La deuda saldada en las tablas con Federico García Lorca
“Una noche sin luna”, obra escrita e interpretada por Juan Diego Botto y dirigida por Sergio Peris-Mencheta, le rinde un homenaje al poeta español y a la memoria. Se presenta hasta el sábado 13 de mayo en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo.
Danelys Vega Cardozo
Juan Diego Botto tenía 13 o 14 años cuando halló a Federico García Lorca. Su madre era, y lo sigue siendo, profesora de interpretación en una escuela de teatro, así que en su casa reposaban 13 ediciones de las obras de García Lorca. Un día, al azar, agarró uno de sus libros de poesía. Desde entonces se convirtió en un lector frecuente del poeta y dramaturgo español. “Creo que todos tenemos un autor al que volvemos recurrentemente, que nos acompaña toda la vida, para mí ese es Lorca”. Con el paso de los años fue emergiendo en él la idea de hacer un recital con poemas y fragmentos de sus obras de teatro. Pero a medida que iba avanzando en el proceso investigativo, que incluyó la lectura de varias biografías de García Lorca, tuvo la sensación de que había algo en la etapa social, política y económica que vivió el autor que resonaba con la época actual que atraviesa España. Era casi como un juego de espejos.
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Juan Diego Botto tenía 13 o 14 años cuando halló a Federico García Lorca. Su madre era, y lo sigue siendo, profesora de interpretación en una escuela de teatro, así que en su casa reposaban 13 ediciones de las obras de García Lorca. Un día, al azar, agarró uno de sus libros de poesía. Desde entonces se convirtió en un lector frecuente del poeta y dramaturgo español. “Creo que todos tenemos un autor al que volvemos recurrentemente, que nos acompaña toda la vida, para mí ese es Lorca”. Con el paso de los años fue emergiendo en él la idea de hacer un recital con poemas y fragmentos de sus obras de teatro. Pero a medida que iba avanzando en el proceso investigativo, que incluyó la lectura de varias biografías de García Lorca, tuvo la sensación de que había algo en la etapa social, política y económica que vivió el autor que resonaba con la época actual que atraviesa España. Era casi como un juego de espejos.
Tras aquel descubrimiento, la idea del recital fue desapareciendo de a poco. Hasta que un día ya no quedó nada y fue reemplazada por un nuevo formato, por una obra teatral: Una noche sin luna. Emprendió el proceso de escritura, que le tomó entre tres años y medio o cuatro, porque él no vive del teatro, sino del cine. “El teatro es una cosa que hago por amor y placer”.
Cuando empezó a escribir, “la extrema derecha en España era una cosa casi residual, pero que empezaba a ganar peso, y ahora son el tercer partido político en el país y tienen todas las opciones de ser fuerza de gobierno el próximo año. Es un fenómeno que está ocurriendo en toda Europa y no solo ahí”. Sintió que las cosas que relataba Lorca en los años 30 habían sido escritas anteayer, porque al poeta le tocó vivir el surgimiento de la Segunda República Española, época marcada por la sustitución de la monarquía, y también su final con la llegada del fascismo a su país y el inicio de la dictadura franquista, que también le puso punto final a la vida del poeta.
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El 16 de agosto de 1936, Federico García Lorca se encontraba en la casa de su amigo Luis Rosales, porque su vivienda había sido registrada en dos oportunidades por la policía franquista. Pese a su esfuerzo, las autoridades llegaron hasta allá y lo detuvieron. Sin éxito, quienes lo acompañaban trataron de interceder por él. Fue conducido en carro, junto a otros detenidos, a un lugar cercano a Fuente Grande, en Alfacar (España). Luego de una confesión, fue fusilado y enterrado en un barranco, en un lugar “muy difícil de localizar”, como señalaba el informe de la Jefatura Superior de la Policía de Granada del 9 de julio de 1965, que se mantuvo oculto durante muchos años y se hizo público en 2015. Aunque se desconoce qué fue lo que pronunció el poeta aquel día de 1936, palabras como “socialista” y frases como “prácticas de homosexualismo y aberración” fueron redactadas en el documento. Casi 87 años después sigue sin saberse dónde fue enterrado su cuerpo.
Sin proponérselo, Juan Diego Botto escribió una obra sobre un desaparecido. Una realidad que no le era nada ajena. Él nació en Buenos Aires, pero en 1978, cuando tenía tres años, su madre se tuvo que exiliar. Junto con ella y su hermana (con un acento argentino muy marcado) llegaron a España. Su padre hizo parte de esa lista de 30.000 desaparecidos que dejó la dictadura cívico-militar de Jorge Rafael Videla; esa es la cifra reconocida por varias organizaciones de derechos humanos, aunque en la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) el registro hubiera sido de menos de 10.000. “El carácter masivo, criminal y abyecto no se mide por un resultado aritmético, al menos para los que creemos que cuando se asesina a un hombre se está asesinando a la humanidad”, dijo un día de 2009 en una carta Eduardo Luis Duhalde, exsecretario de Derechos Humanos de Argentina.
El asesinato de su padre y el exilio marcaron la infancia de Botto. De ahí que la impunidad y la memoria se hayan convertido en las dos grandes obsesiones de su teatro. “Ese dolor frente a la impunidad y esa importancia de la memoria, de no olvidar para poder avanzar, la necesidad de entender de dónde venimos para poder saber cuál es nuestra realidad. Esta obra habla mucho sobre eso”. Fue consciente de aquello casi un año después de haberla escrito, cuando Sergio Peris-Mencheta, director de Una noche sin luna, le pidió que redactara en cuatro líneas de qué trataba la propuesta teatral, que terminó siendo un monólogo, a pesar de que Juan Diego Botto la hubiera concebido de otra manera al principio.
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Él había escrito una obra para dos personajes. Sin embargo, desde la primera vez que se encontró, en un bar cerca a su casa, con Sergio Peris para dialogar sobre Una noche sin luna, este le había dicho que le “encantaba”, pero que aquello era “un monólogo”. Botto siguió empecinado en su idea original y los encuentros que continuaron sosteniendo terminaban con las mismas palabras: “Está muy bien, pero es un monólogo. Tienes que quitar el otro personaje”. Cansado de obtener la misma respuesta, un día le dijo: “Voy a escribirla en versión monólogo para que veas que no funciona”. Eso hizo y se dio cuenta de que Peris tenía la razón. “Había una reflexión en lo que decía Sergio. Por un lado, ya estaba establecido en el código que era un monólogo y, por otro lado, había algo bonito en que yo mismo encarara las luces y sombras de nuestra España, la pulsión democrática y la más dictatorial”.
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Juan Diego Botto, antes del estreno de la obra en España, invitó a un ensayo general a unos cuantos amigos y a su madre, con quien estudió y se formó como actor. “Entonces cada vez que viene a ver mi trabajo hay una cierta tensión”. Ya de por sí ese día estaba aterrorizado por la estructura de la obra, alejada de un esquema clásico. La palabra “fracaso” resonaba en su cabeza. “No se va a entender. Esto es muy raro”, pensaba. Pero durante la función se dio cuenta de que los asistentes se reían. Las risas fueron reemplazas por llanto durante el tercer acto, cuando llegó la parte dramática, el momento de la muerte. Solo después de aquellas reacciones tuvo la seguridad de que tenía algo que podía estar bien. Terminó de comprobarlo el día del estreno.
Fue durante la pandemia y en un teatro en Vitoria en donde se realizó el estreno de Una noche sin luna. En el lugar, habilitado normalmente para mil personas, solo fue permitido el 20 % del aforo. El público de abono se convirtió en el único espectador. Personas de 68 años en adelante vieron la obra, aunque Botto creía que aquello estaba dirigido a gente más joven. Después se dio cuenta de que estaba equivocado, que el ideal era de cero a 100. Hubo aplausos a la mitad de la función. “Fue de los estrenos más bonitos que he tenido en mi vida”. Durante dos años y medio estuvieron de gira por España. Pararon porque Botto sentía que “ya no podía más, pero teníamos como 60 plazas más que pudimos haber hecho”.
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Ganaron el Premio Nacional de Teatro en España, entre otros reconocimientos. En Barcelona, las entradas de tres semanas se agotaron en 15 minutos. “Cosas que no pasan con el teatro, sino con la música. En algún lugar logramos conectar con algo que no sé todavía muy bien qué es, pero creo que tiene que ver con el momento que está viviendo España, que generaba una sensación de comunidad entre todos los espectadores, de reconocerse, de encontrarse con algo que les significaba”.
La obra también fue presentada en Granada, algo que le hacía mucha ilusión a Juan Diego Botto por ser la ciudad en donde nació Federico García Lorca. El día de la función hizo un comentario sobre visitar Viznar, el municipio donde supuestamente fusilaron a Lorca.
—En esa fosa común está mi abuelo —dijo un técnico.
Botto agarró una tiza y escribió el nombre de su abuelo en una de las tablas del escenario; le dedicaron la función. La voz se empezó a correr y en cada teatro al que iban alguien les decía: “A mi bisabuelo, a mi abuelo, lo mataron aquí. Mi hermana está en esta fosa”. En cada función que hacían, empezaron a llenar las tablas en homenaje “a gente que nunca había tenido un homenaje y se lo merecía, que todavía está enterrada en fosas comunes. Eso ha sido de las cosas más bonitas que nos ha pasado con esta función: sentir que servíamos para algo, que la cultura a veces tiene una utilidad social, que a veces sirve para poner una mantica alrededor del corazón y hacerte sentir un poco mejor”.