La bufanda de Isadora y otros narradores inauditos (Por capítulos)
A lo largo de la historia de la literatura, los objetos han sido personajes de innumerables cuentos, relatos y novelas. En este libro no solo son protagonistas, sino que nos comparten sus alegrías, cuitas y sueños. Presentamos YAN ANG TANONG uno de los cuentos de La bufanda de Isadora y otros narradores inauditos, Ilustrado por Paula Ventimiglia y que será presentado en FILBo 2022.
Juan Fernando Merino
Magiging o hindi magiging… ¡Yan ang tanong!
—No, no, no, no —interrumpe con manifiesta exasperación Arnel Pomoy, jubilado registrador municipal y director del grupo de teatro aficionado de esta isla filipina en la que he tenido la mala pata de terminar.
—¿Dije algo mal? —pregunta mi torpe portador, Manuel Trinidad, profesor de inglés de la única escuela secundaria del pueblo.
—No, Manuel, no es eso —le dice Arnel mientras se acerca cojeando—. Pero varias veces te he explicado que tienes que dejar flotando en el aire un par de segundos la palabra Yan antes de pronunciar con ímpetu Tanong. Y en seguida debes entornar los ojos hacia el cielo como si buscaras la respuesta en lo alto.
—La vez pasada me dijiste que mirara hacia el mar.
—Bueno, mira hacia donde quieras, da igual, pero lo crucial es que tiene que ser una mirada profunda y cavilosa, como si estuvieras indagando la respuesta en el infinito.
—De acuerdo, Arnel, de acuerdo. Ya me quedó claro. ¿Podemos pasar a la siguiente línea?
—No, Manuel; no podemos. Vamos a repetir esta dos veces más. O tres. O las que haga falta hasta que salga perfecta. Porque esa es la frase clave de la obra, la que el público aguarda expectante en cada función. De hecho, la única que se sabe todo el mundo… Y por lo que más quieras, sujeta bien la bendita calavera. Que no se te vaya a caer… ¡Si se llega a partir, se nos va todo al carajo!
Le sugerimos: Ilustrar el lugar del otro (Letras de feria)
—Que no la voy a dejar caer, Arnel, tranquilo. La tengo muy bien agarrada… Pero si quieres que te diga la verdad, me gustó muchísimo más ser Romeo el año pasado que este personaje triste y quejumbroso. ¡Es un pesado insoportable!
—¡Nada que hacer, Manuel! El regidor nos pidió esta obra para la inauguración del Festival de la Vendimia.
»«
En mala hora se le ocurrió embarcarse en un crucero por las islas más remotas de Filipinas a aquel desventurado escritor que en vida me llevó sobre sus hombros.
¡Una semana entera de jaquecas y vértigo marino para luego venir a caer derrotado por la malaria durante la escala en este sitio! Desde luego, no habríamos podido tener un final más deplorable: enterrados a toda carrera y sin la más mínima ceremonia en un fangoso y casi desocupado cementerio para extranjeros no católicos.
Él ya no es. Descansó de sus obsesiones y sus sueños postergados… En paz o no, solo el cielo lo sabrá, pero el hecho es que a mí me dejó varada en esta isla perdida.
Y desde hace diez días, para colmo, en manos de este grupo de teatro de pacotilla, tan pobretón que no tiene fondos para contratar un solo actor profesional ni renovar de vez en cuando el vestuario… Y ni siquiera para encargar de la ciudad más cercana una calavera
Le recomendamos: Fernando Botero, 90 años de un maestro
de yeso en lugar de venir a sacarme del cementerio un domingo en la madrugada.
¡Maldito sea mi destino y maldito mi exescritor! Porque lo que son este actor desastroso y el inepto vejete que dirige la obra me tienen al borde de la desesperación…
Juro que si estuviera en mi poder les pegaba un buen susto con una mueca macabra a ver si me dejan en paz de una vez por todas.
Y pensar que todavía faltan las ocho funciones en público.
Ser o no ser…
Magiging o hindi magiging… ¡Yan ang tanong!
—No, no, no, no —interrumpe con manifiesta exasperación Arnel Pomoy, jubilado registrador municipal y director del grupo de teatro aficionado de esta isla filipina en la que he tenido la mala pata de terminar.
—¿Dije algo mal? —pregunta mi torpe portador, Manuel Trinidad, profesor de inglés de la única escuela secundaria del pueblo.
—No, Manuel, no es eso —le dice Arnel mientras se acerca cojeando—. Pero varias veces te he explicado que tienes que dejar flotando en el aire un par de segundos la palabra Yan antes de pronunciar con ímpetu Tanong. Y en seguida debes entornar los ojos hacia el cielo como si buscaras la respuesta en lo alto.
—La vez pasada me dijiste que mirara hacia el mar.
—Bueno, mira hacia donde quieras, da igual, pero lo crucial es que tiene que ser una mirada profunda y cavilosa, como si estuvieras indagando la respuesta en el infinito.
—De acuerdo, Arnel, de acuerdo. Ya me quedó claro. ¿Podemos pasar a la siguiente línea?
—No, Manuel; no podemos. Vamos a repetir esta dos veces más. O tres. O las que haga falta hasta que salga perfecta. Porque esa es la frase clave de la obra, la que el público aguarda expectante en cada función. De hecho, la única que se sabe todo el mundo… Y por lo que más quieras, sujeta bien la bendita calavera. Que no se te vaya a caer… ¡Si se llega a partir, se nos va todo al carajo!
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—Que no la voy a dejar caer, Arnel, tranquilo. La tengo muy bien agarrada… Pero si quieres que te diga la verdad, me gustó muchísimo más ser Romeo el año pasado que este personaje triste y quejumbroso. ¡Es un pesado insoportable!
—¡Nada que hacer, Manuel! El regidor nos pidió esta obra para la inauguración del Festival de la Vendimia.
»«
En mala hora se le ocurrió embarcarse en un crucero por las islas más remotas de Filipinas a aquel desventurado escritor que en vida me llevó sobre sus hombros.
¡Una semana entera de jaquecas y vértigo marino para luego venir a caer derrotado por la malaria durante la escala en este sitio! Desde luego, no habríamos podido tener un final más deplorable: enterrados a toda carrera y sin la más mínima ceremonia en un fangoso y casi desocupado cementerio para extranjeros no católicos.
Él ya no es. Descansó de sus obsesiones y sus sueños postergados… En paz o no, solo el cielo lo sabrá, pero el hecho es que a mí me dejó varada en esta isla perdida.
Y desde hace diez días, para colmo, en manos de este grupo de teatro de pacotilla, tan pobretón que no tiene fondos para contratar un solo actor profesional ni renovar de vez en cuando el vestuario… Y ni siquiera para encargar de la ciudad más cercana una calavera
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¡Maldito sea mi destino y maldito mi exescritor! Porque lo que son este actor desastroso y el inepto vejete que dirige la obra me tienen al borde de la desesperación…
Juro que si estuviera en mi poder les pegaba un buen susto con una mueca macabra a ver si me dejan en paz de una vez por todas.
Y pensar que todavía faltan las ocho funciones en público.
Ser o no ser…