Marina Abramovic: Performance para un adiós
La artista de performance serbia cumplió 75 años el 30 de noviembre y su aporte a este género le dio reconocimiento y fama en el arte. Su trayectoria de casi 50 años conlleva un mensaje sobre diferentes temáticas y se ha destacado por explorar los límites de la expresión y la relación del artista con su audiencia.
Andrea Jaramillo Caro
Estoica e intimidante la mujer serbia no mostraba emoción alguna mientras extraño tras extraño se sentaba frente a ella, separados por una mesa de madera a dos metros de distancia. Con su melena negra recogida en una trenza y un vestido rojo largo, la artista estuvo sentada durante horas bajando la cabeza cuando un visitante se iba y otro llegaba. A la mesa se acercó un hombre de ojos azules y vestido de negro, cuando ella abrió los ojos su semblante cambió por unos segundos y se convirtió en una sonrisa parecida a la de la Mona Lisa.
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Estoica e intimidante la mujer serbia no mostraba emoción alguna mientras extraño tras extraño se sentaba frente a ella, separados por una mesa de madera a dos metros de distancia. Con su melena negra recogida en una trenza y un vestido rojo largo, la artista estuvo sentada durante horas bajando la cabeza cuando un visitante se iba y otro llegaba. A la mesa se acercó un hombre de ojos azules y vestido de negro, cuando ella abrió los ojos su semblante cambió por unos segundos y se convirtió en una sonrisa parecida a la de la Mona Lisa.
Mientras sostenían la mirada parecía que estuvieran manteniendo una conversación y, sin musitar una palabra, años de historia se desenvolvían en ese espacio que los separaba. Los ojos de Marina Abramovic lentamente se llenaron de lágrimas mientras extendía sus manos hacia Ulay, el artista que fue su pareja por doce años. Sus dedos permanecieron entrelazados unos segundos mientras, entre aplausos, ella regresaba a su posición original y él se retiraba de la mesa. Ella se limpió las lágrimas, respiró hondo y bajó la cabeza para esperar al próximo visitante. Durante los gélidos días de marzo de 2010 el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMa por sus siglas en inglés) fue testigo del primer encuentro entre la pareja de artistas de performance, luego de su separación en 1988 durante la exhibición retrospectiva de la obra de Abramovic: The artist is present.
Abramovic cumplió 75 años el 30 de noviembre, fecha que compartía con su expareja Uwe Laysiepen, mejor conocido como Ulay, y su trayectoria de casi 50 años la ha establecido como una de las pioneras del género performance en las artes, incluso se refiere a sí misma como “la abuela del performance”. Transgresora en sus ideas y con un afán por probar los límites físicos, Abramovic comenzó su carrera como artista performática a los 27 años en Edimburgo.
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Nacida en 1946 en lo que hoy se conoce como Belgrado, Serbia, la artista creció en un entorno en el que sus padres eran considerados héroes nacionales y fue criada por sus abuelos hasta los seis años en medio de una fuerte devoción religiosa. “El hermano de mi abuelo era el patriarca de la Iglesia Ortodoxa y venerado como un santo. Así que todo en mi infancia se trata de un sacrificio total, ya sea a la religión o al comunismo. Esto es lo que está grabado en mí. Por eso tengo esta fuerza de voluntad loca. Mi cuerpo está empezando a desmoronarse, pero lo haré hasta el final. No me importa. Para mí, se trata de lo que sea necesario “, le dijo a Sean O’Hagan de The Guardian.
Abramovic se refirió a su familia en una entrevista para The Guardian en 2010 como una “burguesía roja”, dado que sus padres fueron militantes para el partido comunista posterior a la Segunda Guerra Mundial, lo que les dio puestos prominentes en el gobierno del presidente Tito de la extinta Yugoslavia. “Cuando la gente me pregunta de dónde soy”, le dijo al medio inglés, “nunca digo Serbia. Siempre digo que vengo de un país que ya no existe”.
Antes de migrar al performance, la artista brevemente se interesó en la pintura, aunque desde joven estuvo ligada al mundo cultural gracias a que sus padres la inscribieron en clases de piano, inglés y francés. Según le explicó a O’Hagan, su relación con la pintura tuvo tres fases. La primera en la que pintaba sus sueños, la segunda, en la que pintaba “enormes camiones socialistas que se estrellaban” y la última, en la que pintaba las nubes sobre ella.
El momento en que dejó de interesarse por la pintura fue el día que tuvo un incidente mientras intentaba conseguir un permiso para pintar desde un avión militar. Le contó a O‘Hagan que le negaron el permiso y creyeron que estaba loca, por lo que llamaron a su padre. “A partir de ese día”, dijo, “nunca volví a pintar. En su lugar, comencé a mirar lo que me rodeaba y a usarlo para el arte. Me tomó un poco de tiempo darme cuenta de que podía ser mi arte”. Y así lo hizo, experimentando primero con instalaciones sonoras para luego comenzar a realizar sus performances. Una de sus primeras obras de arte sonoro lo hizo en el barrio donde vivía en Belgrado. Instaló parlantes en su apartamento y a través de ellos dejó sonar un audio en el que se escuchaba la simulación de un puente colapsando. “De repente, la gente se apresuraba a salir a las calles, enloqueciendo en todas partes, pensando que están siendo bombardeados. Para mí”, le dijo a The Guardian, “esto fue algo increíble. Me di cuenta de que el poder del arte no cuelga en las paredes de las galerías”.
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Estudió arte entre Belgrado y Croacia durante diez años, entre 1965 y 1975. En este periodo de tiempo también contrajo matrimonio con el artista Neša Paripović. La relación duró cinco años, entre 1971 y 1976, año en que Abramovic lo dejó y se fue a Amsterdam. Allí no solo se mudó, también fue el lugar donde conoció a Ulay.
Con él desarrolló varias piezas como aquella titulada “Rest energy” en 1980. En esta Ulay y Abramovic sostenían juntos un arco con una flecha lista para ser disparada al corazón de la artista serbia. Al mínimo movimiento del alemán y la flecha la habría matado. Este es el tipo de límites que Marina Abramovic ha explorado a lo largo de su carrera en solitario o acompañada.
Uno de sus performances más recordados es “Rythm 0″, en la que desafió la participación de la audiencia en un performance al pararse durante seis horas con una mesa a su lado que contenía 72 elementos. De estos algunos podían ser utilizados para crear sensaciones placenteras, mientras otros podían infligir dolor; entre estos se encontraban: una roda, miel, una pluma, un látigo, aceite, tijeras, un escalpelo y una pistola con una única bala. La artista le asignó a la audiencia el rol activo en este performance, quería probar el límite de la acción humana al saber que no tendrían consecuencias. Su ropa terminó en harapos, su piel herida y el performance terminó con alguien apuntando la pistola a su cabeza. A pesar de que en un principio las acciones fueron lo suficientemente inocentes, con el tiempo la audiencia se fue volviendo más violenta. Según la descripción que dio Abramovic, la dejaron como una “Maddona, una madre y una puta”. La artista describió para The Teater Times lo que aprendió de esa experiencia: “Lo que aprendí fue que... si lo dejas en manos del público, te pueden matar... Me sentí realmente violada: me cortaron la ropa, me clavaron espinas de rosa en el estómago, una persona apuntó con el arma a mi cabeza y otra se lo llevó. Creó una atmósfera agresiva. Después de exactamente 6 horas, como estaba planeado, me levanté y comencé a caminar hacia la audiencia. Todos huyeron, para escapar de un enfrentamiento real”.
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Ese es el propósito de Marina Abramovic y será su legado. Transgredir constantemente las barreras de lo físico, del cuerpo y el espacio entre la audiencia y el artista. Abramovic y Ulay han sido de los pocos, sino los únicos, en recorrer la Gran Muralla China en nombre del amor. “The lovers”, la última colaboración entre ambos, tenía la intención de celebrar su matrimonio en el punto de la muralla en el que finalmente se encontraran cuando la anunciaron en 1981. Sin embargo, cuando por fin lograron obtener el permiso, el amor ya se había esfumado entre los cambios en la vida de cada uno y terminó siendo un performance para terminar una relación.