La casa de Nueve Manuelas
Manuela Moreno Carvajal, también conocida como Nueve Manuelas, es arquitecta graduada de la Universidad Nacional de Colombia, ilustradora de mundos internos, plantas, animales y casas. Es una fisgona de lo cotidiano. Actualmente, vive en Medellín, ciudad en la que deambula espiando la intimidad contenida en las casas.
Alejandra Pérez
La conocí hace 4 años en el Museo Casa de la Memoria, en un grupo de dibujo que ella dirigía y en el que nos reuníamos una vez a la semana, a las 4 p.m., a intentar buscarle forma a la memoria inmediata, a esos recuerdos vivos del presente que parecen no tener cuerpo, pero que se pronuncian con fuerza todo el tiempo.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
La conocí hace 4 años en el Museo Casa de la Memoria, en un grupo de dibujo que ella dirigía y en el que nos reuníamos una vez a la semana, a las 4 p.m., a intentar buscarle forma a la memoria inmediata, a esos recuerdos vivos del presente que parecen no tener cuerpo, pero que se pronuncian con fuerza todo el tiempo.
Y es que el trabajo de Moreno tiene la potencia de pronunciar con un trazo liviano las formas de existir, habitar, cuidar y cultivar lo cotidiano. La casa es el primer lugar de la memoria al que pertenecemos, en el que permanecemos y en el que construimos, en el habitar, las primeras nociones de lo familiar.
Le sugerimos leer: Sobre “Alis”, la película: “El primer paso para cambiar algo, es imaginárselo”
Desde hace un tiempo empezó a obsesionarse con la idea de conocer casas de personas conocidas o desconocidas. Sale a caminar por las calles esperando encontrarse una ventana o una puerta abierta, sentir el fresquito y el olor del interior de las casas grandes de Laureles, detallarse el mobiliario, o percibir algún atisbo del solar, allá al fondo. Para ella, la disposición del espacio siendo habitado también puede ser un retrato, una historia, un concepto inabarcable, una idea difusa, un rasgo, una emoción.
Hasta el momento ha vivido en 11 casas. La primera, la de la infancia, estaba ubicada en el barrio Gratamira, vivió ahí hasta los 12 años y, mientras tanto, se alternaba en otra de las maravillosas casas que recuerda: la de su abuela, en Amalfi, en una vereda en lo profundo del territorio. Fue allí donde emergió su conexión con la naturaleza. Siendo la niña salvaje de la montaña se conectó fácilmente con la diversidad de manchas verdes que rodeaban la casa. Vivían sin electricidad; el día terminaba cuando el sol se ocultaba tras el denso monte y el movimiento de la vida persistía en la oscuridad.
Más adelante hubo una casa de los espantos. Dice que tuvo las peores pesadillas y que fueron casi diarias. Fue cuando se desdobló por primera vez; se levantó de la cama, vio su cuerpo aún dormido, y dio un recorrido corto hasta la sala principal. De repente, escuchó una voz lejana que le advirtió que, si salía de allí, posiblemente nunca más podría volver. Cuenta que, asustada, volvió en busca de su cuerpo y se acomodó sobre él. Por mucho tiempo pensó que los ruidos extraños que provenían de la casa de arriba eran producto de los movimientos nocturnos de las dos ancianas que la habitaban. Luego descubrió que las mujeres se acostaban tan pronto caía la tarde y que, una vez dormían, era la casa la que se activaba. Por dos largos años convivió con este terror nocturno antes de mudarse de nuevo.
Podría interesarle leer: El debate como práctica artística
En el salón de paredes color naranja, a través del ventanal que da a la calle, se asoma un casco de vaca que refresca el interior de la casa actual de Moreno, la primera que habita tras dejar la de sus padres. Hojas verdes gigantes filtrando luces y formas en el espacio, una alfombra beige en el suelo, lámparas de luz cálida, cuadros dispuestos milimétricamente en la pared blanca contigua al comedor y Sombra, el perro negra de su roomie revolcándose en el piso de baldosa clara, hacen parte de la composición armónica que ha construido al ocupar un nuevo espacio, uno propio, donde la génesis de lo familiar se expande y acoge amigos, plantas, animales, colores y trazos de grafito.
Para ella, la construcción de un espacio se da en tanto es habitado, a través del cuidado propio, de los otros y del entendimiento de que la casa es un sistema vivo en el que convergen formas disímiles de existir, esas mismas que la han retado y por las que ha logrado despojarse de ciertas cargas aprendidas con el tiempo, que en el pasado han interferido en su relacionamiento con los demás organismos con quienes convive. El estar y el construir con otros una casa, demanda, en cierta medida, el cuestionamiento de las propias ideas y expande la experiencia de lo cotidiano. Por su casa han pasado muchas personas con las que ha enfrentado el cuerpo interno de sus construcciones mentales. Ese cuerpo ha sido cuestionado y despojado de juicios y prevenciones. Con el ir y venir de cada compañero de piso ha aprendido a soltar algo nuevo.
Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖
Esta misma mujer se ha otorgado el pseudónimo de Nueve Manuelas, con el fin último de ofrecerle un lugar a la multiplicidad que también la habita, como una casa en la que transitan todos sus yo por los distintos lugares de su memoria. Una Manuela en constante mutación, otra Manuela huidiza del compromiso, la Manuela temerosa de la quietud paralizante de la monotonía, una que disfruta del zigzagueante camino por la montaña, siempre variable y azaroso, como ella misma, y las otras manuelas que aún quedan por conocer.