Julián Ferreira : “La música no necesita ser rescatada ni requiere de un héroe”
Vínculos, cuarteto de bandolas, ofrecerá un concierto el domingo 20 de noviembre, a las 4:00 p.m., en el Teatro de Garaje (carrera 10 n.° 54A-27), en el marco del lanzamiento de su primer disco.
Danelys Vega Cardozo
Vínculos es un cuarteto de bandolas que se enmarca entre las nuevas músicas colombianas. ¿Por qué cree que en los últimos años las agrupaciones o los artistas en el país se han volcado a rescatar lo tradicional?
El término “rescatar” me parece peligroso, porque la música no necesita ser rescatada ni requiere de un héroe (es un proceso dinámico que viven los territorios y la gente). Pienso que más que volcarse hacia esas músicas, digamos, raizales, ancestrales o antiguas, se trata de preguntas que tienen las personas sobre quiénes son y por qué se toman las músicas (cosas extramusicales). En Colombia hubo históricamente un pensamiento muy fuerte de “no me interesa mi tradición. Me vuelco hacia Europa”; es decir, una visión eurocentrista (ajena a la actualidad y a quienes ahora están haciendo música). Entonces, la gente encuentra respuestas muy diversas y algunos deciden tocar como se hacía hace cien o doscientos años (una ilusión, pero un intento bonito), mientras que otros eligen coger esa música y hacer algo nuevo con ella (música electrónica, fusión o como se llame). Me parece chévere e interesante hacer ese tipo de cosas, pero siento que alrededor de nuestro proyecto no hay tanto esa pregunta. Nosotros no tenemos esa intención de rescatar la música, más bien, en nuestro caso, la pregunta gira hacia los instrumentos que hay en el territorio, las cosas que se están forjando y la historia que hay detrás y cómo, partiendo de todo eso, podemos hablar desde la actualidad y nuestra visión individual.
¿Y por qué se ha interesado por esa historia?
Desde lo personal, hay una pregunta, que he sentido que también tienen otros artistas, acerca de quiénes somos, para dónde vamos, entendiendo que somos colombianos, mestizos y tenemos una historia muy fuerte. Encuentro un conflicto muy marcado de que somos aquí en la ciudad, de alguna manera, herederos de Europa (de una tradición europea) y estos instrumentos representan esa tradición; ellos han estado enmarcados en un contexto muy fuerte de patriotismo o la idea nacionalista (la música colombiana era el triple, la bandola, pasillos y bambucos, aunque en realidad es muy diversa). A pesar de todo pienso que en ese ideario hay cosas bonitas por rescatar. Vínculos lo que intenta hacer es una especie de decantación: empezar a sacar lo que sentimos que no sirve de esa herencia, que no está funcionado y vibrando con la actualidad, pero que nos dice cosas. Es curioso que no nos paremos a ver que hay música urbana en Colombia e incluso desde lo ancestral o tradicional, entonces están relegadas solo a un nicho académico y no a la gente, por eso Vínculos intenta vincularlo con ese tipo de cosas.
Decía que de esa herencia musical hay cosas que no sirven . ¿Cuáles?
Hay muchas cosas alrededor del ideario racista (yo siento que estas músicas son “blancas”, no se tiene en cuenta que también hay otras personas alrededor de todo esto). Para mí, tampoco sirve esa idea purista de la música, que solamente con estos instrumentos se pueden tocar bambucos, guabinas, etc. (no me parece acertado). También, hay contextos en donde hay cuestiones muy individualistas alrededor de esa música; existen ideas académicas sobre quién es el número uno (cuestiones técnicas de tocar muy bien o perfecto). Nosotros no estamos en ese discurso, buscamos proponer otra sonoridad, soñar por otros lados.
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¿Por qué cree que le damos prevalencia a la perfección sobre el disfrute?
Sí, eso es algo muy raro. En la academia sucede mucho; estas músicas se enmarcan en ella, pero yo no soy un músico “que viva ahí”. He tenido la fortuna de conocer músicas raizales (pertenezco a un grupo de investigación de músicas caucanas), y uno se empieza a dar cuenta de que hay un ideario fuerte de la maestría (ser el maestro, el grande en algo). En nuestra sociedad, o al menos en la ciudad, tratamos de que nos reconozcan dentro de nuestro individualismo, que seamos los números uno, que la gente nos vea (nos educaron con una idea competitiva). Siento que, en cuanto a eso, tenemos muchas cosas que aprender de las músicas raizales, porque se mueven más dentro de la idea comunitaria que la individualista. Tenemos ese pensamiento de ser los número uno porque como sociedad no nos hemos puesto a pensar que hay otras maneras de vivir y pervivir en el mundo.
Para usted, ¿cómo la competencia nos afecta a nivel social?
Creo que nos deshumaniza un poco, rompe esa empatía que es tan necesaria es países como este y en la humanidad en general. La competencia nos disocia y nos hace vernos como enemigos; voy perdiendo esa humanidad de socializar y al mismo tiempo me voy perdiendo a mí mismo porque uno deja de vivir por estar sumergido en una perfección (al final es como encerrarse y perderse de la vida). Vivimos en una sociedad donde el ego prima y eso ha destruido un poco el tejido social (no funcionamos comunitariamente, no pensamos en el otro, sino en autosatisfacernos, pero creo que hay opciones de vida, no es la única manera). Nos estamos abriendo a que eso se dé desde la música, pero también desde cómo actuamos desde ella, cómo funciona el grupo y damos voces a otros músicos que han estado antes que nosotros. Vínculos no se inventó el cuarteto de bandolas, hay unos cultores de la música que investigaron y se pusieron a hacer esa tarea, y unos constructores de instrumentos que también son muy importantes (Albertos Paredes, Ana María Paredes y Manuel Bernal, quien hizo la investigación alrededor de estos instrumentos). Que chévere vincularnos y decir: “No venimos de la nada, somos un producto social y nos necesitamos los unos a los otros”, y a partir de ahí generamos comunidad.
Ustedes juegan con distintos géneros musicales. ¿Cómo beneficia esto a los oyentes?
Creo que existe un ideario sonoro cuando la gente escucha estos instrumentos (un ideario de campo), pero que chévere que la gente empiece a decir: “Urbanamente puedo coger esta música y empezar a jugar con ellas y moverlas por otros lados”, es decir, vincular esa tradición que tenemos de instrumentos de cuerda en el territorio con la actualidad de la ciudad (nosotros solo estamos abriendo un camino: decir que esa música existe). Cuando la gente habla de música colombiana siempre lo relaciona con gaitas, marimbas, pero también hay colombianos haciendo rock, rap y reggaetón; eso también es música colombiana, de alguna manera, es una interpretación que nosotros damos de una cultura, idea y visión (que es peligroso porque detrás hay un discurso de apropiación cultural).
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Hablemos un poco sobre su pensamiento alrededor de la apropiación cultural.
Yo me doy cuenta de que hay muchas personas que se apropian con un fin mercantil de los productos culturales de los territorios a los que no pertenecen. Entonces, quitan completamente los símbolos, las historias, la gente, los territorios, la naturaleza que están presentes ahí y los ponen, digamos, en una pasarela francesa; lo hacen desde el exotismo y el mercado (eso es una cuestión negativa de la que no queremos hacer parte y con la que no estamos de acuerdo). Pero también existe el otro lado en el que la gente dice: “Me interesa esta otra cultura, me dice algo y creo que también se lo puede decir a mi territorio, entonces me voy a sumergir muy seria y profundamente en cómo esta cultura funciona, voy a empaparme de ello y hacerlo una parte indivisible de mí” (no sé si eso sea apropiación en el sentido literal). Las bandas punkeras agarran todo el lenguaje punkero, pero dicen: “Hay vainas políticas que se deben decir con claridad en Colombia” y las dicen (qué bacano que lo hagan). Puede que sea un discurso de Inglaterra, pero tratan de hacer un ejercicio de traducción al territorio, al sitio en donde están, buscando que eso le diga algo a la gente que vive ahí; es un ejercicio de servicio a la comunidad (qué bonito ser un reflejo).
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Sí, tal vez la discusión está en si esa apropiación cultural se hace solo para beneficio propio, sin importarme lo que hay detrás de ese legado, o si por el contrario lo hago pensando también en el beneficio que puede traer a una comunidad…
Sí, desde un pedazo pequeño. Nosotros entendemos que es complejo los alcances de esta música, que no hay un mercado muy claro alrededor de ella, sabemos que somos minoritarios, pero nos gusta el hecho de que tenga sentido lo que hacemos (lo que estabas diciendo). Si no tiene sentido para la gente con la que comparto esta música y para mí, entonces para qué lo hago.
¿Y cuál es el sentido de lo que hace?
A mí me gusta mucho tocar música de mis colegas y que sea de gente que está viva (en la academia se toca, muchas veces, música de personas que están muertas). Nuestro ideario de la nostalgia es muy pesado en Colombia. Qué bacano que, al menos desde Vínculos, nos podamos sentar y decir: “Voy a tocar esta música de mi amigo” y que se digan cosas desde el presente a partir de eso (para mí es un sentido muy profundo). También me parece que la bandola responde o intenta responder cuestiones muy profundas alrededor de mi identidad como bogotano o persona de la ciudad; siento que se le echa mucho odio a este territorio, pero hay cosas bonitas, hay una bandola que nos está diciendo: “Tú eres o quizás puedes ser esto”. Entendemos que la identidad no es una cosa estática, sino que también es una posibilidad creativa y la estamos poniendo en marcha en el proyecto.
¿Cómo esta música le ha permitido conocerse?
Eso es clave. Yo me gané una beca para estudiar composición en Estados Unidos. Estando allá entré en una crisis terrible porque me decía: “Soy colombiano y veo a gente de diferentes partes del mundo tocando sus músicas y yo no lo estoy haciendo, estoy estudiando música orquestal y jazz”. Entonces, me preguntaba “por qué estoy haciendo música”, “cuál es el sentido de hacer música”. Una tarde, un amigo me dijo que viera un instrumento que tenía guardado y era una bandola andina; no la conocía, no tenía ni idea de su existencia, a pesar de que mi familia es santandereana y hay mucho bagaje alrededor del tiple y estas músicas de cuerda. Agarré la bandola y me sentí cómodo (como si fuera mi casa), porque fue fácil tocarla y me remitía a sonidos que por ahí andaban (en una información sutil que no entendía y que también me componen). Ha sido muy bonito porque la bandola me responde a esa pregunta sobre la música y sobre quién soy.
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Pero no cualquier bandola, sino la andina…
Sí, también hay bandola llanera (hay una tradición muy bonita en torno a esa música). La bandola es un instrumento americano muy fuerte porque hay bandola en el norte de Chile, Ecuador y España (se toca la bandurria, el tatarabuelo de la bandola). Entonces, es un instrumento que también nos vincula como panamericanos.
Yo no fui educado como instrumentista y en la academia a ti te meten esa idea de que si eres compositor solo escribes música o tocas, más o menos, el piano, pero uno como artista tiene que abrir un poco la cabeza, mirar cómo funcionan las cosas y meterse en posiciones incómodas (alejados de la zona de comfort). Entrar ahí es abrir los horizontes, las posibilidades de la música; mirar cómo funciona no solo el instrumento, sino el sistema en el que me estoy metiendo (de qué manera dialoga esto con mi concepción de la música y romper esas barreras de “soy compositor y solo soy eso”). En la educación formal te meten la hiperespecialización de las cosas en cualquier área del conocimiento y solo uno puede crear nuevas cosas cuando genera conexiones con diferentes formas de entender el mundo. Al final, crear es reconfigurar y esto se genera en la medida en que nosotros podamos abrir el espectro de comprensión del universo. Lo que no entendemos no existe y una vez exista y lo entendamos podemos conectarlos con cosas que nadie más podría hacerlo y desde ahí hace ese ejercicio de la creación.
Retomando lo que acaba de decir, supongo que piensa que esa hiperespecialización se convierte en una barrera para la creatividad…
Sí y en todas las áreas del conocimiento. No hemos podido vincular en el arte dos cosas que me parecen muy poderosas: el sentir y el pensar. Dentro de la academia te enseñan solo a pensar y en la vida te enseñan solo a sentir; eso no permite, por ejemplo, que muchos gremios profesionalicen a un nivel bacano. Cuando uno logra vincular estos dos aspectos, considero que se genera la creatividad y se impulsan otras cosas más. Ojalá esa desvinculación no nos lleve a la muerte del pensamiento humano, a que solo somos operativos, a que solo trabajamos y tenemos que hacerlo como si fuéramos hormiguitas.
Como si fuéramos máquinas…
Sí, pero que bueno que ojalá podamos abrir ese espectro y decir: “Podemos vincularlo desde otro lado”. Ese también es el ejercicio del grupo: “Hemos pegado cosas que normalmente no se hacen, hemos visto conexiones en donde, por lo general, la gente no ve”. Hay un tema muy bonito en nuestro disco, que se llama Las Ruinas, con una cantautora punkera. Lo arreglamos para bandolas y quien nos estaba haciendo las mezclas dijo que le iba a hacer diseño de sonido (hizo una vaina de electrónica muy rara). En el mundo de la bandola jamás había sucedido eso: que alguien le metiera música electrónica a este tipo de cosas y que hubiera una cantante que no tiene la voz de las cantantes de músicas tradicionales (ahí se abren horizontes).
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¿Por qué cree que a veces nos da miedo romper con el formato establecido?
Me pasa mucho que me interesa lo antiguo, el pasado, el por qué del antes. Entiendo que la gente intenta, fuertemente, cuidar la tradición porque quieren proteger algo que es valioso, que vale la pena que se siga diciendo (ese intento lleva a desafortunadas conclusiones, pero viene de una intención muy bonita). Cuidar esa tradición es tratar de preservar algo en el futuro, que las personas puedan vivirla de primera mano sin que perezca (un intento por la vida y no por la muerte). Estoy en conflicto con eso, entendiendo que tampoco puedes pretender mantener todo por siempre (la naturaleza es impermanente, está cambiando todo el tiempo). En ese conflicto se genera un fuego, que es el que produce, de alguna manera, nuestro presente y nuestra vida y que nos propulsa para algún lado. No quiero decir que no me interesa la música de antes (el bambuco y todo eso), pero tampoco quiero decir que no vivo en otras músicas (más bien cuando esos dos mundos se conectan empiezan a nacer otras cosas). No somos solo el futuro que está por venir ni tampoco somos un pasado que ya está muerto, somos esas dos cosas en constante diálogo y problematización.
Vínculos es un cuarteto de bandolas que se enmarca entre las nuevas músicas colombianas. ¿Por qué cree que en los últimos años las agrupaciones o los artistas en el país se han volcado a rescatar lo tradicional?
El término “rescatar” me parece peligroso, porque la música no necesita ser rescatada ni requiere de un héroe (es un proceso dinámico que viven los territorios y la gente). Pienso que más que volcarse hacia esas músicas, digamos, raizales, ancestrales o antiguas, se trata de preguntas que tienen las personas sobre quiénes son y por qué se toman las músicas (cosas extramusicales). En Colombia hubo históricamente un pensamiento muy fuerte de “no me interesa mi tradición. Me vuelco hacia Europa”; es decir, una visión eurocentrista (ajena a la actualidad y a quienes ahora están haciendo música). Entonces, la gente encuentra respuestas muy diversas y algunos deciden tocar como se hacía hace cien o doscientos años (una ilusión, pero un intento bonito), mientras que otros eligen coger esa música y hacer algo nuevo con ella (música electrónica, fusión o como se llame). Me parece chévere e interesante hacer ese tipo de cosas, pero siento que alrededor de nuestro proyecto no hay tanto esa pregunta. Nosotros no tenemos esa intención de rescatar la música, más bien, en nuestro caso, la pregunta gira hacia los instrumentos que hay en el territorio, las cosas que se están forjando y la historia que hay detrás y cómo, partiendo de todo eso, podemos hablar desde la actualidad y nuestra visión individual.
¿Y por qué se ha interesado por esa historia?
Desde lo personal, hay una pregunta, que he sentido que también tienen otros artistas, acerca de quiénes somos, para dónde vamos, entendiendo que somos colombianos, mestizos y tenemos una historia muy fuerte. Encuentro un conflicto muy marcado de que somos aquí en la ciudad, de alguna manera, herederos de Europa (de una tradición europea) y estos instrumentos representan esa tradición; ellos han estado enmarcados en un contexto muy fuerte de patriotismo o la idea nacionalista (la música colombiana era el triple, la bandola, pasillos y bambucos, aunque en realidad es muy diversa). A pesar de todo pienso que en ese ideario hay cosas bonitas por rescatar. Vínculos lo que intenta hacer es una especie de decantación: empezar a sacar lo que sentimos que no sirve de esa herencia, que no está funcionado y vibrando con la actualidad, pero que nos dice cosas. Es curioso que no nos paremos a ver que hay música urbana en Colombia e incluso desde lo ancestral o tradicional, entonces están relegadas solo a un nicho académico y no a la gente, por eso Vínculos intenta vincularlo con ese tipo de cosas.
Decía que de esa herencia musical hay cosas que no sirven . ¿Cuáles?
Hay muchas cosas alrededor del ideario racista (yo siento que estas músicas son “blancas”, no se tiene en cuenta que también hay otras personas alrededor de todo esto). Para mí, tampoco sirve esa idea purista de la música, que solamente con estos instrumentos se pueden tocar bambucos, guabinas, etc. (no me parece acertado). También, hay contextos en donde hay cuestiones muy individualistas alrededor de esa música; existen ideas académicas sobre quién es el número uno (cuestiones técnicas de tocar muy bien o perfecto). Nosotros no estamos en ese discurso, buscamos proponer otra sonoridad, soñar por otros lados.
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¿Por qué cree que le damos prevalencia a la perfección sobre el disfrute?
Sí, eso es algo muy raro. En la academia sucede mucho; estas músicas se enmarcan en ella, pero yo no soy un músico “que viva ahí”. He tenido la fortuna de conocer músicas raizales (pertenezco a un grupo de investigación de músicas caucanas), y uno se empieza a dar cuenta de que hay un ideario fuerte de la maestría (ser el maestro, el grande en algo). En nuestra sociedad, o al menos en la ciudad, tratamos de que nos reconozcan dentro de nuestro individualismo, que seamos los números uno, que la gente nos vea (nos educaron con una idea competitiva). Siento que, en cuanto a eso, tenemos muchas cosas que aprender de las músicas raizales, porque se mueven más dentro de la idea comunitaria que la individualista. Tenemos ese pensamiento de ser los número uno porque como sociedad no nos hemos puesto a pensar que hay otras maneras de vivir y pervivir en el mundo.
Para usted, ¿cómo la competencia nos afecta a nivel social?
Creo que nos deshumaniza un poco, rompe esa empatía que es tan necesaria es países como este y en la humanidad en general. La competencia nos disocia y nos hace vernos como enemigos; voy perdiendo esa humanidad de socializar y al mismo tiempo me voy perdiendo a mí mismo porque uno deja de vivir por estar sumergido en una perfección (al final es como encerrarse y perderse de la vida). Vivimos en una sociedad donde el ego prima y eso ha destruido un poco el tejido social (no funcionamos comunitariamente, no pensamos en el otro, sino en autosatisfacernos, pero creo que hay opciones de vida, no es la única manera). Nos estamos abriendo a que eso se dé desde la música, pero también desde cómo actuamos desde ella, cómo funciona el grupo y damos voces a otros músicos que han estado antes que nosotros. Vínculos no se inventó el cuarteto de bandolas, hay unos cultores de la música que investigaron y se pusieron a hacer esa tarea, y unos constructores de instrumentos que también son muy importantes (Albertos Paredes, Ana María Paredes y Manuel Bernal, quien hizo la investigación alrededor de estos instrumentos). Que chévere vincularnos y decir: “No venimos de la nada, somos un producto social y nos necesitamos los unos a los otros”, y a partir de ahí generamos comunidad.
Ustedes juegan con distintos géneros musicales. ¿Cómo beneficia esto a los oyentes?
Creo que existe un ideario sonoro cuando la gente escucha estos instrumentos (un ideario de campo), pero que chévere que la gente empiece a decir: “Urbanamente puedo coger esta música y empezar a jugar con ellas y moverlas por otros lados”, es decir, vincular esa tradición que tenemos de instrumentos de cuerda en el territorio con la actualidad de la ciudad (nosotros solo estamos abriendo un camino: decir que esa música existe). Cuando la gente habla de música colombiana siempre lo relaciona con gaitas, marimbas, pero también hay colombianos haciendo rock, rap y reggaetón; eso también es música colombiana, de alguna manera, es una interpretación que nosotros damos de una cultura, idea y visión (que es peligroso porque detrás hay un discurso de apropiación cultural).
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Hablemos un poco sobre su pensamiento alrededor de la apropiación cultural.
Yo me doy cuenta de que hay muchas personas que se apropian con un fin mercantil de los productos culturales de los territorios a los que no pertenecen. Entonces, quitan completamente los símbolos, las historias, la gente, los territorios, la naturaleza que están presentes ahí y los ponen, digamos, en una pasarela francesa; lo hacen desde el exotismo y el mercado (eso es una cuestión negativa de la que no queremos hacer parte y con la que no estamos de acuerdo). Pero también existe el otro lado en el que la gente dice: “Me interesa esta otra cultura, me dice algo y creo que también se lo puede decir a mi territorio, entonces me voy a sumergir muy seria y profundamente en cómo esta cultura funciona, voy a empaparme de ello y hacerlo una parte indivisible de mí” (no sé si eso sea apropiación en el sentido literal). Las bandas punkeras agarran todo el lenguaje punkero, pero dicen: “Hay vainas políticas que se deben decir con claridad en Colombia” y las dicen (qué bacano que lo hagan). Puede que sea un discurso de Inglaterra, pero tratan de hacer un ejercicio de traducción al territorio, al sitio en donde están, buscando que eso le diga algo a la gente que vive ahí; es un ejercicio de servicio a la comunidad (qué bonito ser un reflejo).
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Sí, tal vez la discusión está en si esa apropiación cultural se hace solo para beneficio propio, sin importarme lo que hay detrás de ese legado, o si por el contrario lo hago pensando también en el beneficio que puede traer a una comunidad…
Sí, desde un pedazo pequeño. Nosotros entendemos que es complejo los alcances de esta música, que no hay un mercado muy claro alrededor de ella, sabemos que somos minoritarios, pero nos gusta el hecho de que tenga sentido lo que hacemos (lo que estabas diciendo). Si no tiene sentido para la gente con la que comparto esta música y para mí, entonces para qué lo hago.
¿Y cuál es el sentido de lo que hace?
A mí me gusta mucho tocar música de mis colegas y que sea de gente que está viva (en la academia se toca, muchas veces, música de personas que están muertas). Nuestro ideario de la nostalgia es muy pesado en Colombia. Qué bacano que, al menos desde Vínculos, nos podamos sentar y decir: “Voy a tocar esta música de mi amigo” y que se digan cosas desde el presente a partir de eso (para mí es un sentido muy profundo). También me parece que la bandola responde o intenta responder cuestiones muy profundas alrededor de mi identidad como bogotano o persona de la ciudad; siento que se le echa mucho odio a este territorio, pero hay cosas bonitas, hay una bandola que nos está diciendo: “Tú eres o quizás puedes ser esto”. Entendemos que la identidad no es una cosa estática, sino que también es una posibilidad creativa y la estamos poniendo en marcha en el proyecto.
¿Cómo esta música le ha permitido conocerse?
Eso es clave. Yo me gané una beca para estudiar composición en Estados Unidos. Estando allá entré en una crisis terrible porque me decía: “Soy colombiano y veo a gente de diferentes partes del mundo tocando sus músicas y yo no lo estoy haciendo, estoy estudiando música orquestal y jazz”. Entonces, me preguntaba “por qué estoy haciendo música”, “cuál es el sentido de hacer música”. Una tarde, un amigo me dijo que viera un instrumento que tenía guardado y era una bandola andina; no la conocía, no tenía ni idea de su existencia, a pesar de que mi familia es santandereana y hay mucho bagaje alrededor del tiple y estas músicas de cuerda. Agarré la bandola y me sentí cómodo (como si fuera mi casa), porque fue fácil tocarla y me remitía a sonidos que por ahí andaban (en una información sutil que no entendía y que también me componen). Ha sido muy bonito porque la bandola me responde a esa pregunta sobre la música y sobre quién soy.
Le invitamos a leer: De la página al plato, una nueva adaptación de “María”
Pero no cualquier bandola, sino la andina…
Sí, también hay bandola llanera (hay una tradición muy bonita en torno a esa música). La bandola es un instrumento americano muy fuerte porque hay bandola en el norte de Chile, Ecuador y España (se toca la bandurria, el tatarabuelo de la bandola). Entonces, es un instrumento que también nos vincula como panamericanos.
Yo no fui educado como instrumentista y en la academia a ti te meten esa idea de que si eres compositor solo escribes música o tocas, más o menos, el piano, pero uno como artista tiene que abrir un poco la cabeza, mirar cómo funcionan las cosas y meterse en posiciones incómodas (alejados de la zona de comfort). Entrar ahí es abrir los horizontes, las posibilidades de la música; mirar cómo funciona no solo el instrumento, sino el sistema en el que me estoy metiendo (de qué manera dialoga esto con mi concepción de la música y romper esas barreras de “soy compositor y solo soy eso”). En la educación formal te meten la hiperespecialización de las cosas en cualquier área del conocimiento y solo uno puede crear nuevas cosas cuando genera conexiones con diferentes formas de entender el mundo. Al final, crear es reconfigurar y esto se genera en la medida en que nosotros podamos abrir el espectro de comprensión del universo. Lo que no entendemos no existe y una vez exista y lo entendamos podemos conectarlos con cosas que nadie más podría hacerlo y desde ahí hace ese ejercicio de la creación.
Retomando lo que acaba de decir, supongo que piensa que esa hiperespecialización se convierte en una barrera para la creatividad…
Sí y en todas las áreas del conocimiento. No hemos podido vincular en el arte dos cosas que me parecen muy poderosas: el sentir y el pensar. Dentro de la academia te enseñan solo a pensar y en la vida te enseñan solo a sentir; eso no permite, por ejemplo, que muchos gremios profesionalicen a un nivel bacano. Cuando uno logra vincular estos dos aspectos, considero que se genera la creatividad y se impulsan otras cosas más. Ojalá esa desvinculación no nos lleve a la muerte del pensamiento humano, a que solo somos operativos, a que solo trabajamos y tenemos que hacerlo como si fuéramos hormiguitas.
Como si fuéramos máquinas…
Sí, pero que bueno que ojalá podamos abrir ese espectro y decir: “Podemos vincularlo desde otro lado”. Ese también es el ejercicio del grupo: “Hemos pegado cosas que normalmente no se hacen, hemos visto conexiones en donde, por lo general, la gente no ve”. Hay un tema muy bonito en nuestro disco, que se llama Las Ruinas, con una cantautora punkera. Lo arreglamos para bandolas y quien nos estaba haciendo las mezclas dijo que le iba a hacer diseño de sonido (hizo una vaina de electrónica muy rara). En el mundo de la bandola jamás había sucedido eso: que alguien le metiera música electrónica a este tipo de cosas y que hubiera una cantante que no tiene la voz de las cantantes de músicas tradicionales (ahí se abren horizontes).
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Me pasa mucho que me interesa lo antiguo, el pasado, el por qué del antes. Entiendo que la gente intenta, fuertemente, cuidar la tradición porque quieren proteger algo que es valioso, que vale la pena que se siga diciendo (ese intento lleva a desafortunadas conclusiones, pero viene de una intención muy bonita). Cuidar esa tradición es tratar de preservar algo en el futuro, que las personas puedan vivirla de primera mano sin que perezca (un intento por la vida y no por la muerte). Estoy en conflicto con eso, entendiendo que tampoco puedes pretender mantener todo por siempre (la naturaleza es impermanente, está cambiando todo el tiempo). En ese conflicto se genera un fuego, que es el que produce, de alguna manera, nuestro presente y nuestra vida y que nos propulsa para algún lado. No quiero decir que no me interesa la música de antes (el bambuco y todo eso), pero tampoco quiero decir que no vivo en otras músicas (más bien cuando esos dos mundos se conectan empiezan a nacer otras cosas). No somos solo el futuro que está por venir ni tampoco somos un pasado que ya está muerto, somos esas dos cosas en constante diálogo y problematización.