Íconos: el arte de ver lo invisible
El gran debate teológico sobre la genuina representación de Dios generó discrepancias entre las grandes tradiciones religiosas monoteístas y contribuyó a la separación de las iglesias cristianas. En este artículo recordamos la defensa ortodoxa de los íconos sagrados.
Mauricio Nieto Olarte
Unos de los más extraños y maravillosos lugares que he visitado en mi vida son los monasterios ortodoxos de Meteora, en el norte de Grecia. Empotrados en la cima de empinadas rocas, que en apariencia son de imposible acceso, los monasterios de Meteora, como su nombre lo sugiere, parecen suspendidos en el cielo.
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Unos de los más extraños y maravillosos lugares que he visitado en mi vida son los monasterios ortodoxos de Meteora, en el norte de Grecia. Empotrados en la cima de empinadas rocas, que en apariencia son de imposible acceso, los monasterios de Meteora, como su nombre lo sugiere, parecen suspendidos en el cielo.
Visitar las maravillosas ruinas de Atenas y caminar por los jardines en que Aristóteles contrariaba a su maestro Platón tiene su especial encanto, pero debo confesar que los monasterios ortodoxos, a pesar de la ligereza que supone la visita de turistas apresurados, fue una experiencia que no tengo problema en reconocer como mística.
A diferencia de las ruinas de la Grecia clásica, estos monasterios, obviamente mucho más recientes, están en pie, intactos, detenidos en el tiempo y habitados por monjes y monjas que cuidan las tradiciones que consideran propias del verdadero cristianismo. Imposible poner en palabras los paisajes de este mágico lugar, pero igual o más impresionantes son los tesoros de arte religioso que se conservan en el interior de estas construcciones que parecen haber nacido de las rocas.
Consciente de mis limitaciones seculares, trataré de seguir compartiendo con los lectores algunas reflexiones sobre el arte devocional cristiano. Espero que la imagen elegida esta vez nos ayude: “El triunfo de la ortodoxia”, un ícono de 1400, muy seguramente una copia de imágenes similares más antiguas. Se trata de una pintura particular que celebra el triunfo de la teología ortodoxa frente a los cuestionamientos iconoclastas que han sido parte de las tradiciones monoteístas por siglos.
La ortodoxia, como su nombre lo dice, defiende una verdadera y correcta doctrina cristiana y ve en los católicos y protestantes extravíos teológicos fundamentales. Por lo mismo, encontró en las pretensiones papales romanas de autoridad teológica y política un abandono de principios fundamentales de las enseñanzas de Cristo. No soy la persona, ni este el lugar, para dar cuenta de las diferencias entre las distintas iglesias del cristianismo, mucho menos para tomar partido. Por ahora es suficiente recordar que algunas de las discordias que separan a los cristianos se relacionan con el arte, con la pregunta por la legítima representación de Dios.
Al igual que los judíos y musulmanes, los cristianos rechazaron cualquier intento de representar a Dios por medio de imágenes, tal como lo ordena uno de los mandamientos comunicados a Moisés en el monte Sinaí: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra” (Ex. 20,4) Al parecer, este mandato del Antiguo Testamento perdió parte de su sentido con el nacimiento de Jesús. Pronto el dictamen divino fue objeto de interpretaciones diversas y las imágenes devocionales fueron parte del cristianismo casi desde sus orígenes. Frente a las acusaciones de idolatría, los defensores de las imágenes argumentaron a su favor que no se veneraba la imagen misma, sino lo que esta representaba. No obstante, no cualquier imagen podría ser objeto de veneración y ninguna creación humana objeto de culto o adoración. Se necesitó entonces una fundamentación filosófica que justificara el correcto uso de imágenes.
Un punto de central importancia está en las resoluciones del primer Concilio ecuménico de Nicea, convocado por el emperador Constantino en el año 325, en el cual se reafirma la naturaleza divina de Jesús como un “Dios verdadero de Dios verdadero”, una imagen humana del padre con quien comparte su naturaleza. Dicha encarnación del padre haría posible la representación figurada de Dios hecho hombre. La declaración del Concilio ecuménico en el año 787, convocado por la emperatriz bizantina Irene, declara lo que podríamos llamar el “triunfo de la ortodoxia”: “Decretamos que la sagrada imagen de nuestro señor Jesucristo, liberador y salvador de todos, sea adorada con honor igual al del libro de los Sagrados Evangelios. Porque, así como por el sentido de las sílabas que en el libro se ponen todos conseguiremos la salvación; así por la operación de los colores de la imagen, sabios e ignorantes, todos percibirán la utilidad de lo que está delante”.
La imagen seleccionada, “El triunfo de la ortodoxia”, es una celebración de la iconografía sagrada. Si bien esta pintura guarda elementos clásicos de la pintura ortodoxa, no son tan frecuentes las representaciones de acontecimientos terrenales o que tengan un propósito narrativo, como puede ser en este caso la celebración de un momento histórico. Los íconos generalmente presentan imágenes de la Virgen y el Niño, del rostro de Jesús o de santos. Muchas veces en una posición frontal con la mirada en el observador, en su mayoría son figuras bíblicas que no tienen un entorno terrenal y nada que sugiera elementos mundanos circunstanciales.
La Virgen con el Niño en el centro de la pintura es una versión de la Virgen Hodighitria, quien con su mano derecha muestra el camino de la salvación en Jesús; un reiterado ícono atribuido originalmente a San Lucas y que merece una corta presentación. Una arraigada tradición que se remonta al siglo VI cuenta que el evangelista y apóstol San Lucas hizo un retrato de María en vida. Al igual que el manto de Turín o la Verónica, este retrato de la Virgen con el niño Jesús hecho por Lucas en vida y con inspiración divina, reclamó su estatus de verdadero ícono, como una revelación divina más que una simple creación humana.
En esta versión la Virgen de San Lucas es sostenida por dos figuras angelicales que exaltan su santidad y origen divino, y el retrato sagrado de María está rodeado de notables personajes históricos. A su izquierda, acompañada de su hijo Miguel II, vemos a la emperatriz Teodora, a quien se le reconoce el mérito del triunfo sobre los iconoclastas en el año 843. A la derecha de la Virgen aparecen el patriarca Metodio y el obispo Teodoro, y dos monjes. En la sección inferior, glorificando la imagen de Dios hecho hombre, aparecen 11 santos y mártires, todas figuras históricas que han defendido sus creencias contra los iconoclastas, incluso con su vida. Tal es el caso de Santa Teodosia, única mujer en la escena quien en el extremo izquierdo sostiene un ícono de Jesús.
El ícono ortodoxo fue concebido en el marco de una tradición de reglas muy precisas que definieron no solo su manufactura, composición y el significado de los colores, sino su forma de presentación y sus usos. A diferencia del ícono cultural del mundo moderno, el ícono religioso no fue pensado para una difusión masiva por fuera de un entorno litúrgico que garantizaba una experiencia devocional particular. Para que cumplieran su función frente al creyente, las imágenes debían ser parte de una tradición sagrada y no eran el reflejo del virtuosismo ni la originalidad de un artista, sino una obra que seguía reglas muy precisas de manufactura y uso. Espero en una próxima entrega comentar algunos elementos estéticos de la composición de los íconos del cristianismo oriental que nos ayuden a entender mejor su sentido teológico.