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Las historias de la caricatura universal que se respeten, desde la primera publicada por Champfleury en 1865 y la última, Esprit de la caricature compilada por Claude Roy, comienzan con una reflexión sobre la risa y aluden a la más remota antigüedad. El poeta francés Baudelaire llegó a afirmar que la risa es de origen diabólico y “lo cómico uno de los más claros signos satánicos del hombre”.
La risa ha acompañado a los colombianos desde las luchas por la Independencia: el primer caricaturista colombiano, José María Espinosa, recuerda su prisión en Popayán, en vísperas del sorteo para ser fusilado, cuando le hizo una caricatura al jefe de la prisión Laureano Gruesso, en cuyas manos estaba su vida: “Quedó tan parecido y tan ridículo, que fue motivo de larga chacota y risa todo el día”.
En las Nuevas aleluyas los partidarios Bolívar y de Santander durante la Convención de Ocaña, se colocan lavativas. La llegada de la litografía impulsó este género; Santander es “trabuco” que ordeña la vaca, o sea la res-pública. Un ícono se repitió a lo largo de la historia de la caricatura.
El siglo XIX es muy desconocido en cuanto a la risa y la caricatura. Sin embargo, se detectó un progreso en los medios impresos debido a la libertad de prensa y a la llegada de un grupo de artistas y publicistas venezolanos que huían de la dictadura de Monagas, los hermanos Martínez, litógrafos, los hermanos Echeverría, impresores, quienes fundaron establecimientos para mejorar las publicaciones. Los periódicos se ilustraron con viñetas en xilografía e incluyeron litografías. Un presidente, José Hilario López, fue presentado armado hasta los dientes, con orejas de burro, con dados y botellas como si fuera un borracho y un jugador.
La edad de oro de la caricatura se inició con el regreso a Bogotá del dibujante, caricaturista, grabador y editor Alberto Urdaneta, quien trajo la técnica de “cabezas cargadas” y la utilizó contra el radicalismo en el poder. Logró que el gobierno estableciera en la Universidad Nacional una Escuela de Grabado. De allí surgieron los principales caricaturistas que lucharon contra la Regeneración. La gráfica crítica llegó a su cúspide con Alfredo Greñas y El Zancudo: “Empecé una campaña de prensa contra los actos arbitrarios del gobierno, en la que si se multaba el periódico se pagaba la multa y se seguía; si se suspendía por un tiempo dado, se seguía al terminar el de la suspensión; si se le suspendía en definitivo, se fundaba otro; y suspendido ese, otro lo seguía”.
La intervención de los Estados Unidos en Panamá, la construcción del canal, los tratados, las fuerzas de ocupación y los dólares que corrieron en la negociación, produjeron en el exterior textos y gráficas que abrieron las compuertas del humor y multiplicaron las publicaciones de caricatura. En Colombia, a pesar del drama en que se encontraba por la guerra y la pérdida de Panamá, se burlaban de Roosevelt con gráficas y versos; un ejemplo es Don Quijote de Bogotá en 1909, que completa la caricatura con el siguiente verso: “Tras de Colombia hecha ruinas / el Tío Sam hambriento está / Ya se engulló a Filipinas / Y ahora engulle a Panamá / Mas la pluma de un diarista / agudo como un puñal / A Roosevelt sigue la pista / para abrirle otro CANAL”.
Los autores de caricaturas durante la segunda década del siglo XX son estudiantes o egresados de la Escuela de Bellas Artes: Moreno Otero, Leudo, González Camargo, Gómez Leal y Pepe Gómez Castro se vincularon a publicaciones como El Gráfico, Cromos, Sansón Carrasco y Bogotá Cómico. Pepe Gómez con sus gráficas causaba escalofrío de caricatura.
El Frente Nacional (1958-1974) restableció la libertad de prensa por medio de la ley 159 de diciembre 30 de 1959. Después de ocho años de fuerte censura, la caricatura social, tan usada por los dibujantes como excusa para evadir la represión, estaba aclimatada en el país.
La gráfica crítica se ocupó de las artes plásticas, del Salón Nacional de Artistas; se apropió del pop tanto en pintura como en música y de la moda en cuanto a la minifalda y demás innovaciones. En cuanto a la caricatura política los dibujantes se dividieron en dos: los que servían a la Gran Prensa y los que se oponían. Los periódicos que defendían el establecimiento con caricaturistas notables, Pepón, Merino, Chapete, Aldor, entre otros, trabajaron para la Gran Prensa.
Un incidente que hizo historia lo protagonizó el artista Juan Cárdenas en La República, quien dibujó una parodia del escudo nacional y el presidente de la República protestó: “Paso por encima de iniquidades tan grandes como la caricatura de ayer en un diario de la nación, en que con ánimo de destruir mi reputación moral, se irrespetó inclusive el escudo sagrado de la República”. Un año después el caricaturista fue detenido.
La aparición de Héctor Osuna, su permanencia en El Espectador y su constante presencia en la caricatura colombiana, es un fenómeno. Como dibujante y polemista demuestra cómo la gráfica crítica puede abarcar toda la historia contemporánea del país. Osuna se inició como caricaturista el 6 de marzo de 1959 en el diario conservador El Siglo. Se vinculó a El Espectador como caricaturista exclusivo. En 1966, bautizó su friso de caricaturas con el nombre de “Rasgos y Rasguños”. Osuna es en esencia un retratista y caricaturista político; por ello afirma: “Para hacer caricatura no hay mejor aporte que un mal gobierno”.
La caricatura y el fotomontaje causaron a partir de la década de 1990 polémicas y ocasionaron censuras: Por un lado la Corte Constitucional encontró “que las expresiones gráficas que caricaturizan la figura y el buen nombre (…) son en verdad abusivas, desproporcionadas y denigrantes en alto grado; no se compadecen con el ejercicio de la libertad de prensa, ni con la libertad de expresión en medios masivos de comunicación, lo que por mandato constitucional tienen responsabilidad social”. Por otro lado, el periodista Juan Lozano afirmó que el fotomontaje en la prensa reciente colombiana “es un recurso periodístico legítimo y de uso frecuente en los medios de comunicación, amparado por los principios tutelares de la libertad de expresión, la libertad de opinión y la libertad de prensa, dentro del marco que las propias normas han fijado”.
A lo largo del Proceso 8.000, que se inició a mediados de 1995, surgieron símbolos, unos temporales y otros perennes. Una oportuna frase de monseñor Pedro Rubiano Saénz cuando afirmó que “cuando a uno se le mete un elefante en la casa, tiene que verlo” dio origen al “elefante”, un símbolo de la corrupción de las elecciones presidenciales y un ícono para diversión de los caricaturistas y el público.
Con Zoociedad, dice Eduardo Arias, los políticos aprendieron a ser tolerantes con las sátiras convencidos de que “es mejor ser caricaturizado porque es peor no serlo”. Zoociedad abrió la puerta al arte de la imitación de personajes reales y así surgieron La Luciérnaga, La Tele y El siguiente programa.