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El mundo raro. Estudio Darkwinístico
Algunas noches salgo a ver vampiros. Se reúnen cerca a los árboles, en los parques. En silencio miran con ojos rojos. Asechan volando sin rumbo en las tinieblas. Suelen hacerlo en círculos, amontonados, en medio de un extraño trance. Ritual previo a los sacrificios. Se les escuchan sus respiraciones agitadas y, casi se les puede sentir sus palpitaciones aceleradas. Las tienen. Imagino sus rostros pálidos mientras se echan el vaho unos a otros. Algunos rompen el círculo y se empujan. Los otros deciden permanecer en esa especie de liturgia por horas. Antes del amanecer desaparecen. Las ofrendas son cuerpos que vislumbran en su errancia. Cuando pasan los atacan en jauría. Los alfa se los llevan en sus fauces y los internan entre la alta maleza. Los rompen y atraviesan con sus colmillos. Yo siento el banquete en mis oídos. Cuando termina el festín salen casi huyendo, como si estuvieran cerca quienes pudieran apresarlos. De último aparecen las ofrendas, echando babaza hasta por la nariz, arrastrando sus pies despacio. Livianos. Desencajados. La misa ha terminado. Desciendo a la avenida y me lanzo a la calle silente. Mario F Jaimes F
El tamaño importa
Era un asesino a sueldo de los más sanguinarios. Un sociópata con pistola paseando libremente por la ciudad. Vestía de riguroso negro, camisa incluida. Le distinguía el sombrero de ala ancha que llevaba de color beige. Un bigote muy fino le recorría el labio superior. En la mejilla derecha una cicatriz de parte a parte. Llevaba bajo su sobaco una funda de pistola, donde alojaba su Beretta, que la cuidaba como una joya. En el tobillo izquierdo ocultado por el camal del pantalón, una Glock. Y su fiel amiga de quince centímetros de doble filo, una navaja napolitana, en su bolsillo trasero del pantalón.
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Hoy tenía un encargo que cumplir. Llegó ya de noche y dio una vuelta por la zona. Comprobó que todo estaba en orden. Esperó a que alguien abriera la puerta del patio y se coló. Subió por las escaleras hasta el tercer piso. Llamó a la puerta y se colocó en un lateral. Apareció un niño en pijama con una máscara de payaso. Entonces se dirigió al niño y le pidió que avisara a su papá. De repente oyó un disparo y notó un fuerte dolor en el pecho. Cayó de rodillas frente al niño, que llevaba una pistola. Se quitó la careta y lo remató con otro tiro en la cabeza. La foto del encargo no era de cuerpo entero y no supo que se trataba de un enano. José María Andreo Millán-Valencia-España
Circo
La primera vez que fue al circo con su familia se sorprendió al escuchar las risas auténticas y miradas brillantes. El olor a palomitas de maíz y estiércol inundaba sus sentidos. Cuando las luces se apagaron el eco de la voz del presentador resonó en cada rincón de la carpa. Los domadores hicieron replantear a todos la importancia de querer una mascota, los trapecistas, con sus caídas al vacío y ayudados por redes invisibles, regalaban seguridad y ganas de aferrarse con fuerza a la silla.
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Finalmente, los payasos con sus risas burlonas conquistaron a grandes y chicos. El de la cara más sonriente lo levantó de su silla, lo empujó al escenario y le hizo dar vueltas en una enorme bicicleta. Se sintió desorientado. Perdió de vista a sus padres y fue incapaz de identificar su lugar en las graderías. Empezó a ser consciente de las risas del público, las luces multicolores empezaron a navegar en sus pupilas. Poco a poco se le fueron agrandando los ojos y sus labios quedaron redondeados. Las luces fueron iluminando su vestido. Desde entonces, cada noche sale al escenario para capturar a nuevos integrantes del elenco. Yuli Edith Trujillo
Bruno
Al mediodía, el brillo del pavimento en la calle primera se estrellaba contra las pocas palmeras que cobijaban de sombra a los osados visitantes del camellón. Sus patas amarillas resistían con mucho valor el quemante piso. Junto al perro negro, Bruno tomaba su baño de mar intentando refrescarse un poquito. Era amigo de todo mundo y todo mundo era amigo de ese perro que nunca protestaba nada, ni siquiera el hambre o la sed porque los que habitan la calle son así. Reyando siempre a la vida o a la muerte.
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De pronto un día, el camellón se puso solitario, muy solitario. Ya no hubo quien regalará a Bruno nada. De vez en cuando, pasaba algún policial, pero como buen callejero, a Bruno no le agradaban esos uniformes verdes. No supe más del noble perro, tal vez la infame pandemia también termino con su historia. Y cuando volvió la gente a ese lugar de Santa Marta, nadie preguntó por él, ni siquiera yo, que muchas veces me regocije con el nadador marino de los mediodías calurosos de la perla. Creo que nunca veré otro igual de feliz como el viejo y buen Bruno. Nelson Pineda (Santa Martha).