Falleció a los 88 años Kenzaburo Oé: el dolor, esa resignificación de la vida

El escritor japonés y Premio Nobel de Literatura Kenzaburo Oé falleció durante la madrugada del día 3 de marzo por causas naturales, pero el hecho no se había dado a conocer hasta el día de hoy. Presentamos algunos aspectos de su vida y su obra.

Angela Martin Laiton / @MartinaLaiton
13 de marzo de 2023 - 01:38 p. m.
Falleció a los 88 años Kenzaburo Oé: el dolor, esa resignificación de la vida
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Hoy se dio a conocer que el Premio Nobel de Literatura 1994, Kenzaburo Oé, falleció el pasado 3 de marzo de 2023 en Tokio, por causas naturales. En un comunicado, su editorial japonesa, Kodansha, pidió que no se entreviste por respeto a la familia, que ya ha celebrado un funeral en la intimidad, e indicó que próximamente habrá una ceremonia pública. Contador de historias, amante de lo ambiguo, estudioso de sí mismo y su entorno, devorador de vida y de muerte, Kenzaburo Oé, al igual que escritores como Yukio Mishima, Lu Xun, y Natsume Suseki, es parte de la representación del Lejano Oriente en la literatura universal.

Entre la pena y la nada, elijo la pena, afirmó Oé, citando a Faulkner, en una entrevista. “Yo, en todo caso, elegiría el infierno de la vida cotidiana”, añadió. En 1963 nació Hikari, su primogénito, quien vino al mundo enfermo, con la vida pendiendo de un hilo. La existencia signada por la desgracia, o eso pensó por un momento Kenzaburo. Tiempo después el escritor cambió de opinión, se aferró a la fuerza del amor y de la vida. Supo que Hikari era todo lo contrario a la oscuridad. Su nombre significa luz.

El día que Kenzaburo Oé se casó con Yukari Itami, en Japón, tenía 25 años. Había sido galardonado con el Akutagawa en 1958, dos años antes de su matrimonio. La presa fue el libro con el que el escritor se dio a conocer en su país natal y el que le valió el premio nacional de literatura. Un relato detallado de un pequeño pueblo en el que custodian a un aviador caído en la zona rural japonesa durante la Segunda Guerra Mundial. La historia narrada por un niño describe con vehemencia ese Japón campesino que no termina de comprender la guerra: “La dura envoltura y la espesa pulpa no se dejaban penetrar por la guerra. Hasta los aviones ‘enemigos’ que, desde hacía poco, habían hecho su aparición en el cielo de nuestra aldea no eran más que pájaros de una especie rara”. Estas primeras entregas del escritor están atravesadas por una necesidad visceral de recuperar la mitología de su aldea. Él mismo creció lejos de Tokio y en sus textos reafirma la aversión que siempre le causaron las grandes metrópolis.

(Si está interesado en leer algo más sobre este especial de literatura oriental, ingrese acá: Lu Xun: Pensar, escribir, contestar)

La llegada de Hikari fue extraña, abrumadora, confusa. Tenían que extirparle un tumor gigante en el cráneo. De vida o muerte, el resultado fue una discapacidad mental irreversible y autismo. Devastado, Kenzaburo viajó a Hiroshima, necesitaba estar allí. Reconocernos en el dolor de los demás también nos humaniza. Ese viaje que lo transformó para siempre está reflejado en Notas sobre Hiroshima. Sobre ello afirmó en una entrevista con Xavi Ayén: “Fue el viaje más extenuante y depresivo de mi vida. Pero, al cabo de una semana de estar allí, encontré la llave para salir del profundo pozo neurótico y decadente en el que había caído: la profunda humanidad de sus gentes. Quedé impresionado por su coraje, su manera de vivir y de pensar. Aunque parezca raro, fui yo el que salí de allí animado por ellos, y no al revés. Vinculé mi dolor personal al de aquellos hombres y mujeres, decidí resistir y luchar como ellos. Me sentí impelido a examinar mi completa condición humana, reexaminé mis ideas y asumí un sentido moral de la existencia. Desde aquel día, miro el mundo con los ojos de las gentes de Hiroshima”.

(Si le interesa leer más sobre Retratos Literarios Orientales, ingrese acá: Natsume Suseki: “El minero”, o arrastrar el pasado)

Kenzaburo Oé es un escritor con clara aberración a la guerra. Durante los años sesenta, después de graduarse en literatura francesa en Tokio, se unió al movimiento de jóvenes que luchaban contra la renovación del Tratado de Seguridad firmado entre Estados Unidos y Japón, contra el militarismo y el sistema político de su país. Desde su juventud, Oé ha sido visto despectivamente por muchos sectores japoneses que lo encuentran muy influenciado por la literatura de Occidente y por su abierta postura de izquierda. Durante estos años construye algunos relatos cortos en los que relata el clima político japonés después de la ocupación estadounidense y se encarga también de retratar la ultraderecha de su país y los asesinatos cometidos en la época. Cuando Hikari nace, la vida de Kenzaburo se quiebra en dos. Su viaje a Hiroshima lo reafirma y solidariza con las víctimas y el dolor de quienes sufren la guerra. Después de recorrer países en Occidente, por algún tiempo conoce a Jean Paul Sartre, filósofo con el que comparte algunas ideas y con quien mantuvo su amistad.

El existencialismo y los movimientos sociales de aquellos años influenciaron tanto a Oé como la lectura de Cervantes, Eliot, Balzac, Twain y Dante. Ahora quería volcar todos aquellos ideales a la responsabilidad y el amor que su hijo necesitaba. En 1963 el escritor publica Una cuestión personal, el libro en el que expone por primera vez lo que sucede al interior de su familia. La novela autobiográfica narra la historia de Bird, un profesor universitario que debe enfrentarse al nacimiento de su hijo con una hernia en la cabeza. El protagonista debe tomar la decisión de aceptar, o no, una operación que podría costarle la vida a su hijo o consecuencias irreparables en su salud. Oé no solo aborda el desarrollo descriptivo de la situación, sino el dilema moral que implica decidir si su propio hijo vive o muere. Bird observa a su pequeño y reflexiona: “Como Apollinaire, mi hijo fue herido en un campo de batalla oscuro y silencioso que no conozco, y ha llegado con la cabeza vendada. Tendré que enterrarlo como a un soldado muerto en combate. (...) ¿Qué significaría para nosotros, mi esposa y yo, para el resto de nuestras vidas prisioneros de un ser casi vegetal, de un bebé monstruoso? (...)”

(Si está interesado en leer más sobre literatura oriental en este especial, ingrese acá: Yukio Mishima: La mirada original)

Cuando Kenzaburo regresó de Hiroshima no tenía dudas, debía luchar por la vida de Hikari. Después de la cirugía, su bebé no hablaba, ni se interesaba por nada. La familia estaba cubierta por un manto de desolación, eran tiempos muy difíciles. ¿Cómo crear canales de comunicación con Hikari? ¿Cómo ayudar a que Hikari brille con autonomía? Una coincidencia preciosa le da la respuesta a Kenzaburo. Durante un paseo en bicicleta el pequeño identifica un ave por su sonido. La primera palabra de Hikari es el nombre del ave, un rascón. Kenzaburo descubre que el niño acertó y entiende el lenguaje que su hijo ha elegido: la música. Después la lucha siguió, había que brindarle todas las posibilidades a Hikari para que se encontrara con él mismo. Hoy, su hijo, aquella flor preciosa que apenas parpadeaba, es compositor de música clásica. La historia ha ganado gran fama, Hikari se convirtió en la fuente de inspiración de Kenzaburo para muchos de sus libros. Su calidad literaria y su militancia acompañando víctimas de Hiroshima le hicieron merecedor en 1994 del Premio Nobel de Literatura. Oé es el segundo japonés en ser galardonado en Suecia. El camino recorrido le ha demostrado que el temor a una monstruosidad, por poco le hace perderse del amor más importante de su vida.

Después de ganar el Nobel, Kenzaburo anunció que no escribiría más libros. Una renuncia tajante que escandalizó a la crítica y los medios. Durante esos años como profesor, se vio anotando a diario ideas para nuevos textos. Libros que había prometido no escribir. No lo resistió y comprendió que la literatura no es elección sino disciplina y destino. Salto Mortal fue la novela con la que regresó. Un texto mucho más esperanzador que los anteriores. Con un cambio estilístico evidente, sin dejar de contemplar en ningún momento el desamparo humano, ni la decisión constante de la pena o la nada. El guiño a Faulkner para hacer que sus personajes se queden con la carne vieja al fin, por vieja que sea. Porque no es que no puedan vivir, es que quieren hacerlo.

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Por Angela Martin Laiton / @MartinaLaiton

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