La democracia en Colombia ¿mínima o sustantiva? (La cultura de la democracia)
Aunque muchos se jactan de que Colombia tiene la democracia más longeva en América Latina, esta también ha estado manchada de sangre y fraude electoral, entre otras características más. Desde la academia y desde la misma ciudadanía es posible cuestionar la verdadera plenitud de la democracia en el país.
Daniela Cristancho Serrano
Más de un colombiano habrá oído decir que la democracia colombiana es la más antigua de América Latina. Orgullosos, algunos se jactan de la tradición electoral ininterrumpida desde 1830. Otros le reconocen a Colombia la estabilidad de sus instituciones, con frecuencia mirando, de forma comparativa, a las dictaduras del Cono Sur. Pero, ¿qué tanto tiene de cierto esa afirmación? ¿Tiene fundamentos este sentimiento de singularidad de algunos con respecto a nuestro sistema político? Más aún, ¿qué tan plena es la democracia en Colombia?
Es un orangután con sacoleva, afirmó alguna vez el político Darío Echandía haciendo referencia a la democracia colombiana. Tiempo después, su frase le serviría a Francisco Gutiérrez Sanín, quien la utilizó para titular uno de sus libros: El orangután con sacoleva. Cien años de democracia y represión en Colombia (1910 - 2010). En el texto, Gutiérrez Sanín intenta explicar por qué en Colombia ha sido posible una doble singularidad: un centenario de democracia, casi sin excepciones, que coexiste con altos niveles de violencia y represión. El período de tiempo que estudia el politólogo, de 1910 a 2010, se caracterizó por sus altos niveles de represión, a pesar de la vigencia de un régimen democrático. “Dicha represión ha sido extraordinaria, tanto desde el punto de vista de la amplitud de su repertorio, como del de la frecuencia de los ataques homicidas contra la población”, afirma el autor, quien hace énfasis en dos ciclos de represión exterminadora: la Violencia (desde finales de 1940 hasta comienzos de 1960) y la guerra contrainsurgente (desde 1980 hasta el día de hoy).
Y es que los contextos violentos han significado una obstrucción significativa a la democracia, entendida en su sentido mínimo. “Las elecciones en Colombia se han dado en un contexto de violencia y en esos contextos lo que ocurre es que no todos pueden elegir, no todos pueden ser elegidos y la violencia juega un papel preponderante para definir quiénes pueden resultar siendo elegidos”, afirma Martha Lucía Márquez, doctora en Ciencias Sociales y directora del Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP). “Básicamente, eso es lo que se puede ver en este contexto que estamos viviendo. Está la campaña para elegir a los representantes por las circunscripciones especiales de paz y en los territorios donde se deben elegir ha habido un 150 % de incremento de la violencia. Entonces, no todos los que quisieran ser elegidos van a poder ser elegidos porque van a ser eliminados literalmente, físicamente”, comenta Márquez con respecto al panorama actual.
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Pero no es solo la violencia y la represión lo que impiden afirmar que Colombia tiene o ha tenido la democracia más longeva de América Latina. “Creo que parte de la idea que se ha tenido es que Colombia, por ser el único país de América Latina que ha tenido, en el siglo XX, una dictadura corta, como fue la dictadura de Rojas Pinilla, de 1953 a 1957, es un país democrático. Eso es falso si se entiende la democracia en su sentido mínimo, una democracia que se funda en el respeto de los derechos civiles y políticos, como si se entiende a Colombia como una democracia sustantiva, un concepto mucho más exigente”, asegura Márquez.
Si se entiende la democracia como un sistema que se funda en el respeto de los derechos civiles y políticos, y entre ellos está el derecho a elegir y a ser elegido, Colombia no ha tenido un sistema democrático durante 100 años, como se afirma en algunos debates académicos y políticos. No fue sino hasta 1936, con la reforma constitucional de Alfonso López Pumarejo, que todos los hombres colombianos, mayores de 21 años, tuvieron derecho al voto. En el caso de las mujeres, aquel derecho fue otorgado en 1957.
Todo lo anterior para llegar a un punto: afirmar que Colombia tiene un sistema democrático sólido es difícil, incluso en su concepto más mínimo, que corresponde a asuntos procedimentales. La debilidad democrática tiene que ver con aquella posibilidad de elegir y ser elegido sin obstrucciones: desde contar con el sufragio universal hasta el desarrollo de unas elecciones transparentes y sin represión violenta. Al no ser así, es aún más complicado considerar que el país pueda ser una democracia en un sentido más amplio, una poliarquía como lo propondría el politólogo Robert Dahl, o una democracia sustantiva, en la que se reconocen los derechos sociales, en términos de Martha Márquez. “Tampoco hay democracia sustantiva, la que tiene que ver con el reconocimiento de los derechos sociales. Colombia ha sido un país con una larga tradición oligárquica, eso quiere decir que el poder ha estado en manos de unos pocos, particularmente de los propietarios de tierras”, afirma ella.
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Sin embargo, más allá de la valoración en términos académicos, la fragilidad de la democracia la reafirma la valoración ciudadana. “La propia ciudadanía no estima que esté en una democracia plena y eso es algo común a muchos países latinoamericanos. Si la gente que está en el origen de un sistema o es el sustento del sistema no lo cree, difícilmente va a serlo”, afirma Miguel Gomis, director del departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad Javeriana, quien agrega que en Colombia se podría hablar más bien de una democracia limitada o imperfecta.
El informe del 2021 del Latinobarómetro, Adiós a Macondo, le da la razón a Gomis: “América Latina estaba pasando y continúa en un período de altos niveles de crítica a la forma como existe y se desempeña la democracia, sin que la pandemia haya mutado esas coordenadas. La región alcanza sus registros de mayor apoyo a la democracia al inicio de las transiciones en la mitad de los países, antes del año 2000. Eso da cuenta del desencanto que produce el ejercicio de esta en el tiempo”.
Así, en un contexto de desencanto regional con la democracia y en un país donde difícilmente se puede hablar de una democracia plena, en sentido mínimo o sustantivo, los ciudadanos se enfrentan a una nueva temporada de elecciones. Los desafíos para fortalecer el sistema democrático en el país son múltiples. Por el momento, aún podemos afirmar que la democracia en Colombia sigue siendo un orangután con sacoleva.
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Más de un colombiano habrá oído decir que la democracia colombiana es la más antigua de América Latina. Orgullosos, algunos se jactan de la tradición electoral ininterrumpida desde 1830. Otros le reconocen a Colombia la estabilidad de sus instituciones, con frecuencia mirando, de forma comparativa, a las dictaduras del Cono Sur. Pero, ¿qué tanto tiene de cierto esa afirmación? ¿Tiene fundamentos este sentimiento de singularidad de algunos con respecto a nuestro sistema político? Más aún, ¿qué tan plena es la democracia en Colombia?
Es un orangután con sacoleva, afirmó alguna vez el político Darío Echandía haciendo referencia a la democracia colombiana. Tiempo después, su frase le serviría a Francisco Gutiérrez Sanín, quien la utilizó para titular uno de sus libros: El orangután con sacoleva. Cien años de democracia y represión en Colombia (1910 - 2010). En el texto, Gutiérrez Sanín intenta explicar por qué en Colombia ha sido posible una doble singularidad: un centenario de democracia, casi sin excepciones, que coexiste con altos niveles de violencia y represión. El período de tiempo que estudia el politólogo, de 1910 a 2010, se caracterizó por sus altos niveles de represión, a pesar de la vigencia de un régimen democrático. “Dicha represión ha sido extraordinaria, tanto desde el punto de vista de la amplitud de su repertorio, como del de la frecuencia de los ataques homicidas contra la población”, afirma el autor, quien hace énfasis en dos ciclos de represión exterminadora: la Violencia (desde finales de 1940 hasta comienzos de 1960) y la guerra contrainsurgente (desde 1980 hasta el día de hoy).
Y es que los contextos violentos han significado una obstrucción significativa a la democracia, entendida en su sentido mínimo. “Las elecciones en Colombia se han dado en un contexto de violencia y en esos contextos lo que ocurre es que no todos pueden elegir, no todos pueden ser elegidos y la violencia juega un papel preponderante para definir quiénes pueden resultar siendo elegidos”, afirma Martha Lucía Márquez, doctora en Ciencias Sociales y directora del Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP). “Básicamente, eso es lo que se puede ver en este contexto que estamos viviendo. Está la campaña para elegir a los representantes por las circunscripciones especiales de paz y en los territorios donde se deben elegir ha habido un 150 % de incremento de la violencia. Entonces, no todos los que quisieran ser elegidos van a poder ser elegidos porque van a ser eliminados literalmente, físicamente”, comenta Márquez con respecto al panorama actual.
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Pero no es solo la violencia y la represión lo que impiden afirmar que Colombia tiene o ha tenido la democracia más longeva de América Latina. “Creo que parte de la idea que se ha tenido es que Colombia, por ser el único país de América Latina que ha tenido, en el siglo XX, una dictadura corta, como fue la dictadura de Rojas Pinilla, de 1953 a 1957, es un país democrático. Eso es falso si se entiende la democracia en su sentido mínimo, una democracia que se funda en el respeto de los derechos civiles y políticos, como si se entiende a Colombia como una democracia sustantiva, un concepto mucho más exigente”, asegura Márquez.
Si se entiende la democracia como un sistema que se funda en el respeto de los derechos civiles y políticos, y entre ellos está el derecho a elegir y a ser elegido, Colombia no ha tenido un sistema democrático durante 100 años, como se afirma en algunos debates académicos y políticos. No fue sino hasta 1936, con la reforma constitucional de Alfonso López Pumarejo, que todos los hombres colombianos, mayores de 21 años, tuvieron derecho al voto. En el caso de las mujeres, aquel derecho fue otorgado en 1957.
Todo lo anterior para llegar a un punto: afirmar que Colombia tiene un sistema democrático sólido es difícil, incluso en su concepto más mínimo, que corresponde a asuntos procedimentales. La debilidad democrática tiene que ver con aquella posibilidad de elegir y ser elegido sin obstrucciones: desde contar con el sufragio universal hasta el desarrollo de unas elecciones transparentes y sin represión violenta. Al no ser así, es aún más complicado considerar que el país pueda ser una democracia en un sentido más amplio, una poliarquía como lo propondría el politólogo Robert Dahl, o una democracia sustantiva, en la que se reconocen los derechos sociales, en términos de Martha Márquez. “Tampoco hay democracia sustantiva, la que tiene que ver con el reconocimiento de los derechos sociales. Colombia ha sido un país con una larga tradición oligárquica, eso quiere decir que el poder ha estado en manos de unos pocos, particularmente de los propietarios de tierras”, afirma ella.
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Sin embargo, más allá de la valoración en términos académicos, la fragilidad de la democracia la reafirma la valoración ciudadana. “La propia ciudadanía no estima que esté en una democracia plena y eso es algo común a muchos países latinoamericanos. Si la gente que está en el origen de un sistema o es el sustento del sistema no lo cree, difícilmente va a serlo”, afirma Miguel Gomis, director del departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad Javeriana, quien agrega que en Colombia se podría hablar más bien de una democracia limitada o imperfecta.
El informe del 2021 del Latinobarómetro, Adiós a Macondo, le da la razón a Gomis: “América Latina estaba pasando y continúa en un período de altos niveles de crítica a la forma como existe y se desempeña la democracia, sin que la pandemia haya mutado esas coordenadas. La región alcanza sus registros de mayor apoyo a la democracia al inicio de las transiciones en la mitad de los países, antes del año 2000. Eso da cuenta del desencanto que produce el ejercicio de esta en el tiempo”.
Así, en un contexto de desencanto regional con la democracia y en un país donde difícilmente se puede hablar de una democracia plena, en sentido mínimo o sustantivo, los ciudadanos se enfrentan a una nueva temporada de elecciones. Los desafíos para fortalecer el sistema democrático en el país son múltiples. Por el momento, aún podemos afirmar que la democracia en Colombia sigue siendo un orangután con sacoleva.
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