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                                                                                                                          Pauta con nosotros en Cromos

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                                                                                                                              Avisos judiciales

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                                                                                                                                  La Esquina Delirante XXXII (Microrrelatos)

                                                                                                                                  Este espacio es una dentellada a la monotonía, mediante el ejercicio impulsivo y descarado de la palabra escrita. En tiempos fugaces, como los nuestros, en los que la inmediatez y la incertidumbre parecen haberse apoderado de nuestra cotidianidad, el microrrelato se yergue como eficaz píldora psicoterapéutica. Guerra de guerrillas narrativa si se quiere.

                                                                                                                                  Autores varios

                                                                                                                                  "63 días después", "Selección natural forzosa", "Encierro", "La viuda", "Mi amigo 'invisible'", "Niños felices", y "El asesino de la corona", son los títulos de los microrrelatos.
                                                                                                                                  Foto: Archivo Particular
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Por fin está golpeando nuestra puerta, pero no quieren abrirle. Mi familia y yo no hemos escuchado lo mismo sobre ella. Llevamos encerrados 63 días. Golpea fuerte, muy fuerte, como si alguien la estuviera persiguiendo. Todo se vuelve caótico. Están asustados porque no creen en ella, pero yo no niego que quiero sentir teniéndola. Papá empieza a llamar a los vecinos y todos están viviendo lo mismo. “¿Si está por todos lados, por qué nadie la recibe?”, me pregunto, mientras mamá abraza la foto de mi abuelo. La llaman Esperanza. Yo no he leído tantas cosas malas de ella. Escuché que elimina el miedo y espanta el pánico, esos dos soldados que nos tienen dominados. Intento convencer a mi papá de que tenerla es un cambio, pero parece no escucharme. Subo a mi cuarto. Doy vueltas en la cama. Grito, pienso, lloro. Escucho cómo la puerta sigue sonando, no sé si soy el único que puede oírla. Respiro y decido. Bajo corriendo y papá grita mi nombre. “¡No puedo vivir así! -le contesto. Abro la puerta y me voy con ella.- No hay muchas opciones, y estoy seguro que esta es la mejor”.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

                                                                                                                                  ***

                                                                                                                                  Selección natural forzosa

                                                                                                                                  Al salir, los uso de a uno. Primero utilizo el meñique de la mano izquierda, el más inútil, para empujar la puerta del mercado; toco con el anular la manzana roja elegida, y con el dedo medio deslizo el billete desde mi billetera hasta el mostrador. Con el índice sostengo la bolsa con la fruta dentro. Aprovecho cuando alguien sale para escabullirme detrás. Esbozo una sonrisa invisible detrás de mi barbijo, satisfecha por la misión cumplida y porque aún poseo un dedo limpio en mi zurda. Mientras pienso seriamente cuál empleo le daré a ese pulgar, me veo forzada a rascarme con él la punta de la sudorosa nariz oculta tras la tela.

                                                                                                                                  Nanim Rekacz (desde Argentina)

                                                                                                                                  ***

                                                                                                                                  Encierro

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Algunos días solo despiertas y no estás aquí. Te quedaste dentro de tu piel, perdido entre sabanas, en este tiempo gris, encierro que no te deja ir. Tu cuerpo se pone de pie y se va, pero yo sigo aquí, flotando en este cubo gris que no me da libertad, esfera azul, buscando su origen, y mi piel quiere marcharse, mientras yo, aun no decido qué hacer.

                                                                                                                                  Nelson Minghetti

                                                                                                                                  ***

                                                                                                                                  La viuda

                                                                                                                                  Su mensaje decía: “Sola, la vida no tiene sentido”. Cuando llegué, a darle ánimo, percibí el rojo intenso en sus labios, y la efusividad de su abrazo, y entendí que había superado el duelo.

                                                                                                                                  Óscar Emilio Mora Navarro

                                                                                                                                  ***

                                                                                                                                  Mi amigo ‘invisible’

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  El árbol fue determinante para elegir la casa a la que me mudaría. En la anterior no tenía uno, sino muchos enfrente. Despertar, oír pájaros, abrir los ojos, ver ardillas trepando era un privilegio, aunque no se tratara de una zona rural. Acostumbrada a ese panorama matutino y cotidiano, con algo me debía conformar. En el nuevo hogar era común que los fines de semana tomara el sol, acostada en el piso del balcón, desde donde lo veía mover sus ramas de aquí para allá, a veces de un lado a otro, a veces haciendo círculos. A veces con fuerza, otras con serenidad. Las mismas sensaciones transmiten los sonidos que hacen las ramas al chocar con el viento. Amplio, con hojas pequeñas, redondeadas y verde limón, y algunos pompones blancos. Lo he observado y ahora lo hago todos los días, cada que poso mi mirada en la ventana. El aislamiento al que obliga un virus que se ha paseado por todos los continentes me lo ha permitido, y se lo agradezco, porque ya no solo lo miro, ahora lo contemplo, el árbol es ahora mi terapia de confinamiento.

                                                                                                                                  Read more!
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  ***

                                                                                                                                  Niños felices

                                                                                                                                  En época de confinamiento, a las ocho de la noche; la gente se asomaba a las ventanas, aplaudían la labor de los sanitarios. Los menores gritaban y saltaban en sus camas… A los adultos se les agrietaron las manos. Llegó la oportunidad de los niños, ahora ellos aplaudían, cantaban, tocaban el piano, el tambor y el violonchelo en las ventanas.

                                                                                                                                  Verónica Bolaños

                                                                                                                                  ***

                                                                                                                                  El Asesino De La Corona

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Cuenta la historia que, en aquellos tiempos sombríos, un silencioso asesino serial aniquilaba a sus víctimas: les hacía tocar hermosas joyas que, presuntamente, les regalaría. Les acariciaba, con infinita ternura, sus ojos y sus narices, y les hablaba con una voz meliflua. Luego, cuando ya caían en su influjo, les atacaba la garganta sin piedad alguna, y finalizaba devorando sus pulmones como un poseso. Hoy día, está tras las rejas, pero por su buen comportamiento tiene fecha de salida, en un futuro no muy lejano.

                                                                                                                                  Marie Cace

                                                                                                                                  ***

                                                                                                                                  Para ser publicado envíe su texto a laesquinadelirante@gmail.com, máximo 200 palabras. Síganos en Instagram.

                                                                                                                                  "63 días después", "Selección natural forzosa", "Encierro", "La viuda", "Mi amigo 'invisible'", "Niños felices", y "El asesino de la corona", son los títulos de los microrrelatos.
                                                                                                                                  Foto: Archivo Particular
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Por fin está golpeando nuestra puerta, pero no quieren abrirle. Mi familia y yo no hemos escuchado lo mismo sobre ella. Llevamos encerrados 63 días. Golpea fuerte, muy fuerte, como si alguien la estuviera persiguiendo. Todo se vuelve caótico. Están asustados porque no creen en ella, pero yo no niego que quiero sentir teniéndola. Papá empieza a llamar a los vecinos y todos están viviendo lo mismo. “¿Si está por todos lados, por qué nadie la recibe?”, me pregunto, mientras mamá abraza la foto de mi abuelo. La llaman Esperanza. Yo no he leído tantas cosas malas de ella. Escuché que elimina el miedo y espanta el pánico, esos dos soldados que nos tienen dominados. Intento convencer a mi papá de que tenerla es un cambio, pero parece no escucharme. Subo a mi cuarto. Doy vueltas en la cama. Grito, pienso, lloro. Escucho cómo la puerta sigue sonando, no sé si soy el único que puede oírla. Respiro y decido. Bajo corriendo y papá grita mi nombre. “¡No puedo vivir así! -le contesto. Abro la puerta y me voy con ella.- No hay muchas opciones, y estoy seguro que esta es la mejor”.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

                                                                                                                                  ***

                                                                                                                                  Selección natural forzosa

                                                                                                                                  Al salir, los uso de a uno. Primero utilizo el meñique de la mano izquierda, el más inútil, para empujar la puerta del mercado; toco con el anular la manzana roja elegida, y con el dedo medio deslizo el billete desde mi billetera hasta el mostrador. Con el índice sostengo la bolsa con la fruta dentro. Aprovecho cuando alguien sale para escabullirme detrás. Esbozo una sonrisa invisible detrás de mi barbijo, satisfecha por la misión cumplida y porque aún poseo un dedo limpio en mi zurda. Mientras pienso seriamente cuál empleo le daré a ese pulgar, me veo forzada a rascarme con él la punta de la sudorosa nariz oculta tras la tela.

                                                                                                                                  Nanim Rekacz (desde Argentina)

                                                                                                                                  ***

                                                                                                                                  Encierro

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Algunos días solo despiertas y no estás aquí. Te quedaste dentro de tu piel, perdido entre sabanas, en este tiempo gris, encierro que no te deja ir. Tu cuerpo se pone de pie y se va, pero yo sigo aquí, flotando en este cubo gris que no me da libertad, esfera azul, buscando su origen, y mi piel quiere marcharse, mientras yo, aun no decido qué hacer.

                                                                                                                                  Nelson Minghetti

                                                                                                                                  ***

                                                                                                                                  La viuda

                                                                                                                                  Su mensaje decía: “Sola, la vida no tiene sentido”. Cuando llegué, a darle ánimo, percibí el rojo intenso en sus labios, y la efusividad de su abrazo, y entendí que había superado el duelo.

                                                                                                                                  Óscar Emilio Mora Navarro

                                                                                                                                  ***

                                                                                                                                  Mi amigo ‘invisible’

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  El árbol fue determinante para elegir la casa a la que me mudaría. En la anterior no tenía uno, sino muchos enfrente. Despertar, oír pájaros, abrir los ojos, ver ardillas trepando era un privilegio, aunque no se tratara de una zona rural. Acostumbrada a ese panorama matutino y cotidiano, con algo me debía conformar. En el nuevo hogar era común que los fines de semana tomara el sol, acostada en el piso del balcón, desde donde lo veía mover sus ramas de aquí para allá, a veces de un lado a otro, a veces haciendo círculos. A veces con fuerza, otras con serenidad. Las mismas sensaciones transmiten los sonidos que hacen las ramas al chocar con el viento. Amplio, con hojas pequeñas, redondeadas y verde limón, y algunos pompones blancos. Lo he observado y ahora lo hago todos los días, cada que poso mi mirada en la ventana. El aislamiento al que obliga un virus que se ha paseado por todos los continentes me lo ha permitido, y se lo agradezco, porque ya no solo lo miro, ahora lo contemplo, el árbol es ahora mi terapia de confinamiento.

                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  ***

                                                                                                                                  Niños felices

                                                                                                                                  En época de confinamiento, a las ocho de la noche; la gente se asomaba a las ventanas, aplaudían la labor de los sanitarios. Los menores gritaban y saltaban en sus camas… A los adultos se les agrietaron las manos. Llegó la oportunidad de los niños, ahora ellos aplaudían, cantaban, tocaban el piano, el tambor y el violonchelo en las ventanas.

                                                                                                                                  Verónica Bolaños

                                                                                                                                  ***

                                                                                                                                  El Asesino De La Corona

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Cuenta la historia que, en aquellos tiempos sombríos, un silencioso asesino serial aniquilaba a sus víctimas: les hacía tocar hermosas joyas que, presuntamente, les regalaría. Les acariciaba, con infinita ternura, sus ojos y sus narices, y les hablaba con una voz meliflua. Luego, cuando ya caían en su influjo, les atacaba la garganta sin piedad alguna, y finalizaba devorando sus pulmones como un poseso. Hoy día, está tras las rejas, pero por su buen comportamiento tiene fecha de salida, en un futuro no muy lejano.

                                                                                                                                  Marie Cace

                                                                                                                                  ***

                                                                                                                                  Para ser publicado envíe su texto a laesquinadelirante@gmail.com, máximo 200 palabras. Síganos en Instagram.

                                                                                                                                  Por Autores varios

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