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Estamos celebrando la vida y obra de un gigante del pensamiento que puede llamarse sin temor a exagerar el pivote de la racionalidad occidental. Emmanuel Kant emergió como el azote del reduccionismo empirista, como también del racionalismo apriorístico. Nunca salió de su ciudad, Koenisberg (hoy Kaliningrad uno de los focos en donde puede emerger la 3ª guerra) donde, por oposición a Hegel (quien luchó mucho hasta lograr su cátedra en Berlín) disfrutó de una carrera académica estable, la cual le permitió alcanzar esa prodigiosa productividad.
Kant avanzó la epistemología, como la ética, con ideas basadas en la vuelta del sujeto sobre sí mismo, el denominado sujeto trascendental, que marcaron esas disciplinas ineluctablemente. Lo hace considerando las condiciones de posibilidad en él, del conocimiento en el primer caso, y de la acción moral en el segundo. En ambos casos demuele al reduccionismo empirista demostrando el input a priori tanto del conocimiento como de la acción moral.
En el terreno de la epistemología, en la Crítica de la Razón Pura (el cual puede considerarse a la vez el libro más abstruso como el más importante de la filosofía occidental) consigue una síntesis de empirismo y racionalismo que deja una marca indeleble en cualquier epistemología seria desde entonces: el conocimiento está constituido por la organización de la realidad sensible de acuerdo con las formas a priori de la intuición sensible (tiempo y espacio) y las categorías del entendimiento. Lo apabullante de este insight para el empirismo se aprecia al considerar que la multiplicidad caótica de datos empíricos que recibe la conciencia no es sino eso, una multiplicidad caótica, mientras no haya sido ordenada como objeto de conocimiento por la mente humana. El empirismo se revela, así, como la tontería que, en sus versiones más consistentes, es, al darle el estatus de conocimiento a lo que no es sino un torbellino de impresiones; así se los denomine sofisticadamente como protocolos de experiencia (que por el solo hecho de estar organizados para responder a un problema ya no son simple experiencia sobre una tabula rasa). Intuición sin conceptos es ciega como pensamientos sin contenido son vacíos,
Uno puede aceptar la crítica hegeliana a Kant en el sentido de que el sujeto trascendental kantiano es ahistórico y desconoce la producción social del conocimiento, así como ampliar las categorías privilegiando lo dinámico y lo dialéctico como Hegel. Pero el principio está sentado: el conocimiento es una síntesis y todo intento de prescindir de cualquiera de sus dos elementos, el a priori o el a posteriori, está condenado a la desorientación epistemológica. Esto es así aun cuando las categorías kantianas correspondan a las de la física newtoniana que era el modelo de conocimiento científico entonces, y así se restrinja el estatus de conocimiento a esta.
En cuanto a la ética, Kant propone una visión centrada en la libertad como comportamiento racionalmente moral, con el imperativo o categórico (obrar en forma que pueda convertirse en norma universal), afirmando la responsabilidad de decidir de acuerdo con este, según las circunstancias, en forma autónoma. Así, la autonomía de la voluntad establece una conexión entre moralidad y libertad. El sujeto trascendental (vuelto sobre sí mismo) se reconoce así como parte de una especie en forma que lo obliga a obrar consistentemente con este interés universal.
Así mismo, abre otra vía de acercamiento a la realidad metafísica, una vez ha puesto a las ideas regulativas Dios, la libertad y la inmortalidad (el alma), más allá del conocimiento (científico), en el campo moral de la razón práctica. No pueden ser conocidas, pero pueden ser pensadas desde la perspectiva moral. Decía sintetizando: dos cosas me maravillan, el firmamento sobre mí (realidad sujeta a la física) y la ley moral dentro de mí (el deber como libertad). Así, esos objetos, que son inaccesibles para la ciencia por inentendibles por el entendimiento categorial, son pensables por la razón, aparecen como la fundamentación de la ley moral, siendo esta la manifestación esencial de la racionalidad humana. Viendo la naturaleza moral de los seres racionales en términos de juicios acordes con las exigencias universales de la razón práctica (el imperativo categórico), Kant toma una dirección metafísica. La vida moral nos obliga a creer en Dios, en la inmortalidad y en el orden divino de la naturaleza, como postulados de la razón práctica que son un producto tan ineludible del pensamiento moral como el imperativo categórico. La razón pura especulativa se desploma en el intento de probar la existencia de Dios y la inmortalidad del alma, pero desde el punto de vista práctico estas ideas deben ser asumidas: así como las categorías son condición de posibilidad del conocimiento, ellas son condición de posibilidad de la acción moral. En el caso de Dios, creer en un juez justo y honesto como condición de esta es racional, así no pueda fundamentarse científica o empíricamente como un objeto más en el espacio tiempo.
Lo moral es lo racional y es el pivote de la libertad entendida como cumplimiento del deber o ley moral. Nuevamente, por oposición a los empiristas que la conciben como libre albedrío (basado en sentimientos -feel like), la Libertad como auto legislación define la tradición Kant-Hegel. Esta concepción ética se manifiesta a nivel político en la conformación de la sociedad civil por individuos libres capaces de ejercer su libertad obrando racionalmente, respetando la libertad de los demás; lo cual logran solamente como miembros de la sociedad civil, sostenida esta por el estado. Una diferencia interesante con Hegel es que, para este, en cambio, en la sociedad civil priman los intereses individuales (es el ámbito de la competencia económica). Y mientras Kant asume la teoría de Rousseau del contrato social como constitutivo del estado, Hegel la acepta solo como compromiso social, no como teoría de la legitimidad política de este. Aunque de todas maneras en ambos autores el estado resulta siendo el garante de la libertad en la sociedad civil.
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