Clemencia de Castro Durán: “Lo peor que me ha podido pasar ha sido pensionarme”
Una nueva entrega de la serie Memorias conversadas, de Isabel López Giraldo. La científica Clemencia de Castro Durán hace un balance de su vida personal y profesional.
Isabel López Giraldo
Soy bióloga y microbióloga. Dediqué mi vida a investigar el cáncer partiendo de cultivos celulares. Soy madre de tres hijos a quienes les ha ido muy bien en la vida. Siento un amor profundo por los animales y por la naturaleza, y quisiera que los jóvenes se dedicaran a estudiar las plantas medicinales especialmente en Colombia, país con gran biodiversidad. Considero que la lectura es una de las grandes cosas de la vida. Me encanta la música, siendo niña toqué el tiple e hice parte de un coro. Tomo las cosas con calma, pero no soporto la mediocridad, pues tiendo a ser perfeccionista.
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Soy bióloga y microbióloga. Dediqué mi vida a investigar el cáncer partiendo de cultivos celulares. Soy madre de tres hijos a quienes les ha ido muy bien en la vida. Siento un amor profundo por los animales y por la naturaleza, y quisiera que los jóvenes se dedicaran a estudiar las plantas medicinales especialmente en Colombia, país con gran biodiversidad. Considero que la lectura es una de las grandes cosas de la vida. Me encanta la música, siendo niña toqué el tiple e hice parte de un coro. Tomo las cosas con calma, pero no soporto la mediocridad, pues tiendo a ser perfeccionista.
Orígenes
Rama paterna
Rafael de Castro Sánchez, mi abuelo, fue un bogotano finquero que amó el campo y administró hoteles campestres. Tuvo hotel en Girardot donde sus nietos pasábamos vacaciones, porque prefirió siempre la tierra caliente. Fue un abuelo consentidor, de carácter tranquilo, reflexivo. Vestía gabardina y sombrero, recuerdo su figura elegante, era buen mozo.
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María González Cuevas, mi abuela, fue una mujer muy elegante, estricta. A ella le debo el que no me gusten las cosas mal hechas. Recuerdo que a mis cuatro años me puse a barrer en una finca a la que llegamos y mi abuela me dijo: “Quedó mal barrido. Cuando usted se meta a hacer algo, hágalo bien”. Tampoco le gustaba que usáramos minifaldas, entonces dispuso unos delantales largos para que nos cubriéramos en su presencia, pero no nos regañaba.
Javier de Castro González, mi papá, fue un señor muy consentidor. Decía: “Si quiera mi Dios me mandó hijas mujeres”. Pero siempre he creído que le hizo falta el hijo hombre. Trabajó en los bancos más importantes del sector financiero de Colombia ocupando altas posiciones, aunque mi abuela siempre quiso que fuera sacerdote: cuando estudiaba en el seminario se estrelló patinando contra una columna, entonces lo sacaron.
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Rama materna
Gustavo Durán Lafaurie, mi abuelo, fue contador de Cementos Samper. Murió siendo yo muy chiquita, pero recuerdo que era súper consentidor. Inés García Herreros Pardo, fue la abuela perfecta, solo le faltó la mecedora. Cuando salíamos del colegio, y como nos iba bien porque éramos buenas estudiantes, nos recibía con bolsadas de dulces y chocolates como premio. Cuando mis papás viajaban, nos quedábamos en la casa de mis abuelos y él siempre nos organizaba fiestas. Tenían una finca en Choachí donde pasábamos las vacaciones.
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Inés Durán García Herreros, mi mamá, fue una mujer que se consagró al hogar, como los abuelos fue muy consentidora. Pintaba, hacía escultura, cosía. Siempre estaba ocupada.
Infancia
Conservo una foto de mis papás en que se les ve el amor reflejado en los ojos. A través del ejemplo nos inculcaron la honestidad, la sencillez, la responsabilidad, el respeto hacia los mayores, el gusto por el trabajo. La hora de la comida fue sagrada para la familia. Nos sentábamos, sin interrupciones de televisión o llamadas, para compartir las experiencias vividas durante el día, y nos orientaban. Mi papá no permitía que recibiéramos llamadas después de las ocho de la noche, al considerar que eso era un irrespeto. Mi papá fue cazador y pescador, y lo acompañábamos. Pero dejó de llevarme, pues yo hacía ruido para espantar a las palomas.
María Inés, mi hermana mayor, es ingeniera química y docente. Después de mí nació Silvia, quien es muy artista y empresaria del sector automotriz. Finalmente, Margarita, quien se dedicó al sector financiero, como lo hiciera mi papá.
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Academia
Estudié en el Sacré Coeur de la Magdalena, desde mis seis años hasta graduarme. En ese tiempo comenzábamos la jornada a las seis o siete de la mañana, para salir a las cuatro o cinco de la tarde.
Siempre me fue muy bien, pues me gusta estudiar. Las monjas eran muy estrictas y le prestaban mucha atención a lo que uno comía y a la manera de hacerlo: rondaban a la hora del almuerzo para corregirnos las posturas y los protocolos a la mesa.
Me destaqué en matemáticas y en biología. Nos premiaban a las buenas estudiantes con coronas de florecitas haciéndonos sentir como la reina de Saba. Usábamos velo largo en las ceremonias especiales: en grados, en la fiesta de Mater, la virgen del colegio, en la que portábamos azucenas y cantábamos en francés. Desde siempre me gustaron los deportes: el tenis, la natación, el voleibol, el beisbol.
Universidad de Los Andes
Quise estudiar medicina, pero mi papá me dijo: “Si estudia medicina, cuando le toque el rural no la dejo ir”. Decidí optar por otra cosa. Tuvimos un té en el que una amiga me dijo: “Estudie Biología que es un tema buenísimo: uno coge un pollito, le inyecta una sustancia y le sale cresta”. Esta fue mi razón para estudiar biología, aunque nunca hice el experimento de mi amiga.
Esta fue una de las mejores épocas de mi vida, pasé delicioso, tal vez por la libertad, aunque no me aproveché de ella. Ya no estaba encasillada, como en el colegio. Conté con profesores magníficos, como doña Graciela, de bacteriología, quien nos hacía exámenes sorpresa, decía: “Deje el libro ahí y entre a examen”.
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Siempre me gustó la investigación, saber el porqué de las cosas, que me expliquen, no acepto por respuesta un “porque sí”. Considero que todos debemos defender nuestras ideas soportándolas en argumentos.
Si bien comencé estudiando Microbiología, tomé todas las electivas de Biología, por lo que me tuvieron que dar los dos títulos, aunque a regañadientes de las directivas de la Universidad.
Trayectoria profesional
Instituto Nacional de Cancerología
Al momento de graduarme tenía un novio, pero nos peleamos por algo que le hice. Al final de la carrera debía hacer un proyecto y yo sabía que en cancerología el doctor Julio Enrique Ospina, jefe de investigación, posteriormente director del Instituto de Cancerología, ayudaba a los estudiantes. Me presenté y dije que necesitaba un proyecto de grado, pero con la intención de pasárselo a mi novio. El doctor se enteró de mi engaño, me trató de mentirosa, pero inmediatamente me ofreció una beca de investigación que me llevó a cancerología.
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La primera investigación la hice en receptores hormonales de cáncer de seno, junto con Tulia Oliveros de Murcia y un grupo de investigación experimental. Nos enviaron gente de todo el país para que la entrenáramos en esta área.
Instituto de Cáncer- Argentina
En el año 73, un año después de mi grado y trabajando aquí, viajé a la Argentina a estudiar becada en el Instituto de Cáncer cultivos celulares por un año. La verdad fue que peleé con el novio del proyecto, entonces me quise ir del país. En ese tiempo abrieron una licitación y me presenté. Tenía veintidós años, vivía en la casa de mis papás, y fue mi papá quien me llevó hasta el aeropuerto donde le dijo a la cabinera: “Le recomiendo a mi niña, por favor me la cuida”. Ella pensó que se trataba de una menor, me miró y se echó a reír, no lo podía creer.
En Argentina viví en el hospital escuela. Conocí a un amigo, separado, con el que me ennovié. Recuerdo que lo recibía en mi cuarto, porque no tenía opción, pero dejaba la puerta abierta para que la gente no se imaginara lo que no era. Esta relación terminó cuando mis papás decidieron ir por mí. Pensé que regresaría, pero nunca lo hice, pese a que mi jefe me ofreció una beca para que me quedara. Mi papá le dijo a mi novio: “Si tanto la quiere, vaya por ella”.
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Instituto de las plantas medicinales
Asistí a un congreso de cancerología en el que participaron científicos de Europa y los Estados Unidos. El genio alemán dijo: “Colombia, siendo un país con tanta biodiversidad y tanto bagaje indígena, debe tener un instituto inmenso en plantas medicinales”. Pero no contábamos con uno, entonces me propuse a montarlo.
Una vez montado el Instituto, aproveché mis conocimientos de cultivos celulares para, con las plantas medicinales, implementar el tratamiento. En virología se disocian las células de un tumor y se cultivan en caja, luego se les hace un tratamiento preventivo. Teníamos tratamientos selectivos, trabajábamos en tablas de radioterapia y sabíamos qué tanto respondían las células.
Con Noemí Téllez, fitoquímica de la Javeriana, aislamos una molécula del frailejón del Espeletia killipii se machaca la hoja y se extrae con disolventes, solventes orgánicos como el agua o el etanol, para observar su reacción y concluir si afectaba o no a las células.
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Una cardióloga del Hospital Militar se unió a nosotros en el Instituto. Trabajamos en una investigación con células madre. Tomábamos células de algún paciente, por ejemplo, nos enviaban un tris de músculo que podía ser del brazo, y nosotros lo cultivábamos. Esas células musculares nos permitían llegar a las células madre que son las que tienen cierta tendencia a diferenciarse. Las células musculares podían dar origen al tejido cardíaco y su cultivo lo inyectábamos en el paciente para reparar su infarto.
Como los resultados fueron positivos, buscamos financiación, recursos que no nos concedieron. La respuesta fue: “Dejen de inventar que eso no sirve para nada”. Suspendimos el estudio, pero diez años después en Europa lograron el mismo resultado a través de igual estudio generando un boom científico enorme. En Colombia no se ha invertido en investigación, como el país merece.
Nunca quise estudiar en Europa, pues sabía que a mi regreso no contaría con la tecnología necesaria, además, porque se daña el negocio de los laboratorios que se lucran con la enfermedad de los pacientes. Es por esto que las investigaciones normalmente se adelantan en las universidades privadas.
La misión del Instituto es investigar tratamientos nuevos y su eficacia. Se reciben muestras de pacientes, sin que necesariamente el paciente se beneficie, pues se trata de estudiar casos para aportar a la ciencia, lo que puede tomar años.
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Al Instituto de cancerología le dediqué veinticinco años, hasta mi pensión.
Docente
Soy una convencida de que lo que uno sueña, ocurre. Así me pasó conmigo, pues siempre pensé que, una vez pensionada, me dedicaría a la docencia.
Me ofrecieron ser la jefe de investigaciones básicas en la Facultad de Medicina de la San Martín, donde también dicté clases. Pero también enseñé biología en la Javeriana y en los Andes. Busqué que le enseñaran oncología, como materia, a los médicos, porque aquí no lo hacen. En cancerología ya había tenido reuniones de docencia con los médicos donde les explicábamos la biología del cáncer como base de su ciencia.
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Tuve como alumno a un médico especializado en mastología, del Tolima. Antes de regresar a su tierra me dijo: “¿Sabe qué? Le voy a decir una cosa, doctora. Yo con usted no aprendí nada. Quizás solo una cosa: la célula tumoral es una digna adversaria”. Supe entonces que lo había aprendido todo. Con eso me sentí feliz.
Familia
A Camilo Pardo Romero, mi esposo, lo conocí a través de una prima. Fue con quien peleé en la Universidad y con quien me reencontré a mi regreso de la Argentina. Se dedicó a la venta de propiedad raíz. Por pertenecer a mundos profesionales tan diferentes es que nos entendimos tan bien en el matrimonio. Siempre buscamos vivir en el campo hasta el momento en que nacieron los mellizos. Camilo falleció en el 2005.
Tuvimos tres hijos. Los mellizos Javier y Juan Camilo, y Felipe. Tengo cuatro nietos. Dos hijas de Javier, Mariana economista y Laura que se gradúa de Artes Visuales. Y dos chiquitos chilenos, hijos de Juan Camilo, Javiera y Juan Francisco.
Cierre
Me siento orgullosa al sentir que algo aporté, pero también nostálgica. Considero que el trabajo implica una responsabilidad y la satisfacción de un deber cumplido. Lo peor que me ha podido pasar ha sido pensionarme.
Epitafio
Soy célula.