Juan Rulfo, el muerto que habla

Se cumplen cien años del nacimiento de uno de los escritores más influyentes de América. Colegas explican las claves de su obra y por qué le bastaron dos libros para convertirse en clásico: la novela “Pedro Páramo” y los cuentos de “El llano en llamas”.

Nelson Fredy Padilla.
14 de mayo de 2017 - 02:00 a. m.
 Escultura en memoria de Juan Rulfo hecha por el artista Javier Silva como parte de los preparativos del centenario del natalicio del autor, en la plaza del municipio de Tuxcacuesco. El martes habrá celebraciones en todo México. / EFE
Escultura en memoria de Juan Rulfo hecha por el artista Javier Silva como parte de los preparativos del centenario del natalicio del autor, en la plaza del municipio de Tuxcacuesco. El martes habrá celebraciones en todo México. / EFE
Foto: EFE - Ulises Ruiz Basurto
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Pasó a la historia de la literatura universal por llevarnos de la mano a Comala en busca del fantasma de “un tal Pedro Páramo” y hacernos parte de ese misterioso pueblo en el que enfrentamos a nuestros propios espantos. García Márquez le dio todo el crédito por mostrarle cómo terminar de construir el universo mítico de Cien años de soledad. Lo confesó en “Breves nostalgias sobre Juan Rulfo”, ensayo publicado en septiembre de 1980 por la revista mexicana Proceso, donde reveló que todo fue culpa de Álvaro Mutis, que lo vio tan embrollado con su prosa hiperbólica que le llevó la primera edición de Pedro Páramo y le dijo: “¡Lea esa vaina, carajo, para que aprenda!”. Se aprendió párrafos enteros de la novela y ese “deslumbramiento” le dio “por fin el camino que buscaba para continuar mis libros”.

El crítico francés Jacques Joset considera que los “mundos sagrados” de Comala y Macondo se encuentran, por ejemplo, a través del espíritu de Prudencio Aguilar, asesinado por José Arcadio Buendía, que persigue a los Buendía hasta en los sueños y obliga a huir a los fundadores del pueblo del realismo mágico.

Juan y Gabo coincidieron en Ciudad de México a comienzos de los años 60. Antes de que Rulfo fuera su amigo de letras y de copas, el futuro nobel escribió el guion de El gallo de oro, basado en un relato del mexicano en el que para Dionisio, el pobre protagonista, el único bien y esperanza es un gallo de pelea, como en El coronel no tiene quien le escriba, escrito a mediados de los 50. ¿Simple coincidencia? No. Para los dos la arena de la gallera representaba la confluencia literaria de todas las clases sociales, de todas las violencias. Y su circularidad era la metáfora del ciclo de la vida y muerte.

Rulfo fue una influencia mayor para García Márquez, como Kafka desde Europa y Faulkner desde Estados Unidos. Una percepción similar me compartió en 2013 el nobel de literatura Jean-Marie Gustave Le Clézio, que en 1970 viajó desde Francia a México en busca de los orígenes de las culturas azteca y maya, como hicieran Arthaud y Michaux, y se topó con Rulfo y por ese camino con García Márquez. “Era amigo de mis amigos Álvaro Mutis y Louis Panabière, quien por entonces dirigía la Alianza Francesa. Louis me introdujo a la literatura iberoamericana. Primero me incitó a leer a Juan Rulfo y después a García Márquez. Nada de ellos perecerá”. Vínculos reconfirmados por el poeta mexicano Homero Aridjis, vecino de Rulfo y amigo de Gabo.

La crítica literaria y poeta colombiana Luz Mary Giraldo opina que lo que Gabo aprendió de Juan Rulfo también “puede apreciarse en su monumental novela del dictador y de la soledad del poder que llamó El otoño del patriarca”. El novelista británico Salman Rushdie lo ratificó en “La magia al servicio de la verdad”, artículo escrito tras la muerte de su colega colombiano: “El realismo mágico no es invento de García Márquez. El escritor brasileño Machado de Assis, el argentino Jorge Luis Borges y el mexicano Juan Rulfo lo precedieron. García Márquez estudió detenidamente Pedro Páramo, la obra maestra de Rulfo, y comparó el impacto que le causó con La metamorfosis de Kafka. En el pueblo fantasma de Comala es fácil ver dónde nació el Macondo de García Márquez”.

En uno de sus ensayos, el poeta colombiano William Ospina dialoga sobre “la muchedumbre espectral de la mitología de Juan Rulfo”. Concluye que “García Márquez, el colombiano, es imposible sin Rulfo, el mexicano”. “Es tal vez la irrupción del pensamiento mágico indígena en el orden del relato lo que marca la diferencia de Cien años de soledad con toda la literatura europea, lo que señala el secreto de la fascinación distinta que ejerce sobre la imaginación de todos los pueblos, y por ello se explica que García Márquez sólo haya sabido cómo contar su saga cuando leyó el Pedro Páramo de Rulfo, el momento en que el universo mágico ancestral de los mexicanos encontró su lugar en la respiración de nuestra lengua continental”.

Termino con el testimonio del escritor colombiano Fernando Vallejo, radicado en Ciudad de México desde hace 46 años y no dado a admitir su admiración por escritores que no sean clásicos de la Antigüedad. Me dijo allí en 2011: “Lo de Rulfo es un caso excepcional. Que sus libros Pedro Páramo y El llano en llamas, escritos en los años 50, sigan vivos y pesando es asombroso, porque los escritores desaparecen incluso en vida y los que son muy famosos mueren y desaparecen sus libros. En cambio Pedro Páramo sigue viviendo como si fuera la voz de un México muy profundo, del pasado, intemporal. Ese libro me intrigó mucho, durante muchos años no lo entendí puesto que está escrito en primera persona, como yo quiero que sea la novela, y en eso coincide conmigo, pero es un libro con muchos diálogos. Era como inaceptable para los principios míos. Sí, pero lo que pasa es que los que están hablando son los muertos y sin esos diálogos no habría sido libro. Por eso sigue siendo la gran obra literaria de México”.

De la prosa poética de Rulfo opinó: “Pedro Páramo es un libro muy corto y casi todo es diálogos. Tiene unas pocas metáforas muy hermosas, por ejemplo decir ‘el eco de las sombras’ es una metáfora cinestésica porque estás comparando el sonido del eco con la visión de las sombras, o ‘los gritos de los niños revoloteaban y parecían teñirse de azul en el cielo del atardecer’. Son muy pocos momentos muy bellos, pero tú sabes que una página buena salva a un escritor, un verso bueno salva a un poeta”.

Y sobre una contraposición del imaginario del mexicano con la violencia colombiana anotó: “Pedro Páramo es un libro misterioso del campo curiosamente muy emparentado con mi tierra, algo tiene de Antioquia como el estado de Jalisco. Me recuerda mucho a Manuel Mejía Vallejo; eran contemporáneos, no creo que se hayan conocido, no se han influenciado, no creo que Rulfo hubiera leído a Mejía Vallejo; tal vez Mejía Vallejo sí, porque leía literatura latinoamericana. En Pedro Páramo los personajes siempre se recuerdan con nombre y apellido: Susana San Juan, Fulgor Sedano. Igual en Mejía Vallejo en La muerte de Pedro Canales. También este mundo violento que está en los cuentos de El llano en llamas está en los cuentos campesinos de Mejía Vallejo. Hay muchas coincidencias entre estos dos escritores. Muertos que hablan”.

Por Nelson Fredy Padilla.

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