La autenticidad de todos los oráculos (Cuentos de sábado en la tarde)

Empecé a sentir algo que alteraba la vitalidad del presente. El pasado se escapaba del pasado sin que Dios hubiera existido. Parecían los latidos de un imán que filtrara su poder en una eternidad que pospusiera el después del ayer.

Andrés Felipe Sanabria
06 de enero de 2024 - 08:15 p. m.
Las sombras empezaron a tener un vigor inusitado y el alma estaba desposeída de la autenticidad de todos los oráculos.
Las sombras empezaron a tener un vigor inusitado y el alma estaba desposeída de la autenticidad de todos los oráculos.
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*Para Patricia Díaz

Megara me había mandado al carajo, después que yo hubiera intentado escapar de su corazón de todas las formas posibles. Es rubia. Una rubia coqueta y gordita. Sus ojos son dos universos paralelos que no se revelan. Entonces empecé a sentir esa fuerza. El presente estaba muriendo. Las sombras empezaron a tener un vigor inusitado y el alma estaba desposeída de la autenticidad de todos los oráculos. Más y más sombras cobraban vida, purgando sus lamentos, en las latitudes donde la vida se había erosionado, hasta que fue la última noche y no se volvió a ver el amor y solo quedamos Megara y yo. Las sombras se mataron entre ellas. Yo era alguien que había perdido el amor, por eso siempre me borraba en él, pero no con Megara. Ella me comprendía como si una luciérnaga iluminara la zona más profunda del infierno. Su sutileza descalabraba mi sensibilidad. Siempre llegaba con su relajo a mi WhatsApp, y me tocaba dormir debajo de la cama leyendo Las flores del mal de Baudelaire y la poesía completa de Edgar Allan Poe. “¡Seré malo!” “¡Soy un poeta malo!”, me repetía hasta que amanecía y el celular sonaba con su saludo despavorido:

- ¡Mi poeta encantado!

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Entonces mi ánimo fue mejorando y también mi literatura. Cuando nos veíamos, comíamos algo y nos contábamos historias, y mandábamos la seriedad a la mierda, terminábamos más felices que un payaso que se hubiera vuelto el espíritu santo. Y volvíamos a vernos y la gravedad dejaba de funcionar y todo empezaba a flotar. Pero yo tengo un insomnio demacrado en los avernos de mis pesadillas, un dolor tan intenso que no me ha dejado disfrutar la felicidad, y al estar tan contento con Megara, lleno de su cariño, le decía que no habláramos más, y ella se fue cansando, hasta ese momento que me mandó al carajo, y el presente empezó a morir, y todo se fue replegando en la tristeza de sus ojos cautivos, hasta que se le pudrieron las huellas a la noche. Pero dentro de todo temor hay algo que hace prevalecer las semillas y encontré la forma de hablar con ella. Su rostro se fue iluminando como se les entrega la serenidad a las montañas.

- ¿Qué haremos contigo? -Dijo

Empezamos a hablar al lado de la luna llena, sin que existiera el destino y la muerte, y solo nuestras sombras fueran el único obstáculo que podía detener nuestro corazón.

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Por Andrés Felipe Sanabria

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