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                                                                                                                        Pauta con nosotros en Cromos

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                                                                                                                            Avisos judiciales

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                                                                                                                                Contenido Patrocinado
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                                                                                                                                La Esquina Delirante LXXII (Microrrelatos)

                                                                                                                                Este espacio es una dentellada a la monotonía, mediante el ejercicio impulsivo y descarado de la palabra escrita.

                                                                                                                                Autores varios

                                                                                                                                Bienvenidos todos los microrrelatos a laesquinadelirante@gmail.com, máximo 200 palabras.
                                                                                                                                Foto: Pixabay
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                I

                                                                                                                                Me reuní con Dina en un café. Me regaló una entrevista. Cuando le hice la primera pregunta, el claxon de un carro empezó a sonar y no dejó de hacerlo por una hora. Ella no paró de hablar, yo de sonreír, porque soy afortunada, la localicé en un mundo tan grande. Ella se fue de regreso a Culiacán, tenía la incontenible necesidad de escribir y yo de soltar nuestros recuerdos en la casa, para que fueran libres.

                                                                                                                                II

                                                                                                                                Cada vez que encuentro esos recuerdos sueltos, los acaricio con suavidad para que no se lastimen, mientras ellos pasan corriendo al lado de mis hijos, entre alegres gritos, bailes y cantos. Solamente les digo: “No vayan a lastimarse” y “cuidado con los escalones”, porque ahí se han muerto varios. Lloro inconsolable por los difuntos, hasta que luego de horas, los vecinos me sacan de la desesperación, diciendo que pronto nacerán nuevos recuerdos.

                                                                                                                                Read more!
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Le sugerimos leer la carta Sobre el retroceso que trae la reforma tributaria para el cine, la cultura y la democracia

                                                                                                                                La oruga y la mariposa

                                                                                                                                Solía admirar ansiosa como los adultos desplegaban sus enormes y gráciles alas para tomar vuelo. Tenía una semana de vida y ya le aburría la monotonía de su cotidianidad, abundancia de hojas tiernas que compartía con otras orugas de la planta donde vivía. Sus preocupaciones eran mínimas, caminaba lenta y tranquilamente bajo el manto de su camuflaje, evitando la insidiosa atención de las aves. Envidiaba a las mariposas, soñaba con lucir aquellas escamas iridiscentes que fulguraban ante los rayos del sol matutino. Una semana después llegó el momento que tanto esperaba, encontró un lugar escondido, plantó su ancla de seda, se envolvió meticulosamente en una crisálida y entró en un profundo sueño. Al despertar, con gran cuidado extendió sus nuevas alas y despegó, no tenía mucho tiempo, su especie luego de la metamorfosis resultaba en adultos con el aparato bucal atrofiado, tenía la energía justa acumulada para buscar heredar sus genes. Voló entonces angustiada, persiguiendo olores y huyendo de muchas miradas, pasaban las horas y su objetivo parecía inalcanzable. Pasó un día entero, la mariposa yacía moribunda sobre la superficie de un pequeño lago; agotada, solo pensaba en aquella época cuando era oruga, cuando la vida era más fácil y llevadera.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Andrés Jácome

                                                                                                                                Lo invitamos a leer el análisis Poder y gloria: una estética retrofuturista militar egipcia

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                La seño Minta

                                                                                                                                La seño Minta esperaba a los alumnos en la puerta, vestida de negro mate, haciendo sonar la regla en la palma de la mano. El colegio era una casita negra con techo de palma. Ella se sentaba frente a los alumnos en una silla de hierro, encima de su cabeza había un rosario roñoso, cubierto de telarañas...

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                ─¡Muchacha, ven a rezar, siempre la misma historia! ─gritó la profesora.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La niña siguió saltando y veía cómo sus zapatos se embadurnaban de barro y lombrices tiernas, en la suela podía sentir el chasquido del caparazón de los caracoles ancestrales.

                                                                                                                                La seño Minta salió al patio, con el cuero enrollado en la mano. La niña abrió los ojos y miró a ver dónde se podía esconder para librarse del ardor en las nalgas. Las palomas volaron despavoridas a la copa de los árboles, y la niña se escondió en el aljibe.

                                                                                                                                La cuerda está colgada en un alambre y la seño por las noches sale al patio en pijama y con el cuero.

                                                                                                                                ─¡Josefina, dónde estás! ─grita la anciana.

                                                                                                                                Verónica Bolaños.

                                                                                                                                Lo invitamos a leer El refugio de las letras prohibidas

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Sus ojos azules

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Pasé semanas mirándola de lejos. Sus grandes ojos azules se encontraron con los míos varias veces hasta que mi timidez los esquivaba. Llegué al punto de dejar pasar un par de buses para subirme solo cuando viera su gorrito azul de lana entre los pasajeros. No crean que soy un pervertido, no, solo soy demasiado tímido para acercarme, aunque varias veces he tenido la valentía de sostenerle la mirada hasta por tres segundos. Hace un mes tomé un poco de valor, me paré de mi asiento, me dirigí al suyo y, al estar muy cerca…me bajé del bus cinco cuadras antes de mi destino. Hace días no la veo, pero me consuelo pensando que para ella nunca existió y posiblemente nunca habría podido acercarme.

                                                                                                                                Hoy vine al centro comercial para almorzar. Distraído y sin ganas me como una hamburguesa. De pronto, mi corazón da un sobresalto al distinguir su gorrito azul de lana a pocas mesas de la mía. Sus ojos azules se posan en los míos, siento un corrientazo y, por primera vez, veo su rostro y una enorme sonrisa. Toma su bandeja y se dirige a mi mesa. Sin tapabocas es aún más hermosa. Le sonrío también.

                                                                                                                                Jerónimo Rivera.

                                                                                                                                Bienvenidos todos los microrrelatos a laesquinadelirante@gmail.com, máximo 200 palabras.
                                                                                                                                Foto: Pixabay
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                I

                                                                                                                                Me reuní con Dina en un café. Me regaló una entrevista. Cuando le hice la primera pregunta, el claxon de un carro empezó a sonar y no dejó de hacerlo por una hora. Ella no paró de hablar, yo de sonreír, porque soy afortunada, la localicé en un mundo tan grande. Ella se fue de regreso a Culiacán, tenía la incontenible necesidad de escribir y yo de soltar nuestros recuerdos en la casa, para que fueran libres.

                                                                                                                                II

                                                                                                                                Cada vez que encuentro esos recuerdos sueltos, los acaricio con suavidad para que no se lastimen, mientras ellos pasan corriendo al lado de mis hijos, entre alegres gritos, bailes y cantos. Solamente les digo: “No vayan a lastimarse” y “cuidado con los escalones”, porque ahí se han muerto varios. Lloro inconsolable por los difuntos, hasta que luego de horas, los vecinos me sacan de la desesperación, diciendo que pronto nacerán nuevos recuerdos.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Le sugerimos leer la carta Sobre el retroceso que trae la reforma tributaria para el cine, la cultura y la democracia

                                                                                                                                La oruga y la mariposa

                                                                                                                                Solía admirar ansiosa como los adultos desplegaban sus enormes y gráciles alas para tomar vuelo. Tenía una semana de vida y ya le aburría la monotonía de su cotidianidad, abundancia de hojas tiernas que compartía con otras orugas de la planta donde vivía. Sus preocupaciones eran mínimas, caminaba lenta y tranquilamente bajo el manto de su camuflaje, evitando la insidiosa atención de las aves. Envidiaba a las mariposas, soñaba con lucir aquellas escamas iridiscentes que fulguraban ante los rayos del sol matutino. Una semana después llegó el momento que tanto esperaba, encontró un lugar escondido, plantó su ancla de seda, se envolvió meticulosamente en una crisálida y entró en un profundo sueño. Al despertar, con gran cuidado extendió sus nuevas alas y despegó, no tenía mucho tiempo, su especie luego de la metamorfosis resultaba en adultos con el aparato bucal atrofiado, tenía la energía justa acumulada para buscar heredar sus genes. Voló entonces angustiada, persiguiendo olores y huyendo de muchas miradas, pasaban las horas y su objetivo parecía inalcanzable. Pasó un día entero, la mariposa yacía moribunda sobre la superficie de un pequeño lago; agotada, solo pensaba en aquella época cuando era oruga, cuando la vida era más fácil y llevadera.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Andrés Jácome

                                                                                                                                Lo invitamos a leer el análisis Poder y gloria: una estética retrofuturista militar egipcia

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                La seño Minta esperaba a los alumnos en la puerta, vestida de negro mate, haciendo sonar la regla en la palma de la mano. El colegio era una casita negra con techo de palma. Ella se sentaba frente a los alumnos en una silla de hierro, encima de su cabeza había un rosario roñoso, cubierto de telarañas...

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                ─¡Muchacha, ven a rezar, siempre la misma historia! ─gritó la profesora.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La niña siguió saltando y veía cómo sus zapatos se embadurnaban de barro y lombrices tiernas, en la suela podía sentir el chasquido del caparazón de los caracoles ancestrales.

                                                                                                                                La seño Minta salió al patio, con el cuero enrollado en la mano. La niña abrió los ojos y miró a ver dónde se podía esconder para librarse del ardor en las nalgas. Las palomas volaron despavoridas a la copa de los árboles, y la niña se escondió en el aljibe.

                                                                                                                                La cuerda está colgada en un alambre y la seño por las noches sale al patio en pijama y con el cuero.

                                                                                                                                ─¡Josefina, dónde estás! ─grita la anciana.

                                                                                                                                Verónica Bolaños.

                                                                                                                                Lo invitamos a leer El refugio de las letras prohibidas

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Sus ojos azules

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Pasé semanas mirándola de lejos. Sus grandes ojos azules se encontraron con los míos varias veces hasta que mi timidez los esquivaba. Llegué al punto de dejar pasar un par de buses para subirme solo cuando viera su gorrito azul de lana entre los pasajeros. No crean que soy un pervertido, no, solo soy demasiado tímido para acercarme, aunque varias veces he tenido la valentía de sostenerle la mirada hasta por tres segundos. Hace un mes tomé un poco de valor, me paré de mi asiento, me dirigí al suyo y, al estar muy cerca…me bajé del bus cinco cuadras antes de mi destino. Hace días no la veo, pero me consuelo pensando que para ella nunca existió y posiblemente nunca habría podido acercarme.

                                                                                                                                Hoy vine al centro comercial para almorzar. Distraído y sin ganas me como una hamburguesa. De pronto, mi corazón da un sobresalto al distinguir su gorrito azul de lana a pocas mesas de la mía. Sus ojos azules se posan en los míos, siento un corrientazo y, por primera vez, veo su rostro y una enorme sonrisa. Toma su bandeja y se dirige a mi mesa. Sin tapabocas es aún más hermosa. Le sonrío también.

                                                                                                                                Jerónimo Rivera.

                                                                                                                                Por Autores varios

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