificó al Nuevo Liberalismo que sería su jefe de debate. No escogió a ninguno de su propio partido, sino a alguien que venía de ser un brillante ministro de Gobierno y de Hacienda. Asi pues que Galán dirimió su sucesión en vida.

La campaña de Gaviria también fue muy angustiosa pues si ya habían matado a Galán era claro que también estaban dispuestos a matar a su sucesor. El momento más dramático se vivió cuando volaron el avión de Avianca, con todos sus pasajeros adentro, para matarlo.

Hablé con Gaviria para decirle que dispusiera de mi cargo en la campaña, pues su secretario privado tenía que ser alguien de su entera confianza, que lo conociera y que hubiera trabajado con él. Aunque de manera amable y generosa me ofreció que continuara, yo pensé que lo correcto era dejar libre el cargo.

Decidí hacer campaña para diputado a la Asamblea de Cundinamarca y resulté elegido en una lista con la votación más alta en la circunscripción, sin embargo, cuando Gaviria ganó, me nombró consejero Presidencial para la Juventud, la Mujer y la Familia, a mis escasos veintiséis años.

Era un trabajo muy cercano a Ana Milena y hacía parte de un formidable equipo de consejeros presidenciales al lado de Manuel José Cepeda, Fernando Carrillo, Rafael Pardo, Miguel Silva, Gabriel Silva, entre otros.

En esos años se montaron programas muy exitosos, como Colfuturo y Batuta, liderados por Ana Milena. En la Consejería adelantamos la formulación de políticas públicas pioneras en Colombia, logramos que los derechos de las mujeres y jóvenes tuvieran una inclusión especial, escribimos la primera política de género integral que se hizo en el país, montamos las primeras Comisarías de Familia de Colombia, así como cocinas y lavanderías comunitarias, y casas de la juventud.

Tras el asesinato de Galán, estudiantes y profesores de algunas universidades en Bogotá, convocaron “La Marcha del Silencio” al término de la cual se adelantaron las primeras jornadas académicas en torno a la búsqueda de un mecanismo excepcional de reforma de la Constitución. Parecía necesario, pues los últimos intentos de reforma habían terminado en fracasos estruendosos, impulsados por la perseverancia de la clase política en defender sus privilegios y por el cerco de los narcotraficantes para prohibir la extradición en el texto constitucional.

Precisamente el ministro de Gobierno de Barco, Carlos Lemos Simmonds, había hundido una reforma política cuando parlamentarios, presuntamente comprometidos con los cárteles de la droga, habían introducido en el debate de la Comisión Primera la prohibición de la extradición. Con esa doble inspiración, evitar que los narcos lograran penetrar la Constitución, por un lado, y enfrentar la corrupción y la politiquería, por el otro, se convocó el que se llamó el movimiento por la Séptima Papeleta, que consistía en agregar a las seis papeletas tradicionales en la jornada electoral (de alcalde, concejales, diputados, senadores, representantes y presidente) una adicional para solicitar la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente.

Después de una providencia de la Corte Suprema de Justicia que despejó el camino y César Gaviria se comprometió en campaña a que si ganaba, convocaría tal Asamblea. Y cumplió su palabra pues convocó a la elección el mismo día que intentó, sin éxito, bombardear la sede del secretariado de las Farc en Casa Verde.

La Asamblea Nacional Constituyente

Ahí se produjo una de las grandes paradojas de la historia reciente de Colombia. Sobre el cadáver de Galán, asesinado en su lucha por mantener la extradición como una herramienta de combate contra los narcotraficantes, se convocó la Asamblea Nacional Constituyente.

Galán fue ejemplo e inspiración y con él su lucha contra la prohibición de la extradición como reacción a todo lo que representaba el poder criminal del narcotráfico, sin embargo, la Constituyente materializó el propósito de los narcos y desembocó en un triunfo jurídico de los criminales.

En materia de extradición, la Asamblea Constituyente funcionó al ritmo de Pablo Escobar. Y es que están disponibles los testimonios sobre la forma como él se fue comunicando con algunos constituyentes hasta el punto de anunciar su entrega el día en que la comisión en primer debate decidió prohibirla.

A todas estas, la Asamblea Constituyente dio uno de los pasos más grandes en el itinerario del combate contra la corrupción política, pero, en términos coloquiales, mató el tigre y se asustó con el cuero.

Mediante un show político altamente publicitado y aplaudido, revocó el mandato del Congreso pero aceptó una regla de juego para elegir al nuevo Congreso que resucitaba al revocado, convertía en víctimas a los congresistas revocados y les entregaba todo el nuevo poder.

Con la espectacularidad de la emoción del momento, el país aplaudió la revocatoria pero, muy poco tiempo después, inhabilitados los funcionarios públicos y los constituyentes, y sin tiempo para organizar proyectos políticos de recambio, se volvieron a presentar los mismos revocados y ganaron “purificados” la nueva elección. Es decir, llegaron los viejos políticos a las nuevas curules.

Así pues la desprestigiada clase política tradicional se enquistó en la nueva Constitución por cuenta de una negociación que fue débil en materia de relevo político y se le dejó tendido el tapete rojo para que con sucesivas mayorías parlamentarias iniciara el nefasto proceso de contra reforma política que nos ha conducido a los momentos más turbios de la historia política colombiana.

Mientras eso ocurría, yo trabajaba con mucha dedicación en un novedoso y potente desarrollo constitucional para los derechos de los niños, los jóvenes, las mujeres, los ancianos y, en general, para las poblaciones vulnerables.

En mi condición de consejero Presidencial y de la mano del Constituyente Jaime Benítez Tobón (quién había sido director general del ICBF), logramos la consagración constitucional del derecho preferente de los niños, tal vez el mayor logro normativo de la historia de Colombia en su defensa.

La Cumbre Mundial por la Infancia, celebrada por la ONU pocos meses antes en Nueva York y a la que asistí como delegado de Colombia con el Presidente y la Primera Dama, junto con el ministro Antonio Navarro Wolf, se había convertido en una poderosa inspiración para lograrlo.

Colombia Siempre

El sentimiento de doble rostro, alegría por las nuevas herramientas para hacer política y frustración por el retorno de la vieja política y el triunfo de los narcos, me llevaron a tomar la decisión de retirarme del Gobierno, a mis 28 años, para emprender un ejercicio político que cabalgara sobre las herramientas de la nueva Constitución pero por fuera de todos los partidos.

Si bien la Consejería era muy exitosa y se había convertido ya en un poderoso programa con millonarios fondos para ejecutar en Colombia, decidí liderar “Colombia Siempre”, con gente que representaba integralmente una nueva generación, limpia, soñadora, vigorosa y transparente.

Busqué a Gabriel Rosas (un hombre extraordinario y muy cercano a Galán a quien admiraba), y le dije:

— Gabriel, convoqué este movimiento que va a tener la personería de un partido político y está montado sobre estos postulados. Acompáñenos encabezando la lista del Senado.

Le gustó la idea entonces seguí adelante. Organicé listas en Bogotá, Cundinamarca y Tolima, encabezando yo la de la Cámara en la capital (no podía aspirar al Senado porque tenía 29 años).

Ya avanzados, el doctor Rosas me dijo que no iba a participar y esto fue para mí como recibir un baldado de agua fría. Solo me quedaba una opción y era la de encabezar la lista al Senado, a sabiendas de que no tenía treinta años. Estudié el tema y encontré una teoría que me permitía inscribirme y si el escrutinio terminaba después de mi cumpleaños (que era unos días después de la elección en marzo) y quedaba elegido, me autorizaban a posesionarme.

Sabía que era muy riesgoso y las posibilidades de elección ahí eran muy remotas porque había hecho campaña para la Cámara en Bogotá (que estaba garantizada) pero no campaña nacional. Pusimos todo el entusiasmo y forjamos un movimiento hermoso y purificador. Faltó muy poco para que me eligieran pero sí logramos la Cámara en el Departamento de Cundinamarca, lo que le dio al movimiento su personería política.

“Colombia Siempre” fue un partido muy importante en los años siguientes y avaló gente muy significativa en la política de Colombia, personas que cumplieron un papel muy destacado en el Congreso como Germán Vargas Lleras, Rafael Pardo Rueda, Nancy Patricia Gutiérrez, Samuel Ortegón y el reconocido cineasta Sergio Cabrera entre otros.

Así fue que el partido se convirtió en una cantera de renovación para la política del país pero con un sabor agridulce para mí pues con ese proceso electoral vino la ruina económica (tuve que entregar al banco mi aparta-estudio que quedaba en la 86 con 8va para honrar las deudas de campaña).

Medios de comunicación

Estando en esas (saltando matones), en marzo de 1994 me llamaron, Hernando Santos y Rafael Santos, a proponerme que trabajara como asesor editorial en El Tiempo. Yo ya había escrito columnas para La Prensa de Juan Carlos Pastrana y para El Espectador gracias a Juan Pablo Ferro.

Al principio era un trabajo de medio tiempo y acepté feliz pues allí habían escrito y trabajado mi padre y mi abuelo. El Tiempo fue siempre muy cercano a mi familia y es que escarbando en mi memoria, encuentro recuerdos de infancia con mi abuelo Juan en el periódico. Me fui involucrando en la redacción para pasar a hacer un trabajo de tiempo completo y comencé a escribir mi columna, mientras dictaba el curso de Introducción al Derecho en Los Andes y era profesor de las universidades del Rosario y de la Sergio Arboleda.

Por invitación de Don Hernando Santos Castillo (a quien eternamente recordaré con gratitud así como a don Enrique Santos Castillo) fui asesor de la Dirección de El Tiempo. Ahí me quedé muchos años, se volvió mi casa, mi vida.

Mis primeros escritos eran sobre carros en la Revista Motor con José Clopatofsky. Los carros han sido mi hobby hasta el punto en que en otra época yo los restauraba y corría en los circuitos de San Diego en el autódromo. Sentía que sabía más de carros que de política (risas).

Dirigí la Unidad Investigativa del periódico, escribí informes especiales para la Edición Dominical y desarrollé con el equipo proyectos muy innovadores como El Trompo. También escribí una columna semanal en Tolima 7 días y dirigí el semanario de Cundinamarca.

En El Tiempo conocí a Martha Lucía Cruz, quien era la maravillosa gerente de toda la prensa regional, nos enamoramos, nos casamos y nació María. En ese momento emprendí la tramitación de la Ley María para reconocer, por primera vez en la historia de Colombia, la licencia de paternidad inspirado por el nacimiento de mi María que marcó, sin duda, el más hermoso punto de quiebre de mi vida y mi máxima felicidad.

Estando ahí empecé a insistir en que era necesario que El Tiempo incursionara en televisión. Mauricio Rodríguez, que era el director de Portafolio, había tenido esa misma idea y había montado Sala de Redacción, programa en el que participe desde el comienzo por invitación suya. Así iniciamos la tarea de convencer a los directivos, de evolucionar hacia una Casa Editorial Multimedia con presencia en televisión.

Mientras tanto, yo era asesor del legendario noticiero QAP fundado por García Márquez, María Isabel Rueda, María Elvira Samper, Enrique Santos y Benjamín Villegas entre otros. Esa fue una escuela inigualable, no solo por la cercanía con Gabo, sino por la “alegre muchachada” como nos llamaba al juvenil y entusiasta equipo periodístico donde estaban entre otros Vicky Dávila, Jorge Alfredo Vargas, Inés María Zabaraín, Darcy Quinn, Paula Jaramillo, Ernesto Mc Causland, Leyla Ponce de León, Darío Fernando Patiño y Gloria Congote.

Por esa época don Julio E Sánchez, ícono de la televisión y propietario de producciones JES, me invitó a hacer las entrevistas políticas de su famoso programa “Panorama” tras el fallecimiento del querido Otto Greiffenstein. No había personaje que se negara a una entrevista de estas pues no solo tenía un rating fenomenal sino que don Julio y sus talentosos hijos habían convocado en sus pantallas a las mujeres más bellas de la televisión colombiana.

Sala de Redacción tenía un horario “estelar”: domingos a las siete de la mañana (risas). Luego logramos que TV Cable lo pasara a las siete de la noche. No teníamos publicidad, implicaba solo pérdidas aunque ni Mauricio ni yo cobrábamos ni un solo centavo por el programa. Finalmente Mauricio consiguió como patrocinador a una empresa de jugo de naranja: te imaginarás los litros de jugo que tomamos en esa época (más risas).

Cuando Mauricio se retiró, me encargaron la dirección y la conducción de Sala de Redacción en el momento en que comenzaba el camino de licitación de los canales privados de televisión. Se abrió la posibilidad de que existiera uno local para Bogotá. El Tiempo, por gestión de Mauricio Rodríguez y Luis Fernando Santos, se presentó a la licitación y se la ganó. Los que habíamos insistido en ese proyecto fuimos convocados a una reunión para informarnos y comenzar su estructuración, para lo que buscamos canales privados locales y miramos experiencias internacionales. Así nació City TV.

En la búsqueda internacional encontramos un canal que nos interpretaba muy bien en lo que queríamos hacer que era el enfoque local, gran cercanía con la gente y periodismo de proximidad. Se hizo el acuerdo y viajamos a Canadá a entrenarnos con el gurú de la televisión local, Moses Znaimer.

Znaimer tiene la teoría de que la verdadera credibilidad de un medio audiovisual en noticias se deriva de la posibilidad que tenga la gente de ver al periodista comprendiéndola e involucrándose con ella. Por eso City hace grandes diferencias con la televisión tradicional e introduce conceptos novedosos como el videógrafo, la City Cápsula y el periodismo colaborativo.

Tomamos luego una decisión muy audaz. Primero me sentí muy asustado pero luego muy orgulloso. Decidimos poner solo rostros nuevos al aire, 100% gente nueva. Entonces cerramos la discoteca San Ángel para hacer castings y pusimos unos avisos para invitar a todo aquel que quisiera presentarse. City fue un semillero de talento como Juan Diego Alvira, Bianca Gambino, Mónica Fonseca, Jessica Cediel, Alejandra Azcárate, Germán Espinel, Mónica Rodríguez, Lina Caicedo, Paula Morales, María Fernanda Navia, Mauricio Silva y Andrés López entre muchos otros.

City se convirtió en un referente, era un canal alegre, de creatividad, de ilusión. Interpretaba a una ciudad pujante y a un país que quería salir adelante. Es allí donde empiezo realmente a entender la ciudad, a vivirla, a sentirla cada mañana en las cuatro horas al aire de Arriba Bogotá, a compenetrarme hondamente con sus necesidades y a visualizar sus oportunidades.

Luego montamos, ya no con el modelo Canadiense sino con nuestra propia creación, “Arriba Bogotá” que se convirtió en su momento en el programa líder local por encima de lo que hacían los canales nacionales (sigue siendo el programa más fuerte de City TV). Eso lo trabajamos con un equipo espectacular conformado por Darío González, Maritza González y nuevas revelaciones como el padre Alirio López (hoy Monseñor), el doctor Carlos Francisco Fernández, María Elena Romero, Jonathan Nieto o Claudia Villarreal.

Se tenían unas posturas periodísticas muy atípicas, surgidas de la más absoluta convicción de lo que deben ser los medios. Nuestra agenda era ciudadana y nuestra voz la de las comunidades. El código de ética que yo escribí para el canal, por ejemplo, prohibía mostrar imágenes de muertos en primer plano, lo que se cumplió sin falta mientras fui su director (los medios no pueden ser el parlante de los terroristas pues a los medios les corresponde informar pero no publicitarlos).

La realidad nacional vive el proceso de paz del Caguán. Yo había estado en una oposición muy fuerte a Samper y había apoyado la campaña de Pastrana. En un momento difícil de su gobierno, el Presidente Pastrana me ofreció el Ministro de Educación pero con tristeza no pude aceptar porque ya me había comprometido con el proyecto de City.

Yo había traído a Colombia a Transparencia Internacional (por entonces la más importante ONG en el mundo en la lucha anticorrupción) la que presidí durante varios años hasta entregar una entidad potente y vigorosa. Allí trabajé en llave con Andrés Echavarría, Rosa Inés Ospina, Alma Balcázar, Héctor Riveros, Alejandro Linares y Camilo Samper (mi entrañable amigo asesinado por la guerrilla cuando ya otro infortunio por una mala práctica médica nos había arrebatado al gran Andrés Gaitán Jaramillo que fue como un hermano de crianza para mí).

Gobierno de Uribe

Yo había conocido a Uribe el día de un atentado del que milagrosamente nos salvamos él y yo cuando viajábamos en el mismo carro. Milagrosamente, insisto. Desde entonces seguí muy atentamente su carrera y convencido que tras el engaño de las Farc al Presidente Pastrana y al país en el Caguán, se requería de alguien que estuviera completamente decidido a enfrentar esa amenaza terrorista.

El hombre era Uribe, aunque me inquietaban sus vínculos con el Partido Liberal y que no fuera hasta el final de la contienda.

Escribí sobre eso en una columna y como a las seis de la mañana, recibí una llamada.

— Hola Juan, es Álvaro Uribe. Llamo a decirle que yo voy hasta el final de la campaña pase lo que pase.

— Agradezco mucho su llamada y me es suficiente su palabra.

Decidí apoyarlo. Me gustó, además, el énfasis de política social que complementaba la fortaleza de su política antiterrorista y de seguridad democrática. En ese momento él contaba con el 4% en las encuestas. Luego se rompió el proceso de paz, Uribe se disparó y ganó en primera vuelta las elecciones. Me preguntaron que si quería participar del Gobierno y mi respuesta fue:

— Lo que yo quiero ser es Alcalde de Bogotá.

Candidatura a la Alcaldía de Bogotá.

Me ofrecieron avales de los otros partidos que no acepté pues yo tenía el del partido que había fundado años atrás.

Se anticipaba una elección muy reñida, incierta, para disputar voto a voto. Eso me entusiasmaba pues entre más duros los rivales más emocionante la competencia. María Emma Mejía era una candidata muy fuerte en las encuestas. Juan Carlos Flórez era un candidato muy cercano a Peñalosa. Jaime Castro y Juan Manuel Santos eran los precandidatos liberales. Miguel Ricaurte era candidato por el Partido Conservador. El general Harold Bedoya, que venía de la fuerza pública, también era candidato.

Arranqué con mi movimiento independiente contando con el respaldo de unos pocos amigos, recorrí la ciudad y compartí mis propuestas con la ciudadanía. Fue así como comenzamos a tener un muy buen momento relativamente muy rápido. Peñalosa me acompañó dos veces en esa campaña, él era un sello muy importante por el prestigio que tenía en la ciudad. Fue así como empecé a subir en las encuestas.

Aparecieron otros candidatos fuertes, uno de ellos fue Lucho Garzón (que había sido candidato a la Presidencia de la República) apoyado por toda la izquierda y por todo el antiuribismo, incluso por los liberales. También Eduardo Pizano (amigo a quien admiro).

En el partido liberal, Jaime Castro derrotó a Juan Manuel Santos quien se retiró golpeado de la contienda. Cuando Lucho y yo empezamos a crecer, la campaña se polarizó entre los dos, mientras los otros fueron desapareciendo.

Un día Piedad Córdoba, quien había sido designada como directora del Partido Liberal dijo:

— No podemos permitir que Juan Lozano sea alcalde de la ciudad pues es amigo de Uribe. El Partido Liberal tiene que retirar la candidatura y adherir a Lucho Garzón.

La lista del Partido Liberal sacó al Concejo alrededor de doscientos mil votos y Lucho me ganó por una diferencia mucho menor contando con el apoyo de los rojos que habían cambiado por completo el panorama de las fuerzas políticas. Mi votación porcentualmente fue mucho más alta que aquella con la que luego fueron elegidos Petro y ahora Peñalosa (en Bogotá fueron cerca de setecientos mil votos).

Volví a encontrarme con el amargo rostro de la derrota. Aunque con la conciencia tranquila y la frente en alto por no haber aceptado ninguna componenda, pero viviendo la misma soledad de las malas horas. Hice inmersión en una autocrítica muy severa en un momento en el que son muy poquitos los amigos de verdad. Recuerdo en esa hora tan dura a Luis Alfonso González, Jaime Silva, Mónica Barrera, Lucho Onzaga y Pedro Ruano, junto con Marthica, acompañándome en la soledad del claustro de la Avenida Chile.

Quince días antes, en mi sede no cabía la gente jurando amor eterno. El día que perdí, pude ver por televisión a algunos de los que trabajaban conmigo rodeando a Lucho. Al día siguiente, los únicos que me visitaron fueron ¡mis acreedores! (risas).

La noche que perdí Uribe me invitó a Palacio para decirme:

— Esta votación es impresionante. ¿Quisiera pensar en el Gobierno?

— No sé Presidente. Yo quería ser alcalde. Pero le agradezco mucho la pregunta.

Alta Consejería y Ministerio

A los pocos días me llamaron de Palacio y amablemente me ofrecieron ser Zar Anticorrupción. Pero no acepté porque en términos prácticos es un cargo con mucho nombre y pocos dientes, que corre el riesgo de quedar de adorno. También me preguntaron si quería irme al servicio exterior, a lo que también respondí negativamente.

Iba a retomar mi columna, mis asesorías jurídicas y mis clases cuando el Presidente Uribe me ofreció, a finales de 2003, ser Consejero Presidencial para la política social. Eso sí me gustó.

Al poco tiempo de estar en ese cargo, ya en 2004, se produjo un injusto escándalo contra el hombre más cercano a Uribe, José Roberto Arango, su Alto Consejero Presidencial, quien en un acto de dignidad poco usual en Colombia, se retiró del Gobierno. Uribe entonces me invitó a ocupar ese cargo que era el más influyente en la gestión del Gobierno. Acepté inmediatamente. La actividad era intensa, muy frenética: “trabajar, trabajar y trabajar” en su máxima expresión.

La Alta Consejería Presidencial se convirtió en una torre de control del Gobierno, en el epicentro de gestión y de seguimiento a las tareas de los miembros del gabinete. Yo era simultáneamente el Secretario del Consejo de Ministros. Así, cuando me reunía con el Presidente para fijar el orden del día de cada uno, yo llenaba sus “libretas de calificaciones” aplicando un sistema de micro seguimiento de metas y compromisos que se alimentaban en tiempo real por cada entidad, indicando el grado de avance, las fechas de cumplimiento, las dificultades a superar y la individualización de funcionarios responsables.

A todo eso se sumaron tareas regionales de coordinación especial con enfoque en Cali, Cúcuta, Buenaventura, Tunja e Ibagué, y más una apretada agenda de viajes con el Presidente, una interlocución permanente con gremios de la producción y Cámaras de Comercio.

Cuando Uribe ganó la reelección en 2006 me llamó a decirme:

— Quiero nombrarte ministro y para eso he pensado en dos opciones: Comunicaciones o de Ambiente Vivienda y Desarrollo Territorial.

Sin que él terminara la frase le dije:

— Si me permite escoger Presidente, prefiero ser ministro de Ambiente, y se lo agradecí profunda y sinceramente.

Tres años después vino la época de las inhabilidades en 2019 y tuve que tomar la decisión de quedarme en el Gobierno o renunciar al cargo. Le pedí una cita al Presidente y le dije:

— Presidente, he tomado una decisión. Quisiera terminar el gobierno con usted y volver a lanzarme a la Alcaldía de Bogotá el año entrante.

— Es tu decisión. Si te quieres quedar en el ministerio, ¡bienvenido!

A los pocos días me dijo Uribe:

— Juan, habla con Francisco Santos y luego me cuentas.

Sorprendido llamé a Pacho (que ha sido mi amigo por muchos años) y me dijo de entrada:

— Juan, le quiero decir una cosa, yo quiero ser candidato a la Alcaldía.

— Pacho, cómo me va a decir eso, acabo de hacer una campaña en la que saqué 700,000 votos. Creo que tengo toda la posibilidad de ganar.

— Sí, pero ya lo decidí.

— Si nos lanzamos los dos perdemos la Alcaldía (le dije).

Reflexioné mucho y yo no me iba a prestar a que por cuenta de una división la ciudad siguiera en deterioro. En esos días el partido de la U, dirigido por Juan Manuel Santos (cuando adoraba a Uribe) se quedó sin cabeza de lista para el Senado y yo había liquidado “Colombia Siempre” tras conocer las nuevas reglas electorales a pesar de que había llegado a ser el quinto partido más grande de Colombia, por lo que me pidieron que saliera del gobierno y asumiera la cabeza de lista del partido de la U.

Visité a Uribe para contarle que iba a renunciar y las razones para hacerlo, me retiré del Ministerio, encabecé la lista del partido de la U y monté un equipo de gente totalmente nueva en las regiones a encabezar listas de apoyo en Cámara a mi candidatura del Senado.

El 22 de mayo de 2019, El Tiempo publicó la reseña de una encuesta de YanHaas según la cual yo era el ministro con mayor favorabilidad del gobierno, por encima del propio Juan Manuel Santos, de Oscar Iván Zuluaga y de Andrés Felipe Arias.

Cuando comenzó el Gobierno de Juan Manuel Santos anunciaron:

— Francisco Santos, nuevo director de RCN radio.

Raro que Francisco se vaya a ese cargo y por tan poquito tiempo, pensé.

Pasaron los días y oí que Pacho dijo que se iba a quedar en RCN y que no iba a aspirar a la alcaldía. Decidí llamarlo.

— Pacho ¿y la Alcaldía de Bogotá?

— Ay Juan, se me olvidó llamarlo. Ya no voy a ser candidato. Métase usted.

Para mí ya era imposible. Yo había sacado la votación más alta de Colombia, había encabezado la lista más votada de la historia, estaba elegido senador y no podía traicionar el mandato de decenas de miles de personas.

Senador

Me eligieron Presidente del Partido de la U y sentí toda la presión de una agenda de Santos distinta a la de Uribe, pues desde el primer día empezó a marcar distancia.

Comencé a realizar una tarea absolutamente metódica, cotidiana, intensa y perseverante, para honrar mi votación. Preparé y saque adelante una completa agenda legislativa consignada en mi libro Innovación Legislativa. Congreso Visible la destacó como la mejor tarea parlamentaria.

Presenté cerca de 70 proyectos de ley, conciliaciones y ponencias, todas muy importantes para la Fuerza Pública, viudas y huérfanos; cinco leyes ambientales y sociales (Familias en Acción), ampliación de la licencia de maternidad, inspecciones de trabajo, descongestión de la rama judicial, energías alternativas, en fin.

Nunca falté a una sola plenaria, no recibí viáticos del Congreso y aunque desarrollé una buena agenda Internacional (como cuando me reuní con el alcalde de Nueva York Michael Bloomberg), no pedí un tiquete internacional al Congreso ni al partido pues todo salió de mi bolsillo.

Recuerdo que el Consejo de Estado, en el año 2013, tumbó una prima que se ganaban los Senadores quienes la rehabilitaron con una triquiñuela del Ministro de Hacienda. Yo la rechacé por considerarla anti ética (siete millones y medio de pesos mensuales) pero como era irrenunciable porque la convirtieron en salario (según concepto de jurídica), entonces decidí donarla a ONG’s de servicio social.

Sufrí mucho en el Congreso, me agobiaban la pugnacidad y la falta de disciplina legislativa, sentí que la rama legislativa (llámese Concejo, Asamblea o Congreso) se deterioró y que en muchos frentes está capturada por intereses criminales. Hay excepciones, por supuesto, pero una parte significativa del sistema político está perdida.

En términos generales el sistema político ha funcionado a partir de un pacto en el que la mayoría de la corporación acompaña al alcalde, al gobernador o al Presidente con la contraprestación de la inclusión de unas partidas globales en el presupuesto que desagregan en el uno a uno para que cada quien reciba su mermelada. El Congreso que a mí me tocó era uno con maquinarias entregadas al Presidente Santos a cambio de sus dosis de mermelada.

Terminé mi período por dignidad y por mis votantes, y me esforcé al máximo sabiendo, casi desde el comienzo, que no quería reelegirme (en Colombia habría que pensar en una Constituyente que cambie profundamente la política).

Por Isabel López Giraldo

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