La cumbia, la tradición más popular de Colombia
El Festival Nacional de la Cumbia José Barros Palomino, conocido como Festicumbia, celebrará su 40ª edición del 15 al 18 de agosto en El Banco, Magdalena. Este evento resalta el ritmo que, con influencias indígenas, africanas y españolas, ha sido consagrado como Patrimonio Cultural Inmaterial de Colombia.
Diana Camila Eslava
¿Qué se vive en el preludio de un festival de cumbia en El Banco, Magdalena?, le pregunté a Juan José Pérez, periodista oriundo de estas tierras. Me habló de los rostros desconocidos que empiezan a recorrer el pueblo, el primer indicio de que el día llegó. Desde temprano, las calles se llenan de mujeres con flores en la cabeza y en los vestidos, y de hombres con sombreros y pañuelos en honor a un ritmo que la mayoría bailaba antes de aprender a hablar.
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¿Qué se vive en el preludio de un festival de cumbia en El Banco, Magdalena?, le pregunté a Juan José Pérez, periodista oriundo de estas tierras. Me habló de los rostros desconocidos que empiezan a recorrer el pueblo, el primer indicio de que el día llegó. Desde temprano, las calles se llenan de mujeres con flores en la cabeza y en los vestidos, y de hombres con sombreros y pañuelos en honor a un ritmo que la mayoría bailaba antes de aprender a hablar.
En el vientre del río Magdalena, la cumbia se forjó a partir de la caña de millo, un instrumento venerado que los indígenas usaban en ceremonias alrededor del fuego, y que, en su viaje por los siglos, abrazó las influencias de los africanos y españoles. “La cumbia es una princesa del país de Pocabuy. Su papá, viejo chimila, y el cacique de Guamal la llevaron al viejo puerto porque allí se iba a casar con el hijo de Chilló, el cacique sin igual”. Así evocó José Barros Palomino, el cumbiólogo mayor, el pasado de este ritmo en la región que rodea la ciénaga de Zapatosa, en la confluencia con los ríos Cesar y Magdalena.
En este territorio habitado por los pocabuyes y los sondaguas, dos grupos malibués, en el área que comprende los municipios de El Banco, El Peñón, Guamal, San Sebastián, Chimichagua, Tamalameque y Margarita se formó lo que hoy se conoce como el “país de Pocabuy”, denominación que se popularizó gracias al libro homónimo publicado por Gnecco Rangel Pava, en 1947.
Para los banqueños, el sonido de un tambor es como una marca de nacimiento. Un compás ineludible que los orienta hacia sus raíces. Allí, los ríos y caños serpentean por llanuras y humedales, parte de la Depresión Momposina: un reservorio de biodiversidad y cultura que diferencia su cumbia de la de otras partes del Caribe colombiano.
Su carácter propio comenzó a gestarse a finales de cada enero y principios de febrero, cuando el pequeño pueblo se transformaba en un escenario festivo bajo la bendición de la Virgen de la Candelaria y la llegada de las cosechas impulsaba a los habitantes a celebrar. Esta música desarrolló un ADN característico, con un pulso que resonaba especialmente en los pueblos indígenas, como lo certificó el Plan Especial de Salvaguardia de la Cumbia. Es un estilo más lento, explicó Juan José Pérez, donde los bailarines arrastran los pies en un estilo que recuerda a una marcha. La diferencia con otras variantes podría deberse a la ribera, señaló el periodista. “El ritmo del río”, se escucha popularmente en El Banco “es distinto al del mar”. A diferencia de las intensas olas de las costas, en el Magdalena el agua danza ceremoniosa, sin prisas, igual que el sutil movimiento de cadera de una mujer banqueña.
Y si usted es ciudadano colombiano, seguramente sabe de qué le hablan cuando le empiezan a cantar sobre una piragua, que partía desde El Banco a las playas de amor en Chimichagua, o de ese pescador sin fortuna que solo posee una atarraya. Estas historias, inmortalizadas por José Benito Barros Palomino, reflejaron la esencia de su tierra y lo inspiraron a crear el Festival Nacional de la Cumbia hace 40 años.
Nos explicó otro hijo de la zona, productor del festival, Agustín Valle, que, en los años 80, Barros dirigió el festival y logró atraer a renombrados artistas nacionales e internacionales. Sin embargo, en los años 90, su enfermedad le impidió continuar su gestión y la administración municipal asumió el control del festival. Más adelante, en 2006, Verushka Barros, hija del compositor banqueño, asumió la organización del evento y lo convirtió en una fiesta de categoría nacional reconocida por el Ministerio de Cultura y declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación por su papel de preservación y promoción de la cumbia.
Y como un recuerdo de que la cumbia ha viajado e impactado varios rincones del planeta, los esfuerzos también se han dirigido a traer otras expresiones de países que acogieron esta tradición como suya. El festival ha invitado a diversas manifestaciones de la tradición que han sido acogidas en distintas latitudes: Cumbia Queen y Frente Cumbiero desde Colombia, Barrio Calavera desde Perú y Sonido Retro desde México.
Este año, en el festival participarán 193 parejas bailadoras de cumbia, 39 cumbiambas, 15 canciones inéditas, 35 artesanos, 12 emprendedores, 15 cocineros tradicionales y 14 agrupaciones. Además, en el marco de la campaña de impacto del documental Yuma Río Sonoro, dirigido por el músico Simón Mejía (Bomba Estéreo) y su equipo, se desarrollarán una serie de talleres llamados “Todos somos el río”. El organizador dice que estos talleres quieren unir la cultura y el campo audiovisual para generar estrategias que promuevan el cuidado y la preservación del río, para que sea entendido como un símbolo cultural y sustento vital para las comunidades que conviven en él.
Vivir la cumbia, dice Valle, es sumergirse en una experiencia que trasciende los espectáculos y afirma su identidad. El que ama la cumbia al escucharla siente cómo se le erizan los vellos y el alma se le llena de gozo, explicó. Es un ritual compartido, una conexión espiritual que une a toda una comunidad bajo un ritmo ancestral. Y esta esencia espiritual se refleja en el compromiso colectivo por preservarla con acciones concretas y organizadas.
La Fundación Herencia de Mi Tierra, con sus 80 participantes, forma parte de una red de preservación cultural junto a organizaciones como Herederos del Folclore, Revelación Pocabuy, Fundación Sondagua y grupos como Los Soneros de la Ribera. Estas comunidades no solo se presentan en eventos, sino que se dedican a una formación continua y al fortalecimiento de su legado, asegurando que la cumbia siga viva.
Por último, le pregunté a Juan José Pérez adónde me llevaría para sorprenderme como una visitante que conoce el festival por primera vez. “Lo primero que te mostraría es el escenario que se construye una vez al año”, me respondió. Se trata de una plataforma que parece flotar sobre las aguas del Magdalena, una estructura que no se asemeja a ninguna otra del mundo. Todos los concursantes, locales y forasteros, anhelan alguna vez estar en ese escenario, me explicó.
Luego, me conduciría a disfrutar del ambiente vibrante en la zona eliminatoria de los concursantes. Podríamos tomar una cerveza mientras escuchamos cumbia o saborear un raspado o un helado frente al Muelle Judicial, donde las parejas no se resisten a bailar. Finalmente, me llevaría a ver el amanecer bailando cumbia. “Como colombianos, llevamos el sabor en la sangre”, afirmó Juan José. En El Banco, empezar el día al ritmo de la cumbia es una experiencia que marca para toda la vida. Los tambores y la caña de millo no son solo instrumentos, sino la esencia misma del lugar. Cuando el día llega, el sonido de los tambores envuelve y transforma. Un espectáculo que fusiona la música con el alba.