Juan Manuel Jabois: “El pasado siempre es más interesante que el presente”
En “Malaherba”, la novela más reciente del autor español, se explora la relación de la muerte desde la infancia.
Andrés Osorio Guillott
La novela de entrada presenta una escena que choca, que puede ser perturbadora. La cercanía con la finitud de la vida desde la infancia marca y deja muchas preguntas por responder. ¿Cómo y por qué decidió empezar el relato desde la vivencia de un niño que se acerca a ese momento de la muerte?
Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.
La novela de entrada presenta una escena que choca, que puede ser perturbadora. La cercanía con la finitud de la vida desde la infancia marca y deja muchas preguntas por responder. ¿Cómo y por qué decidió empezar el relato desde la vivencia de un niño que se acerca a ese momento de la muerte?
Porque es la manera más rápida de hacerse mayor. Y la manera más traumática de hacerse mayor antes de tiempo, que es al fin y al cabo uno de los asuntos más graves de la novela. Y cuando la película de tu padre termina, o crees que termina, no hay modo ya de aplazar que empiece la tuya. Por eso la primera frase y el primer párrafo.
Pienso que escoger a un niño como personaje y narrador brinda la posibilidad de jugar con la inocencia y la curiosidad. ¿Por qué ese interés por la infancia? ¿Por qué nos cuesta tanto desprendernos de aquello que nos marcó en esa etapa de la vida? ¿Son siempre las primeras veces las que determinan nuestra relación con el mundo y sus elementos?
Porque está perdido irremediablemente, porque al no poder volverse a él uno puede recrearlo a su modo, o recreárselo. Es material inflamable y delicado, y fácilmente manipulable, consciente o inconscientemente. El pasado siempre es más interesante que el presente, porque en el pasado uno puede actuar como quisiera haber actuado, pero no actuó. La verdadera profecía es tratar de saber que pasó, no qué pasará, y Tambu escribe desde la adolescencia para tratar de averiguarlo. Sin embargo, se engaña y sigue engañándose una y otra vez: en la mano del lector está el poder descifrarlo.
Los sueños de Tambu. ¿Lo onírico termina siendo un elemento de revelación, tal vez de premonición, un lugar donde los recuerdos se transforman o cómo entiende usted las imágenes que se proyectan en nuestros sueños y lo que sentimos al vivirlos?
No, no lo creo. Tambu y yo recordamos casi a diario nuestros sueños; hay obsesiones y pesadillas recurrentes, pero no creo que tengan ningún significado más allá de lo que ocurre ante la pérdida de alguien. De un amor, de una vida. De los sueños, al menos a mí, cuesta más salir.
El amor construido desde la curiosidad. Libre de todo prejuicio. ¿Es este sentimiento más noble en tanto que carece de preceptos? ¿Para usted lo bello del amor está en su libertad y desprendimiento de los juicios y las costumbres?
Lo bello del amor es que miles de años después no tenemos ni idea de nada, por eso sigue encantando y aterrorizando a partes iguales. Tambu es un niño de 10 años que todavía no sabe lo que es el amor, pero ya sabe que cuando lo sepa, dentro de tres o cuatro años, sabrá también que puede enamorarse de un niño. Que no hay restricciones, ni meapilas ni fascistas que le impidan eso; esa gente que se distingue por animar o bromear entre “te gusta esta” o “te gusta aquel” pero cuando le recuerdas que a él le puede gustar aquel o a ella esta, te dicen que eso “ya cuando toque” o directamente que no se pervierta o condicione a los niños. En fin, más educación en diversidad sexual y menos agentes de tráfico de carril único que lo único que hacen es arruinar vidas.
El título del libro surge del dicho “Mala herba nunca morre”, que en la novela es dicho por el abuelo del personaje. Tambu recuerda la expresión para resumir su vida con Elvis. ¿Sí fue desde esa frase que usted empezó a construir el relato? ¿A qué se debe el interés sobre esa idea de malicia y picardía?
Hay dos momentos muy divertidos en los niños. El primero es cuando descubren el amor y la muerte. El segundo es cuando empiezan a distinguir por sí mismos el bien del mal, y el mal dentro del bien, y el bien dentro del mal. El dicho sólo tiene que ver con el título del libro, ni siquiera tiene mucha importancia en el libro. Tambu a su padre le ha hecho lo que los padres hacen a sus hijos con los asuntos graves de la vida: llenarlos con eufemismos. Por ignorancia voluntaria o involuntaria, tanto da. Tambu no quiere que le despierten aún, es niño para saber de las drogas, de la intolerancia o de la muerte; ya habrá tiempo.
Resulta interesante preguntarse si la vida necesita siempre de los desequilibrios para hallar los caminos correctos. El relato atraviesa la infancia y la adolescencia de Tambu, y ambas son etapas de constantes cambios que acarrean rebeldía, exploración y muchos cuestionamientos. ¿Qué impresiones tiene sobre estas etapas de la vida? ¿Son entonces los “desequilibrios” los que pueden determinar el rumbo que elegimos?
Creo que la palabra clave, como usted dice, es “cuestionamiento”. Es la edad de enfrentarse a cierta soledad, de una vulnerabilidad absoluta y de ninguna certeza. Tener muchas certezas, o tenerlas todas, es una mierda, pero tener pocas o ninguna, no es una mierda mejor. Se lo dijo Gambardella a aquella pobre mujer: “Cuántas certezas, Stefanía: no sé si envidiarte o despreciarte”. La cito de memoria. Malaherba surge de una imagen muy potente que me acompañó siempre: el momento en que unos padres sueltan el sillín de un niño que ha aprendido a andar en bicicleta sujetado por ellos. Lo sueltan cuando está dando pedales, y hay niños que, aunque ya saben pedalear, se caen por saber que nadie los sostiene. Otros, al ver que sus padres lo han soltado, echan a volar. Tambu es de los segundos. Tambu es un niño que pasa el libro echándose de menos sin saber aún lo que es la nostalgia y queriendo sin saber lo que es el amor; es complicado eso.
¿Cree que la misma religión se ha encargado de tergiversar la idea de Dios? Se lo pregunto por el apartado en que uno de los personajes afirma que Dios es una mierda. ¿Termina siendo esa idea causal de culpa y de miedo en algunas ocasiones?
En Galicia decimos: “Deus é bo pero o demo non é malo” [Dios es bueno, pero el demonio no es malo]. Mi impresión es que la idea de un Dios ha dado consuelo y paz a mucha gente, algo que ha tenido un precio altísimo en cuanto a destrucción.
La vergüenza y la timidez atraviesan en varios momentos al personaje. ¿Las inseguridades son naturales, humanas, o son males construidos por convenciones y presiones de la sociedad?
Hay muchos tipos de inseguridades, seguro que de esos dos tipos también. La hay incluso que acompañan y nos hacen mejores personas, menos imbéciles, menos dogmáticos, menos pagados de nosotros mismos.