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El crimen verdaderamente perfecto
Asesiné al sepulturero.
Lo hice con la misma pala
que él empleaba
para excavar las tumbas.
Todos saben que lo maté,
pero como tomé su lugar
nadie ha dicho nada.
Álvaro Pérez
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‘Largo penar’
Comenzó a asomar su cabeza lentamente por entre la cavidad cálida y sangrante. Era empujado desde adentro, pero afuera, unas manos también lo ayudaban a salir. Su cara ya estaba expuesta a la luz. Bastaba una sola fuerza, un empujón más y el plan habría salido perfecto.
¡Señora, espere! ¡No puje más! – gritó el doctor.
El hombre tomó unas pinzas y cortó el cordón umbilical que se encontraba amarrado al cuello de Arturo, como lo llamaron en esta vida. No pudo evitar su salida y tuvo que aplazar su muerte. Felipe Lozano
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Niño radiactivo
—Chinga lléveme esta bolsita a la tienda del mono y no se vaya a demorar que lo necesito para otra vuelta.
El niño permaneció callado asintiendo con la cabeza, estirando sus manos agarró el paquete y salió a cumplir su misión. Minutos después y sin advertir los peligros de su labor salió corriendo hacia un destino inevitable. En el camino miró de reojo a la policía que estaba justo en la esquina contraria, un par de tombos encarnizados pidiendo cédulas y requisando a todo el que pasaba por su lado. La chinga cruzo la calle en pura y unos metros más adelante aterrizó en la tienda del mono, quien asomó detrás de la barra y le indicó que pasara, se miraron fijamente e intercambiaron las encomiendas sin decir ninguna palabra, su comunicación casi siempre era telepática. Un silencio mortal sellaba el trueque entre ambos.
Rodrigo D
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¿Qué podría decirte que no supieras ya?
Mi artífice mulata, de amores baldíos y de ímproba humildad.
Me hiciste adicto al dulce de tus labios, a la suavidad de tus manos con las que acaricias el cielo.
Sería tan fácil hacer de tu cuerpo un papiro y de mi boca tinta y plumero. Convertir tus caderas en arrecifes y mis manos en veleros que ansían navegar por tu sangre, por tu cutis de durazno.
Durante la noche mi cuerpo se desvive por enredarse en tus te quiero, y despertarnos con el alma desnuda.
Que irónico contraste cuando enajenados por la pasión de un beso pasas de caperuza a loba, de miedo a lujuria.
En medio de la penumbra las ganas no se hacen esperar, y al tiempo que tus piernas abrazan mi cintura, nuestras manos nos despojan los miedos.
¿Qué es un beso? Si no el acto más púdico y violento de toda nuestra existencia.
Sebastian Henao Sandoval