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La agonía sin fin de Jorge Valencia

Hace 28 años, el economista Jorge Valencia Jaramillo, en calidad de presidente de la Cámara del Libro, fue uno de los gestores de la Feria Internacional del Libro de Bogotá.

Redacción Ipad
26 de abril de 2016 - 03:13 p. m.
La agonía sin fin de Jorge Valencia

Este año regresó al evento que ayudó a forjar para lanzar su nuevo libro de poesía ‘La agonía sin fin’, en el que aborda tres temas cruciales de todo ser humano: el desamor, Dios y la muerte. Lo escribió con la convicción de que más allá de sus dudas, existe alguien que jamás traiciona: el olvido. (Ver aquí nuestro especial de la Feria del Libro de Bogotá)

La historia de Jorge Valencia parece enmarcada en la de un político tradicional. Fue alcalde de Medellín, ministro de Desarrollo Económico, cuatro veces senador de la República y representante a la cámara, además de otros cargos y merecimientos. Pero paradójicamente sus libros no corresponden a memorias sobre el poder o análisis sobre el país. Ni siquiera sobre las ficciones que se generan alrededor del ejercicio de gobernar. Sus libros son de poesía, lo que realmente lo define. 
 
“Soy aquel que lleva su indefenso corazón cuidadosamente envuelto en la negra túnica de tu amor”, dice uno de sus poemas, al tiempo que admite que el desamor es más poético. Luego lo explica citando a dos de sus autores favoritos: Gustavo Bécquer y Antonio Machado, ambos sevillanos, y los dos extraordinarios desde el fortín de la tristeza. Los conoce bien, los recita con voz cadenciosa y emotiva. Y luego describe sus historias personales en las batallas del amor. 
 
“Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar”,  empieza recordando a Bécquer, y luego cuenta sus dolores de amor por dos hermanas. Hace una pausa, se pasa a Machado y refiere uno de sus versos inmortales: “en la cuna del hambre mi niño estaba. Con sangre de cebolla se amamantaba”. Las nanas de la cebolla y la remembranza de un poeta que encontró el amor en una niña de 13 años, con él de 32, hasta que la muerte se la llevó de su lado prematuramente. 
 
Es que definitivamente a Jorge Valencia Jaramillo no le gusta hablar de su trayectoria o de su recorrido por el mundo de la cultura. Prefiere conversar sobre lo que para él significa elegir el destino de dedicarse al estudio.  Y lo asume con una anécdota familiar. Cuando terminó su carrera de economía en Medellín y su madre le preguntó qué iba a hacer. Él le dijo que nada y a trabajar menos. Que él se iba a dedicar a leer. Su madre le advirtió que no iba a admitir vagos en la familia. 
 
Entonces se dio el hecho que refrenda su certeza sobre el valor del estudio. Como había tenido siempre los mejores promedios académicos, y la organización Corona buscaba gente aplicada, lo escogieron para que fuera a Bogotá a desarrollar su profesión. Valencia lo hizo sin muchas ganas, y pronto se quería devolver con el argumento de que en la capital hacía mucho frío. Pero el destino no abandona a la gente disciplinada y terminó conociendo a los que eran. 
 
En su camino se cruzaron Alberto Lleras Camargo y Carlos Lleras Restrepo y junto a ellos, en conferencias y foros, entró en un círculo del poder que ni siquiera imaginaba. En esos tiempos de los años 60, su única preocupación era entender qué era la verdad. Y en esa misma época llegaba la misma respuesta que tiene hoy: “es necesario dudar de todo para encontrarla, y cuando llega la muerte se comprende lo inútil que fue pasarse la vida buscándola”.
 
Lo cierto es que por esas amistades bogotanas, Valencia terminó ayudando en la campaña presidencial de Carlos Lleras, y cuando lo eligieron, por aquello de su conocimiento económico terminó de Director de Comercio Exterior. Con una ventaja, el nuevo mandatario era más economista que político, sacó adelante una reforma constitucional especializada, y en ese frenesí por enderezar las finanzas del Estado, el lector voraz siguió inmerso en el universo del poder. 
 
De esa misma manera, cuando Misael Pastrana Borrero emprendió su campaña presidencial para suceder a Lleras lo nombró como director de su empresa electoral. Lo que hizo Valencia fue comunicación efectiva. La recompensa llegó cuando fue designado ministro de Desarrollo Económico. Y en ese momento sí le correspondió conocer a un líder que a pesar de su juventud ya demostraba su talento. Su compañero de gabinete y ministro de Educación, Luis Carlos Galán Sarmiento. 
 
Desde ese momento en adelante fue más galanista que liberal, sin ser lo uno ni lo otro del todo, porque lo suyo era seguir investigando, leyendo, estudiando, e incluso tocando a las puertas de la masonería. No obstante, salió elegido al Congreso con el apoyo del exministro Hernando Agudelo Villa, y entre los ‘padres de la patria’ continuó  hasta que Galán decidió dar un paso al costado y crear el Nuevo Liberalismo. Entonces se fue con él, a respaldar su movimiento renovador. 
 
Pero lo suyo no era la política. Ya desde entonces tenía en mente publicar un libro de poesía. El problema es que tenía una frustración atravesada en el camino. El primer texto que construyó y que trasteaba a todas partes consigo, se lo robaron junto a un maletín de trabajo en el aeropuerto de Nueva York. Rehacer esos poemas era más difícil que redactar un proyecto de ley. De todos modos, no desfalleció en su idea y arrancó de nuevo en su tarea de lograr alguna obra de plenitud personal. 
 
Cuando Galán siguió su destino histórico que lo llevó al martirio, Valencia tomó el suyo y recaló en la presidencia de Asomedios, nada más y nada menos que trazándole rutas al poder mediático. Fue una época crucial porque se vislumbraba en el camino el avance tecnológico y muchos asuntos pasaron por su oficina. De ahí pasó a la Comisión Nacional de Televisión, organismo creado en la Constitución de 1991, y fue testigo de la transición hacía el mundo mediático actual a mediados de los años 90. 
 
En medio de tantas vueltas creo la fundación Pluma, para hacerse mecenas de autores o artistas urgidos de dar a conocer su obra. Un proyecto con galería de arte, revista y libros incluido que terminó siendo su retaguardia personal, algo así como uno de sus poemas. Tan breve y maravilloso que terminó por quebrarse. Pero ya desde entonces su idea de la Feria del Libro de Bogotá era un invento exitoso. Y eso fue suficiente para seguir creyendo en el poder del estudio. 
 
La historia es mucho más larga y conversar con Jorge Valencia Jaramillo es recorrer los interminables caminos de la historia. El templo de Salomón, Herodes el grande, Constantino y sus edictos, Teodosio el cristiano, los capellanes dueños de la palabra, los constructores de catedrales, pero por encima de todos ellos los poetas, los arquitectos de la palabra. Kafka, Camus, Whitman o Neruda. Por ellos Valencia ha vuelto a reincidir en la poesía y se pregunta: “dime: ¿podré leer en el infierno, acaso, tus cartas de amor?”.   
 

Por Redacción Ipad

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