La aspirina y García Márquez
A 125 años de la patente de la aspirina y en el 97 cumpleaños de García Márquez, algunos apuntes de esta medicina en la literatura universal, además de la mención que el escritor colombiano hizo sobre la misma en su novela póstuma En agosto nos vemos.
Ricardo Bada
Acumulé gran cantidad de material para hacer una especie de antología de la aspirina en la literatura universal. Desde el mismísimo día en que se patentó, el 6 de marzo de 1899, emprendió una marcha poco menos que triunfal por esa literatura. Se trata –según me parece– del medicamento más mencionado en ella. Y por si las que “ni labráis como abejas /ni brilláis cual mariposas” les hago una selección de sólo doce nombres de autores de los que fui coleccionando fragmentos “aspirinos” de cara a esa antología: Thomas Mann, Henry Miller, Truman Capote, Raymond Chandler, Graham Greene, Agatha Christie, Elena Poniatowska, Alvaro Mutis, Juan Carlos Onetti, Günter Grass, Simenon y last but not least y la Oda al resfriado de Fernando Pessoa.
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Acumulé gran cantidad de material para hacer una especie de antología de la aspirina en la literatura universal. Desde el mismísimo día en que se patentó, el 6 de marzo de 1899, emprendió una marcha poco menos que triunfal por esa literatura. Se trata –según me parece– del medicamento más mencionado en ella. Y por si las que “ni labráis como abejas /ni brilláis cual mariposas” les hago una selección de sólo doce nombres de autores de los que fui coleccionando fragmentos “aspirinos” de cara a esa antología: Thomas Mann, Henry Miller, Truman Capote, Raymond Chandler, Graham Greene, Agatha Christie, Elena Poniatowska, Alvaro Mutis, Juan Carlos Onetti, Günter Grass, Simenon y last but not least y la Oda al resfriado de Fernando Pessoa.
En el 125.º aniversario del registro de esa patente les ofrezco dos botones de muestra de lo que podría ser esa antología, el primero dedicado a la aspirina en la obra de Manuel Vázquez Montalbán.
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Groucho Marx siempre ha sido uno de los filósofos más citados por el escritor español, a quien ustedes quizás conocen por lo más deleznable que publicó, la abominable serie de novelas protagonizada por el detective Pepe Carvalho. Pero creo poder garantizarles que, pese a ella, era un buen narrador y un mejor poeta.
Pues bien, allá por 1972, Manuel Vázquez Montalbán escribió un texto de una revista musical llena de gracia y de atrevimiento: no olviden que el inferiocre general Franco aún andaba firmando sentencias de muerte tres años después, poco antes de que alguien, muy arriba, firmase la suya. La revista musical de Vázquez Montalbán se titulaba Guillermotta en el país de las Guillerminas, y estaba escrita a la medida de la cantante catalana Guillermina Motta.
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Apenas salió al mercado, me apresuré a comprar el disco (aquello que en castellano castizo llamamos long play), y aún lo conservo y lo escucho en mi viejo gramófono reproductor de circunferencias del no menos viejo y querido vinilo. En el último cuplé de la revista, Guillermina va a bordo de un barco que la lleva hasta las costas de la China, y el texto dice: “Y entonces desde el puente yo le vi, /con sus mostachos, ay de mí, / vendiendo chinerías a los chinos, / a cambio de un camión de langostinos..., / ¡era Groucho, Groucho Marx, el más Marx de los hermanos Marx! / ¡campeón del tiro de aspirina, / licenciado en señoras finas!”.
Buenísima la intuición de Manuel Vázquez Montalbán: a Groucho, Groucho Marx, licenciado en señoras finas, le estaba reservada la gloria de ser el campeón olímpico de una disciplina por completo inédita: el tiro de aspirina.
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Y el segundo botón de muestra tiene que ver con alguien que también nació como la aspirina, un 6 de marzo, sólo que 28 años después, y de quien hoy, en el 97.º aniversario de su nacimiento, se pone a la venta su primera obra póstuma, un relato titulado En agosto nos vemos, donde volvemos a encontrarnos con la prosa alucinada de Gabriel García Márquez.
En el capítulo cuatro del relato, se narra el encuentro de Ana Magdalena Bach, la protagonista, con el doctor Aquiles Coronado, “un abogado de gran prestigio, amigo suyo desde la escuela y padrino de bautismo de su hija, que se acercó a ella por el pasillo del transbordador a la isla, con los brazos abiertos y su andar trabajoso de gran primate”. Esa noche fueron juntos a cenar, y García Márquez lo cuenta así: “Ella no quiso champaña. Dijo que le dolía la cabeza por el almuerzo del transbordador y le subían por la garganta unas náuseas heladas. Él ordenó un whisky doble en las rocas. Ella se conformó con una aspirina que se tomó como un veneno”.
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Tengo la convicción de que el departamento de publicidad de la firma Bayer, acá en Leverkusen, a un tiro de piedra desde donde escribo, jamás hará uso de esta cita en alguno de sus textos de propaganda. Nadie tira piedras sobre su propio tejado.
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