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La danza, un camino para regresar al origen

El Ballet Folklórico de Antioquia presentó, a principios de octubre, la obra “Etnias skená”, en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, en donde la danza contemporánea evocó la cosmovisión de las culturas indígenas colombianas reuniendo símbolos, ambientes sonoros y visuales de estas.

18 de enero de 2023 - 01:00 a. m.
Imagen de una puesta en escena del  Ballet Folklórico de Antioquia, fundado en 1991.  / Juan Diego Castillo  -  Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo
Imagen de una puesta en escena del Ballet Folklórico de Antioquia, fundado en 1991. / Juan Diego Castillo - Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo
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La primera vez que supe del Ballet Folklórico de Antioquia fue en 2015, por un viaje que nos organizó la academia de danza en la que bailaba en esa época. El motivo del encuentro, que se dio en Medellín, fue fortalecer nuestros conocimientos en las danzas colombianas, donde docentes y bailarines del ballet antioqueño nos instruirían para la obra de fin de año, María del mar, una joven wayuu que decidió salir de su territorio para conocer las demás culturas del país. Luego de casi quince días de clases y ensayos, regresamos a Bogotá para dar inicio al ensamble de nuestra obra, pero una parte de mí se quedó en los salones del Ballet de Antioquia, una parte que siempre quiso volver y anhelaba compartir una vez más con el cuerpo de danza.

Hace unas semanas, mientras miraba Instagram, me apareció la imagen de uno de los bailarines con los que había compartido en Medellín. En su descripción, anunciaba la presentación del elenco principal en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo con la obra Etnias skená. Al día siguiente me puse en contacto con Zuleima Asprilla, gerente del ballet, para coordinar un encuentro con los directores y asistir al evento. Este tenía dos funciones: la primera, en la tarde, para niños y colegiales, y la segunda, por la noche, abierta para todo público.

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En una tarde fría y lluviosa, como han sido las últimas en Bogotá, llegué al Julio Mario Santo Domingo. Ingresé por donde entran los artistas. Esperé un tiempo mientras los directores terminaban de almorzar. Durante ese lapso volví a estar en un camerino, recordé los nervios previos que dan antes de pisar las tablas, los comentarios de los bailarines sobre los próximos minutos, volví a las mesas llenas de maquillaje y gel para el pelo, al correcorre de estar a pocos minutos de salir a escena, pues desde el 2019 no he vuelto a bailar en un teatro.

Faltando poco para comenzar la obra, nos sentamos en uno de los camerinos con Ramiro Velásquez, director de la compañía antioqueña, y Sarah Storer, directora artística y coreógrafa de la Compañía de Danza del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo. Me contaron que esta presentación la vienen trabajando desde el 2015 y la retomaron para celebrar los 30 años de la compañía —que celebraron el año pasado—, pero en esta edición hubo una serie de diferenciales. La obra, que relata el recorrido por algunos de los pueblos indígenas emblemáticos del país, solo contó con dos bailarines que participaron hace siete años y, además, todos los integrantes, desde los bailarines hasta la gerente, fueron a tomar yagé (bebida sagrada para las comunidades del Putumayo y el Amazonas, la cual se hace a base del bejuco de un árbol) un par de semanas antes de llevar a cabo la presentación en la capital.

Por su lado, Velásquez lleva 15 años en el ballet, en el 2015 hizo parte del cuerpo de danza para la presentación de Etnias skená y para esta ocasión estuvo tras bambalinas; mientras que Storer participó en la readaptación de dicha pieza a principios de este año. En entrevista para este medio, contó que viajó a Medellín para trabajar con la compañía en esta obra, en la que se dedicó a resaltar la danza contemporánea de estos bailarines, ya que ellos están enfocados en el folclor y el ballet clásico, para darle una nueva estética.

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Nuestra conversación quedó interrumpida cuando escuchamos el segundo llamado para finalizar el ingreso al teatro. Una de las personas de logística me llevó a mi asiento, pasamos por el escenario, recordé lo que aquel lugar sagrado significaba para mí, salí por un ladito y me senté cerca de la tarima. Apagaron las luces y empezó a sonar la música. Salió el primer bailarín y, con el paso de los movimientos, el resto de los bailarines se fueron incorporando. De fondo se escuchaban los susurros de los niños, quienes estaban ansiosos y con cada movimiento nuevo las voces eran más fuertes. Poco a poco, se fueron atenuando hasta solo escuchar los sonidos que acompañaban a los trece bailarines. En varias ocasiones se me erizó la piel, se resaltaron algunas emociones, quise que esto no se acabara nunca.

Cuando este recorrido se situó en las costumbres de los indígenas del Putumayo, uno de los bailarines encarnó la vivencia de la toma de yagé. Su cuerpo mostró la purga que hace la ayahuasca antes de iniciar el viaje, la transformación y el constante movimiento que hay en el universo y dentro de nosotros, el encuentro con el espíritu de esta planta sagrada, el acompañamiento de las serpientes y el llamado a conectarse con la naturaleza y ser parte de una unidad que lo es todo. Al fondo del escenario caían unas cuerdas, que hacia el final del baile las fueron tejiendo, resaltando uno de los lenguajes indígenas. Por último, llegaron a La Guajira, donde se evidenciaron algunos pasos de la yonna, danza en donde la mujer es la protagonista y quien avanza al ritmo del tambor desafiando y persiguiendo al hombre, que camina rápidamente hacia atrás tratando de no caer.

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Al finalizar, hubo un espacio para que los niños les hicieran preguntas y comentarios a los bailarines. Preguntaron por el número de ensayos, las emociones que sentían al bailar, si les daba nervios o no, por qué bailar exponiendo las culturas indígenas y no otras, también los felicitaron y confesaron que les gustó toda la presentación. Empezaron a salir más de 500 niños. Regresé al escenario y hablé con los miembros de la compañía sobre la importancia de la danza en la construcción del patrimonio cultural material e inmaterial, de rescatar las tradiciones indígenas a través de este arte y del reencuentro que había suscitado Etnias skená. Y, como quería hacer desde hace siete años, volví a compartir con los bailarines del Ballet Folklórico de Antioquia.

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