La Esquina Delirante II (Microrrelatos)
Este espacio es una válvula de escape creativa y una dentellada a la monotonía, mediante el ejercicio impulsivo y descarado de la palabra escrita. En tiempos fugaces, como los nuestros, en los que la inmediatez cobra más validez que nunca, el microrrelato se yergue como eficaz píldora psicoterapéutica. Guerra de guerrillas narrativa si se quiere.
Autores varios
Arde Bogotá
Martín Rosas
Cuando llegó a la ciudad, el domingo desfallecía lánguidamente. En su gesta libertadora había caminado dieciocho días desde que tomó la determinación de abandonar para siempre el pasado, quemar las naves y exiliarse en la incertidumbre. Ahora, con la mirada extasiada en el oriente, los moribundos rayos del sol reflejados sobre las fachadas de ladrillo le causaron la impresión de que Bogotá se incendiaba. Lloró ―¡coño!― lo que no había llorado en sus 27 años de vida. Entonces tuvo la certeza de que había llegado a su destino… Lejos, muy lejos de su natal Venezuela.
***
Una espera
Paulo Augusto Cañón Clavijo
Lo había estado esperando todo el día. El ansia recorría cada fibra de su ser como una vibración contenida que escapaba a las palabras y se percibía únicamente en el movimiento. La cita había sido pospuesta menos veces de las que le hubiese gustado, sin embargo, estaba ahí una vez más, quizá esta sería la última, la correcta y definitiva. Se sentía totalmente nerviosa y poco preparada. Finalmente él llegó. Vestía de gala, sus zapatos relucían y en su mirada se adivinaba el tedio de una vida sin mayor encanto que el de la continuidad indefinida. Con un movimiento lento la tomó entre sus manos, la acarició con sus dedos finos, la dobló con ternura y la sujetó a una viga del techo. Su cuello pasó por entre el cuerpo de ella y en un movimiento repleto de duda, cayó con el peso de la melancolía. Aquella noche, envuelta en un silencio abrumador, la cuerda se sintió profundamente triste y humillada.
***
El obús
Jimmy Arias
El alma se me escurrió entre los dedos justo frente a la imagen del pequeño moribundo. Con una resignación pasmosa embarraba su mirada sobre mi humanidad, macilenta y cubierta de lodo. Nunca un soldado pudo verse tan muerto después de ganar una batalla. Cómo puede lucir tan tranquilo con una esquirla de obús en el centro del abdomen, me pregunté. Tal vez, adivinando la negrura que ya me rondaba, el chiquillo sonrió y cerró los ojos para siempre. Yo tenía órdenes por cumplir. Como dócil sabueso me acerqué, y le descargué un tiro de gracia en la nuca. No pude de frente.
*****
Giselle Bordot Ardila
Allí sentados, contemplando el atardecer, me tomó de la mano y me dijo que camináramos juntos por la orilla del mar. Nos fuimos despacio, sintiendo el agua en nuestros pies y la brisa cálida en la cara. Se detuvo un rato en silencio, mirándome a los ojos sin parpadear, y me dio un beso. Esa caricia sutil, con sabor a la sal de nuestros labios, que se deshizo en mi cuerpo como la espuma del mar se funde en la orilla de la playa.
***
Para ser publicado envié su microrrelato a la esquinadelirante@gmail.com, máximo 200 palabras.
Arde Bogotá
Martín Rosas
Cuando llegó a la ciudad, el domingo desfallecía lánguidamente. En su gesta libertadora había caminado dieciocho días desde que tomó la determinación de abandonar para siempre el pasado, quemar las naves y exiliarse en la incertidumbre. Ahora, con la mirada extasiada en el oriente, los moribundos rayos del sol reflejados sobre las fachadas de ladrillo le causaron la impresión de que Bogotá se incendiaba. Lloró ―¡coño!― lo que no había llorado en sus 27 años de vida. Entonces tuvo la certeza de que había llegado a su destino… Lejos, muy lejos de su natal Venezuela.
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Una espera
Paulo Augusto Cañón Clavijo
Lo había estado esperando todo el día. El ansia recorría cada fibra de su ser como una vibración contenida que escapaba a las palabras y se percibía únicamente en el movimiento. La cita había sido pospuesta menos veces de las que le hubiese gustado, sin embargo, estaba ahí una vez más, quizá esta sería la última, la correcta y definitiva. Se sentía totalmente nerviosa y poco preparada. Finalmente él llegó. Vestía de gala, sus zapatos relucían y en su mirada se adivinaba el tedio de una vida sin mayor encanto que el de la continuidad indefinida. Con un movimiento lento la tomó entre sus manos, la acarició con sus dedos finos, la dobló con ternura y la sujetó a una viga del techo. Su cuello pasó por entre el cuerpo de ella y en un movimiento repleto de duda, cayó con el peso de la melancolía. Aquella noche, envuelta en un silencio abrumador, la cuerda se sintió profundamente triste y humillada.
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El obús
Jimmy Arias
El alma se me escurrió entre los dedos justo frente a la imagen del pequeño moribundo. Con una resignación pasmosa embarraba su mirada sobre mi humanidad, macilenta y cubierta de lodo. Nunca un soldado pudo verse tan muerto después de ganar una batalla. Cómo puede lucir tan tranquilo con una esquirla de obús en el centro del abdomen, me pregunté. Tal vez, adivinando la negrura que ya me rondaba, el chiquillo sonrió y cerró los ojos para siempre. Yo tenía órdenes por cumplir. Como dócil sabueso me acerqué, y le descargué un tiro de gracia en la nuca. No pude de frente.
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Giselle Bordot Ardila
Allí sentados, contemplando el atardecer, me tomó de la mano y me dijo que camináramos juntos por la orilla del mar. Nos fuimos despacio, sintiendo el agua en nuestros pies y la brisa cálida en la cara. Se detuvo un rato en silencio, mirándome a los ojos sin parpadear, y me dio un beso. Esa caricia sutil, con sabor a la sal de nuestros labios, que se deshizo en mi cuerpo como la espuma del mar se funde en la orilla de la playa.
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Para ser publicado envié su microrrelato a la esquinadelirante@gmail.com, máximo 200 palabras.