Juan Sebastián Mesa: La resistencia del que se queda
“La roya”, de Juan Sebastián Mesa, es la única producción colombiana en la sección Nuevos Directores del Festival Internacional de Cine de San Sebastián.
Janina Pérez Arias
Minutos antes del estreno mundial de La roya, Juan Sebastián Mesa jura que no está nervioso. La única producción colombiana en la sección Nuevos Directores del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, pasaría la prueba de fuego de la primera proyección con público en pantalla grande.
Tras cinco años de gestación, La roya se rodó en la localidad de Concordia (Antioquia) durante cinco semanas. Para hacer cine se requiere tiempo y mucha paciencia, y en esto Juan Sebastián Mesa es un experto, por lo que una espera más no le molestó: la de los guayacanes que florecen una vez al año durante una semana.
El director de Los nadie (2016) esta vez cuenta la historia de Jorge, el único de su generación que decidió quedarse en su pueblo para trabajar en la finca cafetera de su familia. “Permanecer es un acto de resistencia”, figura como subtítulo en el póster de esta película, una frase que también armoniza con las ganas de hacer cine.
El festival español es la primera parada para este filme que tiene trazado un recorrido por otros eventos cinematográficos europeos tal como el Festival de Zúrich, el de Biarritz, así como una muestra de cine colombiano en París. En Colombia la fecha de estreno aún no está definida, aunque está asegurada una proyección especial en Concordia.
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¿Por qué decidió desarrollar la historia en ese contexto cafetalero?
La película se rodó en el sudoeste de Antioquia que es la parte cafetera y es un lugar que para mí es muy importante. Mis padres son de esa zona, los primeros años de mi vida transcurrieron allá. Cuando empecé este proyecto lo hice desde el deseo de retornar, que corresponde a lo que hacen ciertos personajes de la película. Quería explorar ese lugar, tomarme el tiempo para conocerlo, además hacer esta película era la excusa para responder ciertas preguntas que tenía.
¿Cuáles eran esas preguntas?
Eran cuestiones relacionadas con el sentido de pertenencia. Mi vida ha estado entre la ciudad y el campo, por lo que siempre ha estado en mí la pregunta de hasta qué punto soy de acá o de allá, de si estoy en el medio, pero al final no soy de ninguno de los dos lados. También partí de la premisa qué pasa con alguien que decide quedarse, entonces empecé un proceso de investigación de gente que vive en el campo y me di cuenta de que cada vez hay menos jóvenes en las zonas rurales, que no hay un relevo generacional, que todos los jóvenes migran a la ciudad como única alternativa.
El abandono de los campos es algo que se está viendo desde hace muchos años, pero cuando ya deja de ser un titular de periódico para tenerlo tan cerca toma otra dimensión. ¿Cómo fue para usted confrontarse con ese hecho?
En un principio fue angustiante. Lo constatamos por ejemplo cuando hicimos el casting, que nos costó mucho hacerlo precisamente por esa razón. Estuvimos ocho meses recorriendo pueblos en la búsqueda de alguien para que interpretara a Jorge. Vimos que no había muchos jóvenes, y los que había no estaban interesados o no nos funcionaban. Estuvimos preguntándonos de dónde sacaríamos ese personaje. Fue una búsqueda muy ardua y cuando finalmente encontramos a Daniel Ortiz, fue como una epifanía, pero luego empezó el largo proceso de convencerlo. Una persona de campo tiene otras prioridades y hacer una película no están entre ellas porque primero está la familia que tiene que alimentar. Fue un proceso largo de sensibilización, de hablar con él y con su pareja. Aunque fue muy complejo, también fue un proceso interesante.
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¿Cómo logró acercar a los actores naturales a la actuación y a la parafernalia de la realización cinematográfica?
Fue un reto muy grande porque el gran desafío estaba en que siguieran siendo ellos mismos, que sigan siendo esos personajes que habíamos encontrado a pesar de toda esa parafernalia, de toda la gente alrededor, de todas esas cosas que pueden ser tan apabullantes, que te pueden asustar. Sólo teníamos dos secundarios que ya venían con una preparación actoral, el resto eran no profesionales, entonces primero empezamos a familiarizarlos con el proceso de realización de una película para que cuando llegaran al set ya estuvieran familiarizados con los recursos y herramientas técnicas. Fue un proceso largo también con muchos ejercicios de actuación, de invisibilidad de cámara, de respiración.
La grandeza del paisaje no se come la historia, ¿tuvo presente mantener el equilibrio entre ambos?
Siempre dije que había paisajes muy bonitos pero me dije que tenían que estar en función del actor. Cada vez que sale un paisaje el actor tenía que estar allí, no era una cuestión de hacer postales, sino más bien era cómo el paisaje también narra, que implica la dificultad de moverse o de transportar. La constante es que la belleza está acompañada de lo violento que es el paisaje, el cual es un territorio muy hostil para desplazarse. Esa hostilidad la experimentamos también en el rodaje, fue una lucha constante con los elementos.
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La nostalgia, como la roya, puede ser un hongo invasivo que si no se le quema termina comiéndote.
Obviamente es parte de esa metáfora. Quería plantear esas contradicciones que te empiezan a carcomer, para finalmente asumir las cosas tal como son y quemar algo de ese pasado para poder seguir adelante. La historia es también el descenso al infierno del personaje, que viene representado en la fiesta que es un poco dantesca, caótica, llena de muchos simbolismos, con la construcción del bien y del mal tan subjetiva y a la vez inherente al contexto. Me interesaba ir pues descendiendo, que la película empezara desde arriba (en las montañas) y que nos sumergiéramos con él en aguas oscuras en búsqueda de respuestas.
¿Qué significa para usted y para su película la participación en la sección Nuevos Directores del Festival Internacional de Cine de San Sebastián?
Es muy gratificante. El festival creyó en este proyecto desde el principio, ya que estuvimos primero en el programa Cine en Construcción y luego fue seleccionado para Nuevos Directores (cuyo premio consiste en 50 mil euros), que es una plataforma muy importante y que permitirá que La roya llegue a más gente y que pueda tener una vida más prolongada. Estamos muy felices.
Ha dicho que parte de la motivación de hacer La roya tenía que ver con la búsqueda de respuestas personales. Al finalizar la película ¿halló alguna respuesta?
Aún estoy en proceso de digerir todo. Aquí en San Sebastián será la primera vez que la vea en pantalla grande.
Minutos antes del estreno mundial de La roya, Juan Sebastián Mesa jura que no está nervioso. La única producción colombiana en la sección Nuevos Directores del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, pasaría la prueba de fuego de la primera proyección con público en pantalla grande.
Tras cinco años de gestación, La roya se rodó en la localidad de Concordia (Antioquia) durante cinco semanas. Para hacer cine se requiere tiempo y mucha paciencia, y en esto Juan Sebastián Mesa es un experto, por lo que una espera más no le molestó: la de los guayacanes que florecen una vez al año durante una semana.
El director de Los nadie (2016) esta vez cuenta la historia de Jorge, el único de su generación que decidió quedarse en su pueblo para trabajar en la finca cafetera de su familia. “Permanecer es un acto de resistencia”, figura como subtítulo en el póster de esta película, una frase que también armoniza con las ganas de hacer cine.
El festival español es la primera parada para este filme que tiene trazado un recorrido por otros eventos cinematográficos europeos tal como el Festival de Zúrich, el de Biarritz, así como una muestra de cine colombiano en París. En Colombia la fecha de estreno aún no está definida, aunque está asegurada una proyección especial en Concordia.
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¿Por qué decidió desarrollar la historia en ese contexto cafetalero?
La película se rodó en el sudoeste de Antioquia que es la parte cafetera y es un lugar que para mí es muy importante. Mis padres son de esa zona, los primeros años de mi vida transcurrieron allá. Cuando empecé este proyecto lo hice desde el deseo de retornar, que corresponde a lo que hacen ciertos personajes de la película. Quería explorar ese lugar, tomarme el tiempo para conocerlo, además hacer esta película era la excusa para responder ciertas preguntas que tenía.
¿Cuáles eran esas preguntas?
Eran cuestiones relacionadas con el sentido de pertenencia. Mi vida ha estado entre la ciudad y el campo, por lo que siempre ha estado en mí la pregunta de hasta qué punto soy de acá o de allá, de si estoy en el medio, pero al final no soy de ninguno de los dos lados. También partí de la premisa qué pasa con alguien que decide quedarse, entonces empecé un proceso de investigación de gente que vive en el campo y me di cuenta de que cada vez hay menos jóvenes en las zonas rurales, que no hay un relevo generacional, que todos los jóvenes migran a la ciudad como única alternativa.
El abandono de los campos es algo que se está viendo desde hace muchos años, pero cuando ya deja de ser un titular de periódico para tenerlo tan cerca toma otra dimensión. ¿Cómo fue para usted confrontarse con ese hecho?
En un principio fue angustiante. Lo constatamos por ejemplo cuando hicimos el casting, que nos costó mucho hacerlo precisamente por esa razón. Estuvimos ocho meses recorriendo pueblos en la búsqueda de alguien para que interpretara a Jorge. Vimos que no había muchos jóvenes, y los que había no estaban interesados o no nos funcionaban. Estuvimos preguntándonos de dónde sacaríamos ese personaje. Fue una búsqueda muy ardua y cuando finalmente encontramos a Daniel Ortiz, fue como una epifanía, pero luego empezó el largo proceso de convencerlo. Una persona de campo tiene otras prioridades y hacer una película no están entre ellas porque primero está la familia que tiene que alimentar. Fue un proceso largo de sensibilización, de hablar con él y con su pareja. Aunque fue muy complejo, también fue un proceso interesante.
Le sugerimos leer la tercera entrega de: Amadeo Carrizo, o el origen del fútbol (III)
¿Cómo logró acercar a los actores naturales a la actuación y a la parafernalia de la realización cinematográfica?
Fue un reto muy grande porque el gran desafío estaba en que siguieran siendo ellos mismos, que sigan siendo esos personajes que habíamos encontrado a pesar de toda esa parafernalia, de toda la gente alrededor, de todas esas cosas que pueden ser tan apabullantes, que te pueden asustar. Sólo teníamos dos secundarios que ya venían con una preparación actoral, el resto eran no profesionales, entonces primero empezamos a familiarizarlos con el proceso de realización de una película para que cuando llegaran al set ya estuvieran familiarizados con los recursos y herramientas técnicas. Fue un proceso largo también con muchos ejercicios de actuación, de invisibilidad de cámara, de respiración.
La grandeza del paisaje no se come la historia, ¿tuvo presente mantener el equilibrio entre ambos?
Siempre dije que había paisajes muy bonitos pero me dije que tenían que estar en función del actor. Cada vez que sale un paisaje el actor tenía que estar allí, no era una cuestión de hacer postales, sino más bien era cómo el paisaje también narra, que implica la dificultad de moverse o de transportar. La constante es que la belleza está acompañada de lo violento que es el paisaje, el cual es un territorio muy hostil para desplazarse. Esa hostilidad la experimentamos también en el rodaje, fue una lucha constante con los elementos.
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La nostalgia, como la roya, puede ser un hongo invasivo que si no se le quema termina comiéndote.
Obviamente es parte de esa metáfora. Quería plantear esas contradicciones que te empiezan a carcomer, para finalmente asumir las cosas tal como son y quemar algo de ese pasado para poder seguir adelante. La historia es también el descenso al infierno del personaje, que viene representado en la fiesta que es un poco dantesca, caótica, llena de muchos simbolismos, con la construcción del bien y del mal tan subjetiva y a la vez inherente al contexto. Me interesaba ir pues descendiendo, que la película empezara desde arriba (en las montañas) y que nos sumergiéramos con él en aguas oscuras en búsqueda de respuestas.
¿Qué significa para usted y para su película la participación en la sección Nuevos Directores del Festival Internacional de Cine de San Sebastián?
Es muy gratificante. El festival creyó en este proyecto desde el principio, ya que estuvimos primero en el programa Cine en Construcción y luego fue seleccionado para Nuevos Directores (cuyo premio consiste en 50 mil euros), que es una plataforma muy importante y que permitirá que La roya llegue a más gente y que pueda tener una vida más prolongada. Estamos muy felices.
Ha dicho que parte de la motivación de hacer La roya tenía que ver con la búsqueda de respuestas personales. Al finalizar la película ¿halló alguna respuesta?
Aún estoy en proceso de digerir todo. Aquí en San Sebastián será la primera vez que la vea en pantalla grande.