La casa de Beto Murgas, en donde viven los acordeones en Valledupar
El juglar vallenato y su esposa transformaron, hace diez años, su casa en un museo que guarda la memoria del folclor y de estos instrumentos.
Hugo Santiago Caro
Ya han pasado más de 15 años desde que la casa de Alberto Beto Murgas dejó de lado los muebles, los retratos familiares y demás enseres para darles paso a decenas de acordeones de varios tipos, constituyendo lo que hoy es el Museo del Acordeón de Valledupar.
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Ya han pasado más de 15 años desde que la casa de Alberto Beto Murgas dejó de lado los muebles, los retratos familiares y demás enseres para darles paso a decenas de acordeones de varios tipos, constituyendo lo que hoy es el Museo del Acordeón de Valledupar.
Creció en las mismas calles que albergaban a los Romero (Rosendo, compositor, e Israel, fundador de Binomio de Oro), la familia del ‘Turco’ Gil, pionero de la primera academia del folclore vallenato y mentor de varios reyes vallenatos; Reyes Torres, a quien Rafael Escalona le dedicó “El villanuevero”, prometiéndole ser padrino de su hijo; y los Zuleta, siendo compadre de Emilianito, acordeonero de Los Hermanos Zuleta e hijo de Emiliano, ‘El Viejo Mile’, autor de “La gota fría”.
El folclore vallenato estaba por todas partes; no había forma de que Murgas fuera ajeno y no se enamorara, como lo hizo, del acordeón. Esto lo llevó a convertirse en un juglar y prolífico compositor con más de 90 canciones compuestas.
“Yo crecí en las serranías; allá, uno le cantaba a los ríos, a la noviecita desde el comienzo, al canto de un pájaro, porque esos eran los elementos que nos daba la época. Santander Durán le cantó al cerro Murillo, Adolfo Pacheco al cerro Maco cuando habló de La hamaca grande, le cantábamos todos al río Guatapurí, al río Badillo. Escalona le cantó a todos sus amigos, al contrabando”, cuenta Murgas.
Algunas de las composiciones de ‘Beto’ incluyen “La negra”, interpretada inicialmente por Alfredo Gutiérrez y posteriormente por el Binomio de Oro; “La gustadera”, también por el Binomio; “La trilla”, por Los Betos, y “Nativo del Valle”, grabada Los Hermanos Zuleta.
A pesar de crecer arraigado en el vallenato, la idea de transformar su casa en un centro dedicado a exponer todo acerca del acordeón surgió en 2013, cuando se pensionó de su cargo como coordinador regional de Sayco, la agremiación de compositores musicales. Cuenta que la idea le llegó como una revelación, pues en lo que fuera la sala de su casa ya había un acordeón, solo uno (hoy hay más de 20), que le había regalado a su hijo, Beto Jr., cuando era niño, pero quien lo rechazó. Un día, llegó de visita el viejo Emiliano y, en medio de la plática, le confesó que ese acordeón despreciado por su hijo se parecía mucho al que él usó cuando compuso “La gota fría”.
“Eso para mí fue una revelación; yo eso lo aprovecho y comienzo a buscar acordeones. Después de eso, me encontré uno que había sido de un indígena y bueno, y mira, hoy tenemos acordeones que la Hohner (marca alemana que fabrica los mejores acordeones del mundo) nos ha donado, uno que fue de Los Tigres del Norte, el que le hicieron a Emilianito. Tenemos acordeones de todos los tipos que existen en el mundo”, afirma. Murgas siempre habla en plural, pues aunque el museo lleva su nombre, a su lado siempre ha estado Rosa Durán, su esposa. Es ella quien vigila en silencio, a lo lejos, los recorridos que ofrece su esposo por toda la casa. También fue ella la que lo apoyó para sacar todos los enseres y reemplazarlos por vitrinas de vidrio y fotos de los juglares.
Para Rosa, la idea del museo fue ideal para que Beto se mantuviera activo una vez pasara a ser pensionado. “Yo dije, listo, vamos a hacerlo. A mí me pareció hasta bueno, hasta chévere, porque iba a estar ocupado ya. Teníamos un dinero ahorrado y se mandaron a hacer las vitrinas. Así empezamos y en menos de nada se acabó la plata y solo teníamos las vitrinas. ‘Bueno, ahí hay un lote’, dijimos. Vendimos el lote y seguimos, cuando uno hace las cosas por amor, por convicción, pues uno las hace sin saber hasta dónde van a llegar”, cuenta Durán.
El comedor de los Murgas Durán está entre una obra original de Jaime Molina, el entrañable amigo de Rafael Escalona, y un estante con más de 20 discos de vinilo. Entre ellos está el de Alfredo Gutiérrez, que contiene “La Negra”, el primer éxito que le grabaron a Beto.
“Se llama Isabel Cristina, pero todo el mundo le decía la Negra. Yo le quise hacer la canción para mortificarle la vida a ella, porque no me quería. Yo digo que la Negra dice que ella no me quiere, pero yo sí quiero a mi negrita. Ella me dice una cosa y yo le contesto con otra. Fue una vaina que yo hice como para parrandear con los amigos”, cuenta Beto. Hoy ya tiene 75 años, asegura que ya dejó la parranda y todos los días sale a caminar hasta el río Guatapurí para mantenerse vital, lúcido. “Yo he querido eso, quizá tener ya una vejez como nutrida de la cultura que me apasiona, del instrumento, de la investigación”, cuenta.
Después se prepara para los dos recorridos que el museo ofrece al día. Eso sí, cuando hay demanda por los recorridos, pues no siempre los visita la misma cantidad de gente como puede ocurrir en temporada del Festival Vallenato.
Murgas afirma orgulloso que él es uno de los gestores que cumple con una de las condiciones que puso la Unesco cuando declaró el folclore vallenato Patrimonio Inmaterial de la Humanidad: “A mí ninguno me ha dicho que cumpla con esa medida, pero yo lo estoy haciendo espontáneamente, que es la transmisión de conocimiento”.
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