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Kusikawsay: la tierra y el cielo

El ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes explica el contexto del monumento Kusikawsay, obra del chileno Mario Opazo, elaborada con el metal fundido de las armas entregadas por las FARC e inaugurado hoy en la sede de la ONU en Nueva York.

Juan David Correa Ulloa*, especial para El Espectador
11 de julio de 2024 - 11:48 p. m.
El presidente de Colombia, Gustavo Petro, habla durante la inauguración del monumento Kusikawsay obra elaborada con el metal fundido de 1,4 toneladas de munición que Naciones Unidas recibió durante la dejación de armas de las FARC. EFE/Javier Otazu /MÁXIMA CALIDAD DISPONIBLE
El presidente de Colombia, Gustavo Petro, habla durante la inauguración del monumento Kusikawsay obra elaborada con el metal fundido de 1,4 toneladas de munición que Naciones Unidas recibió durante la dejación de armas de las FARC. EFE/Javier Otazu /MÁXIMA CALIDAD DISPONIBLE
Foto: EFE - Javier Otazu
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Vida apacible y venturosa o Kusikawsay —en quechua— es el nombre del monumento del artista chileno Mario Opazo que se alza enterrado en el Jardín de las Esculturas del edificio de la Organización de la Naciones Unidas, en Nueva York, a orillas del East River. Creado a partir de la fundición del cobre proveniente de las municiones de las armas que pertenecieron a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP), entregadas como parte del acuerdo de paz que se firmó en el Teatro Colón, de Bogotá, en noviembre de 2016, el profundo sentido de esta canoa acaba de reconocerse con decisión por parte del Estado colombiano tras un largo viaje de omisiones y silencios.

Con la presencia del presidente de la República, Gustavo Petro Urrego, del artista Mario Opazo, del canciller Luis Gilberto Murillo, del firmante de paz Diego Fernando Tovar y del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes unas horas antes del inicio del Consejo de Seguridad se realizó un sentido acto el 11 de julio.

Kusikawsay hace parte de tres obras escultóricas pactadas en el artículo 3.1.7 del Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera, para cuya realización debieron usarse las armas entregadas por las FARC-EP.

La primera de ellas se instaló en Bogotá, a solo unas cuadras de la Casa de Nariño, en una edificación del barrio Las Cruces, y la realizó la artista Doris Salcedo. Fragmentos, como se llama, es un contramonumento. Se trata de un espacio expositivo que se puede intervenir. La artista, a través de un trabajo participativo con mujeres víctimas, labró y templó láminas —provenientes de las armas— para hacer un piso sobre el cual el visitante posa sus pies y el peso de su cuerpo para sentir una materialidad irregular, fría y oscura, que causó tanto daño en el pasado. El espacio abre la posibilidad para que otros artistas realicen allí obras e interpelen o dialoguen con estos fragmentos.

Colombia tiene varios elementos normativos que contemplan el derecho a la reparación integral y simbólica de las víctimas como la Ley 975 de 2005, y la Ley 1448 de 2011, o Ley de Víctimas. El Decreto 4800 de dicha ley precisó que la reparación simbólica «comprende la realización de actos u obras de alcance o repercusión pública dirigidas a la construcción y recuperación de la memoria histórica, el reconocimiento de la dignidad de las víctimas y la reconstrucción del tejido social».

Mediante una convocatoria pública del Ministerio de Cultura, entre abril y julio de 2018, un jurado conformado por el curador José Ignacio Roca, la artista Clemencia Echeverri y el realizador de cine Lisandro Duque decidieron concederle el primer premio del Monumento a la Paz en la ONU a Kusikawsay.

Mario Opazo realizó la obra en el taller de fundición de Luis Eduardo Castillo, en Bogotá. Para producirla debió acudir a Indumil, pues cuando reclamó las armas para el monumento ya no había disponibles. Las municiones, entonces, fueron la solución. El artista justificó su obra apelando a la idea del viaje, presente en todas las culturas, como una metáfora de la vida. El viaje significa principio y fin, está en la idea misma de una humanidad nómada, desplazada, migrante, que ha visto cómo sus héroes y heroínas anónimos son peripatéticos y han partido a la guerra como Ulises, a la aventura como don Quijote, a la sabiduría como los chasquis, a la tortura como Benkos Biohó, al amor como Manuela Sáenz o al conocimiento como Fernando González.

«La vida y la muerte están en una infinita alternancia, la noción de viaje, pasaje o umbral se presenta como vehículo de búsqueda de la sabiduría. La obra parte de la apropiación de una canoa indígena, intentando con ello traer al presente lo antiguo, su sabiduría y simbolismo, traer un elemento que navega por los ríos del territorio colombiano, que en su humildad material es vigente testigo y protagonista del progreso y evocar un viaje a una nueva vida», ha dicho Mario Opazo.

La canoa Kusikawsay tuvo problemas para viajar a Nueva York. Primero fue el presupuesto y los cálculos errados de los seguros del viaje. Un año después de estar embalada en Bogotá —un puerto que no ha mirado al mar con curiosidad—, el 29 de julio de 2019 por fin zarpó a Nueva York. Dice Milagro Espinosa, en su proyecto de investigación sobre la obra, para optar a la maestría en Historia del Arte de la Universidad de los Andes, que los únicos testigos de su instalación fueron los funcionarios de la empresa contratada para ello. Como es bien sabido, el gobierno del expresidente Iván Duque no estaba interesado en navegar por el acuerdo de paz y tras la pandemia y los estallidos sociales, juveniles y populares, la canoa fue reivindicada por el presidente Gustavo Petro en su visita del año 2022, quien ha insistido desde el comienzo de su gobierno en la necesidad de cumplir los acuerdos y profundizar el viaje hacia una paz total.

Si, como dice el artista —en uno de sus anteriores proyectos—, la memoria es un barco errante, el acto de descubrir una verdadera vida apacible y venturosa es una de las esperanzas de este proceso de cambio que ha vivido el país en estos dos años. Por supuesto, quien viaja sabe que lleva consigo su memoria y su historia y que deberá enfrentar rápidos y corrientes adversas mientras, de manera terrible, en el caso colombiano, se cruzan los cadáveres de miles de víctimas que han convertido nuestros ríos en cementerios. Si nuestras vidas son los ríos, hoy debemos insistir, más que nunca, en que esa canoa que han usado los bogas por el Magdalena o los muinane por el PiráParaná contiene todos los elementos para emprender, con decisión, un nuevo viaje con una promesa distinta a la de la guerra: un periplo que una el suelo con el cielo y nos deje adivinar que provenimos de las estrellas y que podemos dedicar nuestra energía a sembrar la vida.

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Por Juan David Correa Ulloa*, especial para El Espectador

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