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“La ciudad de las fieras”: el retrato de algunas dificultades en la juventud

Durante el primer día del Hay Festival Jericó, la comunidad se reunió para conocer la historia de Tato, un huérfano que huyó de la violencia por medio de la familia y la música.

Sarah Gutiérrez
20 de enero de 2024 - 05:51 p. m.
Valeria Pérez y Brayan Córdoba protagonizan "La ciudad de las fieras", película del director Henry E. Rincón, estrenada en 2022.
Valeria Pérez y Brayan Córdoba protagonizan "La ciudad de las fieras", película del director Henry E. Rincón, estrenada en 2022.
Foto: Proimágenes

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La gallera es el escenario con el que el director Henry Rincón introdujo a Tato en “La ciudad de las fieras”. Un ambiente hostil que es el paralelo a la realidad a la que se enfrenta este joven de 17 años junto a sus amigos Pitu y La Crespa, en una violenta Medellín.

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La madre de Tato muere. Su condición de orfandad lo deja a su suerte en un alquiler que no puede pagar, razón por la cual recurre a cantar sus improvisaciones de rap en el transporte público, huyendo de la posibilidad de tomar las armas.

Esta producción, que fue estrenada en 2022, marcó el comienzo del Hay Festival Jericó, un espacio que reúne una vez al año a las artes en sus diferentes presentaciones: literatura, cine, música y periodismo. El festival busca generar conversaciones con diversas voces a partir de sus contenidos, como en “La ciudad de las fieras”, que toma al rap y el hip-hop como salidas a la ola de violencia que enfrentan algunas juventudes en Colombia. Este encuentro, que también contiene conversatorios y talleres, irá hasta el domingo, y luego seguirá su recorrido por Medellín, Cartagena y Barranquilla.

La historia, basada en algunos relatos personales del director antioqueño, profundiza en temáticas como el dolor, la familia y la soledad, al igual que en problemas sociales como la mal llamada ‘limpieza social’ y las pandillas que marcan líneas invisibles entre barrios de la ciudad.

El largometraje sigue a Tato mientras se enfrenta a los depredadores que acechan el barrio: los ‘pillos’ que buscan asesinarlo, la arrendadora que lo expulsa de su casa y la falta de dinero para subsistir en medio de la jungla de concreto.

Rincón plantea la condición de su protagonista como la de otro joven víctima del desplazamiento interno forzado en Medellín, una situación que, para 2023, fue vivida en carne propia por 58 mujeres y 46 hombres, de acuerdo con la personería local. La realidad de Tato lo obliga a huir hacia al campo, donde se encuentra con su abuelo, Octavio Zapata, que con el recelo de no haber sabido de su paradero por varios años, lo recibe y le enseña el oficio del campo.

Don Octavio, como lo llama Tato, vive también en soledad en la zona rural de Santa Elena, uno de los cinco corregimientos de Medellín, famoso por la cultura silletera que el abuelo desea pasar a su nieto para conservar la tradición.

La pasión del joven está en la música, en el rap y en los encuentros de ‘freestyle’ callejeros, donde cada participante demuestra su habilidad para crear versos de forma improvisada. Sin embargo, por las constantes amenazas de muerte que tiene, la deja a un lado para protegerse a sí mismo y a sus amigos, quienes se hacen llamar “Las Neas”.

Por medio del trabajo y la compañía que se hacen uno al otro, Octavio y Tato forjaron lazos que le demuestran al joven cuáles son sus raíces: vio por primera vez a su padre por medio de una foto y descubrió que su abuelo le canta boleros a la tumba de su esposa cada vez que la visita.

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La muerte es también una constante en la vida de Tato, y el desasosiego que esta le genera al sentir que cada vez se va quedando más solo, lo lleva a aferrarse un poco más a la tradición silletera. “Ojo se me muere, apenas lo estoy conociendo”, le dice el joven al abuelo; “de la tierra somos y a la tierra volvemos. Ella nos reclama”, fue la respuesta del adulto mayor.

En esta lucha por sobrevivir y cuidar de los que ama, Henry Rincón comentó a El Espectador que la película trata de poner en conversación a dos mundos diferentes: lo antiguo con lo contemporáneo, las viejas con las nuevas tradiciones y la búsqueda de una identidad y un lugar en el mundo. “Es el retrato de tantos jóvenes que están atravesando esta etapa en estos momentos. Surgen cuestionamientos que nadie más va a resolver, sino uno mismo. Creo que es una película que representa precisamente cómo estas generaciones están cada vez menos calladas y más con capacidad de, a través de la palabra, generar una postura”.

Sarah Gutiérrez

Por Sarah Gutiérrez

Periodista de entretenimiento. Interés por la música, la cultura, la música, los libros y el cine.sgutierrez@elespectador.com

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