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                                                                                                                                La aflicción que nos dejó el encierro

                                                                                                                                Veintidós escritores colombianos hacen parte del nuevo libro “La muerte tiene tos: cuentos de vecindario”, publicado por Lugar Común Editorial. En estas páginas el lector se encontrará con un edificio que se agrieta por la ruptura y los sinsabores que viven sus propietarios a causa de la pandemia.

                                                                                                                                Elena Chafyrtth

                                                                                                                                Los escritores Daniel Ángel y Felipe Núñez Mestre, coautores del libro "La muerte tiene tos: cuentos de vecindario", publicado por Lugar Común Editorial.
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                “Lo sabías F, pensar en la ausencia de futuro es más fácil que antecederlo y es que te me vienes a la mente con tu “hasta para quitarse la vida es necesario ser entusiasta”, y ahora, bajo este olor a neón y criaturas de fuego, te doy toda la razón, cuánta vida y olor a suicida les siento a la parranda de seres en este edificio ahora que sus apartamentos se les van a volver su propia historieta, ahora que se les va acumular todo lo que fugaban en sus vidas miserables, en nuestras vidas miserables, o bueno la mía no tanto porque tengo mis discos de Ismael Rivera”. Eso piensa V, la vecina del 304. De pronto, se mira al espejo y decide aplicarse el labial azul para que contraste con sus uñas color rosa, piensa en salir y perderse en las calles y la oscuridad de la noche. Quiere olvidarse de la estrofa que no logra descifrar con su piano, desea por un segundo recordar que su abuela murió en abril, omitir que su amor imposible por D no hizo nada más que estragos en su relación con F. Unos días se culpa y otros en cambio se reconcilia con la vida. Unas horas desea tomar el control de sus dedos, busca partituras de Mongo Santamaría y algunos arreglos de Larry Harlow, con la esperanza de que algo pase con sus dedos y de repente ¡pum! Logren dar con la melodía.

                                                                                                                                Le invitamos a leer: Abatida tras abatida (Verso a verso)

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                                                                                                                                Por si fuera poco, Blas, el hombre obeso del apartamento 504, se exasperaba cuando el internet del edificio fallaba porque era lo único que necesitaba para poder jugar El Rey de las Huertas; odiaba eso y, aún más, odiaba cuando su madre Elsa lo mandaba a comprar un litro de leche o unos Doritos que se le habían olvidado. Odiaba a Elsa, pues en el fondo la culpaba por nunca antes haberle enseñado las señales pertinentes del amor, lo que hacía que no tuviera novia desde el colegio. En cambio, su vecino Juan —del 603— desearía tener a su esposa Gabriela y a su hija Paula con vida. Por eso se fue a vivir a ese edificio oscuro y maloliente, a ese lugar en donde el agua sale de un color grisáceo, prefería todo esto con tal de no seguir viviendo en el espacio donde había sido tan feliz. Desde la pandemia se había dedicado a recoger los cuerpos de las ratas, guardándolos en una caja que yacía debajo de la cama. Aquí, dentro de estas páginas, el encierro produce oleadas de odio, ausencia y temor que se incrustan en cada articulación del ser humano. Un virus es el detonante para que los protagonistas de este edificio puedan lidiar con su vida y sus propias sensaciones que diariamente se cuelan entre las paredes, la cocina, los cuartos y en cada rincón de su apartamento. Un edificio que es el más viejo y temeroso de toda la cuadra, pero aún con todas sus grietas comparte el lado bueno y malo de las personas, recordándonos que al final somos seres que transitan por un lugar incierto y mezquino.

                                                                                                                                Le puede interesar: Historia de la literatura: “La vuelta de tuerca”

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Le puede interesar: Historia de la literatura: “La vuelta de tuerca”

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