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La Divina Comedia, de Dante: Infierno, canto I (Extractos literarios)

Presentamos el canto uno de la primera parte de la “Divina Comedia”, de Dante Alighieri: Infierno. Esta es una de las obras fundamentales de la transición del pensamiento medieval al renacentista, además de ser considerada la obra maestra de la literatura italiana.

Dante Alighieri
09 de julio de 2024 - 03:43 p. m.
La Divina comedia, también conocida como Comedia, es un poema escrito por Dante Alighieri, del que se desconoce la fecha exacta en que fue redactado.
La Divina comedia, también conocida como Comedia, es un poema escrito por Dante Alighieri, del que se desconoce la fecha exacta en que fue redactado.
Foto: Getty Images/iStockphoto - Getty Images

Infierno

Canto I

A mitad del camino de la vida,

en una selva oscura me encontraba

porque mi ruta había extraviado.

¡Cuán dura cosa es decir cuál era

esta salvaje selva, áspera y fuerte

que me vuelve el temor al pensamiento!

Es tan amarga casi cual la muerte;

más por tratar del bien que allí encontré,

de otras cosas diré que me ocurrieron.

Yo no sé repetir cómo entré en ella

pues tan dormido me hallaba en el punto

que abandoné la senda verdadera.

Más cuando hube llegado al pie de un monte,

allí donde aquel valle terminaba

que el corazón habíame aterrado,

hacia lo alto miré, y vi que su cima

ya vestían los rayos del planeta

que lleva recto por cualquier camino.

Entonces se calmó aquel miedo un poco,

que en el lago del alma había entrado

la noche que pasé con tanta angustia.

Y como con aliento anhelante

ya salido del piélago a la orilla

se vuelve y mira al agua peligrosa

tal mi ánimo, huyendo todavía,

se volvió por mirar de nuevo el sitio

que a los que viven traspasar no deja.

Repuesto un poco el cuerpo fatigado,

seguí el camino por la yerma loma,

siempre afirmando el pie de más abajo.

Y vi, casi al principio de la cuesta,

una onza ligera y muy veloz,

que de una piel con pintas se cubría;

y de delante no se me apartaba,

más de tal modo me cortaba el paso,

que muchas veces quise dar la vuelta.

Entonces comenzaba un nuevo día,

y el sol se alzaba al par que las estrellas

que junto a él el gran amor divino

sus bellezas movió por vez primera;

así es que no auguraba nada malo

de aquella fiera de la piel manchada

la hora del día y la dulce estación;

más no tal que terror no produjese

la imagen de un león que luego vi.

Me pareció que contra mí venía,

con la cabeza erguida y hambre fiera,

y hasta temerle parecía el aire.

Y una loba que todo el apetito

parecía cargar en su flaqueza,

que ha hecho vivir a muchos en desgracia.

Tantos pesares esta me produjo, con

el pavor que verla me causaba que

perdí la esperanza de la cumbre.

Y como aquel que alegre se hace rico

y llega luego un tiempo en que se arruina,

y en todo pensamiento sufre y llora:

tal la bestia me hacía sin dar tregua,

pues, viniendo hacia mí muy lentamente,

me empujaba hacia allí donde el sol calla.

Mientras que yo bajaba por la cuesta,

se me mostró delante de los ojos

alguien que, en su silencio, creí mudo.

Cuando vi a aquel en ese gran desierto

«Apiádate de mí -yo le grité-,

seas quien seas, sombra a hombre vivo.»

Me dijo: «Hombre no soy, más hombre fui,

y a mis padres dio cuna Lombardía

pues Mantua fue la patria de los dos.

Nací sub Julio César, aunque tarde,

y viví en Roma bajo el buen Augusto:

tiempos de falsos dioses mentirosos.

Poeta fui, y canté de aquel justo

hijo de Anquises que vino de Troya,

cuando Ilión la soberbia fue abrasada.

¿Por qué retornas a tan grande pena,

y no subes al monte deleitoso

que es principio y razón de toda dicha?»

«¿Eres Virgilio, pues, y aquella fuente

de quien mana tal río de elocuencia?

-respondí yo con frente avergonzada-.

Oh luz y honor de todos los poetas,

válgame el gran amor y el gran trabajo

que me han hecho estudiar tu gran volumen.

Eres tú mi modelo y mi maestro;

el único eres tú de quien tomé

el bello estilo que me ha dado honra.

Mira la bestia por la cual me he vuelto:

sabio famoso, de ella ponme a salvo,

pues hace que me tiemblen pulso y venas.»

«Es menester que sigas otra ruta

-me repuso después que vio mi llanto-,

si quieres irte del lugar salvaje;

pues esta bestia, que gritar te hace,

no deja a nadie andar por su camino,

mas tanto se lo impide que los mata;

y es su instinto tan cruel y tan malvado,

que nunca sacia su ansia codiciosa

y después de comer más hambre aún tiene.

Con muchos animales se amanceba,

y serán muchos más hasta que venga

el Lebrel que la hará morir con duelo.

Este no comerá tierra ni peltre,

sino virtud, amor, sabiduría,

y su cuna estará entre Fieltro y Fieltro.

Ha de salvar a aquella humilde Italia

por quien murió Camila, la doncella,

Turno, Euríalo y Niso con heridas.

Este la arrojará de pueblo en pueblo,

hasta que dé con ella en el abismo,

del que la hizo salir el Envidioso.

Por lo que, por tu bien, pienso y decido

que vengas tras de mí, y seré tu guía,

y he de llevarte por lugar eterno,

donde oirás el aullar desesperado,

verás, dolientes, las antiguas sombras,

gritando toda la segunda muerte;

y podrás ver a aquellas que contenta

el fuego, pues confían en llegar

a bienaventuras cualquier día;

y si ascender deseas junto a estas,

más digna que la mía allí hay un alma:

te dejaré con ella cuando marche;

que aquel Emperador que arriba reina,

puesto que yo a sus leyes fui rebelde,

no quiere que por mí a su reino subas.

En toda parte impera y allí rige;

allí está su ciudad y su alto trono.

iCuán feliz es quien él allí destina!»

Yo contesté: «Poeta, te requiero

por aquel Dios que tú no conociste,

para huir de este o de otro mal más grande,

que me lleves allí donde me has dicho,

y pueda ver la puerta de San Pedro

y aquellos infelices de que me hablas.»

Entonces se echó a andar, y yo tras él.

Por Dante Alighieri

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