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                                                                                                                                La ciencia, la inteligencia artificial y una imagen dócil

                                                                                                                                Reflexión personal a propósito del soez intento de mejorar la imagen de un agujero negro.

                                                                                                                                Tomás Uprimny Añez * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                La imagen original de M87 (izquierda) y los datos de EHT reprocesados ​​con PRIMO (derecha) L. Medeiros/ Institute for Advanced Study, D. Psaltis/Georgia Tech, T. Lauer/NSF’s NOIRLab, and F. Ozel/Georgia Tech
                                                                                                                                Foto: Cortesía
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Gracias a las impresiones de Claude Monet supimos que el nacimiento de la luz –del Sol- es un espectáculo turbio en el que la luz, trémula y estática y soñolienta, se queda magníficamente estancada, y fue también gracias a él, a Monet, que aprendimos que, cuando ella juega consigo misma, enredándose en el brocal del estanque de Giverny en el que flotan las hojas planas y largas de sus plácidos nenúfares, la luz deja a su paso una estela vaga, imprecisa, ingrávida. La luz es imposible de fijar, se mueve en todas las direcciones. No hay razones de índole estética –hablo desde la sed del ojo– para creer que, a diferencia de su nacimiento y su madurez, la luz es diáfana en su agonía, en su muerte.

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                                                                                                                                Conviene salvar el pellejo y decir que, más allá de su cuestionable calidad artística, puede que esta imagen constituya un avance en la comprensión científica de aquellas parcelas inasequibles a la luz y, por tanto, a la vida. Puede que sí. Los astrónomos dicen que sí. Pero hay algo que no es menos cierto: la belleza estética ha desmejorado, la verdad del arte, tan importante como la de los números, ha sido profanada. En esa incontrolable tendencia del siglo XXI a mecanizar el pensamiento, se refleja un error por partida doble: ético y estético. Estético, porque reemplaza la pulcra ambigüedad de un cuadro artístico por la castidad sedentaria de un afiche didáctico; y ético, porque no todo lo que hace la inteligencia artificial merece un aguacero de aplausos faraónicos, pues no todo lo que hace es bueno.

                                                                                                                                Dentro de pocos años –o pocos meses, o pocas semanas–, los periódicos anunciarán en letras doradas, con una felicidad incontenible, con una ferocidad incendiaria, con un temblor erudito, que el pincel de la inteligencia artificial ha “mejorado”, haciéndolos más “nítidos”, los indecisos nenúfares de monsieur Monet.

                                                                                                                                * Abogado y periodista en La No Ficción (@lanoficcion).

                                                                                                                                La imagen original de M87 (izquierda) y los datos de EHT reprocesados ​​con PRIMO (derecha) L. Medeiros/ Institute for Advanced Study, D. Psaltis/Georgia Tech, T. Lauer/NSF’s NOIRLab, and F. Ozel/Georgia Tech
                                                                                                                                Foto: Cortesía
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Gracias a las impresiones de Claude Monet supimos que el nacimiento de la luz –del Sol- es un espectáculo turbio en el que la luz, trémula y estática y soñolienta, se queda magníficamente estancada, y fue también gracias a él, a Monet, que aprendimos que, cuando ella juega consigo misma, enredándose en el brocal del estanque de Giverny en el que flotan las hojas planas y largas de sus plácidos nenúfares, la luz deja a su paso una estela vaga, imprecisa, ingrávida. La luz es imposible de fijar, se mueve en todas las direcciones. No hay razones de índole estética –hablo desde la sed del ojo– para creer que, a diferencia de su nacimiento y su madurez, la luz es diáfana en su agonía, en su muerte.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Conviene salvar el pellejo y decir que, más allá de su cuestionable calidad artística, puede que esta imagen constituya un avance en la comprensión científica de aquellas parcelas inasequibles a la luz y, por tanto, a la vida. Puede que sí. Los astrónomos dicen que sí. Pero hay algo que no es menos cierto: la belleza estética ha desmejorado, la verdad del arte, tan importante como la de los números, ha sido profanada. En esa incontrolable tendencia del siglo XXI a mecanizar el pensamiento, se refleja un error por partida doble: ético y estético. Estético, porque reemplaza la pulcra ambigüedad de un cuadro artístico por la castidad sedentaria de un afiche didáctico; y ético, porque no todo lo que hace la inteligencia artificial merece un aguacero de aplausos faraónicos, pues no todo lo que hace es bueno.

                                                                                                                                Dentro de pocos años –o pocos meses, o pocas semanas–, los periódicos anunciarán en letras doradas, con una felicidad incontenible, con una ferocidad incendiaria, con un temblor erudito, que el pincel de la inteligencia artificial ha “mejorado”, haciéndolos más “nítidos”, los indecisos nenúfares de monsieur Monet.

                                                                                                                                * Abogado y periodista en La No Ficción (@lanoficcion).

                                                                                                                                Por Tomás Uprimny Añez * / Especial para El Espectador

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