La bella infame Bogotá
El prelanzamiento del libro “Entre calles y barrotes”, de Jasson Valero Díaz, se llevó a cabo el pasado 5 de agosto en Bogotá. Presentamos una reseña del libro, publicado por la editorial Daphne Rhuz.
Mauricio Palomo Riaño
Traemos con nosotros los pasos trajinados por tus asfaltos,
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Traemos con nosotros los pasos trajinados por tus asfaltos,
nuestra historia a cuestas por muchos de tus entresijos,
bajo tu cielo casi siempre atiborrado de lluvia y esmog.
Traemos pegadas tus calles en los tenis,
la cerveza de las seis de la tarde,
el vértigo de tus días,
la opacidad de tus gentes,
tus equipos de fútbol,
la magia que encierran tus noches,
la cofradía de tus versos oscuros.
Con este epígrafe empieza el libro de cuentos Entre calles y barrotes, ópera prima del escritor bogotano Jasson Valero Díaz. El proyecto editorial Daphne Rhuz, con su colección Marginales, da nacimiento a una antología de 16 relatos que tiene como hilo conductor las membranas y la médula del barrio popular profundo. Patio Bonito es el hilo conductor del libro de Valero Díaz, quien hace una apuesta arriesgada, alejándose del círculo de la llamada literatura urbana bogotana que tanto han radiografiado escritores de todos los pelambres, pero siempre desde los mismos circuitos y espacios, céntricos casi todos ellos, olvidando lo que pasa en la esquina, en la cuadra y en los intersticios densos del denominado barrio popular, que ha visto nacer a muchos, pero crecer a pocos, por la muerte o el exilio.
Las ilustraciones de Cristian Reyes y fotografías de Nina Díaz que acompañan las historias del libro son cortesía de artistas urbanos que apreciaron en la literatura de Valero una manera de mirarse en el verdadero espejo de la urbe, sin artificios ni máscaras, con realidades rampantes como la puñalada y el beso, en la misma cuadra, a distintas horas.
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Es una apuesta que se materializa y el riesgo es exuberante, pues el libro que encontrarán los lectores es una suma de vértigos y acechos que estarán dispuestos en cada página a clavarle el cuchillo al que esté presto a encarnar lo que se le avecina. Todos sabemos que a Bogotá la configuran una serie de imágenes que evocan lo terebrante y lo macabro, pero también lo estético y lo hermoso. Cada andén, cada poste de luz, cada lata de cerveza vacía dejada a la intemperie de una noche de bohemia, cada disparo en el silencio de la noche muerta, cada funeral del amigo de esquina, cada beso barrial, cada cadáver, enmarcan una historia y la potencia de una urbe que respira por sus recodos.
Estos cuentos son como postales de la ciudad que pisamos, logra las imágenes que nos derrumban. Cala. Se siente la muerte bien cerquita y el dolor que deja en los que debemos seguir. Las descripciones de estos relatos nos seguirán aturdiendo mucho tiempo después de haberlos leído, quizá cuando algún silencio o alguna pausa del día nos hagan olvidar por un instante que seguimos habitando estos asfaltos donde hemos soñado morirnos o enamorarnos.
Realidades enrevesadas, estiletes danzarines, fogonazos al cielo y a los cuerpos en noches negras, presas de tensión y llanto. Atajos de barrio para llegar a lugares centrales, amor por el pedazo, metáfora del territorio, historias de amor que se hibridan con entornos hostiles, muertos buenos, de verdad, pero otros malos y terribles, que el lector asentirá admirando la justicia que sí tiene la literatura. Todo esto y más está a la orden del día en Entre calles y barrotes; estrategias de guerra en la prisión o en espacios cerrados, ollas delirantes en terrazas malsanas de barrios populares donde la única aspiración es la del pistolo, que viene siendo todo lo que se entiende por paraíso. La 38, y ese Patio Bonito profundo que jamás han cartografiado los “escritores urbanos” de esta megalópolis real, no literaria, en donde una gala de esquina te puede arrebatar en cortos segundos el sueño de seguir respirando. Cuando no hay cuchillo también es valioso un destornillador.
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La literatura urbana bogotana da un viraje con este libro. Saca las tramas de los espacios a los que ya estábamos habituados, todos ellos ubicados en los mismos lugares, comunes ya, por cierto, y la planta en otras realidades, en el barrio en el que convergemos, el mismo del cual es la tienda y el billar, el taller de mecánica y la cantina de esquina con rocola de música popular. Estas realidades son mucho más cercanas que todos esos estereotipos que se han copiado de la literatura urbana de otras ciudades, muy ajenas a la nuestra.
A muchos de nosotros nos formó una barriada popular, entre amigos de esquina, libros prestados y partidos de banquitas después de las nueve de la noche. Varias pupilas reconocerán en la lectura de este libro sus propias historias, Cortázar lo decía: literatura y vida han sido a lo largo de los tiempos siempre lo mismo. Nos llegaron los libros de Poe, Stevenson, Conan Doyle, Baudelaire y Rimbaud en permutas alrededor de bibliotecas rodantes y piratería de andén. Somos esquineros ilustrados. Los lectores no pueden dejar de leer Entre calles y barrotes, pues refiere siempre a la captura de los instantes, a las fotografías desde ojos agonizantes, al candil de los ciegos por rutas interiores y a la literatura como único artificio que puede salvarnos de los sordos poderes de la muerte y el olvido. Creamos en la magia de esta tinta, porque de la realidad emergió; su ficción no es más que en ciertos atisbos que la hacen vincularse con el arte al que muchos le hemos apostado la vida. Admiro la prosa del riesgo, no la de la zona de confort y me place provocar esta lectura. En todo lado están las historias, solo son necesarios los trucos del oficio para escribirlas. Asómense a la baranda de sus terrazas y no permitan que les trafiquen con otra cosa que no sea tinta al interior de ellas. Hemos conocido muchos Monos, y por eso el que escribe Jasson nos genera zozobra. Éntrenle, pues, porque la vida y, paradójicamente la muerte, palpitan en estas páginas, reinan en entresijos de hecatombes y sosiegos, de cofradías del hampa, de gancho ciegos y velorios inesperados; es un híbrido este libro, un coctel explosivo que irá envenenando dulcemente a los lectores página tras página. ¡No se detengan! Qué más da; yo, por ejemplo, hace rato que he decidido morirme en Bogotá con aguacero, un día del cual ya tengo el recuerdo. Éntrenle a estos cuentos, y rótenlos por la izquierda, porque derechos nunca.