Julio Olaciregui: entre el mito y la carnavalización de la escritura
Una literata de la Universidad del Valle, en Cali, entrevista al reconocido escritor de Barranquilla, que cumple 70 años de edad, para hacer un balance de su obra en novela, cuento y teatro.
María Eugenia Rojas Arana * / Especial para El Espectador
La voluntaria errancia en búsqueda de sí mismo, en Barranquilla su ciudad de origen, recogiendo historias de festejos y desgarramiento de su cultura popular currambera; su vida como periodista en París y su ejercicio de la danza africana en Senegal y Guinea, como fiesta del cuerpo y deleite del espíritu, han sido un ejercicio constante y una elección necesaria que nutre su escritura diversa y fragmentaria y esa otra ficción gozosa y amable de su existencia de hombre caribeño que logra comunicar la percepción mítica que tiene de los otros y dar cuenta de su propia interioridad, ejerciendo la libertad de la ironía y la carnavalización. Trabajo provocador que logra poner en jaque el discurso vigente a que nos tiene acostumbrados el poder institucionalizado en ciertos relatos llamados serios y como alternativa nos propone no solo nuevos lugares para la esperanza, sino diversas atmósferas y personajes configurados por su capricho de escritor.
Al leer sus libros y encontrarme con esa otra ficción de su existencia, acaricié el deseo de conocerlo personalmente, por fin en el 2016 en con él y su gran amigo, y también escritor, Eduardo García Aguilar en La Universidad Santiago de Cali, tuve esa oportunidad. Y a pesar de nuestra fugaz conversación, confirmé la impresión del hombre afable, lúcido, alegre y sencillo que había percibido a través de su escritura y en algunas maravillosas charlas por teléfono y por internet. Esta entrevista propone un sencillo homenaje y el retrato de este maravilloso escritor. (Recomendamos: El literato Fabio Amaya valora la obra de Julio Olaciregui).
¿De donde viene el oficio de escritor y el amor por los libros?
El oficio de escritor lo he ido adquiriendo con los años. Viene sin duda de la necesidad de expresarme. Es una práctica de por lo menos cuatro décadas, al comienzo vacilante, y luego con el otro oficio, el periodismo, se ha ido convirtiendo en algo constante, propio, alimentado por todas mis experiencias. El amor por los libros viene de la infancia, del descubrimiento del poder de la lectura. Aún recuerdo las sensaciones al leer Las mil y una noches, Los tres mosqueteros, La vuelta al mundo en 80 días… la lectura nos transporta a otros mundos, nos da otras posibilidades de vida
¿A quienes consideras tus maestros en el terreno de la escritura?
Mi primer maestro se llama Ramón Molinares Sarmiento, profesor de español en el colegio de bachillerato de la Universidad Libre de Barranquilla. Yo tenía 14 años. El me abrió las puertas del mundo literario. Y del teatro. Montamos la obra “Mulato”, de Langston Hughes. Luego, por supuesto, Gabriel García Márquez. Y posteriormente los grandes de la literatura latinoamericana de esos años del boom: Juan Carlos Onetti, Guillermo Cabrera Infante, Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa, Manuel Puig, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Alejo Carpentier, Guimaraes Rosa, Alvaro Mutis… Y al salir de Colombia; James Joyce, Gustave Flaubert, Dostoievski, Goethe, Cesare Pavese, Pessoa, Machado, Cervantes, Dante, Eurípides, Esquilo, Sófocles…
¿Recuerdas cómo se gestó tu primera ficción literaria?
Mi primera ficción, Vestido de bestia, se fue gestando en esos años en que descubrí la gran literatura latinoamericana que he citado en la respuesta anterior. Gracias a dos libros de poemas en prosa, Vista del amanecer en el trópico, de Cabrera Infante, y Le spleen de Paris, de Charles Baudelaire, me di cuenta de que yo podía intentar escribir también así: de manera breve, poética y fragmentaria. Podía intentar expresar mi visión del mundo.
¿Cuál fue el título y el tema del primer cuento?
“Historia del vestido”, se llama el primer cuento que abre Vestido de bestia. Su tema es precisamente la historia de un joven que está aprendiendo a escribir. (Recomendamos: Una semblanza del artista Luis Caballero escrita por Julio Olaciregui).
¿Qué hace un buen cuento?
Un buen cuento encuentra ecos en nuestra propia experiencia de lo estético, de lo necesario, como una canción, una puesta de sol. Alimenta nuestro deseo de vivir otras vidas, de sufrir otras pruebas distintas a las de nuestra vida personal. Es una adecuación, del fondo y la forma, a lo que estábamos necesitando en esos momentos. Un buen cuento te atrapa, te distrae, te enseña, te divierte, te muestra intimidades ajenas.
¿Podrías hablarme de algunos relatos de otros escritores que han logrado fascinarte?
“Bola de sebo”, de Guy de Maupassant; “La catedral”, de Raymond Carver; “Un sueño realizado”, de Juan Carlos Onetti; “La mujer que llegaba a las seis”, de Gabriel García Márquez; “La muerte en la calle”, de José Félix Fuenmayor; “Alí Babá y los 40 ladrones” (Las mil y una noches); “Los muertos”, de James Joyce; “Nadie encendía las lámparas”, de Felisberto Hernández.
Sabemos que no solo las más ricas anécdotas alimentan tu creación literaria, sino la construcción de los diversos relatos . ¿De que manera las técnicas de escritura juegan un gran papel en tu producción?
Las técnicas de escritura aparecen algunas veces en las ficciones para recordarle al lector que está leyendo algo imaginario, tramado, un artificio. Es como el “detrás de cámara” del cine. A veces es bueno enseñar las costuras, las tuberías, como la arquitectura del Centro Pompidou, en París.
No solo eres un excelente narrador de historias, en tus cuentos y novelas se evidencia un trabajo cuidadoso con el idioma en donde nada parece escrito al azar y obedece a una gran investigación de la realidad para lograr el producto final donde los mundos posibles que allí se construyen dan lugar a una gran la verosimilitud . ¿Cómo lo logras?
Los escritores están muy atentos a la famosa “voz interior”, a ese flujo de conciencia que nos anima, día y noche. Basta escucharnos para lograr frases, oraciones, deseos de narrar. Todo lo que nos motiva a expresarnos. A escribir se aprende leyendo. Y no paramos de leer.
Para dibujar La segunda vida del negro Adán y la polifonía de voces que lo acompañan y relatan leyendas, en romances que dan cuenta de fuerzas oscuras de contrabando y estupefacientes, tú como mirante presencias estos acontecimientos y los recreas para que la memoria social no los olvide. ¿Cómo realizas este arduo y continuado trabajo?
La música nos da la clave. Las canciones. Cada canción, dice Joe Arroyo, es una novela de tres minutos. Sí, hay una polifonía, un pregón, un deseo de reproducir voces. Leer el periódico, que considero un “libro sagrado desechable”, es un ejercicio de humildad cotidiano, escrito por decenas de personas. Vale la pena vivir y el amor recompensa, dice Vinicius de Moraes. En eso andamos.
¿Crees que tu literatura puede contribuir a modificar la realidad o mejor aún la mentalidad de tus lectores?
¿Modificar la realidad? No creo. Te hablo ahora como lector. Cada libro que conseguimos obedece a un deseo realizado. Es una ventana abierta. Una botella al mar. Algo que nos estaba destinado para acompañarnos a vivir, a pasar el tiempo de manera sabrosa, inquieta, vertiginosa. Leer Crimen y castigo, de Dostoievski, por ejemplo, no te transforma, pero te impresiona y te saca de tu propio cuento.
¿Cuándo sientes que una de tus obras está terminada y crees que debes firmarla?
Uno publica para no seguir corrigiendo, dice Borges. Mis criaturas nacen de un largo rechazo, añade Neruda. Si, pienso que veces intuimos el final de un texto porque él mismo nos habla y nos pide que lo dejemos tranquilo. Ya no deseamos seguir. Y queda como queda.
¿Cómo te sientes al reconocerte como personaje o como narrador de tus relatos?
Los personajes que inventamos son máscaras. Y cada nombre ficticio abre la puerta de un mito. Nos sentimos todopoderosos como esos curas o padres y madres de familia que bautizan a sus hijos. Por instantes somos alfareros, titiriteros, demiurgos… los personajes son proyecciones nuestras, como en los sueños…
Cómo se gestaron ficciones como: Vestido de Bestia, Los domingos de Charito, Trapos al sol, Dionea, Días de tambor, Pechiche Naturae, plagados de mitos, leyendas y anécdotas que hacen gala de la alegría y toda esa lúdica que te caracteriza.
Escribir, borrar, probar. Ensayar. La vida es un experimento, como dice el filósofo Freddy Téllez. Y un milagro, una fiesta. Haber aprendido a leer y a escribir nos saca de la animalidad. Aunque hay muchos antisociales que saben leer y escribir. Cada uno de mis libros tiene una historia hecha de silencios, de horas solitarias, de amorosos deseos, frustraciones, descubrimientos. Cada texto está lleno de tiempo, de olvido. Todo es fragmentario, pasajero, inacabado. Y ahí estoy yo como un pescador con su atarraya. “Va subiendo la corriente con chinchorro y atarraya”, como dice la canción. Ya te hablé de las canciones. Acá los costeños nos criamos oyendo música. Recuerdo “Sonido bestial”, de Richy Ray y Bobby Cruz. Me gustan los mitos que nos sacan de un tiempo y un espacio contabilizados, limitados. Me gusta la historia. Esos son los ingredientes: mito e historia. En Pechiche naturae eso está claro. Ahí voy. Y exagero mi pertenencia al tambor, al sol, a los dioses, a Grecia, África, la Sierra Nevada. A la historia de mi familia, distorsionada, machacada, intrascendente. Importante. Así se han gestado esos libros míos. Pesimismo con desparpajo, como dice el poeta Armando Carrillo.
En la feria del libro de Bogotá 2018, se lanzó tu última novela Las palmeras suplicantes. ¿Cómo te sientes con esta nueva obra?
Las palmeras suplicantes me tramaron desde hace muchos años. Leí Tierra de promisión, un poemario de José Eustasio Rivera, donde habla de ellas. Veo a las palmeras como mujeres, como bailarinas. Estos gráciles árboles son puras metáforas. Este es el mito. En esta novela hablo de mi iniciación a la literatura, al amor, a la civilidad. Toco el tema de la guerra en la ciudad. Y la corrupción policial. Pongo en escena el deseo de echar cuentos y de escribir una novela con “trama”. Hablo de algunos viajes. Y del cimarrón que todos llevamos dentro: ese deseo de escapar a lo que nos esclaviza.
¿Cómo vives tu relación con la danza africana en Guinea y Senegal? Marca de alguna manera el nuevo encuentro y el regreso con tu gente caribeña?
Sí, un viaje de ida y vuelta. Del Caribe a la Costa Mandinga y al centro Congo de lo afrosimbólico. Y ahora el reencuentro acá con lo nuestro. En Barranquilla tenemos aún “La danza del Congo”. Haber practicado las danzas de expresión africana durante más de 20 años y haber viajado a Guinea y Senegal significó para mí un reencuentro con un mundo de grandes enseñanzas transcontinentales. Resistencia de africanía. Solidaridad mística-rumbera. ¿Somos o no somos? ¡SOMOS! Gente del mar. Todo lo que se condensa en el sabor de nuestra gente en las costas atlántica y pacífica, todo a lo que tenemos derecho. La herencia africana, como dice Yuri Buenaventura, la hemos recibido con los brazos abiertos. Saltando de emoción, sudando en armonía. Cantando.
Cuéntame sobre tu libro Parfois danse.
A veces baile, así es el nombre de este libro en español. Es un diario de mis años de baile con los africanos y los europeos. Ahí cuento esa historia, mitad ficción y mitad documento. Ahí poetizo ese reencuentro con los ancestros.
Otras de tus prácticas estéticas giran alrededor del teatro. Pensemos en “En el cabaret Místico”, “El tango Congo se acerca a La Habana” y “El callejón de los besos”. ¿Qué buscas con estas escrituras?
El teatro es polifonía. Esa necesidad de subir a escena. De sacar la voz del diafragma. De maquillarnos y caminar como héroes o mendigos. He oído esas voces que están en mis diálogos teatrales. He sentido la necesidad de marcar entradas, salidas, anuncios. Me emociona saber o presentir que algún día serán montadas. Es mi radioteatro. Mi radionovela. Mi película. Mi circo. Todo tiene que ver con la infancia. Con el juego. Con la máscara.
¿Crees que los premios logrados han sido motor de tu escritura?
Los premios vienen a posteriori. Es un vacilón. Una alegría. Plata para invitar a los amigos. Un reconocimiento. Un estímulo. Pero no pueden ser el motor. Aunque a veces soñamos con ganarnos un concurso para resolver un problema puntual, emprender un viaje, etc.
Si me dijeras “no te puedes morir sin leer este cuento mío”, ¿cuál me propondrías?
Primero te diría “no te mueras”. Quizás en mi agonía quisiera yo tu mano. Escribí un cuento porque alguien me dio la mano en la oscuridad una vez y nunca lo olvidé. “Una mano en la oscuridad”, un cuento de solidaridad en la penumbra. Dame la mano mi hermana que me vengo cayendo.
¿Qué le aconsejarías a un joven escritor?
Que lea mucho y viaje y aprenda idiomas. Que escuche a los ancianos. Que no se deje avasallar por la publicidad ni el mundo del dinero. ¡Que eche palante! Que escriba a mano y cante y baile.
¿Qué lector buscas?
Busco la masa de lectores. Busco que mi novia me lea. Que me lean los profesores de literatura y mis tías. Que me lean mis amigos escritores. Para que no me olviden. El recuerdo flota. Lo que ha sido nos alimenta y nos da vida aún. Como ese solazo en el firmamento.
¿Qué piensas de la industria editorial en Colombia?
Nuestros libros deben pasarse aún de mano en mano. Muchos libros los regalamos. Pero hay algunos editores que creen en nosotros. Buenos diseños. Pero falta publicidad a los libros, abaratarlos. Fomentar el libro de bolsillo. La industria editorial es poderosa. Las editoriales universitarias me sorprenden. Todos los editores pagan poquísimas regalías a los escritores. Pero no por eso dejaremos de escribir.
¿Y ahora dónde estás como escritor y cuál es su nuevo reto en la escritura literaria?
Quiero dedicarme a la poesía y dejar por un tiempo las novelas. Quiero escribir más cuentos. Escribir guiones de cine para directores amigos. Y seguir bailando y escribir canciones. Eso me gustaría. ¡Sí!
* Profesora pensionada de tiempo completo en la Escuela de Estudios Literarios de la Universidad del Valle.
La voluntaria errancia en búsqueda de sí mismo, en Barranquilla su ciudad de origen, recogiendo historias de festejos y desgarramiento de su cultura popular currambera; su vida como periodista en París y su ejercicio de la danza africana en Senegal y Guinea, como fiesta del cuerpo y deleite del espíritu, han sido un ejercicio constante y una elección necesaria que nutre su escritura diversa y fragmentaria y esa otra ficción gozosa y amable de su existencia de hombre caribeño que logra comunicar la percepción mítica que tiene de los otros y dar cuenta de su propia interioridad, ejerciendo la libertad de la ironía y la carnavalización. Trabajo provocador que logra poner en jaque el discurso vigente a que nos tiene acostumbrados el poder institucionalizado en ciertos relatos llamados serios y como alternativa nos propone no solo nuevos lugares para la esperanza, sino diversas atmósferas y personajes configurados por su capricho de escritor.
Al leer sus libros y encontrarme con esa otra ficción de su existencia, acaricié el deseo de conocerlo personalmente, por fin en el 2016 en con él y su gran amigo, y también escritor, Eduardo García Aguilar en La Universidad Santiago de Cali, tuve esa oportunidad. Y a pesar de nuestra fugaz conversación, confirmé la impresión del hombre afable, lúcido, alegre y sencillo que había percibido a través de su escritura y en algunas maravillosas charlas por teléfono y por internet. Esta entrevista propone un sencillo homenaje y el retrato de este maravilloso escritor. (Recomendamos: El literato Fabio Amaya valora la obra de Julio Olaciregui).
¿De donde viene el oficio de escritor y el amor por los libros?
El oficio de escritor lo he ido adquiriendo con los años. Viene sin duda de la necesidad de expresarme. Es una práctica de por lo menos cuatro décadas, al comienzo vacilante, y luego con el otro oficio, el periodismo, se ha ido convirtiendo en algo constante, propio, alimentado por todas mis experiencias. El amor por los libros viene de la infancia, del descubrimiento del poder de la lectura. Aún recuerdo las sensaciones al leer Las mil y una noches, Los tres mosqueteros, La vuelta al mundo en 80 días… la lectura nos transporta a otros mundos, nos da otras posibilidades de vida
¿A quienes consideras tus maestros en el terreno de la escritura?
Mi primer maestro se llama Ramón Molinares Sarmiento, profesor de español en el colegio de bachillerato de la Universidad Libre de Barranquilla. Yo tenía 14 años. El me abrió las puertas del mundo literario. Y del teatro. Montamos la obra “Mulato”, de Langston Hughes. Luego, por supuesto, Gabriel García Márquez. Y posteriormente los grandes de la literatura latinoamericana de esos años del boom: Juan Carlos Onetti, Guillermo Cabrera Infante, Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa, Manuel Puig, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Alejo Carpentier, Guimaraes Rosa, Alvaro Mutis… Y al salir de Colombia; James Joyce, Gustave Flaubert, Dostoievski, Goethe, Cesare Pavese, Pessoa, Machado, Cervantes, Dante, Eurípides, Esquilo, Sófocles…
¿Recuerdas cómo se gestó tu primera ficción literaria?
Mi primera ficción, Vestido de bestia, se fue gestando en esos años en que descubrí la gran literatura latinoamericana que he citado en la respuesta anterior. Gracias a dos libros de poemas en prosa, Vista del amanecer en el trópico, de Cabrera Infante, y Le spleen de Paris, de Charles Baudelaire, me di cuenta de que yo podía intentar escribir también así: de manera breve, poética y fragmentaria. Podía intentar expresar mi visión del mundo.
¿Cuál fue el título y el tema del primer cuento?
“Historia del vestido”, se llama el primer cuento que abre Vestido de bestia. Su tema es precisamente la historia de un joven que está aprendiendo a escribir. (Recomendamos: Una semblanza del artista Luis Caballero escrita por Julio Olaciregui).
¿Qué hace un buen cuento?
Un buen cuento encuentra ecos en nuestra propia experiencia de lo estético, de lo necesario, como una canción, una puesta de sol. Alimenta nuestro deseo de vivir otras vidas, de sufrir otras pruebas distintas a las de nuestra vida personal. Es una adecuación, del fondo y la forma, a lo que estábamos necesitando en esos momentos. Un buen cuento te atrapa, te distrae, te enseña, te divierte, te muestra intimidades ajenas.
¿Podrías hablarme de algunos relatos de otros escritores que han logrado fascinarte?
“Bola de sebo”, de Guy de Maupassant; “La catedral”, de Raymond Carver; “Un sueño realizado”, de Juan Carlos Onetti; “La mujer que llegaba a las seis”, de Gabriel García Márquez; “La muerte en la calle”, de José Félix Fuenmayor; “Alí Babá y los 40 ladrones” (Las mil y una noches); “Los muertos”, de James Joyce; “Nadie encendía las lámparas”, de Felisberto Hernández.
Sabemos que no solo las más ricas anécdotas alimentan tu creación literaria, sino la construcción de los diversos relatos . ¿De que manera las técnicas de escritura juegan un gran papel en tu producción?
Las técnicas de escritura aparecen algunas veces en las ficciones para recordarle al lector que está leyendo algo imaginario, tramado, un artificio. Es como el “detrás de cámara” del cine. A veces es bueno enseñar las costuras, las tuberías, como la arquitectura del Centro Pompidou, en París.
No solo eres un excelente narrador de historias, en tus cuentos y novelas se evidencia un trabajo cuidadoso con el idioma en donde nada parece escrito al azar y obedece a una gran investigación de la realidad para lograr el producto final donde los mundos posibles que allí se construyen dan lugar a una gran la verosimilitud . ¿Cómo lo logras?
Los escritores están muy atentos a la famosa “voz interior”, a ese flujo de conciencia que nos anima, día y noche. Basta escucharnos para lograr frases, oraciones, deseos de narrar. Todo lo que nos motiva a expresarnos. A escribir se aprende leyendo. Y no paramos de leer.
Para dibujar La segunda vida del negro Adán y la polifonía de voces que lo acompañan y relatan leyendas, en romances que dan cuenta de fuerzas oscuras de contrabando y estupefacientes, tú como mirante presencias estos acontecimientos y los recreas para que la memoria social no los olvide. ¿Cómo realizas este arduo y continuado trabajo?
La música nos da la clave. Las canciones. Cada canción, dice Joe Arroyo, es una novela de tres minutos. Sí, hay una polifonía, un pregón, un deseo de reproducir voces. Leer el periódico, que considero un “libro sagrado desechable”, es un ejercicio de humildad cotidiano, escrito por decenas de personas. Vale la pena vivir y el amor recompensa, dice Vinicius de Moraes. En eso andamos.
¿Crees que tu literatura puede contribuir a modificar la realidad o mejor aún la mentalidad de tus lectores?
¿Modificar la realidad? No creo. Te hablo ahora como lector. Cada libro que conseguimos obedece a un deseo realizado. Es una ventana abierta. Una botella al mar. Algo que nos estaba destinado para acompañarnos a vivir, a pasar el tiempo de manera sabrosa, inquieta, vertiginosa. Leer Crimen y castigo, de Dostoievski, por ejemplo, no te transforma, pero te impresiona y te saca de tu propio cuento.
¿Cuándo sientes que una de tus obras está terminada y crees que debes firmarla?
Uno publica para no seguir corrigiendo, dice Borges. Mis criaturas nacen de un largo rechazo, añade Neruda. Si, pienso que veces intuimos el final de un texto porque él mismo nos habla y nos pide que lo dejemos tranquilo. Ya no deseamos seguir. Y queda como queda.
¿Cómo te sientes al reconocerte como personaje o como narrador de tus relatos?
Los personajes que inventamos son máscaras. Y cada nombre ficticio abre la puerta de un mito. Nos sentimos todopoderosos como esos curas o padres y madres de familia que bautizan a sus hijos. Por instantes somos alfareros, titiriteros, demiurgos… los personajes son proyecciones nuestras, como en los sueños…
Cómo se gestaron ficciones como: Vestido de Bestia, Los domingos de Charito, Trapos al sol, Dionea, Días de tambor, Pechiche Naturae, plagados de mitos, leyendas y anécdotas que hacen gala de la alegría y toda esa lúdica que te caracteriza.
Escribir, borrar, probar. Ensayar. La vida es un experimento, como dice el filósofo Freddy Téllez. Y un milagro, una fiesta. Haber aprendido a leer y a escribir nos saca de la animalidad. Aunque hay muchos antisociales que saben leer y escribir. Cada uno de mis libros tiene una historia hecha de silencios, de horas solitarias, de amorosos deseos, frustraciones, descubrimientos. Cada texto está lleno de tiempo, de olvido. Todo es fragmentario, pasajero, inacabado. Y ahí estoy yo como un pescador con su atarraya. “Va subiendo la corriente con chinchorro y atarraya”, como dice la canción. Ya te hablé de las canciones. Acá los costeños nos criamos oyendo música. Recuerdo “Sonido bestial”, de Richy Ray y Bobby Cruz. Me gustan los mitos que nos sacan de un tiempo y un espacio contabilizados, limitados. Me gusta la historia. Esos son los ingredientes: mito e historia. En Pechiche naturae eso está claro. Ahí voy. Y exagero mi pertenencia al tambor, al sol, a los dioses, a Grecia, África, la Sierra Nevada. A la historia de mi familia, distorsionada, machacada, intrascendente. Importante. Así se han gestado esos libros míos. Pesimismo con desparpajo, como dice el poeta Armando Carrillo.
En la feria del libro de Bogotá 2018, se lanzó tu última novela Las palmeras suplicantes. ¿Cómo te sientes con esta nueva obra?
Las palmeras suplicantes me tramaron desde hace muchos años. Leí Tierra de promisión, un poemario de José Eustasio Rivera, donde habla de ellas. Veo a las palmeras como mujeres, como bailarinas. Estos gráciles árboles son puras metáforas. Este es el mito. En esta novela hablo de mi iniciación a la literatura, al amor, a la civilidad. Toco el tema de la guerra en la ciudad. Y la corrupción policial. Pongo en escena el deseo de echar cuentos y de escribir una novela con “trama”. Hablo de algunos viajes. Y del cimarrón que todos llevamos dentro: ese deseo de escapar a lo que nos esclaviza.
¿Cómo vives tu relación con la danza africana en Guinea y Senegal? Marca de alguna manera el nuevo encuentro y el regreso con tu gente caribeña?
Sí, un viaje de ida y vuelta. Del Caribe a la Costa Mandinga y al centro Congo de lo afrosimbólico. Y ahora el reencuentro acá con lo nuestro. En Barranquilla tenemos aún “La danza del Congo”. Haber practicado las danzas de expresión africana durante más de 20 años y haber viajado a Guinea y Senegal significó para mí un reencuentro con un mundo de grandes enseñanzas transcontinentales. Resistencia de africanía. Solidaridad mística-rumbera. ¿Somos o no somos? ¡SOMOS! Gente del mar. Todo lo que se condensa en el sabor de nuestra gente en las costas atlántica y pacífica, todo a lo que tenemos derecho. La herencia africana, como dice Yuri Buenaventura, la hemos recibido con los brazos abiertos. Saltando de emoción, sudando en armonía. Cantando.
Cuéntame sobre tu libro Parfois danse.
A veces baile, así es el nombre de este libro en español. Es un diario de mis años de baile con los africanos y los europeos. Ahí cuento esa historia, mitad ficción y mitad documento. Ahí poetizo ese reencuentro con los ancestros.
Otras de tus prácticas estéticas giran alrededor del teatro. Pensemos en “En el cabaret Místico”, “El tango Congo se acerca a La Habana” y “El callejón de los besos”. ¿Qué buscas con estas escrituras?
El teatro es polifonía. Esa necesidad de subir a escena. De sacar la voz del diafragma. De maquillarnos y caminar como héroes o mendigos. He oído esas voces que están en mis diálogos teatrales. He sentido la necesidad de marcar entradas, salidas, anuncios. Me emociona saber o presentir que algún día serán montadas. Es mi radioteatro. Mi radionovela. Mi película. Mi circo. Todo tiene que ver con la infancia. Con el juego. Con la máscara.
¿Crees que los premios logrados han sido motor de tu escritura?
Los premios vienen a posteriori. Es un vacilón. Una alegría. Plata para invitar a los amigos. Un reconocimiento. Un estímulo. Pero no pueden ser el motor. Aunque a veces soñamos con ganarnos un concurso para resolver un problema puntual, emprender un viaje, etc.
Si me dijeras “no te puedes morir sin leer este cuento mío”, ¿cuál me propondrías?
Primero te diría “no te mueras”. Quizás en mi agonía quisiera yo tu mano. Escribí un cuento porque alguien me dio la mano en la oscuridad una vez y nunca lo olvidé. “Una mano en la oscuridad”, un cuento de solidaridad en la penumbra. Dame la mano mi hermana que me vengo cayendo.
¿Qué le aconsejarías a un joven escritor?
Que lea mucho y viaje y aprenda idiomas. Que escuche a los ancianos. Que no se deje avasallar por la publicidad ni el mundo del dinero. ¡Que eche palante! Que escriba a mano y cante y baile.
¿Qué lector buscas?
Busco la masa de lectores. Busco que mi novia me lea. Que me lean los profesores de literatura y mis tías. Que me lean mis amigos escritores. Para que no me olviden. El recuerdo flota. Lo que ha sido nos alimenta y nos da vida aún. Como ese solazo en el firmamento.
¿Qué piensas de la industria editorial en Colombia?
Nuestros libros deben pasarse aún de mano en mano. Muchos libros los regalamos. Pero hay algunos editores que creen en nosotros. Buenos diseños. Pero falta publicidad a los libros, abaratarlos. Fomentar el libro de bolsillo. La industria editorial es poderosa. Las editoriales universitarias me sorprenden. Todos los editores pagan poquísimas regalías a los escritores. Pero no por eso dejaremos de escribir.
¿Y ahora dónde estás como escritor y cuál es su nuevo reto en la escritura literaria?
Quiero dedicarme a la poesía y dejar por un tiempo las novelas. Quiero escribir más cuentos. Escribir guiones de cine para directores amigos. Y seguir bailando y escribir canciones. Eso me gustaría. ¡Sí!
* Profesora pensionada de tiempo completo en la Escuela de Estudios Literarios de la Universidad del Valle.