La divinidad contemporánea del Museo Santa Clara
Hasta el 15 de octubre, las obras de 26 artistas contemporáneos que han realizado exhibiciones en esta institución serán expuestas en la muestra “Retrospectiva 20/40″, que se realiza en el marco de la celebración de los 40 años del museo.
Andrea Jaramillo Caro
Bajo el techo abovedado adornado con flores talladas en madera y cubiertas con hoja de oro, se mantiene un diálogo que lleva 20 años en desarrollo. La estructura colonial y barroca del edificio que antiguamente fue la Iglesia Santa Clara, y que hoy es conocida como el Museo Santa Clara, conserva en su interior las piezas de arte religioso y colonial que hicieron parte de la colección de la orden de monjas clarisas. Entre la iconografía de santos, religiosas y párrocos, desde 2003 el arte contemporáneo interpela a las piezas barrocas en exhibiciones temporales por las que han pasado artistas como Pedro Ruiz, Erika Diettes, María Teresa Hincapié, Rafael Dussan, María Eugenia Trujillo, Rossina Bossio, Camilo Castaño, Joaquín Restrepo, entre otros.
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Bajo el techo abovedado adornado con flores talladas en madera y cubiertas con hoja de oro, se mantiene un diálogo que lleva 20 años en desarrollo. La estructura colonial y barroca del edificio que antiguamente fue la Iglesia Santa Clara, y que hoy es conocida como el Museo Santa Clara, conserva en su interior las piezas de arte religioso y colonial que hicieron parte de la colección de la orden de monjas clarisas. Entre la iconografía de santos, religiosas y párrocos, desde 2003 el arte contemporáneo interpela a las piezas barrocas en exhibiciones temporales por las que han pasado artistas como Pedro Ruiz, Erika Diettes, María Teresa Hincapié, Rafael Dussan, María Eugenia Trujillo, Rossina Bossio, Camilo Castaño, Joaquín Restrepo, entre otros.
Hoy se reúnen algunas de las obras de estos artistas en una exhibición titulada “Retrospectiva 20/40″, en la que se conmemoran 20 años de este proyecto, que pone a dialogar el arte barroco del museo con la mirada contemporánea de los artistas que recibe, y con la que se pretende celebrar 40 años de la fundación del museo por iniciativa del Instituto Colombiano de Cultura, hoy Ministerio de las Culturas, los artes y lo saberes, y el extinto Centro Nacional de Restauración.
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Las Lágrimas celestes de vidrio soplado, de Pedro Ruiz; el Disco Solar, de Matías Quintero y el tríptico de Joaquín Restrepo, se enfrentan a los Sudarios, de Erika Diettes, que muestran los rostros dolorosos de las víctimas que han perdido a sus seres queridos en el conflicto. Estas obras, a su vez, dan la espalda al presbiterio, frente al cual se erigen tres columnas de fibra de fique y alambre laminado que componen la obra Comunión espiritual de las religiosas con Jesús, de la artista japonesa Nobu Takehisa. Por primera vez en la historia del museo, la artista rindió homenaje a las mujeres que profesaron votos de clausura para habitar el recinto, que se ha convertido en un espacio de encuentro y diálogo entre el pasado, el presente y el futuro.
Como estas, son más de 40 las obras que se exhiben actualmente como parte de la celebración y que, además, funcionan como una ventana al pasado que ha interpelado a los lienzos y objetos religiosos de la colección del museo. Colecciones privadas, de galerías, de los mismos artistas y donaciones hechas al museo, hacen parte de esta muestra.
Constanza Toquica, directora del Museo Santa Clara desde hace 22 años, camina entre las obras y, como si fuese una vieja amiga, explica el sentido de cada una de ellas. Recuerda detalles específicos de las exhibiciones en las que se incluyó cada pieza e, incluso, hace alusión a la forma en la que estuvo dispuesto el espacio en su momento para acoger las obras del artista de turno.
Además de retomar el diálogo que comenzó al momento de la exhibición de cada obra, estas ahora plantean una nueva conversación: conservan las pistas dejadas por sus creadores y se convirtieron en un símbolo contemporáneo frente al pasado religioso que las rodea. De acuerdo con Toquica, “el Santa Clara tiene esa vocación femenina de ser receptora”. Por esta razón, cada año abren la convocatoria para que un artista exhiba en este espacio. “Cada pieza y cada artista dialoga con el museo de formas diversas. Y a pesar de que lo que hay en el recinto es muy barroco y denso visualmente, no sé por qué razón el arte contemporáneo se ve precioso acá”.
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Es un diálogo “íntimo y auténtico” el que la directora promueve a través del programa. Las formas y mensajes del arte contemporáneo junto con el intercambio visual que se da entre los colores y figuras que componen la iglesia, hace que se resalte la belleza de cada pieza. Hacer que cada obra se destaque conllevó un proceso de aprendizaje durante el cual, según Toquica, con el tiempo se volvieron un poco más atrevidos para llegar a instalar y montar las obras de los artistas contemporáneos del techo o dentro de los altares. En este caso, la recursividad fue clave.
Cuando comenzó el programa procuraron que las obras no se mezclaran con la arquitectura, pero esto cambió en 2014: Barbarita Cardoso, en colaboración con Olga Piedrahíta, llevó la exhibición “Tigersprung” al museo y, por primera vez, los retablos se convirtieron en escaparates para diferentes prendas confeccionadas para la exhibición. Para Toquica esto fue como entrar a una tienda de alta moda.
Dice que entre las obras y la voluntad de los artistas hay una relación dialéctica: el arte permite dar un mensaje que a veces no se puede expresar en palabras, sino en símbolos visuales “muy potentes”. “Una obra de arte es un símbolo de algo que nos trasciende a ti y a mí en el espacio y en el tiempo. El arte barroco trascendió a los que lo hicieron y lo pintaron. El arte contemporáneo es un poco lo mismo, pero con otro mensaje que ya no es devocional, sino existencial, pero tiene que ver con la humanidad del hombre mismo”.
Para elegir esas exhibiciones que harán parte del programa, la directora se reúne con un equipo curatorial con el que dejan que la obra hable por sí misma. Al hacer esto se transmite el mensaje visual que las palabras no alcanzan a expresar en temas como el dolor, la muerte, el género, el vacío y los silencios. La potencia del mensaje que quiere transmitir el artista y cómo está ligado al contexto del recinto son dos criterios por los que pasaron las obras que se exhiben actualmente. “Nos importa mostrar los problemas del presente desde una perspectiva histórica”, dice Toquica sobre el objetivo de este proyecto, pues en sus palabras el arte sirve para “decir, para evidenciar esos problemas profundos de una cultura y de una sociedad en lenguaje visual, no en palabras”.
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Tras 20 años realizando estas exhibiciones, las lecciones que deja esta práctica se relacionan con escuchar las propuestas de los artistas sin prejuicios y sin partir de un gusto propio: “La mayor importancia de este proyecto reside en ese cruce de temporalidades que, en un espacio otrora sagrado, queremos desacralizar con discursos visuales del presente que evidencien las problemáticas de la sociedad contemporánea”. Más allá de los aprendizajes que le ha dejado a la directora del museo este programa, también la ha inspirado a encontrar las metodologías y los caminos para “expresar en un mundo en crisis algo bello que nos lleve a tener una mayor conciencia de nosotros mismos, de nuestro planeta, de la forma como nos relacionamos con los otros”.
Los muros de piedra dentro de los cuales vivieron las monjas de clausura entre 1647 y 1863, fungen desde 1983 como estructuras para el arte más allá de lo religioso, y desde 2003 como guardianes de un lugar en el que también hay espacio para el arte contemporáneo, un lugar en el que “caben todos”. En el Museo Santa Clara los tesoros del pasado se funden en un diálogo con las creaciones del presente bajo un techo embovedado con flores y estrellas que simboliza un jardín místico y espiritual que, por su estructura heredada de los españoles que llegaron a estas tierras, es “como un barco que navega bajo el cielo con ese jardín”.