Kitambo: reflexiones sobre las relaciones culturales entre Colombia y África
Este Magazín contiene historias y entrevistas inspiradas en el trabajo de Kitambo, organización creada para fomentar, explorar y promover las relaciones entre Latinoamérica y África. Textos sobre el origen de este proyecto y algunos artistas africanos que ya se relacionan con la cultura colombiana.
Carolina Niso
El nombre de África emociona, conquista y enamora. Se trata de un continente mágico que traspasa la idea de un lugar de paisajes de ensueño y safaris para adentrarse en la riqueza que va más allá: arte, literatura, filósofos, pensadores, tradiciones, costumbres y hasta una historia geopolítica similar a la nuestra.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
El nombre de África emociona, conquista y enamora. Se trata de un continente mágico que traspasa la idea de un lugar de paisajes de ensueño y safaris para adentrarse en la riqueza que va más allá: arte, literatura, filósofos, pensadores, tradiciones, costumbres y hasta una historia geopolítica similar a la nuestra.
América y otros lugares del mundo llegaron negros que fueron sacados como esclavos. Tuvieron que pasar muchos siglos y hechos históricos para que lograran su libertad e hicieran valer su voz.
Entre estos acontecimientos, tal vez uno de los más significativos fue el movimiento político, ideológico y literario La Negritud, que se desarrolló durante la primera mitad del siglo XX en los países de origen africano-francés del Caribe. Allí, escritores e intelectuales como Aimé Césaire, de Martinica, la escritora y feminista Suzanne Césaire y Léon-Gontran Damas, poeta y político de la Guyana francesa, entre otros, se unieron para intentar definir una nueva identidad cultural y social del hombre negro.
Esta nueva voz también llegó a África, donde pensadores como Léopold Sédar Sengohr, escritor, poeta y luego presidente de Senegal, hicieron cambios para defender la idea del mestizaje cultural, impulsando a África para escribir su historia.
Hoy, las obras de los artistas africanos se exponen en los grandes museos y galerías del mundo, como la del congoleño Chéri Samba, uno de los más célebres de África, al que el museo Maillot de París rinde homenaje en este momento, o El Anatsui, escultor ghanés. También habría que mencionar a Ellah Wakatama, periodista reconocida con la medalla al mérito de Gran Bretaña (OBE) por su contribución a las artes y la cultura.
Javier Ortiz Cassiani, historiador, escritor y columnista de El Espectador, quien hace poco lanzó su libro Bailar con las trompetas del apocalipsis, quien hizo parte de la comitiva que acompañó a la vicepresidenta Francia Márquez en su viaje a África, afirma que no entenderemos por completo nuestra nación sin antes reconocer la diáspora africana y a sus descendientes; que buscar relaciones culturales, académicas, comerciales y eventualmente proyectos más ambiciosos con los países africanos debería ser prioridad para la comprensión de la propia historia.
En Colombia, las regiones del Pacífico y el Caribe reclaman que sus voces sean escuchadas. En medio de este deseo nació la organización Kitambo en 2018.
Kitambo
Marleen Palmaers llegó a Colombia hace más de una década con su esposo belga-colombiano y sus dos hijas. Tal vez, más por destino que por azar, la hija de Marleen y la hija de Catherine Dunga se volvieron amigas en el colegio, así que las madres terminaron cruzándose cualquier día mientras una recogía a su hija de la casa de la otra. Bastó una primera larga conversación para que se conectaran a través de su pasión por el arte y crearan un lazo de amistad de por vida. Al igual que Marleen, Catherine había llegado con su familia a instalarse en Bogotá años antes por el trabajo de su esposo. Decidieron quedarse en Colombia al sentir que había una mezcla entre África y Europa. Ya van casi veinte años viviendo en el país.
Palmaers, historiadora de arte, y Dunga, gestora cultural, decidieron unir sus fuerzas alrededor de un sueño y crearon una organización que acercara a Colombia a sus orígenes africanos. Diseñaron un lugar para hablar de esa relación sur–sur en la que se pudiesen crear y cocrear lazos entre África y Latinoamérica. Fomentar el diálogo entre la obra de artistas y pensadores de origen africano con la profusa escena creativa colombiana fue el camino que encontraron para abordar, desde un pensamiento crítico, temas como la memoria y la identidad.
Sobre el significado del nombre Kitambo
Kitambo es un barrio muy alegre y colorido de Kinshasa, capital de Congo, pero también unía a ambas amigas desde sus orígenes: KIT como iniciales de la ciudad del Congo, país de origen de Dunga; la letra “t” como conectora, AM son las iniciales de Amberes, ciudad natal de Palmaers, y BO son las iniciales de Bogotá. De esta manera, Kitambo resume los lugares que las unieron.
Desde que se creó este proyecto, el universo se dedicó a confirmarles el camino, como en febrero de 2019, mes en el que Palmaers y Dunga conocieron a la escritora Chimamanda Ngozi Adichie en Cartagena. “Ese momento nos reafirmó la importancia de Kitambo. Fue una evidencia más para nosotras” afirma Dunga.
Desde que comenzaron su proyecto, ambas comenzaron a recorrer los lugares más recónditos de Colombia en los que sabían que había gran cantidad de talento en medio de una población afrodescendiente ansiosa por mostrarlo. Después de estos encuentros se lanzaron a la aventura de traer al país a los grandes artistas y pensadores africanos para colaborar en trabajos de curaduría con jóvenes artistas afrocolombianos del Pacífico y el Caribe.
Tras el fallecimiento de Marleen, Catherine Dunga prometió continuar con su obra conjunta y expandir aún más la relación sur-sur, pues uno de los sueños de su amiga era seguir trayendo artistas como el escultor ghanés El Anatsui, pero también viajar al Congo para que los artistas colombianos conocieran el continente africano, anhelo que se reforzó cuando fueron a Senegal en búsqueda del curador de arte Simon Njami. Los planes continúan.
Simon Njami, filósofo, escritor y curador de arte
“Siempre quise ser escritor desde que era un niño. Nunca pensé en ser curador de exposiciones. Fueron las circunstancias las que me empujaron en esa dirección. Encontré una carencia en la representación de artistas no occidentales que deseé llenar. Esto me alejó durante mucho tiempo de mi primera vocación”.
Cuando nació, lo primero que hizo su padre de origen camerunés, siguiendo la tradición del pueblo bassa, grupo étnico de África occidental, fue pedirle autorización a la confederación para nombrarlo como quisiera. Concedido el permiso, Simon Njami, quien nació en Suiza, crecería ligado a dos continentes con la fortuna de no haber vivido nunca la discriminación racial.
Al llegar a Francia para realizar sus estudios de Filosofía, Derecho, Artes y Literatura en la Sorbona, comenzó a afianzarse su vocación. Así fue como, a principios de los años 90, junto a Jean Loup Pivin y Pascal Martin Saint Leon, cocreó la revista Revue Noire (Revista Negra) que no solo se trataba de literatura, sino de todas las formas de creación contemporánea que provenían de África y su diáspora.
“Soy curador de arte contemporáneo porque África estaba ausente en el mapa del mundo y yo quería arreglar esta anomalía. Hice mi primera exposición en 1987, pero en realidad fue un festival. Escribí películas, enseñé. Luego fui el curador de la exposición “África Remix” en varios museos del mundo, entre ellos el Centro Pompidou, de París. Sin pensar en las repercusiones mediáticas, “Remix” me consagró, pero el trabajo hecho con la Revue Noire era mucho más importante para mí”, cuenta el curador.
Viviendo entre la literatura y el arte, Simon Njami, quien ha escrito novelas como Los clandestinos, y dos biografías (una del escritor estadounidense James Baldwin y la otra de Léopold Sédar Senghor), dirigió la primera feria de arte contemporáneo en Sudáfrica después del apartheid, entre muchas otras exposiciones. Su trabajo lo ha incluido en la lista de los diez curadores de arte contemporáneos más influyentes del mundo.
Njami habló para El Espectador sobre su recorrido y la relación con Kitambo.
¿Cómo conoció a Marleen Parlmaers y Catherine Dunga, de Kitambo?
Con determinación, estas dos mujeres fueron y aprovecharon la Bienal de Dakar, en 2018, porque sabían que me podían encontrar para invitarme a Colombia. Aunque yo ya había visitado su país porque viajaba mucho, fue la pasión de ambas lo que me convenció de regresar.
¿Qué lo motivó a realizar proyectos con ellas?
No visito los lugares, trabajo en ellos. Intento aplicarles la tabla de lectura que me ayuda a comprenderlos un poco mejor. Mi posición de extranjero profesional siempre me ha permitido una distancia crítica que me permite ver más allá de las cuestiones demasiado reducidas a un determinado sector de la población. Mi relación con Marleen y Catherine no se sitúa en el plano del “volver”. Tan pronto como empezamos a trabajar juntos, se inició una obra.
¿Cómo ve el desarrollo artístico y cultural en Colombia?
No me siento calificado para responder a esa pregunta, pero a través de los jóvenes que he encontrado en varias ocasiones he podido sentir una evolución, una reflexión que ya no está orientada únicamente hacia una identidad poscolonial, sino hacia cuestiones más profundas.
¿Cree que África es la mejor opción en el futuro?
No creo en el afrofuturismo, que es una de las fórmulas (inventada por occidentales), pero sí creo en la juventud. El continente africano es la edad media más joven del mundo. Me parece que esta juventud representa un futuro diferente; sin embargo, es responsabilidad de los africanos invertir en esta energía.
¿Qué consejo les daría a las personas que desean convertirse en escritores, artistas o curadores de arte, como usted?
No podría dar ningún consejo: cada uno tiene su camino y su destino, y estos no pueden ser transferidos a otros. Todos tenemos una singularidad que debemos explotar. Por ejemplo, los esclavos negros de Norteamérica no tenían nada, ni siquiera tenían nombres, pero cuando quisieron expresarse, inventaron la “nota azul” y esto dio origen al blues, al jazz y otros ritmos.
Yala Kisukid, filósofa, mujer, negra y escritora
“Yo creía que ser filósofo era hacer la revolución. Tenía trece años y esa palabra que no entendía en ese momento la asocié inmediatamente con la emancipación, pero después de estudiarla, me enfrenté a la realidad: no hay solo ideas emancipadoras en filosofía, también hay autores que son problemáticos, hay textos racistas y misóginos. Ser filósofa, mujer y negra no fue fácil porque los cuerpos de las mujeres y de los negros se consideraron no pensantes. Esto, sumado a que vengo de un medio que no tenía mucho dinero, me llevó a conquistar mi lugar. Por fortuna, las cosas han cambiado y sigo amando mi disciplina”.
Yala Kisukidi nunca creció en espacios culturalmente homogéneos. Hija de un padre congoleño que llegó a Europa huyendo de la dictadura de Mobutu Sese Seko, en el Congo, y de una madre francoitaliana, cuya familia había emigrado en los años 20 buscando otros horizontes lejos del fascismo. Su vida siempre ha estado en movimiento.
Desde pequeña se enfrentó a dos historias: la inmigración intraeuropea relacionada con la violencia, y la inmigración entre Europa y el continente africano debido a la colonización. Para ella, venir de diferentes culturas la ayudó a forjar más su conciencia política del mundo.
Entre sus muchos proyectos y junto a otros colegas, Kisukidi creó una especie de colaboración entre la universidad haitiana, dominicana y colombiana. Llegó por primera vez a Barranquilla antes de la pandemia, ciudad en la que permaneció varios días. Hasta visitó el café La Cueva, donde solían reunirse Gabriel García Márquez y sus amigos.
Fascinada por el ambiente intelectual y cultural del país, regresó y contestó esta entrevista sobre su obra, sus impresiones de Colombia y la literatura africana.
¿De qué trata su primera novela, llamada “La dissociation”?
Es la historia de una heroína que tiene el poder mágico de experimentar el mundo a través del espíritu. Viaja y vive aventuras sin determinismos sociales, de clase y de género, ya que es capaz de despojarse de su cuerpo.
¿Quiénes influyeron en la escritura de esta novela?
Mi padre y mi abuela. La cultura congoleña es de tradición matriarcal, pero como nunca conocí a mi abuela paterna, porque mi padre nunca pudo regresar al Congo por la dictadura, ella siempre estuvo presente en las historias de mi padre. Era una mujer muy fuerte, bella y de un gran carácter. Es gracias a ella que soy feminista. Mi padre murió antes de publicar el libro, pero hizo parte del proceso.
¿Cómo fue su viaje a Colombia?
Fue un viaje de una gran riqueza. Estuve en Medellín en 2023 por la Fiesta del Libro, pero también visité Turbo y Bogotá. Sé que Colombia está marcada por la violencia y la guerra. Hay población indígena y negra africana, hay mestizaje. Colombia es el poder y la fuerza de la cultura que se mezcla o coexiste. Cuando estás allí sientes algo muy poderoso.
¿Y su experiencia en Turbo con Kitambo?
Primero no sabía que iría, pues la agenda cambiaba cada minuto. En Turbo me sentí más cerca del continente africano. Fue una experiencia muy hermosa y guardo un recuerdo extraordinario, porque fui invitada a hablar para adultos, niños y estudiantes al mismo tiempo, así que improvisé una historia y la conté de tal manera que pudiera crear un vínculo con todos.
¿Cree que el realismo mágico colombiano tiene una influencia africana?
No lo sé, pero es cierto que hay grandes libros de la literatura africana en los que encuentro similitud con obras de Gabriel García Márquez. Por ejemplo, el autor nigeriano Amos Tutuola (El bebedor de vino de palma) tiene textos donde los vivos viven con los muertos, o un cuerpo se transforma en animal. Esa es la gran puerta metafísica del realismo mágico.
¿Cuáles cree que son los escritores y artistas africanos más influyentes del momento?
Chimamanda Ngozi Adichie (Nigeria), escritora feminista increíble, tal vez la más poderosa del momento, que ha estado dos veces en Colombia y entre sus libros hay una novela llamada Americanah. Hay otra escritora más joven llamada Yaa Gyasi (Ghana) muy buena. En cuanto al arte, me gustan mucho los artistas congoleños, como el fotógrafo Sammy Baloji (ganador del African Photography Encounters in Bamako) y Baloji Tschiani, artista multimedia que este año ganó el premio Nueva Voz en el Festival de Cannes con su primera película: Augure sobre la brujería, la superstición y las tradiciones en África.
¿Cuáles son los escritores y artistas colombianos más conocidos en África?
Gabriel García Márquez y Fernando Botero, evidentemente. Hay un pensador que amo. Se llama Santiago Castro Gómez y considero que es un filósofo muy importante en la reflexión sobre la colonización.
¿Qué puede aportarle África a Colombia y viceversa?
Más bien diría ¿qué pueden aportarse América Latina y África? Cuando trabajé con la filósofa brasileña Djamila Ribeiro, hablamos de esta relación “sur-sur” y de cómo construir desde el plano cultural, geopolítico y comercial, sabiendo que entre estos dos espacios puede integrarse también a Europa, que vive momentos difíciles.
¿Qué le gustaría hacer más adelante?
Sueño con hacer una alianza Congo-Colombia, o mejor aún, un trío Francia-Colombia- Congo. Eso sería genial.
En memoria de Marleen Palmaers (1969-2023).