Klim, el más serio de los humores
Desde las páginas de El Espectador, Cromos y El Tiempo, y desde su soledad, fue con su humor e inteligencia la conciencia honesta del país.
Fernando Araújo Vélez
Su equipaje era más de papeles, caricaturas y libros que de ropa, por eso, al desembarcar en Santa Marta luego de haber vivido algunos años en Suiza, sólo atinó a decir que el baúl de los regalos había naufragado en plena alta mar. "Es que era muy pesado", añadió. Su padre, el general Lucas Caballero, no tuvo más remedio que sonreír, con una de aquellas sonrisas discretas que la alta sociedad toleraba por aquellos años 20. Su madre, doña María del Carmen Calderón, lo reprendió luego por sus bromas salidas de lugar. Con el tiempo, acabaría por resignarse. Su hijo publicó un año después Epistolario de un joven pobre. Era su manera de explicar sus años en Suiza, y en qué gastaba los pocos pesos que le enviaban. Apenas graduado de bachiller del Gimnasio Moderno, se matriculó en la Javeriana, según el general Caballero, porque pese a que costaba más que la Nacional, transmitía una mayor disciplina, y eso era lo que su hijo necesitaba.
No obstante, la rigidez le duró muy poco, y los estudios universitarios, menos: sólo tres años. En 1936 comenzó su carrera en el periodismo. Don Luis Cano lo invitó a que escribiera en El Espectador. Su columna se llamaba 'Lukas', y allí Caballero alternaba temas trascendentales, con apuntes y trazos de humor. Luego se fue a El Tiempo. Comenzó a firmar como Klim, su pseudónimo para el resto de sus días, extraído de una marca de leche en polvo. En abril del 77 renunció porque los directores del periódico le pidieron que no tocara por algunos días el asunto de la finca La Libertad, en el cual estaban involucrados los López. "Sí, yo me salí de El Tiempo diciendo: chanfle, síganme los buenos", dijo a los pocos días. Eran los tiempos del gobierno de Alfonso López, a quien llamaba "Compañero Primo", y Klim no desaprovechaba oportunidad para censurarlo. El 25 de abril retornó a El Espectador. Habían transcurrido 36 años desde su última columna como Lukas. Ahora era Klim, un tipo algo tímido que amaba el teléfono, pues con él no necesitaba ver a sus interlocutores; un hombre solitario,
cansado de que en la calle la gente lo tomara como un "payaso" que debía hacer reír a todos.
Había sido retado a duelo dos veces, y en otras dos ocasiones lo habían intentado golpear. Algunos personajes no aguantaban sus bromas, su humor, jamás los toleraron. Por eso lo expulsaron del Moderno antes de irse a Suiza y estudió unos meses en La Salle, y por eso en Suiza lo sancionaban día de por medio. Por eso, en fin, un día decidió que no estaba de acuerdo con las Ciencias Políticas, Sociales y Económicas de la Javeriana, "pues eran vetustas", y abandonó su carrera. No era un hombre de cadenas. Como lo describió su hermano Eduardo Caballero Calderón en el prólogo de su libro Yo, Lucas: "Fue un liberal de veras incapaz de concebir la vida, sobre todo la actividad intelectual, fuera de una atmósfera de libertad absoluta. Libertad frente a los hombres y sus ideas, libertad frente a los ideólogos y los cabecillas, los directorios, las directivas y los pontífices consagrados de tiempo en tiempo por la tontería popular".
Bautizó a Turbay Ayala como "Harmano Gulito", a Bertha Hernández de Ospina como "Hermana Bertha", a Álvaro Gómez como "Álvaro Álvaro", y escribió en febrero del 78 que Alberto Santofimio Botero viajaba en su "auto de detención". Por aquellos años ironizaba hasta con el fútbol y los comentaristas: "En un momento dado, uno de ellos, no recuerdo cuál, logró decir correctamente Maculewicz Bonieck y se tuvo que suspender la transmisión. El júbilo fue general, y el jefe de boom, el máster audio y todo el personal presente en los estudios, hasta el director de Inravisión, se abalanzaron a felicitarlo". A Alfonso Senior lo llamó Compa Senior: "Y donde el país se descuide, es muy capaz de lograr que la ONU elija a Colombia como sede para la próxima guerra mundial". Conocía su ciudad a pesar de que casi nunca salía de su apartamento, en la séptima con 74. Se la relataban y recordaban por teléfono sus amigos, esos incondicionales a los que recibía sin protocolo, y le contaban las historias que se tejían en los altos círculos, con nombres y apellidos y fechas y direcciones. Él jamás olvidaba.
Como recordaba su hermano, "Lo que Lucas vio o escuchó o supo alguna vez, no se le olvida jamás. Recuerda no sólo al personaje que cruzó por el firmamento colombiano como una estrella errante, sino al criado que en el Café de la Paz servía hace treinta y cinco años el tinto, el sifón y las empanadas". Se reía de todo y de todos, con su voz parsimoniosa, sus textos y sus dibujos, comenzando por él, pues el humor lo devolvía a su infancia. Era niño, se ufanaba de serlo, y tenía el talento infantil de los grandes humoristas, como Chesterton y Bernard Shaw, pero también era adulto, demasiado adulto para comprender que la vida, su vida, era tan seria que debía tomarse con humor.
Su equipaje era más de papeles, caricaturas y libros que de ropa, por eso, al desembarcar en Santa Marta luego de haber vivido algunos años en Suiza, sólo atinó a decir que el baúl de los regalos había naufragado en plena alta mar. "Es que era muy pesado", añadió. Su padre, el general Lucas Caballero, no tuvo más remedio que sonreír, con una de aquellas sonrisas discretas que la alta sociedad toleraba por aquellos años 20. Su madre, doña María del Carmen Calderón, lo reprendió luego por sus bromas salidas de lugar. Con el tiempo, acabaría por resignarse. Su hijo publicó un año después Epistolario de un joven pobre. Era su manera de explicar sus años en Suiza, y en qué gastaba los pocos pesos que le enviaban. Apenas graduado de bachiller del Gimnasio Moderno, se matriculó en la Javeriana, según el general Caballero, porque pese a que costaba más que la Nacional, transmitía una mayor disciplina, y eso era lo que su hijo necesitaba.
No obstante, la rigidez le duró muy poco, y los estudios universitarios, menos: sólo tres años. En 1936 comenzó su carrera en el periodismo. Don Luis Cano lo invitó a que escribiera en El Espectador. Su columna se llamaba 'Lukas', y allí Caballero alternaba temas trascendentales, con apuntes y trazos de humor. Luego se fue a El Tiempo. Comenzó a firmar como Klim, su pseudónimo para el resto de sus días, extraído de una marca de leche en polvo. En abril del 77 renunció porque los directores del periódico le pidieron que no tocara por algunos días el asunto de la finca La Libertad, en el cual estaban involucrados los López. "Sí, yo me salí de El Tiempo diciendo: chanfle, síganme los buenos", dijo a los pocos días. Eran los tiempos del gobierno de Alfonso López, a quien llamaba "Compañero Primo", y Klim no desaprovechaba oportunidad para censurarlo. El 25 de abril retornó a El Espectador. Habían transcurrido 36 años desde su última columna como Lukas. Ahora era Klim, un tipo algo tímido que amaba el teléfono, pues con él no necesitaba ver a sus interlocutores; un hombre solitario,
cansado de que en la calle la gente lo tomara como un "payaso" que debía hacer reír a todos.
Había sido retado a duelo dos veces, y en otras dos ocasiones lo habían intentado golpear. Algunos personajes no aguantaban sus bromas, su humor, jamás los toleraron. Por eso lo expulsaron del Moderno antes de irse a Suiza y estudió unos meses en La Salle, y por eso en Suiza lo sancionaban día de por medio. Por eso, en fin, un día decidió que no estaba de acuerdo con las Ciencias Políticas, Sociales y Económicas de la Javeriana, "pues eran vetustas", y abandonó su carrera. No era un hombre de cadenas. Como lo describió su hermano Eduardo Caballero Calderón en el prólogo de su libro Yo, Lucas: "Fue un liberal de veras incapaz de concebir la vida, sobre todo la actividad intelectual, fuera de una atmósfera de libertad absoluta. Libertad frente a los hombres y sus ideas, libertad frente a los ideólogos y los cabecillas, los directorios, las directivas y los pontífices consagrados de tiempo en tiempo por la tontería popular".
Bautizó a Turbay Ayala como "Harmano Gulito", a Bertha Hernández de Ospina como "Hermana Bertha", a Álvaro Gómez como "Álvaro Álvaro", y escribió en febrero del 78 que Alberto Santofimio Botero viajaba en su "auto de detención". Por aquellos años ironizaba hasta con el fútbol y los comentaristas: "En un momento dado, uno de ellos, no recuerdo cuál, logró decir correctamente Maculewicz Bonieck y se tuvo que suspender la transmisión. El júbilo fue general, y el jefe de boom, el máster audio y todo el personal presente en los estudios, hasta el director de Inravisión, se abalanzaron a felicitarlo". A Alfonso Senior lo llamó Compa Senior: "Y donde el país se descuide, es muy capaz de lograr que la ONU elija a Colombia como sede para la próxima guerra mundial". Conocía su ciudad a pesar de que casi nunca salía de su apartamento, en la séptima con 74. Se la relataban y recordaban por teléfono sus amigos, esos incondicionales a los que recibía sin protocolo, y le contaban las historias que se tejían en los altos círculos, con nombres y apellidos y fechas y direcciones. Él jamás olvidaba.
Como recordaba su hermano, "Lo que Lucas vio o escuchó o supo alguna vez, no se le olvida jamás. Recuerda no sólo al personaje que cruzó por el firmamento colombiano como una estrella errante, sino al criado que en el Café de la Paz servía hace treinta y cinco años el tinto, el sifón y las empanadas". Se reía de todo y de todos, con su voz parsimoniosa, sus textos y sus dibujos, comenzando por él, pues el humor lo devolvía a su infancia. Era niño, se ufanaba de serlo, y tenía el talento infantil de los grandes humoristas, como Chesterton y Bernard Shaw, pero también era adulto, demasiado adulto para comprender que la vida, su vida, era tan seria que debía tomarse con humor.