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                                                                                                                                La conversación, un acto de trascendencia

                                                                                                                                Mariano Sigman escribió un libro llamado “El poder de las palabras”, en el que sostiene que la conversación es la herramienta más efectiva para transformarse. Analizamos lo que propuso, teniendo en cuenta asuntos como la mayéutica de Sócrates o lo que opinan autores como Ilan Stavans y Juan Villoro sobre este acto cotidiano.

                                                                                                                                Laura Camila Arévalo Domínguez

                                                                                                                                Editora de El Magazín cultural
                                                                                                                                Ilustración basada en los efectos de la conversación para el pensamiento y el relacionamiento humano.
                                                                                                                                Foto: Ilustración de Viviana Velázquez
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO

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                                                                                                                                Foto: Ilustración de Viviana Velázquez
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                “Sócrates buscaba estimular el espíritu de sus discípulos. No actuaba como un maestro al uso, que inocula nuevos conocimientos a su alumno. Su método era la mayéutica, término que proviene de la palabra griega mayeuta (partera, que era la profesión de su madre). Igual que una partera o comadrona ayuda al alumbramiento, Sócrates ayudaba al discípulo a aflorar las ideas que este guardaba en su interior, para analizarlas y saber si eran valiosas y merecían detenerse en ellas o si se trataba de falsedades que se debían desechar”, escribió José Solana Sueso, en un texto titulado Sócrates, el maestro de Grecia, para el portal National Geographic, en el que también sostuvo que para Sócrates el diálogo no era una conversación cualquiera, sino que debía partir de una máxima: el diálogo es, ante todo, una forma de razonamiento.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                La imagen de la conversación anterior entre estos murmullos se amplía cuando nos encontramos con alguien, y entonces, después de toda esta elaboración personal, salen palabras atropelladas para intentar conversar con los murmullos de alguien más, que, así como uno, solo tiene, por más de que haya leído, viajado, visto, vivido y escuchado, una visión parcial de todo. Hablando, pensando en voz alta con otro que escucha, estos susurros quedan expuestos, se pueden revisar con distancia.

                                                                                                                                Ilustración basada en los efectos de la conversación para el pensamiento y el relacionamiento humano.
                                                                                                                                Foto: Ilustración de Viviana Velázquez

                                                                                                                                “Para mí, pensar es conversar”, dijo Mariano Sigman, un investigador argentino para quien ese acto es una deliberación con las distintas voces que nos constituyen: la del anhelo, la prudencia, el miedo o la osadía.

                                                                                                                                El resultado de la conversación interna es que uno termina pensando que quiere hacer algo: quiere verse con alguien, quiere viajar o quiere beber agua. Y a pesar de que uno pasa tiempo con muchísimas personas desde que nace, el compañero de ruta permanente siempre es uno mismo, así que también dice que lo más importante de entender después de establecer la relación directa entre pensamiento y conversación, es que más vale ser buen compañero de uno mismo. “Uno debería cuidarse mucho. Yo sé que es un lugar común, pero las voces propias suelen ir a sitios de mucha oscuridad”, agregó el neurocientífico, a quien no le importó mucho que el título de su libro, El poder de las palabras, además de su promesa (¿cómo cambiar tu cerebro, y tu vida, conversando?), tuviese un aspecto de manual de autoayuda.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Su idea, durante los últimos años desde que se publicó El poder de las palabras, es la que encierra este acto de hablar consigo mismo, pero, sobre todo, con el otro.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Le sugerimos leer: Convocatoria de fotografía para narrar la crisis migratoria

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                                                                                                                                Hay hábitos cognitivos y emotivos. Y en el presente del mundo, en este tiempo en el que nos estamos acoplando, con mucho afán y muy poca reflexión, a interacciones fugaces, la posibilidad de cambiar esos hábitos se inclina como una pendiente que estamos desechando escalar: para pensar, conversar, transformarnos o gestar cambios determinantes, profundos, esenciales, hay que detenerse. Para, por ejemplo, reflexionar sobre el porcentaje de historias que decidimos creernos para definirnos, hay que detener el ritmo del mundo para aceptar la noticia de que estamos hechos de ficciones, de memoria: “Ese lienzo en el que se escriben cosas que, tal vez, ni siquiera ocurrieron, pero que uno recuerda”. Para revisarse, confrontarse y cambiarse, no hay reel que valga, no hay like que alivie, no hay seguidor que ilumine. Hay que pensar, y ese es un acto doloroso, lento, de repetición y de charla...

                                                                                                                                Cómo así que yo recuerdo algo que nunca pasó. Si lo recuerdo, es que sí pasó, es que fue un hecho, ¿no?

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Uno elige qué mirar, y al elegir qué mirar, elige qué grabar, esa es la clave. El primer punto de edición está en dónde eliges poner la cámara, cómo cortas la historia y, a partir de un relato o de una realidad que existió, pero que tenía muchos relatos posibles, eliges uno. Aquellas cosas que recuerdas, lo que has sido, lo que has querido, lo que no has querido, lo que te ha gustado, lo que no te ha gustado, es lo que define tu identidad. Uno es el conjunto de sus recuerdos. La identidad es como una especie de autobiografía que uno escribe de sí mismo. No es ficción pura, algo sabes, pero la memoria es un relato, primero porque eliges qué contar, como en cualquier película, es un relato de la realidad, pero ficcionado.

                                                                                                                                ***

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                                                                                                                                Podría interesarle ver: Fito Paéz y las tres décadas de un disco que se volvió un hito del rock en español

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                                                                                                                                Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Hay que ablandar la mente. Lo que termina por sugerir Sigman, a partir de un sinnúmero de ejemplos, demostraciones científicas, anécdotas y explicaciones, es que la conversación es una herramienta para, por un rato, ver el mundo a través de los ojos del otro. El autor explicó los principios de falibilidad y reflexividad, que fueron conceptos estudiados hace tiempo en la psicología y la sociología. El primero es con el que nos formamos teorías sobre algo, pero que resulta siendo limitado por nuestra corta perspectiva, y el segundo es el que enuncia la teoría que hicimos, la magnífica, terminamos por actuarla como si fuese cierta y le damos consistencia.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “Hay que entender que somos un monstruo de muchas cabezas, o sea, de ganas de ejecutar deseos, de no ejecutarlos. Esa consistencia es esencial a la condición humana y a la identidad de cualquier persona. Son trampas de la mente, son las cosas que queremos hacer, pero que en realidad no sabemos ni de dónde vienen. La regulación de las que no queremos hacer, pero terminamos haciendo, comienza con un compromiso con el futuro”, concluyó el escritor, para quien el acto de conversar mejor se da desde la comprensión de que nuestra identidad (creencias, convicciones, pensamientos y obsesiones) está compuesta de palabras, y que si esas palabras salen para observarse con otro que, probablemente, podrá enriquecer con su visión esa identidad, una posibilidad se ensancha hasta el punto de convertirse en revelación poderosa: transformarse es posible.

                                                                                                                                Por Laura Camila Arévalo Domínguez

                                                                                                                                Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com

                                                                                                                                Temas recomendados:

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