La Esquina Delirante XCV
Este espacio es una dentellada a la monotonía, mediante el ejercicio impulsivo y descarado de la palabra escrita. Bienvenidos todos los microrrelatos a laesquinadelirante@gmail.com, máximo 200 palabras. Síganos en Instagram #laesquinadelirante.
Autores varios
Las jaulas
Karla Barajas
Lucas era un niño cuando llegó. No quería comer lo que le dejaba en el plato ni beber el agua. Mordía si intentaba ver su estado de salud. Pasaba el día entero de cuclillas; no hacía volteretas ni jugueteaba, puede ser porque cada niño tiene una personalidad diferente o porque se lo arrebataron a su madre cuando él aprendió a gatear, eso me dijeron sus vendedores. Me dio lástima, le abrí la puerta de la jaula para que corriera libre con otros humanos silvestres.
“Si regresa, será mío, de lo contrario nunca lo fue”, me digo mientras vuelo a casa.
Le puede interesar: Matar a un ruiseñor, más allá del racismo
Roja navidad
José María Andreo Millán-Valencia-España
Hace mucho tiempo que no doy ningún beso y menos un abrazo. Ahora que estamos en época navideña, apetece más que nunca. Tengo ganas de una cena en familia, la sobremesa cantando villancicos y esos juegos en los que uno se divierte con los más pequeños. Pero me encuentro solo, que no era lo que esperaba, todo porque el maldito virus se coló. No sé cómo, aún estoy dándole vueltas. Tomamos todas las precauciones, pero se coló. Era un viaje esperado, único. Fue llegar a marte y caer uno detrás de otro, menos yo.
Le recomendamos: La quema del año viejo, una tradición que no desaparece
Ruth (*)
Alberto Sánchez Argüello (Managua, 1976)
Extraño los sonidos de los pájaros, aunque no recuerdo exactamente como eran. El silencio no me incomoda, tampoco la ausencia de las palabras de Miguel que nunca fue de mucho hablar. Ahora solo gruñe, mientras se rasca esos tentáculos que renacen en su espalda cada vez que los corto con el hacha y los hago en estofado. Me preocupa que estemos cometiendo alguna especie de canibalismo. A Sofía no le importa, dice que todo esto es el producto de la imaginación sádica de un escritor —les juro que a veces me preocupa esa niña— y Ernesto sigue sin despertar de su infinita siesta en el sillón. Así que me dedico a comer tranquila, mientras cierro los ojos para tratar de escuchar un ave que sobreviva allá afuera, pero sólo me llega el eco lejano de una voz que juraría que es la mía.
El escape
Juan David Arroyo
- ¿Qué estoy haciendo acá? Se preguntó al verse enredado entre maleza y lianas, en medio de lo que debería ser una jungla. Cuando decidió levantarse miró a su alrededor, con terror y desconcierto, y dilucidó unos ojos rojos juzgándolo y con ansías de abalanzarse sobre él. El instinto humano lo obligó a correr, el lodo no lo dejó, pero con un impulso más logró escapar, sin darse cuenta de que con cada paso se adentraba aún más en la selva. Por cada metro que pasaba veía más ojos juzgándolo y los árboles aún más entrelazados. Escuchaba risas, como si de hienas se tratase, acorralándolo hacía la nada. En medio de sollozos y gritos pidió que todo acabara. Sin darse cuenta los ojos rojos se juntaron en uno. Luego de un grito despavorido, se dio cuenta que eran las 6:30 de la mañana, la undécima vez que soñaba lo mismo, todo para levantarse y preguntarse, ¿qué estoy haciendo acá?
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Cateto opuesto
Al Agus
Ella era inatrapable, siempre se me iba por la tangente al tratar de crear un terreno apropiado y declarar mi amor, pero un día tuve la idea genial de estudiar trigonometría. Fue entonces cuando a través de la hipotenusa la sorprendí en el cateto opuesto, así mi secante amor se correspondió con su cosecante afirmación, desde entonces vivimos felices en el seno de nuestro nido sin que el coseno de la vida nos moleste.
Las jaulas
Karla Barajas
Lucas era un niño cuando llegó. No quería comer lo que le dejaba en el plato ni beber el agua. Mordía si intentaba ver su estado de salud. Pasaba el día entero de cuclillas; no hacía volteretas ni jugueteaba, puede ser porque cada niño tiene una personalidad diferente o porque se lo arrebataron a su madre cuando él aprendió a gatear, eso me dijeron sus vendedores. Me dio lástima, le abrí la puerta de la jaula para que corriera libre con otros humanos silvestres.
“Si regresa, será mío, de lo contrario nunca lo fue”, me digo mientras vuelo a casa.
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Roja navidad
José María Andreo Millán-Valencia-España
Hace mucho tiempo que no doy ningún beso y menos un abrazo. Ahora que estamos en época navideña, apetece más que nunca. Tengo ganas de una cena en familia, la sobremesa cantando villancicos y esos juegos en los que uno se divierte con los más pequeños. Pero me encuentro solo, que no era lo que esperaba, todo porque el maldito virus se coló. No sé cómo, aún estoy dándole vueltas. Tomamos todas las precauciones, pero se coló. Era un viaje esperado, único. Fue llegar a marte y caer uno detrás de otro, menos yo.
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Ruth (*)
Alberto Sánchez Argüello (Managua, 1976)
Extraño los sonidos de los pájaros, aunque no recuerdo exactamente como eran. El silencio no me incomoda, tampoco la ausencia de las palabras de Miguel que nunca fue de mucho hablar. Ahora solo gruñe, mientras se rasca esos tentáculos que renacen en su espalda cada vez que los corto con el hacha y los hago en estofado. Me preocupa que estemos cometiendo alguna especie de canibalismo. A Sofía no le importa, dice que todo esto es el producto de la imaginación sádica de un escritor —les juro que a veces me preocupa esa niña— y Ernesto sigue sin despertar de su infinita siesta en el sillón. Así que me dedico a comer tranquila, mientras cierro los ojos para tratar de escuchar un ave que sobreviva allá afuera, pero sólo me llega el eco lejano de una voz que juraría que es la mía.
El escape
Juan David Arroyo
- ¿Qué estoy haciendo acá? Se preguntó al verse enredado entre maleza y lianas, en medio de lo que debería ser una jungla. Cuando decidió levantarse miró a su alrededor, con terror y desconcierto, y dilucidó unos ojos rojos juzgándolo y con ansías de abalanzarse sobre él. El instinto humano lo obligó a correr, el lodo no lo dejó, pero con un impulso más logró escapar, sin darse cuenta de que con cada paso se adentraba aún más en la selva. Por cada metro que pasaba veía más ojos juzgándolo y los árboles aún más entrelazados. Escuchaba risas, como si de hienas se tratase, acorralándolo hacía la nada. En medio de sollozos y gritos pidió que todo acabara. Sin darse cuenta los ojos rojos se juntaron en uno. Luego de un grito despavorido, se dio cuenta que eran las 6:30 de la mañana, la undécima vez que soñaba lo mismo, todo para levantarse y preguntarse, ¿qué estoy haciendo acá?
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Cateto opuesto
Al Agus
Ella era inatrapable, siempre se me iba por la tangente al tratar de crear un terreno apropiado y declarar mi amor, pero un día tuve la idea genial de estudiar trigonometría. Fue entonces cuando a través de la hipotenusa la sorprendí en el cateto opuesto, así mi secante amor se correspondió con su cosecante afirmación, desde entonces vivimos felices en el seno de nuestro nido sin que el coseno de la vida nos moleste.