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El bus de las cinco
Recostadas sobre una baranda, en el bus de las cinco de la mañana, las personas son como cascaras vacías, sujetos andantes, sin pensamientos, que deambulan monótonos, sin sentimientos ni cavilaciones. A las cinco de la mañana, movidos solo por el traqueteo del vehículo y el calor de quien está a tu lado, los humanos dejan de ser humanos, se hacen masas huecas e indolentes; dormidas, esperando un pitido o un tinto que les ayude a despertar. Es así, a las cinco de la mañana todo es rutinario, todo es monotonía. A las cinco de la mañana todo se reduce a esperar que el bus llegue a tu destino. Entonces, te paras, te rascas la pupila, oprimes un botón y te sumerges en el mundo real, esperando que una empanada te ayude a recuperar esa humanidad que lucía tan perdida hasta ahora.
Cristian Gutiérrez
La última melga
Él sabía lo que hacía: cuando estábamos almorzando, me dijo que iba a ver algo de lo que no me olvidaría nunca. Ocurrió aquí, en medio de este surco, a la mitad de esta melga de maíz que fue la última que sembramos. No eran ni las tres de la tarde y estábamos terminando de regar semilla. Yo estaba haciendo tesa, tratando de guiar los güeyes para que no se les perdiera el mundo, escuchaba la respiración de esos pobres animalitos y el rechinar de las coyundas lamentándose contra la piel del yugo. Cuando volví a mirar, él, Roberto Murcia, levantó el casquillejo, les dio la orden a los animales de volar y ellos obedecieron; yo alcancé a ver la reja desenterrarse de la tierra y perderse en el firmamento con arado y todo. Si hasta me alcanzó a caer tierra en la cara por estar mirando. Mire, Sumercé, ¿si ve esos surcos en el cielo? Es mi primo Roberto que está arando, debe ser que allá todavía se puede cultivar.
Mauro Ruiz
Un problema de atención
El problema comienza cuando el virus del aburrimiento se extiende por toda la sala. Hay un desatado vaivén que va sacudiendo impulsos y después todo se desmadra. La regla de Ruffini se convierte en arma poderosa en las manos juveniles, los paralelos y meridianos se descuelgan de los mapas y son utilizados a modo de proyectiles que vuelan sobre las cabezas, las fosas oceánicas son trampas mortales dispersas por los pisos y un terrible olor a cateto hace insoportable sostener buenas intenciones. Se dispersa la atención y no hay conjugación verbal que aquiete los ambientes. La contienda se vuelve agitadora y casi inextinguible. El único recurso es el Himno Nacional que, solemne y preciso, se levanta de su letargo conmoviendo corazones y hace que el estadio, en que se ha convertido la clase, encuentre su cauce rítmico. Después hay silencio, Y vienen los aplausos.
Ricardo Bugarín (Argentina
El abono
Gerónimo y Sebastián nacieron el mismo día. Sus madres los criaron juntos y, desde entonces, les une una amistad inquebrantable. Hoy van a celebrar en “el Puente de las chicas”, así lo llaman ellos, su noventa cumpleaños. Recuerdan los días en los que al acabar la jornada de trabajo se iban a la capital y volvían discretamente por la noche, acompañados por alguna mujer.
Llegan tranquilamente y se sientan en un banco de piedra que hay en el puente. Miran a su alrededor y sonríen al observar la pinada que tiempo atrás visitaban con la complicidad de la noche. Reconocen cada uno de los pinos plantados por ellos y recuerdan como los bautizaban con el nombre de su inquilina.
Pasado un tiempo, se van poco a poco de regreso al pueblo.
José María Andreo Millán (Valencia, España)
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