La Esquina Delirante LXII (Microrrelatos)
Este espacio es una dentellada a la monotonía, mediante el ejercicio impulsivo y descarado de la palabra escrita. En tiempos fugaces, como los nuestros, en los que la inmediatez y la incertidumbre parecen haberse apoderado de nuestra cotidianidad, el microrrelato se yergue como eficaz píldora psicoterapéutica. Esta es una edición especial de relatos eróticos.
Autores varios
Lluvia caliente
Llueve a cántaros. Una pareja corre bajo un paraguas. Saltan los caudales de agua de las calles, se mojan los zapatos, el cabello y la ropa. Logran resguardarse en la parada del bus número 69. El viento sopla con fuerza y le arranca el paraguas de la mano a la mujer, también le arrebata la falda. La mujer no lleva bragas. Sus nalgas blancas se confunden con el granizo menudo que empieza a caer, como afrecho de coco. Los árboles se van tiñendo de blanco y la pareja tiembla. La que quedó vestida se quita la falda y se acomodan las dos en ella, se abrazan, el frío penetra en sus cálidos huesos. Miran en la aplicación “Próximo Bus Barcelona”, anuncian que hay un retraso de 40 minutos. Encienden un par de cigarrillos que no se mojaron, y abren la botella de vino que llevaban a la fiesta. Lanzan las colillas en el suelo, beben de la botella, brindan y ríen, sienten con goce el roce de su piel bajo la falda, se acarician los pechos, los pezones los tienen arrugados. La calle está solitaria, unas gaviotas se posan en el techo. La pareja gime, sin prejuicios, las gaviotas graznan alborotadas…
Verónica Bolaños
Lo invitamos a leer Edith Eger: “Si sobrevivo hoy, mañana seré libre”
*
Sasha
Como es habitual, ni siquiera miras tu plato de espagueti a la boloñesa. Tu favorito. Quiero creer que me he acostumbrado a tu frialdad. Intento comerme el mío, mirándote de soslayo, desparramando mi deseo sobre tu camisón de blanca seda, tu cuello de cisne, tus senos firmes, tus muslos generosos y esos labios carnosos, perpetuamente entreabiertos, invitándome de nuevo al despeñadero sin fondo de la concupiscencia. Y mando todo al piso, te pongo sobre la mesa, te levanto el camisón y te hago mía, una vez más, pero en medio de sollozos entrecortados. Tu indiferencia hiere, corta, mutila. ¡Se acabó! A la mierda, voy a cambiar de modelo. Me compraré ahora una Sasha Automaton T500, con sonido Surround, vocabulario de hasta mil frases y palabras, interactiva y que puedo controlar con mi móvil. ¿Dónde metí mi tarjeta de crédito?
M. Mantra
*
Noche de prodigios
Llegó tarde al salón. Mientras la esperábamos con los lienzos desnudos, el maestro explicaba las técnicas del retrato. Era una andaluza de ojos negros, taimados e intensos como las musas de Julio Romero de Torres. Me miró con disimulo. Lo que más llamó nuestra atención fue su boca: carnosa, sedienta de algo (que sólo yo sabría complacer). Ella era la modelo y nosotros los intérpretes de esos labios que exaltaban su belleza con cada tono de labial que se aplicaba. Trascurrida la sesión, mis compañeros la invitaron a tomar algo. Alegó estar cansada y a nadie pareció molestarle. Fui más astuta y le pregunté si podía enseñarme algunos trucos de maquillaje. Me miró, descifrando en mis pupilas la encendida intención de mis palabras, ambas sonreímos, sonrojadas y cómplices. En mi alcoba la besé con furia; no fui indulgente con esos labios que imploraban un descanso, un respiro. Esa noche su boca, tan poco fidedigna en mis pinceladas, hizo prodigios entre mis piernas.
Andrés Felipe Torres Cortés
*
Martina
De besos y caricias Martina sabía poco. Más bien nadaba entre cánticos, letras y notas musicales de una doctrina impartida. Un día de esos en que las ideas divagan sin dirección y las hormonas llaman a la puerta de la lujuria, se encaminó hacia una biblioteca de barrio para distraer el cuerpo. Le vino a la mente una lectura en la que entrar en páginas prohibidas podía ser castigado con veneno mortal. Una sonrisa maliciosa se le coló en el rostro. Se apoderó de un tomo. Mientras devoraba letras, la temperatura corporal subía, la piel se tinturaba de sensibilidad y hasta los pechos se endurecían como limones. La princesa de la historia se le fue metiendo por entre las venas sin ningún pudor, haciéndole acelerar los latidos del corazón. Martina lanzó un suspiro profundo que alertó a un extraño que leía en completa calma a poca distancia. La mirada inquisidora agregó condimento a la lectura. A ese punto la silla le quedó incómoda. Se incorporó. Una turbulencia interna la estaba dominando. El respiro era afanoso. Ya faltaba poco para el desenlace. Se le escapó un gemido. Estaba llegando al final y... la última página había sido extraída con violencia.
Piedad Granados
*
Como dos amantes
La esperé con las luces apagadas, una vela con la llama tenue era lo único que alumbraba la habitación. Abrió la puerta, le cubrí con un pañuelo los ojos y la tumbé en la cama. Le quité los zapatos, le desabroché los botones de su blusa y le liberé del sujetador. La falda se la bajé con suavidad. Llevaba una tanga, la cual le quité lentamente, acariciando sus piernas. Comencé besándole todo el cuerpo, bajando desde la cabeza hasta los dedos de los pies, comprobando como en algunos sitios al pasar respiraba acelerada, estremeciéndose. Su lengua buscaba desesperadamente la mía y se la entregué con todas mis ganas. A continuación, la cogí por la cintura y con su ayuda nos unimos, notando como su excitación lo facilitaba. No paró de gemir y suspirar en mi oído, yo me estremecí, descargando toda mi energía dentro de ella. Otra vez más, me había hecho gozar de manera extraordinaria. Cuando terminamos, sin mediar palabra como habíamos quedado, se vistió y se fue. A continuación, volví a casa andando. Allí estaba esperándome la mujer de mi vida. Esta vez fue como dos desconocidos en un hotel.
José María Andreo, Valencia (España).
*
Masaje entre líneas
Cerré los ojos mientras el aceite rodaba sobre su espalda y la piel brillante cegaba el juicio. Así comenzó este viaje, con mis dedos en su cuello, bajando en círculos, tocando sin tocar, lentamente, por sus hombros tan finos y suaves. Me estremecí cuando mis manos exploraron cada curva, relajando sus miedos. No descuidé ningún detalle. Todo su cuerpo estaba impregnado de olor a naranja, una fruta dulce y agria. Los sentidos se agudizaron y la mente navegó por el placer de la desnudez.
Ella estaba en silencio, en señal de aprobación. Llegué a su cintura y un suspiro de excitación se escapó de la timidez y entonces dijo:
—No más fantasías, ni mensajes de WhatsApp. ¡Ven! Prefiero piel sobre piel —ordenó decidida, desafiante.
La dejé en visto y luego la bloqueé. Sé que los amores virtuales mueren con el ocaso de la imaginación.
Virginia Aguilar
*
Para ser publicado mande su texto a laesquinadelirante@gmail.com, máximo 200 palabras. Síganos en Instagram (#laesquinadelirante).
Lluvia caliente
Llueve a cántaros. Una pareja corre bajo un paraguas. Saltan los caudales de agua de las calles, se mojan los zapatos, el cabello y la ropa. Logran resguardarse en la parada del bus número 69. El viento sopla con fuerza y le arranca el paraguas de la mano a la mujer, también le arrebata la falda. La mujer no lleva bragas. Sus nalgas blancas se confunden con el granizo menudo que empieza a caer, como afrecho de coco. Los árboles se van tiñendo de blanco y la pareja tiembla. La que quedó vestida se quita la falda y se acomodan las dos en ella, se abrazan, el frío penetra en sus cálidos huesos. Miran en la aplicación “Próximo Bus Barcelona”, anuncian que hay un retraso de 40 minutos. Encienden un par de cigarrillos que no se mojaron, y abren la botella de vino que llevaban a la fiesta. Lanzan las colillas en el suelo, beben de la botella, brindan y ríen, sienten con goce el roce de su piel bajo la falda, se acarician los pechos, los pezones los tienen arrugados. La calle está solitaria, unas gaviotas se posan en el techo. La pareja gime, sin prejuicios, las gaviotas graznan alborotadas…
Verónica Bolaños
Lo invitamos a leer Edith Eger: “Si sobrevivo hoy, mañana seré libre”
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Sasha
Como es habitual, ni siquiera miras tu plato de espagueti a la boloñesa. Tu favorito. Quiero creer que me he acostumbrado a tu frialdad. Intento comerme el mío, mirándote de soslayo, desparramando mi deseo sobre tu camisón de blanca seda, tu cuello de cisne, tus senos firmes, tus muslos generosos y esos labios carnosos, perpetuamente entreabiertos, invitándome de nuevo al despeñadero sin fondo de la concupiscencia. Y mando todo al piso, te pongo sobre la mesa, te levanto el camisón y te hago mía, una vez más, pero en medio de sollozos entrecortados. Tu indiferencia hiere, corta, mutila. ¡Se acabó! A la mierda, voy a cambiar de modelo. Me compraré ahora una Sasha Automaton T500, con sonido Surround, vocabulario de hasta mil frases y palabras, interactiva y que puedo controlar con mi móvil. ¿Dónde metí mi tarjeta de crédito?
M. Mantra
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Noche de prodigios
Llegó tarde al salón. Mientras la esperábamos con los lienzos desnudos, el maestro explicaba las técnicas del retrato. Era una andaluza de ojos negros, taimados e intensos como las musas de Julio Romero de Torres. Me miró con disimulo. Lo que más llamó nuestra atención fue su boca: carnosa, sedienta de algo (que sólo yo sabría complacer). Ella era la modelo y nosotros los intérpretes de esos labios que exaltaban su belleza con cada tono de labial que se aplicaba. Trascurrida la sesión, mis compañeros la invitaron a tomar algo. Alegó estar cansada y a nadie pareció molestarle. Fui más astuta y le pregunté si podía enseñarme algunos trucos de maquillaje. Me miró, descifrando en mis pupilas la encendida intención de mis palabras, ambas sonreímos, sonrojadas y cómplices. En mi alcoba la besé con furia; no fui indulgente con esos labios que imploraban un descanso, un respiro. Esa noche su boca, tan poco fidedigna en mis pinceladas, hizo prodigios entre mis piernas.
Andrés Felipe Torres Cortés
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Martina
De besos y caricias Martina sabía poco. Más bien nadaba entre cánticos, letras y notas musicales de una doctrina impartida. Un día de esos en que las ideas divagan sin dirección y las hormonas llaman a la puerta de la lujuria, se encaminó hacia una biblioteca de barrio para distraer el cuerpo. Le vino a la mente una lectura en la que entrar en páginas prohibidas podía ser castigado con veneno mortal. Una sonrisa maliciosa se le coló en el rostro. Se apoderó de un tomo. Mientras devoraba letras, la temperatura corporal subía, la piel se tinturaba de sensibilidad y hasta los pechos se endurecían como limones. La princesa de la historia se le fue metiendo por entre las venas sin ningún pudor, haciéndole acelerar los latidos del corazón. Martina lanzó un suspiro profundo que alertó a un extraño que leía en completa calma a poca distancia. La mirada inquisidora agregó condimento a la lectura. A ese punto la silla le quedó incómoda. Se incorporó. Una turbulencia interna la estaba dominando. El respiro era afanoso. Ya faltaba poco para el desenlace. Se le escapó un gemido. Estaba llegando al final y... la última página había sido extraída con violencia.
Piedad Granados
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Como dos amantes
La esperé con las luces apagadas, una vela con la llama tenue era lo único que alumbraba la habitación. Abrió la puerta, le cubrí con un pañuelo los ojos y la tumbé en la cama. Le quité los zapatos, le desabroché los botones de su blusa y le liberé del sujetador. La falda se la bajé con suavidad. Llevaba una tanga, la cual le quité lentamente, acariciando sus piernas. Comencé besándole todo el cuerpo, bajando desde la cabeza hasta los dedos de los pies, comprobando como en algunos sitios al pasar respiraba acelerada, estremeciéndose. Su lengua buscaba desesperadamente la mía y se la entregué con todas mis ganas. A continuación, la cogí por la cintura y con su ayuda nos unimos, notando como su excitación lo facilitaba. No paró de gemir y suspirar en mi oído, yo me estremecí, descargando toda mi energía dentro de ella. Otra vez más, me había hecho gozar de manera extraordinaria. Cuando terminamos, sin mediar palabra como habíamos quedado, se vistió y se fue. A continuación, volví a casa andando. Allí estaba esperándome la mujer de mi vida. Esta vez fue como dos desconocidos en un hotel.
José María Andreo, Valencia (España).
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Masaje entre líneas
Cerré los ojos mientras el aceite rodaba sobre su espalda y la piel brillante cegaba el juicio. Así comenzó este viaje, con mis dedos en su cuello, bajando en círculos, tocando sin tocar, lentamente, por sus hombros tan finos y suaves. Me estremecí cuando mis manos exploraron cada curva, relajando sus miedos. No descuidé ningún detalle. Todo su cuerpo estaba impregnado de olor a naranja, una fruta dulce y agria. Los sentidos se agudizaron y la mente navegó por el placer de la desnudez.
Ella estaba en silencio, en señal de aprobación. Llegué a su cintura y un suspiro de excitación se escapó de la timidez y entonces dijo:
—No más fantasías, ni mensajes de WhatsApp. ¡Ven! Prefiero piel sobre piel —ordenó decidida, desafiante.
La dejé en visto y luego la bloqueé. Sé que los amores virtuales mueren con el ocaso de la imaginación.
Virginia Aguilar
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Para ser publicado mande su texto a laesquinadelirante@gmail.com, máximo 200 palabras. Síganos en Instagram (#laesquinadelirante).